martes, 7 de diciembre de 2010

Calígula en la crisis de Albert Camus


En estos últimos días La Pasión Cultural ha estado publicando trabajos sobre la magia. Esto ocurrió como un especie de bienvenida al mítico diciembre. Ahora es tiempo de volver a la costumbre.

Dos constantes se dan en mi actividad cultural: Cada vez que leo (primero) tres o cuatro obras de diversos géneros literarios, regreso al poema. Esto ocurre porque es la forma que tengo de reencontrarme con el lenguaje.

También (segundo) retorno, indefectible y constantemente, a Albert Camus. Es que  obsesivamente requiero volver a encontrarme con mis oráculos.
Como muchos sabrán he llevado a escena tres obras de Camus (escritor francés nacido en Argelia): Los Justos, El Malentendido y Calígula (de esta última he realizado tres muy diferentes versiones).
Cuando inicié las rigurosas investigaciones sobre Calígula, tanto del personajehistórico como de las conceptualizaciones del texto y de las reflexiones ymotivaciones del  mismo autor de lapieza teatral, todo un universo se formó frente a mis ojos. Universo creado por el propio Camus asociado con un antojadizo y joven emperador romano.


En mis primeroscontactos con el tema, confieso que me sentí horrorizado con los datos obtenidos de las acciones de Cayo César Augusto Germánico (Calígula).


Este había sidoun emperador hasta cierto punto razonable en sus primeros siete meses como jefeabsoluto de Roma. Hizo profundas reformas a las leyes agrarias y logró rescatarel erario del imperio. Pero una enfermedad pareció trastornarlo. 

La muerte desu hermana Drusila, la cual era también su amante preferida, fue el puntillazofinal para su demencia imperial.


Construyóprostíbulos en los que estaba obligada la participación de las mujeres másencumbradas del imperio, nombró a su caballo (Insistator) cónsul de Roma, quitóla cabeza de las estatuas de los dioses para poner la suya, asesinó a miles depersonalidades sólo porque “la vida no tiene ningún sentido”, violó yasesinó un joven porque tenía grandes genitales y se había casado sin suconsentimiento, humilló a los senadores, violó a varias de sus hermanas,pretendía la destrucción de Roma, cortó las cabezas de tres súbditos para altirarlas medir la distancia que había entre un puente y el agua, desacreditó elejército y durante su mandato convirtió la vida en Roma en una insoportabledanza macabra.


Sin embargo, nada de esto parecíacomplacerlo. Aclamaba siempre, luego de asistir a cualquier ejecución que: “Loque más me admira en mi insensibilidad”.


Una de lasprimeras preocupaciones que planteamos en los ensayos de mesa de la obra fue¿qué pretendía su autor con este texto? ¿hacia dónde iban sus flechas decazador pensante?


En este sentidohabía que empezar por los antecedentes. Lo primero que debimos hacer  fuecorregir equivocaciones respecto a Albert Camus y planteárnoslo.


Siempre se nosha presentado al este argelino-francés como un escritor existencialista, contodo lo que eso implica. Pero el filósofo Chales Moeller parece poner las cosasen su sitio y demostrar en su libro “Literatura del Siglo XX y Cristianismo”que Camus nada tenía que ver con la concepción existencial que tanto impulsabaJean-Paul Sartre. El propio Sartre afirmó que Albert Camus no tenía nada quever con los postulados existencialistas. Y para rematar, el mismo Camusescribió en varias ocasiones que no pertenecía al clan de los existencialistas.


Aclarado estepunto pasamos a revisar las condiciones en las cuales Camus escribe estaextraña obra dentro de su producción literaria. A ese momento dentro de la vidaescritural de Camus se ha llamado “La invasión del absurdo” o “la crisis deCalígula”.


Entre 1937 y1942 el genial pensador europeo Albert Camus fue hospitalizado porpadecimientos de tuberculosis. El choque brutal de la enfermedad provocó undesgarramiento en su alma. Lo que a su vez determina la intensificación delsentimiento de la muerte en Camus. No olviden el dato que él había nacido enArgelia, siendo así un ser ebrio de sal, mar y sol. Pero de repentese descubre enfermo. Y entonces el absurdo se instala en una vida que sóloquería cantar.


Calígula”,escrita entre los años de la enfermedad, es el testigo de esa crisis. En la obrateatral, que es el estudio de un carácter más que de un momento político o histórico, laobsesión de la muerte va tan lejos que Calígula proyecta la sombra de éstasobre la vida entera. Por eso proclamará que: “los hombres no son dichosos”.  Y por eso siente, quizás como Camus, latentación de huir de este mundo absurdo: “Este mundo, tal como está, esinsoportable. Por eso necesito la luna, o la dicha, o la inmortalidad, algodescabellado quizá, pero que no se de este mundo.”


Cada día másalejado de conglomerado el joven emperador sólo encontrará gusto estando entresus muertos, por lo que trata de encontrar ese gran vacío en el cual el corazónse apacigua. Sin embargo, en el umbral de muerte Calígula y Camus proclamaránque: “mi libertad no es buena”.


Durante eldevenir de la pieza teatral Calígula se torna cruel y cínico. Exige de sussúbditos las cosas más absurdas, se divierte a costa de ellos y los hace danzarcomo a marionetas. En un ritmo de pesadilla macabra el joven emperador, jugandolúcidamente  a su omnipotenciacaótica, prueba y se prueba que “nada tiene sentido, todo está permitido.”


La gran sacudidade Calígula fue la muerte de su hermana y amante Drusila. Esta, en la flor dela vida y de su belleza, tiene que morir. Calígula no logra entender su muertey se trastorna. Por eso llega a la conclusión de que la vida es absurda, por lotanto no hay porque respetarla.


Ciertamente elasunto político en la pieza camusiana está presente, pero lo más relevante esel padecimiento humano.


Camus enfermo,se enfrenta como Calígula a la muerte cercana, a la absurdidez de la vida. Laprimera reacción de ambos es la huida, vanos intentos de evadirse de lo real.


Calígula harásentir a los demás el choque que le produjo la muerte cercana e incomprendida.Camus necesitará de su obra para tirar en las caras de los espectadores esacrisis interior que produjo, talvez, uno de sus escasos momentos de absurdismoconceptual. 

Quizás debamoscelebrar que Albert Camus no era emperador en el momento de su crisis;solamente un excepcional escritor que alcanzaría más tarde el premio Nóbel deliteratura, pero que jamás dejaría de estar atormentado. Lo que obliga todavía a muchos a una terrible pregunta: ¿Murió Camus en un accidente de tránsito sencillamente fortuito... o se suicidó estrellando el auto en el cual iba como copiloto? Es probable que nunca logremos saber lo que ocurrió realmente. 


Cuando investigaba el personaje de Calígula concluí que el emperador procuró una muerte asistida por puñales de enemigos sabiamente construidos por él. "Ni el mismo Dios puededecretar la inocencia sin castigar antes. Y a tu emperador una llama le bastapara  absolverte y alentarte.Continúa, Quereas. Prosigue hasta el fin ese magnífico razonamiento que expusiste.Tu emperador aguarda el descanso."

Entonces, ¿su mentor literario de nuestros tiempos habrá procurado, mediante otro medio, el mismo destino? ¿Se montó en el auto de su amigo Michel Gallimard y al llegar a la famosa curva aceleraron, aceleraron y aceleraron hasta... "Hay dos clases de dicha y yoelegí la de los asesinos. ¡Por que soy feliz! Hace tiempo creí alcanzar ellímite del dolor. Pues bien, no. Todavía es posible ir más lejos. En el confínde esta comarca hay una felicidad estéril y magnífica."
 
Y aceleraron más... "Vivo, mato, ejerzo el poderdelirante del destructor, comparado con el cual el de Dios parece una parodia.Eso es ser feliz. Esa es la felicidad, esta insoportable liberación, esteuniversal desprecio."  

Ya sé lo que muchos dirán: ¡Y qué importancia tiene saber esto! Lo dirán aquellos que no son dramaturgos o poetas. Nosotros necesitamos liberar siempre a los misterios.

Pero de todos modos, aunque Camus y Calígula hubiesen efectivamente sellado sus destinos, la sentencia final parece cumplirse más allá de la muerte:  

                                                           "¡Aún estoy vivo!"