“Le prénom” en escenario dominicano
Por Giovanny Cruz
Durán
Ciertamente se ha
presentado en varios países. Partiendo del texto hasta hicieron una película.
Pero nada de eso constituye una garantía de calidad literaria. En realidad es
un texto deficiente y cursi; que a pesar de lo pretencioso tiene errores
históricos y literarios. Sumamente reiterativo. Tanto, que llega a ser fastidioso.
En la dramaturgia,
casi siempre, el uso del narrador resulta ser un serio problema. Esto, porque el
Teatro es el Arte de la representación. Lo que se espera es que las acciones y el
argumento lleguen a través de los personajes. En los primeros diez minutos
de la obra, los autores de la misma (Matthiu Delaporte y Alexandre de la
Patelliere) abusan del efecto narrativo, algo que establecen como locución. La
presentación narrada de los personajes desconecta de la atmósfera escénica.
En el Teatro decimos que se narra cuando la falta de imaginación del autor no
encuentra soluciones para plantear su discurso.
Establecidos los
problemas estructurales del texto, pasemos a analizar la realización criolla de
esta obra presentada en la Sala Ravelo del Teatro Nacional.
He repetido hasta
el cansancio que un director no es un simple lector de libretos. Él es un ente creativo que debe transformar el texto literario en una verdad escénica. En este caso,
no ocurre así con la dirección de Antonio Melenciano. Por eso, las deficiencias
de la dramaturgia no son “cedaceadas” en el proceso direccional. Las actuaciones
lucieron peligrosamente desiguales. Igual ocurre con el “tempo” escénico.
Las luces estaban
correctas. En muchos casos hasta ingeniosas. La escenografía es convencional. El
cuadro del forillo, con una pintura de la torre Eiffel, nunca nos convence de
que la acción está ocurriendo en Paris.
Vicent es el personaje mejor perfilando en “Le prénom, el que
tiene “garras” para su interpretación. Pero no logra trascender en la
realización criolla. José Roberto Díaz, a quien recuerdo haber aplaudido por lo menos
en una ocasión, retorna a su estilo actoral encajonado, poco comprometido,
sumamente lineal y locutoril. A pesar de todas las posibilidades de su
personaje, desgraciadamente el actor se queda en la llamada “actuación de
pantalla”.
El caso más
preocupante es el de Gianni Paulino (Elisabeth). Ella es una aficionada urgida
de buenos entrenamientos como actriz, si desea destacarse en escenarios. Uno de
sus graves problemas es que no sabe “escuchar” en escena. Eso le impide tener correctas
reacciones ante las distintas situaciones de la obra. Elisabeth luce haberse construido
para su revelación final. Ocurre que Gianni no da el grado en el “destape” y
evidencia, ahí más que nunca, su amateurismo.
Su voz, sus movimientos y el manejo de las emociones están evidentemente
divorciados de lo que demanda su personaje.
Algo distinto
ocurre con Richard Douglas (Pierre). Su personaje es orgánico, creativo,
creíble y muy divertido. Douglas da una gran lección actoral de buena comedia.
Es común en nuestros escenarios que los actores impriman a sus creaciones el
estilo llamado astracán. Este actor, aunque en tres ocasiones vacila con el
texto, evita lo payasesco de las
comedias baratas y logra una muy natural interpretación. Mis aplausos.
Elisabeth Chahín (Anna)
es una grata revelación. Joven, bella y talentosa; de una
presencia teatral avasallante. Buena en el manejo de las inflexiones vocales. Mejor
manejo de las transiciones emocionales de su personaje; que es, desde el punto
de vista de la dramaturgia, el menos agraciado en la pieza. Nunca, en ningún
caso, pierde la concentración de la atención. Aplausos.
Pepe Sierra,
logra un más que aceptable Claude. Su amaneramiento es natural; aunque algunas
veces cae en el clisé. El manejo de su voz es correcto. En ocasiones luce
distante y frío. Pero su interpretación general logra que entendamos la
naturaleza interior del personaje.
Admitiendo que las
reseñas críticas no son absolutas, tengo la necesidad de recurrir al siempre
conveniente…
¡Telón!