martes, 14 de diciembre de 2010

La crítica de Tony Raful

Brillante y antológica crítica a "Obsesión en el 507", del intelectual dominicano Tony Raful, aparecida hoy, 14 de diciembre en el Listín Diario.  El periódico 7 Días la publicó esplédidamente el domingo 12 de diciembre (http://7dias.com.do/app/article.aspx?id=88895 ). Lo mismo hizo el Diario Digital (http://www.diariodigital.com.do/articulo,59813,html). Por la relevancia de esta crítica veintisiete periódicos digitales de la República Dominicana la publicarán entre hoy y mañana. Confieso que, ante esta crítica, el orgullo no me cabe en el cuerpo. Para la re-publicación en La Pasión Cultural (lapasióncultural.blogspot.com) hemos insertado tres fotos de la realización escénica tomadas por Le Tavore durante uno de los días de presentación. ¡Degústen!


 ¡Una Excelente obra de Teatro!
Por Tony Raful


El sobresalto y la tensión hilvanan las escenas. Un micro mundo desciende cantando, reconvoca los fulgores lívidos de lo erótico y del espanto. El montaje violenta el tiempo lineal, nos sitúa en una esfera de agravios y alucinaciones. El discurso consiente todas las habladurías. Primero el engaño. La versión taimada, la impostora, el toque de queda del instante, después lo sabía todo desde el primer portón, la alegre complicidad de dos amigas que son superpuestas, alcanzan el claror del suspenso, los guiones de los personajes encarnados que desfilan por una imaginación sorprendente, trillando los iconos de una cinematografía excelente en una móvil esfera de movimientos y afectaciones, que proyectan a dos jóvenes actrices dominicanas, recreándose en la tragedia. El teatro es un desafío perpetuo. Todos venimos o vamos hacia el teatro. La vida ligera o profunda es pantomima, actuaciones, papeles primarios o secundarios en un torbellino de lucidez y miseria.
El aporte esencial de Giovanny Cruz en esta obra, “Obsesión en el 507”, es ventilar un proceso dramático, intenso, echándolo a girar sobre espacios de cultura cinematográfica, de retroalimentación, incorporando los diálogos a esquemas referenciales, nombres estatuidos que alcanzan el cenit nuevamente en la memoria colectiva. Para él, la incorporación de artefactos y recursos de la post modernidad aparejan la visión anclada de los rodajes citados, films que anuncian el crepúsculo de los dioses actuados. Lograr como lo hizo, dotar a los personajes de roles protagónicos confrontados bajo el rito de la espada y los disparos, la propia simulación del acto de morir, la quejumbre historiada, el marco endeble de la soledad y esa búsqueda humana hacia la personificación de nuestras neurosis, el blanco de los despropósitos, que es identificar o escoger enemigos favoritos hasta tramar el crimen, le imprime a la obra una expectación grandiosa de novela negra, que conmueve e ilustra con ese final impresionante de la muerte equivocada e injusta. Pero es teatro. Tiene las serpentinas del bufón y el rigor del escriba que refleja en sus parlamentos la lámina oscura del alma humana. A veces me pregunto, cómo puede Cruz Durán insertarse dentro de una obra como “Obsesión en el 507” tutelando el clima de angustia de los personajes. Son alusiones tontas, confusiones, alucinaciones, las que incitan a la tragedia. El hecho de lograr en su obra que el desenlace del asesinato del profesor Homero Borges, muestre la injusticia del mismo y simultáneamente arranque las máscaras de seres alienados, de una sociedad chiflada, que gira en torno a fantasías y mitos, bajo un telar de fondo nervioso, donde no hay lugar para la reflexión, convierte esta obra en dramaturgia de calidad conceptual, sin retorcimientos, alegre y penosa en la percepción del carrusel iconográfico en escena.
Destacadas actuaciones de Yorlla Castillo como Lucrecia Taylor, en ascendente carrera teatral de consagración por la fluidez y caracterizaciones de su personaje, y de Fiora Cruz Carretero, como Blanche Borgia, expectante y sorprendente desempeño, con un lenguaje del cuerpo y de dominio escénico, sumergida en su personaje, que propicia una conversión de estrella en los escenarios del teatro dominicano. Mario Lebrón tiene una actuación formidable en su encomio y especificidad asumidos como el profesor Borges. No son casuales los nombres traspapelados, Taylor es una cumbre de la cinematografía, del patrimonio cultural cinematográfico como leyenda esmeralda de un ciclo, Borgia, es la cita histórica del poder y la perdición deslumbradora, Lucrecia es el aroma y la llama del oropel y el envanecimiento, Borges es el maestro de todos nosotros, Homero es el ángel tutelar ciego que traza la epopeya de dioses híbridos y heroicos. Los apellidos se entrecruzan, incitan la memoria cómplice del asombro, renuevan en el marco limitado de la cotidianidad el vuelo somero del talento. Por ello esta obra de Giovanny Cruz, usa el pasado como plataforma para sostener una nueva denuncia de la viscosa y fluctuante conducta humana condicionada por la cultura, por los remanentes de la luminotecnia y la mima de la vanidad temporal de los sueños.
Al salir de presenciar esta función, busqué en la noche alta un tiempo de realización estética frente a esta obra que me dejó impresionado, en estado de tracción, de encantamiento, porque Giovanny Cruz, detiene en ella el tiempo circular, como un mago medieval, subvierte en ella las coordenadas histriónicas de los valores aludidos, convoca el misterio y lo deshace, nos mantiene en vilo, como lo que es, un diestro gurú del teatro dominicano, a quien admiramos y queremos.