sábado, 11 de diciembre de 2010

Un cuento sin la letra "E"


El buen y culto actor Mario Lebrón me envía una colaboración que me parece genial, simpática y curiosa al mismo tiempo. Se trata de una cuento del escritor español Enrique Jardiel Poncela en el cual no se utiliza la letra "E". Como ejercicio intenté hacer algo parecido suprimiendo una vocal y fracasé en varios intentos. Aquí les dejo el cuento y la motivación recibida. Les aseguro que van a disfrutar de tal ingenio.

Hoy se conoce muy poco sobre Enrique Jardiel Poncela, humorista español a quien conocí por mi padre, quien fue un lector apasionado de sus libros cuando estuvieron muy de moda en el mundo hispánico.
Mucho de su humor está hoy pasado de moda, pero mantienen vigencia muchas de sus genialidades como escritor. Algunas de sus obras de teatro fueron muy famosas y hasta llevadas al cine.
Máximas, frases, cuentos, historias noveladas, artículos, teatro... todo con maestría.
Como uno de sus logros más impresionantes, Jardiel escribió un cuento sin la letra "E" y otro sin la letra "A".

Parece algo imposible, las dos letras más usadas del español...
Bueno... disfruten esta genialidad. Les incluyo breve información biográfica tomada de Wickipedia.

Trata tu de narrar una historia sin la vocal E... sabrás cuan difícil propósito. Disfrútenlo... Eh?


Enrique Jardiel Poncela (* Madrid el 15 de octubre de 1901 – † Madrid el 18 de febrero de 1952) fue un escritor y dramaturgo español. Su obra, relacionada con el teatro del absurdo, se alejó del humor tradicional acercándose a otro más intelectual, inverosímil e ilógico, rompiendo así con el naturalismo tradicional imperante en el teatro español de la época. Esto le supuso ser atacado por una gran parte de la crítica de su tiempo, ya que su humor hería los espíritus más sensibles y abría un abanico de posibilidades cómicas que no siempre eran bien entendidas. A esto hay que sumar sus posteriores problemas con la censura franquista. Sin embargo, el paso de los años no ha hecho sino acrecentar su figura y sus obras siguen representándose en la actualidad, habiéndose rodado además numerosas películas basadas en ellas. Murió de cáncer, arruinado y en gran medida olvidado, a los 50 años.

 Un marido sin vocación
                                                                                                 de Enrique Jardiel Poncela
 
Un otoño —muchos años atrás— cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.
—¡Hay un matrimonio próximo, pollos! —advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al Casino y toparon con los camaradas más íntimos.
—¿Un matrimonio?
—Un matrimonio, sí —corroboró Ramón.
—¿Tuyo?
—Mío.
—¿Con una muchacha?
—¡Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?
—¿Y cuándo ocurrirá la cosa?
—Lo ignoro.
—¿Cómo?
—No conozco aún a la novia. Ahora voy a buscarla…
Y Ramón Camomila salió como una bala a buscar novia por la ciudad.
◊ ◊ ◊
A las dos horas conoció a Silvia, una chica algo rubia, algo baja, algo gorda, algo sosa, algo rica y algo idiota; hija única y suscriptora contumaz a La moda y la Casa (publicación para muchachas sin novio).
Y al año, todos los amigos fuimos a la boda. ¡La boda! ¡Bah!… Una boda como todas las bodas: galas blancas, azahar por todos lados, alfombras, música sacra, bimbas, sonrisas, codazos, almohadón para hincar las rodillas los novios y para hincar las rodillas los padrinos; lunch, sandwichs duros como un fiscal…
Al onzavo sandwich hubo una fuga súbita por la sacristía y un auto pasó raudo, y unos gritos brotaron:
—¡Adiós! ¡Adiós! ¡Vivan los novios! ¡Vivaaan!
Y los amigos cogimos otro sandwich —dozavo— y otra copita.
Y allí acabó la cosa.
◊ ◊ ◊
Mas, para Ramón Camomila, la cosa no había acabado allí…
Al contrario: allí daba principio.
Y al subir con su novia al auto fugitivo, vio claro, vio clarísimo: ni amaba a Silvia, ni notaba inclinación ninguna al matrimonio, ni sintió su alma con la vocación más mínima por construir un hogar dichoso.
—¡Soy un idiota! —murmuró Ramón—. No valgo para marido, y lo noto cuando ya soy ciudadano casado…
Y corroboró rabioso:
—¡Soy un idiota!
Silvia, arrinconada junto a Ramón, bajaba los ojos con rubor, y al bajar los ojos subía dos mil grados la rabia masculina.
—¡Dios mío! —gruñía Ramón mirándola—. ¡Casado! ¡Casado con una niña insulsa como unas natillas!… No hay ya salvación para mí…, ¡no la hay!
Incapaz para dominar su irritación, dirigió unas palabras durísimas a Silvia.
—¡Prohibido fingir rubor y mirar a la alfombra! —gritó.
.
Y Ramón añadió para su sayo, alumbrado por una brusca solución:
—Voy a lograr su odio. Voy a obligarla a suplicar un divorcio rápido. Poco valgo si no logro inspirarla asco con cuatro o cinco burradas a cual más disparatada…
Y tal solución tranquilizó mucho a su alma.
◊ ◊ ◊
Por lo pronto, al subir a la fotografía (visita clásica tras una boda), Ramón hizo la burrada inicial.
Un fotógrafo modoso y finísimo abordó a Ramón y a Silvia.
—Grupo nupcial, ¿no? —indagó.
—Sí —dijo Ramón.
Y añadió:
—Con una variación.
—¿Cuál?
—La sustitución más original vista hasta ahora… Novio por fotógrafo. Hoy hago yo la foto… ¡Viva la originalidad!
Y Ramón aproximó la máquina y advirtió al asombrado fotógrafo:
—¡Vamos! Coja por la mano a la novia y sonría con ilusión: La cara más alta… ¡Cuidado! ¡Así!… ¡Ya!
Ramón tiró la placa, y a continuación obligó al pago al fotógrafo; guardó los duros y salió con Silvia orondo y dichoso.
—¡Al auto! —mandó.
(Silvia ahora iba llorando)
—¡La cosa marcha! —susurró Ramón.
◊ ◊ ◊
Al otro día trasladaban sus organismos a Irún. (Lo clásico, asimismo, tras una boda.)
Ramón no quiso subir al vagón con Silvia.
—Yo viajo con los maquinistas —anunció—. Voy a la locomotora… ¡Hasta la vista!
Y subió a la locomotora, y ocupó su actividad ayudando a partir carbón. Al arribar a Irún había adquirido un magnífico color antracita.
· · ·
Ya allí, compró sus harapos a un sordomudo andrajoso, vistió los harapos y marchó a la fonda a buscar a Silvia.
Y tocado con las ropas andrajosas anduvo por Irún, acompañando a Silvia y cogido a su brazo mórbido y distinguido.
Nutrido público los miraba al pasar, asombrado.
Silvia sufría cada día más.
—¡La cosa marcha! ¡La cosa marcha! —murmuraba todavía Ramón. Pronto rogará Silvia un divorcio total. Sigamos las burradas. Sigamos con la droga antimatrimonial, multiplicando la dosis.
· · ·
Ramón vistió a continuación sus fracs más maravillosos, y al pisar un salón, un dancing u otro lugar público acompañado por Silvia, imitaba a los criados, y con un paño al brazo acudía solícito a todas las llamadas.
· · ·
Una mañana pintó sus párpados con barniz rojo.
◊ ◊ ◊
Por fin lo trasladaron al manicomio.
Y Ramón asistió a su propia dicha: su contrato matrimonial yacía roto y vivía imposibilitado para otra boda con otra Silvia…