miércoles, 27 de noviembre de 2013

"Los parias del Caribe" y sus doce errores capitales


“Los parias del Caribe” y sus doce errores capitales


Una nota necesaria: Mi amigo El Gran Jabalí ha dado, intelectualmente, seguimiento a la "cuestión haitiana". Lo ha hecho analizando los socorridos "asuntos" sin deslizarse por la pendiente de un falso o desfazado nacionalismo, ni condimentando con odio sus opiniones. Por supuesto que escribe desde la posición de un dominicano que ama entrañablemente a nuestro país. Les dejo (sin su autorización) la última entrega de El Gran Jabalí, que sólo se distribuye entre un círculo de amigos que tienen categoría de elegidos.
 
Evitaré en lo posible el enfoque jurídico para no caer fuera de mi campo, pese a lo que el primer error que aflora en Los parias del Caribe es la contradicción obvia a la imposibilidad de apátridas consagrada en el texto constitucional haitiano. Del mismo modo, la inverosimilitud que intenta la imposible igualación de propósitos de las leyes raciales de Núremberg concebidas para extirpar la raza judía, con los de un reglamento jurídico de una nación mulata por demás reivindicada por sus históricos combates contra toda pretensión aria de predominio, inscribe el segundo error que asoma en el mismo.

Intriga pensar además, que por el hecho de reglamentar la condición de extranjería y de nacionalidad como lo hacen todos los países civilizados del planeta, sólo los dominicanos adquiriríamos la indeseada condición de parias; porque con la misma vara, casi todo el mundo debería serlo también por idéntica razón. De modo que la disección extravagante, produce aquí el tercer error en Los parias del Caribe. Y surge de inmediato el cuarto, porque denunciar la disidencia de criterios en el seno de un tribunal colegiado, lejos de resaltar un factor negativo, elogia su democrática madurez institucional.

De igual modo, la supuesta naturaleza hereditaria del delito, intentada también desde la exageración de una imposible igualación de efectos con los de la Inquisición católica de la Edad Media, deriva de confundir el proceso regulador con el propósito que lo determina.  Porque la sentencia no tipificó nuevos delitos ni nuevas penas, sino que recreó pertinencias constitucionales y legales preexistentes, propicias a la readecuación del ordenamiento migratorio.  De modo que la incapacidad de distinguir entre esas categorías, genera el quinto error en Los parias del Caribe.

Por su parte, la hipocresía que por circunstancias económicas habría imperado en la cuestión haitiana, no suplanta el deber ético del Estado de erradicarla aún mediante la tardanza de una acción responsable. Porque si rehenes fuéramos del temor de hipocresía, debería toda la anarquía planetaria permanecer incólume. De modo que no hay desmérito en hacerlo, sino todo lo contrario, por lo que la coerción argumentativa implícita, inscribe en este plano el sexto error en Los parias del Caribe.

En el tratamiento de la masacre del 37, surgen dos errores consecutivos. El primero, al negar la verdad histórica atribuyendo aquellos injustificados asesinatos a “masas” enardecidas de dominicanos nacionalistas, puesto que el apropiado uso de la lengua castellana invalida en tal caso la connotación de “masas”,  dando de ese modo lugar al séptimo error en Los parias del Caribe.  Y el siguiente, por la pretensión también imposible, de traspasar equivalentes valores morales y cívicos de aquel lamentable episodio, al campo jurídico que tan sólo procura ordenar el marco migratorio. De manera que el octavo error en Los parias del Caribe, se origina en su improcedente criterio de valoración ética.

Asimismo, la esperanza cifrada en las presiones internas e internacionales para librar al Caribe de una imaginaria injustica bárbara y flagrante del Estado dominicano por el hecho de regular la condición de extranjería en su territorio, refleja una evidente superficialidad en el conocimiento verdadero de la problemática abordada, sin que aquella esperanza muy personal pueda en consecuencia sintonizar con el anhelo colectivo de los dominicanos de hallar remedios certeros a las secuelas del drama en cuyo centro viven. De suerte que la insuficiencia analítica, da lugar aquí al noveno error en Los parias del Caribe.

La confusión en torno al período histórico que abarca la auditoría al Registro Civil, respecto al principio de retroactividad de las leyes, deriva de ignorar que no obstante, todo delito precede a su condena. El sistema norteamericano de justicia, por ejemplo, resuelve casos 20 y 30 años después, que al procesarlos e intentar corregir sus causas originarias sin entrar en consideraciones de tiempo, no lo hace en desacato al principio de retroactividad, sino evitando la sistematización de la impunidad amparada justamente en el tiempo. Por tanto, la falta de discernimiento distintivo de esas temporalidades, genera el décimo error en Los Parias del Caribe.

De igual modo, proclamar la idea de una adversidad para los haitianos semejante a la suerte corrida por los judíos diezmados bajo el asedio de las Leyes de Núremberg en los campos nazis de concentración, infunde la falaz percepción de idénticos motivos raciales para un exterminio masivo en nuestro país de la diáspora vecina de más de un millón de seres humanos, muchos de los cuales progresan en sus escuelas y universidades,  participan en sus principales sectores económicos y son todos atendidos en sus centros hospitalarios. La evidente intencionalidad de un paralogismo verdadero que ahí subyace, engendra el undécimo error en Los parias del Caribe.

Hago aquí ahora una digresión necesaria para sustentar el duodécimo error presente en Los parias del Caribe. En abril de 1844, el señor Saint Denis, cónsul francés en nuestro país, solicitó al presidente de entonces que el Estado dominicano asumiera una cuota proporcional de la deuda de 150 millones de francos, contraída por Haití con Francia a cambio del reconocimiento de su independencia. La petición fue por supuesto denegada, dejando en claro el presidente Santana que al Estado dominicano no le era vinculante tan bochornoso chantaje. Se sabe que todavía en 1848 tanto Francia como Haití se negaban por el rechazo a reconocer nuestra soberanía como Estado independiente. De modo que éramos víctimas de la doble coerción que como alternativa nos planteaba la amenaza de una nueva ocupación haitiana sin oposición de Francia.

Es sabido también, que tan oneroso compromiso tuvo su origen en la fuerza intimidatoria de un contingente de 14 buques de guerra fondeados en aguas de Puerto Príncipe, dispuestos a invadir el territorio haitiano si Boyer no consentía la impudicia francesa, saldada con el esfuerzo subsiguiente de 122 años de trabajo del pueblo haitiano y que en ocasiones llegó a consumir hasta el 80% de sus recursos anuales; un pasivo, por cuyo peso Haití intentó sin lograrlo, financiar mediante recargos impositivos extraordinarios a los dominicanos en tiempos de la ocupación a nuestro territorio.

Ante la gravedad actual del drama haitiano, me pregunto si sería justo que se olvidare aquel abuso cometido por Francia; y si la comunidad internacional que tan preocupada está por Haití, sobre todo sus aliados caribeños, está dispuesta a olvidar también, que si su gente recibiera hoy los 22 mil millones de dólares que representaría la erogación que por tal barbaridad realizara, otra sería su historia y su suerte. Me pregunto además, si la crueldad e inhumanidad de los belgas contra los congoleños, fue mayor en El sueño del celta, que las penurias por narrarse quizás en El insomnio del haitiano por tal iniquidad.

Y aquí regreso al tema central, tras haberse evidenciado que frente a la inmoral compulsión francesa contra la indefensión haitiana, la selectiva imputación de crueldad e inhumanidad lanzada sobre los jueces del alto tribunal, revela su duodécimo error capital. Y que la avalancha de acusaciones y condenas que pretenden hacer de nuestro país el responsable del ancestral drama humano causado por Francia, nos convierte además, en el chivo expiatorio verdadero innominado en Los parias del Caribe, intento de forzosa parcialidad por las subjetividades de su inacabada argumentación.

Lo que no pongo en duda, es el cariño profesado hacia nuestro país por el afamado creador de Los parias del Caribe, y me alegra que también lo sienta por nuestros empobrecidos vecinos haitianos. Por tal razón, apostaría que toda Latinoamérica se enorgullecería, si en concordancia con tales sentimientos, el autor pusiera todo el prestigio mundial del que goza, al servicio de una cruzada internacional que logre revertir la crueldad e inhumanidad de habérsele succionado al pueblo haitiano la savia de su desarrollo. Para que Francia se la retorne y pueda salir de su deplorable estado de miseria. Para que nuestro insigne Premio Nobel merezca también el de la Paz.

Hasta la próxima entrega. Recibe un cordial saludo de El Gran Jabalí.
Santo Domingo, 27 de noviembre de 2013