“Los parias del Caribe” y sus doce errores capitales
Una nota necesaria: Mi amigo El Gran Jabalí ha dado, intelectualmente, seguimiento a la "cuestión haitiana". Lo ha hecho analizando los socorridos "asuntos" sin deslizarse por la pendiente de un falso o desfazado nacionalismo, ni condimentando con odio sus opiniones. Por supuesto que escribe desde la posición de un dominicano que ama entrañablemente a nuestro país. Les dejo (sin su autorización) la última entrega de El Gran Jabalí, que sólo se distribuye entre un círculo de amigos que tienen categoría de elegidos.
Evitaré
en lo posible el enfoque jurídico para no caer fuera de mi campo, pese a lo que
el primer error que aflora en Los parias
del Caribe es la contradicción obvia a la imposibilidad de apátridas
consagrada en el texto constitucional haitiano. Del mismo modo, la
inverosimilitud que intenta la imposible igualación de propósitos de las leyes
raciales de Núremberg concebidas para extirpar la raza judía, con los de un
reglamento jurídico de una nación mulata por demás reivindicada por sus
históricos combates contra toda pretensión aria de predominio, inscribe el
segundo error que asoma en el mismo.
Intriga pensar además, que por el hecho
de reglamentar la condición de extranjería y de nacionalidad como lo hacen
todos los países civilizados del planeta, sólo los dominicanos adquiriríamos la
indeseada condición de parias; porque con la misma vara, casi todo el mundo
debería serlo también por idéntica razón. De modo que la disección
extravagante, produce aquí el tercer error en Los parias del Caribe. Y surge de inmediato el cuarto, porque
denunciar la disidencia de criterios en el seno de un tribunal colegiado, lejos
de resaltar un factor negativo, elogia su democrática madurez institucional.
De igual modo, la supuesta naturaleza
hereditaria del delito, intentada también desde la exageración de una imposible
igualación de efectos con los de la Inquisición católica de la Edad Media,
deriva de confundir el proceso regulador con el propósito que lo
determina. Porque la sentencia no
tipificó nuevos delitos ni nuevas penas, sino que recreó pertinencias
constitucionales y legales preexistentes, propicias a la readecuación del
ordenamiento migratorio. De modo que la
incapacidad de distinguir entre esas categorías, genera el quinto error en Los parias del Caribe.
Por su parte, la hipocresía que por
circunstancias económicas habría imperado en la cuestión haitiana, no suplanta
el deber ético del Estado de erradicarla aún mediante la tardanza de una acción
responsable. Porque si rehenes fuéramos del temor de hipocresía, debería toda
la anarquía planetaria permanecer incólume. De modo que no hay desmérito en
hacerlo, sino todo lo contrario, por lo que la coerción argumentativa
implícita, inscribe en este plano el sexto error en Los parias del Caribe.
En el tratamiento de la masacre del 37,
surgen dos errores consecutivos. El primero, al negar la verdad histórica
atribuyendo aquellos injustificados asesinatos a “masas” enardecidas de dominicanos nacionalistas, puesto que el
apropiado uso de la lengua castellana invalida en tal caso la connotación de “masas”,
dando de ese modo lugar al séptimo error en Los parias del Caribe. Y el
siguiente, por la pretensión también imposible, de traspasar equivalentes
valores morales y cívicos de aquel lamentable episodio, al campo jurídico que
tan sólo procura ordenar el marco migratorio. De manera que el octavo error en Los parias del Caribe, se origina en su
improcedente criterio de valoración ética.
Asimismo, la esperanza cifrada en las
presiones internas e internacionales para librar al Caribe de una imaginaria
injustica bárbara y flagrante del Estado dominicano por el hecho de regular la
condición de extranjería en su territorio, refleja una evidente superficialidad
en el conocimiento verdadero de la problemática abordada, sin que aquella
esperanza muy personal pueda en consecuencia sintonizar con el anhelo colectivo
de los dominicanos de hallar remedios certeros a las secuelas del drama en cuyo
centro viven. De suerte que la insuficiencia analítica, da lugar aquí al noveno
error en Los parias del Caribe.
La confusión en torno al período
histórico que abarca la auditoría al Registro Civil, respecto al principio de
retroactividad de las leyes, deriva de ignorar que no obstante, todo delito
precede a su condena. El sistema norteamericano de justicia, por ejemplo,
resuelve casos 20 y 30 años después, que al procesarlos e intentar corregir sus
causas originarias sin entrar en consideraciones de tiempo, no lo hace en
desacato al principio de retroactividad, sino evitando la sistematización de la
impunidad amparada justamente en el tiempo. Por tanto, la falta de
discernimiento distintivo de esas temporalidades, genera el décimo error en Los Parias del Caribe.
De igual modo, proclamar la idea de una
adversidad para los haitianos semejante a la suerte corrida por los judíos
diezmados bajo el asedio de las Leyes de Núremberg en los campos nazis de
concentración, infunde la falaz percepción de idénticos motivos raciales para
un exterminio masivo en nuestro país de la diáspora vecina de más de un millón
de seres humanos, muchos de los cuales progresan en sus escuelas y
universidades, participan en sus
principales sectores económicos y son todos atendidos en sus centros
hospitalarios. La evidente intencionalidad de un paralogismo verdadero que ahí
subyace, engendra el undécimo error en Los
parias del Caribe.
Hago aquí ahora una digresión necesaria
para sustentar el duodécimo error presente en Los parias del Caribe. En abril de 1844, el señor Saint Denis,
cónsul francés en nuestro país, solicitó al presidente de entonces que el
Estado dominicano asumiera una cuota proporcional de la deuda de 150 millones
de francos, contraída por Haití con Francia a cambio del reconocimiento de su
independencia. La petición fue por supuesto denegada, dejando en claro el
presidente Santana que al Estado dominicano no le era vinculante tan bochornoso
chantaje. Se sabe que todavía en 1848 tanto Francia como Haití se negaban por
el rechazo a reconocer nuestra soberanía como Estado independiente. De modo que
éramos víctimas de la doble coerción que como alternativa nos planteaba la
amenaza de una nueva ocupación haitiana sin oposición de Francia.
Es sabido también, que tan oneroso
compromiso tuvo su origen en la fuerza intimidatoria de un contingente de 14
buques de guerra fondeados en aguas de Puerto Príncipe, dispuestos a invadir el
territorio haitiano si Boyer no consentía la impudicia francesa, saldada con el
esfuerzo subsiguiente de 122 años de trabajo del pueblo haitiano y que en
ocasiones llegó a consumir hasta el 80% de sus recursos anuales; un pasivo, por
cuyo peso Haití intentó sin lograrlo, financiar mediante recargos impositivos
extraordinarios a los dominicanos en tiempos de la ocupación a nuestro
territorio.
Ante la gravedad actual del drama
haitiano, me pregunto si sería justo que se olvidare aquel abuso cometido por
Francia; y si la comunidad internacional que tan preocupada está por Haití,
sobre todo sus aliados caribeños, está dispuesta a olvidar también, que si su
gente recibiera hoy los 22 mil millones de dólares que representaría la
erogación que por tal barbaridad realizara, otra sería su historia y su suerte.
Me pregunto además, si la crueldad e inhumanidad de los belgas contra los
congoleños, fue mayor en El sueño del
celta, que las penurias por narrarse quizás en El insomnio del haitiano por tal iniquidad.
Y aquí regreso al tema central, tras
haberse evidenciado que frente a la inmoral compulsión francesa contra la indefensión
haitiana, la selectiva imputación de crueldad e inhumanidad lanzada sobre los
jueces del alto tribunal, revela su duodécimo error capital. Y que la avalancha
de acusaciones y condenas que pretenden hacer de nuestro país el responsable
del ancestral drama humano causado por Francia, nos convierte además, en el chivo
expiatorio verdadero innominado en Los
parias del Caribe, intento de forzosa parcialidad por las subjetividades de
su inacabada argumentación.
Lo que no pongo en duda, es el cariño
profesado hacia nuestro país por el afamado creador de Los parias del Caribe, y me alegra que también lo sienta por
nuestros empobrecidos vecinos haitianos. Por tal razón, apostaría que toda
Latinoamérica se enorgullecería, si en concordancia con tales sentimientos, el
autor pusiera todo el prestigio mundial del que goza, al servicio de una
cruzada internacional que logre revertir la crueldad e inhumanidad de habérsele
succionado al pueblo haitiano la savia de su desarrollo. Para que Francia se la
retorne y pueda salir de su deplorable estado de miseria. Para que nuestro
insigne Premio Nobel merezca también el de la Paz.
Hasta la próxima entrega. Recibe un cordial saludo de El Gran
Jabalí.
Santo Domingo, 27 de noviembre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario