María o Cecilia, ¡que
fascinación!
Tony Raful
(A Dante, a Giovanny, a los otros… )
María Callas dentro de ella; la diva
más alta de la ópera contemporánea
dentro de ella, la voluntad y el aturdimiento, la bizarría y la endeble
criatura del amor, los sonidos y la maestra, el tributo y la soledad interior,
el rumoroso río de los aplausos y el desgarramiento, el pulso del alba en su
voz y el desamor, la exquisita tentación de ser ella misma y el declive
infinito de su voz, ella en ella, el
tamaño universal de un sueño y el
hemisferio lastimero del entorno,
la luz baja de un cuerpo que solamente es tonada o cantinela, frecuencia altísima que asume el tiempo ensortijado de un cartel luminoso en la retentiva.
¿Quién duda de que María Callas anduvo bajo el espacio restringido de la Sala Ravelo, compartiendo confesiones y escozores, imponente y regia, rediviva la diva en ella? Nada faltó en el personaje. En algún momento pareció que la actriz había abandonado toda su personalidad, todo su aserrín y barro de escena, para ser absolutamente ella, María Callas.
¿Quién duda de que María Callas anduvo bajo el espacio restringido de la Sala Ravelo, compartiendo confesiones y escozores, imponente y regia, rediviva la diva en ella? Nada faltó en el personaje. En algún momento pareció que la actriz había abandonado toda su personalidad, todo su aserrín y barro de escena, para ser absolutamente ella, María Callas.
No hubiese podido María representarse
con tanta autenticidad como la lograda por ella. Es que había que haber estado
ahí, bajo el embrujo de esta mujer que es María y solamente María mientras dura
la obra.
¿Cómo lo logró? ¿Cómo pudo en su quejumbre crispar el rostro, nublar sus ojos de rabia y dolor? ¿Cómo pudo vivir tan intensamente el personaje hasta el grado de que al verla fuera de escena pensamos estar viendo nuevamente a María Callas?
Después de la tramoya y la luminotecnia, después del garbo y el ditirambo, en el pequeño bar del Teatro, al verla, veía a María Callas; todavía el personaje estaba en pie, todavía seguía levitando sobre la textura, piel en flor, gesto y tormento. Supuse que se iría, los personajes cuando son asumidos y vividos se quedan un tiempo fuera de escena, superviven, rasguñan, gatean, levitan como arañas sobre un madero de tejas y clorofila en el jardín.
¿Cómo lo logró? ¿Cómo pudo en su quejumbre crispar el rostro, nublar sus ojos de rabia y dolor? ¿Cómo pudo vivir tan intensamente el personaje hasta el grado de que al verla fuera de escena pensamos estar viendo nuevamente a María Callas?
Después de la tramoya y la luminotecnia, después del garbo y el ditirambo, en el pequeño bar del Teatro, al verla, veía a María Callas; todavía el personaje estaba en pie, todavía seguía levitando sobre la textura, piel en flor, gesto y tormento. Supuse que se iría, los personajes cuando son asumidos y vividos se quedan un tiempo fuera de escena, superviven, rasguñan, gatean, levitan como arañas sobre un madero de tejas y clorofila en el jardín.
María, eres tú o no eres, parecí indagar sobre aquel lóbulo de luz en sus ojos.
No eres María, fuiste María, te quedaste María para toda la noche, para mí, anfitrión
de sueños nuevos con savia antigua, con
voz de alondra recuperada, con ámbito de nostalgia y maravilla de pasión y angustia.
El soliloquio expone los sonidos
guturales en parlamentos de su tragedia
y su ocaso; habla Aris y habla ella y habla Meneghini en su puerto aherrojado.
¿Cómo vivir el desaire, la mudanza del amor, el amor que transmigra de una diva a un ícono? ¿Cómo entender los súbitos espasmos, la truculencia del amor, los giros inesperados, las faltas, los reparos a la voz, al ensueño, a la magnificencia menguada, dónde se anida la pompa, lo excelso, sustraídos de repente, por otra magia circense, que venía con todo el luto del mundo en otro teatro absurdo de disparos y magnicidio?
¿Cómo vivir el desaire, la mudanza del amor, el amor que transmigra de una diva a un ícono? ¿Cómo entender los súbitos espasmos, la truculencia del amor, los giros inesperados, las faltas, los reparos a la voz, al ensueño, a la magnificencia menguada, dónde se anida la pompa, lo excelso, sustraídos de repente, por otra magia circense, que venía con todo el luto del mundo en otro teatro absurdo de disparos y magnicidio?
Para ti, María, la obra "Tosca" de Puccini en la Ópera de Atenas, La Scala de Milán y el esplendor de "Aída", para ti la ópera de Bellini, "Norma", para ti el Covent Garden de Londres, para ti el bel canto, para ti "La Gioconda de Ponchielli" en Verona, para los escenarios más deslumbrantes, para ti las clases maestras en el Juilliard Schooll de Nueva York, para ti esta formidable pieza teatral “Master Class” de Terrance McNally, recreada en su salón de clases desde donde el personaje vuela, recrea y corrige, desde el principio hasta la decadencia, ímpetus y teatralidades de una artista al borde del abismo sentimental y humano de su propia vida.
¿Quién, pero quién duda ahora,
que todo es actuación, teatro, personaje, mimetismo, candilejas o coliseo, María Callas o Cecilia García? María, fetiche distante, Cecilia, amiga colindante,
querida, las dos en una, una en la otra,
viviendo simultánea la vida que ya vivió, la vida que vivimos esa noche en la
Sala Ravelo y que yo, decidor de versos y auroras, sigo viviendo, fascinado por
la plasticidad impresionante de esa dama altísima del arte que es Cecilia García.
La Pasión Cultural
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