martes, 4 de agosto de 2009

Dirección Teatral II

LA ACTITUD:

Es obligación del Director procurar que el espectador, objetivo fundamental de lo que hacemos en el escenario, reciba la “noticia” teatral como si esta estuviera ocurriendo por primera vez justo en el instante en que es portada por los artistas de la escena.

El Metteur en Scène, hoy dios absoluto, indiscutible, inapelable y omnipotente; es el responsable de que el espectador reciba el producto final bajo los parámetros que he indicado. Cabe señalar que el Director moderno suele verse como el representante autorizado del público dentro del proceso creativo. Él tiene que garantizar a los espectadores que el producto final llegue con la calidad requerida en una puesta en escena profesional.

Pero, lograr la cohesión que tal objetivo presupone, no es tarea fácil. Se diría que ninguna actividad artística lo es. Ciertamente.

Empero, el Director Teatral tiene más dificultades que colegas de otras disciplinas. Un pintor; por ejemplo, es sensible en si mismo. Y no tiene que procurar que sus medios (el lienzo, el pincel y sus pinturas) tengan emociones.

El Director Teatral, en cambio, tendrá que procurar el asombro estético, las emociones, la risa y la intriga, utilizando como instrumentos a personas sensibles, que serán tanto la materia prima como el producto elaborado.

Preparar adecuadamente un violín o un oboe no debe ser tarea fácil. Empero, la sensibilidad jamás está en el instrumento, sino en el músico.

Los actores y las actrices son tanto los artistas como sus propios instrumentos.

Lograr la adecuada disciplina sin despojar al actor de su necesaria, aunque extraña, “libertad escénica”, es una tarea complicada que demanda de un Director Teatral condiciones especiales. Por ello decía Canfield (en “El arte de la dirección escénica”), que eran hombres y mujeres con una personalidad, amén de los conocimientos previsibles.


EL TEXTO:

Aparte del actor, como material de trabajo, el Director dispone de un texto la mayoría de las veces. Su primera actividad en libertad consiste en la selección del mismo. Ese es su primer acto responsable. No tiene derecho a equivocarse, so pena de pagarlo con creces. Algunos estudiosos aseguran que si en las primeras veinte páginas un texto teatral no impresiona o convence a su posible realizador, debe ser depositado en el cesto de basura.

El texto literario debe contener los atributos necesarios para que pueda ser convertido en un buen texto dramático.

El maestro del renacimiento Miguel Ángel, aseguraba que él nunca esculpía una figura en una piedra, sino que trataba de descubrir la figura que estaba atrapada dentro de la piedra.

El Director Teatral nunca debe imponer un espectáculo teatral a un texto. Simplemente descifrar el espectáculo que habita en ese texto.

Desde luego que un Director creativo no puede ser reducido a un lector de libretos. Su puesta en escena siempre será una visión particular del texto seleccionado.

Que se hagan las modificaciones que tengan que hacerse, las que las leyes y la ética permitan; pero de ninguna manera podremos justificar la traición a los objetivos primarios del autor teatral. Preferible sería, antes de semejante canallada, escribir otro texto o buscar alguno que satisfaga.

El Plan Maestro que he citado en la entrega anterior partirá, irremisiblemente, del texto seleccionado. Es a partir de éste que el Arquitecto Teatral realizará todas sus edificaciones.

Cuando el autor teatral está cerca las sugerencias de modificaciones se producen con mayor facilidad. En estos casos el Director debe integrar al dramaturgo al equipo de trabajo de la realización.

La personalidad del Director dentro de la concepción escénica del montaje nunca traicionará la obra. Todo montaje requiere un sello. Esa es la labor del Director y su visión, la que nunca será exactamente igual a la del autor.

Se recomienda al Director de Teatro estudiar el libreto desde la misma óptica que lo hace el crítico literario.

La obra, para sus primeros estudios, tiene que ser vista como literatura. Se trata de un acto escritural que, como tal, debe ser estudiado. Tenemos que ir al texto detrás de su razón pura. Sin temor y sin pausa alguna utilizar un escalpelo cerebral para desentrañar las verdades que se esconden en los intrincados laberintos de la pieza teatral. No se desperdicie ningún indicio en ese estudio previo del director.

No es aconsejable que éste lea el libreto en su fase inicial de manera interrumpida. Tampoco debe hacer anotaciones prejuiciosas. Conviene que lea el todo para que pueda hacerse una idea global. El estudio sistematizado y en detalles propiamente teatrales se hará en una segunda etapa.

Con las obras ya conocidas el estudio es indudablemente más rico, ya que disponemos de más elementos para la investigación.

Las obras nuevas en cambio son como selvas vírgenes de las que desconocemos todo y con muchos lugares intrincados y peligrosos.

Una vez elegida la obra debemos ubicar su naturaleza. Si esta fuera, por ejemplo, realista; en ese contexto tiene que ser investigada y el Director debe proyectarla en ese tenor. Los seres humanos que en ella interactúan deben corresponder con aquellos que viven en la realidad concreta del Director.

Si la obra, en cambio, está llena de simbolismo, todas las acciones y premisas que nos ofrece deben ir, también, en esa dirección.

Cuando esto no se da entonces tenemos elementos claros que nos inducen a pensar que la realización en cuestión tiene graves defectos. Una obra teatral no puede, tampoco, traicionarse a sí misma.

Con frecuencia leemos obras cuyos personajes dicen palabras y hacen juicios que no corresponden a la situación social, política y cultura de ellos. No pocos autores ponen en bocas de los personajes, palabras que van más acordes con ellos mismos que con los personajes que han construido. En estos casos, por más esfuerzos que haga el Director, al espectador esos personajes no les resultarán creíbles. Una obra con estas características es insalvable. ¡Al cesto con ella!

Continuaremos…