sábado, 12 de noviembre de 2011

Presento disculpa y dejo un regalo

Mi amiga Henriette Wiese celebra mi costumbre, igual que los japones según ella, de regalar algo a mis allegados el día de mi cumpleaños. Esta vez mi regalo será un poema de Jorge Luis Borges ("Otro poema de los dones"). Pero antes presentaré unas disculpas.
Necesito urgentemente disculparme.
En el “Otro poema de los dones” el genio Jorge Luis Borges cuenta que Frances Haslam pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio. Parece que voy por el mismo camino, aunque hoy cumplo apenas 58 años. Pero al parecer queda Giovanny para rato.
En nuestro país la ligereza cultural intenta señorear todavía. En el Arte, en sentido general, aún quedan por ahí trivialidades, falta de originalidad, calidad negada o cuestionada, determinadas mal querencias e intriga, la improvisación, la falta de preparación y lectura; en algunas áreas hasta el mal gusto, la carencia de principios, el mercantilismo y hasta hetairismo artístico.
Perdón por no aceptar caer en la terrible trampa que nos tiende constantemente la mediocridad. Perdón por radicalizar mis intentos para no dejar que tranquilamente otros caigan en ese abismo insondable en el cual constantemente se reniega del Arte y la Cultura.
Sería más simpático  si me tornara indiferente. Y con ello aseguraría montones de amigos. ¡Pero comprendan, es que no puedo! Aunque por ello me vea compelido a pedir perdón, justo el día que cumplo años.
Me gusta la bohemia... controlada, no lo niego. Esa que me lleva a compartir más conversaciones literarias que copas con Tony Raful, Cuchy Elías, Mario Lebrón, Juan Basanta, Onorio Montás, Osiris Madera, Esperanza de Peña, Carlos Castro, González Fabra, Segarra, Rafael  Villalona, Cecilia García, Carlos Espinal, Rafael Marte, Karina Noble, Manuel Herrera, Marcio Veloz Maggiolo, Víctor Vidal, Juan Núñez, Nasarquin Santana, José del Castillo, Yorlla Castillo, Exmin Carvajal; entre unos cuantos más.
Perdón por negarme a probar cualquier tipo de droga. No crean que soy más fuerte de voluntad en resistencia que los demás. No. No lo soy. Es más, confieso que consumo cierto tipo de alucinantes o estupefacientes culturales. Por lo menos consumo algunas cosas que al parecer me producen un efecto parecido al que algunos amigos consiguen, apenas durante unos minutos, con sustancias prohibidas o controladas.
Cuando leí “Ana Karina” de Tolstoi me di una "nota" que duró más de cinco años, si acaso es cierto que los efectos ya se esfumaron.  El “Crimen y Castigo “ de Dostovieski me produjo algo por igual.
Si los posibles lectores de esta nota no tienen mucha fuerza de voluntad recomiéndole no leerse la novela “El Extranjero” de Camus. Es adictiva. Si lo hacen difícilmente dejarán ya de leer al argelino.
El placer estético que uno alcanza con “Las aguas primaverales” de Turgenev es casi enfermizo.
Confieso que nunca me he recuperado del todo de la conmoción que me produjo el poeta Paul Valéry con su “Cementerio Marino”.
Les aseguro que “El Quijote” es de las lecturas más peligrosa y adictiva del planeta. Yo creo haberlo leído más de diez veces. Y aún me faltan unas veinte todavía.
Ni decir lo que me ocurre con las piezas de Shakespeare, quien quiera que haya sido.
Mi relación personal con Neruda es muy extraña. Se que debo alejarme de él y de sus islas; pero —¡maldición!— no logro hacerlo.
"¿Águila o sol? " de Octavio Paz me puso a volar por cientos de cumbres durante once años.
Leer “El amor en los tiempos del cólera” de García Márquez es entrar en una de las drogas más peligrosas que existen en el mundo. Tanto así que desde mi encuentro de primer tipo con esa novela he estado buscando una mujer, una pareja de enamorados y un barco que me conduzcan y me abandonen justo en el centro de La Dorada.
Al “Compadre Mon” de Manuel de Cabral lo he tenido que dejar por la mitad... en mi octava lectura. Tengo miedo de, drogado de admiración, asumirlo como mío.
Mi asunto con “La ciudad y sus cantos” de Raful es caso perdido. A ese poema no lo reivindico como mío porque estoy viviendo desde un tiempo para acá justo dentro de él. ¡Qué cosa!
Cuando vi a Cecilia García actuando, perdón, viviendo en “Master Class”, supe que el asombro me duraría para siempre.
Cuando veo a Carlota Carretero interpretando todos sus personajes de “Quíntuples” no puedo dejar de aplaudirla hasta que me sangran mis dos manos. ¡Es una droga!
La recompensa artística que me dieron Fiora Cruz y Yorlla Castillo cuando asesinaron con maestría artística a Lebrón en “Obsesión en el 507” aún me hace llorar, y reir al mismo tiempo, por lo emotivo.
Cuando recuerdo las magníficas actuaciones de Rafael Villalona y María Castillo en la "Guerrita de Rosendo” aún me sacudo.
La actuación convencida y convincente de Delta Soto en “Marat-Sade” (yo estaba ahí) por ser de antología me ha dejado la boca abierta durante tantos años.
No puedo dejar de maravillarme por el magistral manejo de la palabra de que hace gala Iván García en sus “Interioridades”, “Andrómaca, “Los Tiranos” y Soberbia. ¡Una locura!
Todavía me asusta recordar a Karina Noble en “Amanda”. Y no dejo de admirar la delicada entrega de Milagros Martínez en “La virgen de los Narcisos”.
Pero igual adicción estética me producen “Banco de parque”, “La noche de los asesinos”, “Barrio 7 tumbas”, “Orquídeas a la luz de la luna”, "Calígula", "El sucesor", “El perfume del incesto”; entre otras.
Tengo más obsesiones peligrosas. Lo reconozco. Quizás la mayor de todas es el culto que rindo a la eterna belleza de María Félix, el rostro más hermosa que ha existido en todo el universo conocido.
Lo peor es que como me faltan tantos libros por leer, tantos por escribir y  publicar, tantas buenas actuaciones por disfrutar, tantas de mis orquideas por oler y algunas copas de vino por tomar; siento una peligrosa angustia al entender que el tiempo no me alcanzará para satisfacer, siquiera, la mitad de mis placeres. 
¿Comprenden, entonces, por qué me niego a perder el tiempo compartiendo en el grupo de los "No".
Perdón sincero pido a los que rechazo por preferir quedarse en la retama de ese grupo.

OTRO POEMA DE LOS DONES
Gracias quiero dar al divino 
Laberinto de los efectos y de las causas 
por la diversidad de las criaturas 
que forman este singular universo. 
Por la razón, que no dejará de soñar 
con un plano del laberinto. 
Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises, 
por el amor, que nos deja ver a los otros 
como los ve la Divinidad, 
por el firme diamante y el agua suelta, 
por el álgebra, palacio de precisos cristales, 
por las místicas monedas de Angel Silesio, 
por Schöpenhauer, 
que acaso descifró el universo, 
por el fulgor del fuego 
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo, 
por la caoba, el cedro y el sándalo, 
por el pan y la sal, 
por el misterio de la rosa 
que prodiga color y no lo ve, 
por ciertas vísperas y días de 1955, 
por los duros troperos que en la llanura 
arrean los animales y el alba, 
por la mañana en Montevideo, 

por el arte de la amistad, 
por el último día de Sócrates, 
por las palabras que en un crepúsculo se dijeron d
e una cruz a otra cruz, 
por aquel sueño del Islam que abarcó Mil noches y una noche,
por aquel otro sueño del infierno, 
de la torre del fuego que purifica 
y de las esferas gloriosas, 
por Swedenborg, 
que conversaba con los ángeles en las calles de Londres, 
por los ríos secretos e inmemoriales 
que convergen en mí, 
por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbia, 
por la espada y el arpa de los sajones, 
por el mar, que es un desierto resplandeciente 
y una cifra de cosas que no sabemos 
y un epitafio de los vikings, 
por la música verbal de Inglaterra, 
por la música verbal de Alemania, 
por el oro, que relumbra en los versos, 
por el épico invierno, 
por el nombre de un libro que no he leído : 
Gesta Dei per Francos, Por Verlaine, inocente como los pájaros, 
por el prisma de cristal y la pesa de bronce, 
por las rayas del tigre, 
por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan, 
por la mañana en Texas. 
Por aquel Sevillano que redactó la Epístola Moral 
y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos, 
por Séneca y Lucano, de Córdoba, 
que antes del español escribieron 
toda la literatura española, 
por el geométrico y bizarro ajedrez, 
por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce, 
por el olor medicinal de los eucaliptos, 
por el lenguaje, que puede simular la sabiduría, 
por el olvido, que anula o modifica el pasado, 
por la costumbre, 
que nos repite y nos confirma como un espejo, 
por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio, 
por la noche, su tiniebla y su astronomía, 
por el valor y la felicidad de los otros, 
por la patria, sentida en los jazmines 
y en una vieja espada, 
por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema, 
por el hecho de que el poema es inagotable 
y se confunde con la suma de las criaturas 
y no llegará jamás al último verso 
y varía según los hombres, 
por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos 
por morir tan despacio, 
por los minutos que preceden  al sueño, 
por el sueño y la muerte, 
esos dos tesoros ocultos, 
por los íntimos dones que no enumero, 
por la música, misteriosa forma del tiempo.