viernes, 12 de noviembre de 2010

Soy adicto...



Soy adicto...

Me confieso adicto a la Alegría.
    Y al poema.
    Y a la palabra construida.
    Y a la palabra articulada.
           En fin: a la Palabra.

Aprendí con los griegos
a disfrutar la belleza atrapada en el cuerpo,
a escuchar la otra música que nació en el ditirambo
que un tal Arión, una mañana, comenzó a titular.
Aprendí con ellos a creer en utopías
y a descifrar códigos secretos en los ríos de Heráclito.

Aprendí en Roma
    —cuando era un romano—
a dejar que la idea naciera,
creciera
y deambulara por ahí.

Permití a las romanas bailarme desnudas
en las noches lúdicas,
licenciosas,
perniciosas.

Aprendí el Arte de Amar con el poeta Ovidio.
Cantarle al amor me lo enseñó el propio Paul Eluard.
Sin embargo,
a amar lo aprendí antes con Gibran,
que celebra siempre la cantidad de vocablos
que tenían los árabes para decir... Amor.
La Retórica la conocí por Séneca.
La rebeldía me viene de un muchacho nacido en Nazaret,
a quien indicaron una cruz como destino.
Miguel Ángel en una taberna quiso pintar mi cara.
Me negué porque estaba despeinado.

Las primeras danzas las bailé en el Congo
poseído, quizás, por una de sus diosas.
Pero el Verbo me llegó hace poco.
Hube de esperar que naciera Borges
que lo descubrió una vez en la lengua de los ciegos.
La copas primeras de vino
me las brindó Dante en sus cálidos infiernos.

El gusto por la casa
lo adquirí en el Orinoco
antes de llegar a las montañas del Sur.
La ternura es un legado de los eternos taínos.
Mis primeras canciones fueron areytos.
Y Yucahú Bagua Maorocoti el primero de mis dioses.
El asombro ocurrió en el sagrado mayohuacán,
en el redoblante español,
en la maraca taína,
en la guitarra andaluza,
en la marimba africana,
en el acordeón alemán
y en los cómplices espejos que devuelven
las furtivas miradas del Otro.

He tenido miedo de viajar a Venecia;
luego de su serena belleza no habría nada para disfrutar.
Tengo pendiente llegar hasta Marruecos,
a procurar una mano milagrosa en un solar de Casa Blanca
y con ella deshojar siete de sus rosas.

Whitman me convenció
que una hoja de hierba no es menos que una jornada laboral de las estrellas.”
Como adicto a la alegría
"Yo me celebro y yo mismo me canto,
y todo cuanto es mío también es tuyo,
porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te
pertenezca."

Hay quienes nacen con la música por dentro,
hay quienes nacen con la maldad adentro,
hay quienes nacen con la envidia dentro,
hay quienes nacen con la poesía adentro,
hay quienes nacen con el deseo adentro.
Soy un incurable que nació con la Alegría
en intrincados laberintos interiores.
La Alegría desbordada,
la bullanguera,
la festiva,
la cimbreante,
la saltarina,
la permanente,
la exorcisadora de tristuras,
la espantadora de demonios,
la que celebra las mañanas
y despide a la luna con dulces ademanes.

Una Alegría así es enfermiza
    —lo reconozco—,
contagiosa,
peligrosa,
y definitivamente adictiva.
    Aléjense de mi...
    no tengo cura.