viernes, 21 de noviembre de 2014

La cultura de "lo mío"

La cultura de “lo mío

No creo necesario repetir que soy un apasionado de los “diciembres”. Para mí duran desde el inicio de noviembre hasta mediado de enero. Nuestros realizadores cinematográficos prefieren esta mágica época, porque es cuando el sol menos “quema” los lentes de sus cámaras, dando una gramática visual de extraordinaria belleza.
Aquí disfrutamos hasta el clima de esta época. Aprovechamos el fresco para ponernos nuestros pulóveres y achacamos a un supuesto cambio de clima la gripe que suele atacar en este período.  Ja.
Pero no todo es perfecto en el milagroso diciembre. ¡No! También se desarrolla en él la cultura de  lo mío”. Que ya está absolutamente socializada y legislada. Ilustro con el ejemplo:
Un apreciado amigo me narró que en una ocasión un empresario italiano iniciaría aquí un proyecto de casi mil millones de dólares. Aquel proyecto tenía que ser refrendado en el congreso. Un día, mi amigo fue invitado por tres diputados  a un restaurante. En medio de la velada los congresistas le dijeron:
            —Ok. ¿Y lo nuestro?
Lo nuestro” es la socialización de “lo mío”.
Hace unos días decidí cocinar a mis hijas, y a sus agregados, un cochinillo al estilo de Segovia, para agradecerles su regalo de cuatro nuevos sombreros. No es fácil conseguir cochinillo en nuestro país. Los criadores prefieren engordarlos. ¿Recuerdan la expresión “la alcancía del pobre”? Pues ocurre que conseguí en Manoguayabo un par. Cuando regresaba a la casa, observo que detrás de mi camioneta viene en un motor un militar uniformado de negro haciéndome señas para que me detenga. No había cometido ninguna infracción, no creía ser sospechoso de crimen alguno, aunque deseo bastante a una especifica dama no la he violado aún, en estos días no le he mentado la madre a un funcionario y ahora le menciono la marx a los marxistas. Empero, a pesar de todos estos “no” me detuve. El hombre armado siempre tiene la razón. Preparé el discurso para negar de entrada cualquier acusación y me dispuse a pedir, con cara de buen actor, que me dieran un chance. 
            —¿En qué puedo servirle? No he hecho nada que justifique… soy actor. Hasta fui general… en una película… jajajaja. —comenté nervioso.
            —Usted no tiene ningún problema, don. Lo que quiero es que me de “lo mío” —me dijo el uniformado con cara indolente.
Luego de recordarle al tipo algunos atributos de su madre, arranqué como “la jonda del diablo”.
Con cara de cómplice desmonté la jofaina en la cual había colocado los cerditos y me dispuse a abrir la puerta principal de mi casa. Entonces, comienzo a escuchar un “Jefe, jefe”. Giro y me encuentro un recogedor de basura que me está mirando con una engañosa sonrisa.
             —Dígame, caballero.
            —Jefe, ¿tiene algo para mí? —me preguntó el individuo.
            —¿Algo? ¿Qué es… algo?
            —Adio… “lo mío”.
Luego de despedir al tipo sin “lo suyo”, me propuse  sazonar mis dos cochinillos. Ya los estaba entrando en la heladera cuando escucho unos insistentes toques en la puerta. Abro. En el dintel había un señor muy pequeño acompañado de un niño.
            —¡Soy el cartero! —me dijo el casi enano.
            —Y yo el artista —dije tratando inútilmente ser gracioso— ¿Me trajo usted alguna carta?
Resultaría raro que así fuera porque ya casi nadie usa ese medio para enviar misivas. Ahora las cosas ocurren por vía electrónica o por entrega especial.
            —No, doctor —me dijo el falso enano— vine a ver si ya me tiene “lo mío”.
No creo que mi mirada expresara mis pensamientos más que el formidable portazo que di en aquel momento.
Escucho el timbre del teléfono de la casa. Me apresuro a tomarlo porque prácticamente sólo mis familiares llaman a ese aparato. Era mi madre. Me pedía que bajara a la primera planta. Tenía una visita. Bajo y me encuentro con un joven correctamente vestido. Era la persona que leía nuestros contadores. Tenía en sus manos un sobrecito amarillo vacío. Pretendía que lo llenáramos con “lo mío”.  Lamenté no tener dos o tres kilovatios disponibles para introducirlos en su sobre.
Ya “lo mío” me había fastidiado el día. Retomé la lectura de la novela “Muerte entre líneas”, de Donna León, que días antes Tony y Grey Raful me habían obsequiado y me olvidé de los pedigüeños. Luego salí de la casa a procurar en el supermercado unas cervezas negras .Estando en Carrefour se me acercó un gordito…
            —¡Giovanny Cruz! ¡Usted es Giovanny Cruz! —me dijo.
Preparaba mi cara para fingir modestia cuando el tipo me preguntó:
            —¿No me recuerda?
No recordaba al individuo, pero le dije que sí y hasta me aventuré a preguntar por su familia.
            —Yo trabajaba en el aeropuerto  —recordé de pronto esa treta—. Ya no lo hago. Estoy desempleado y muy necesitado. Quisiera que me adelantara mi diciembre, “lo mío”. Hasta con un papeletazo de quinientos me conformo.
Salí del súper apresurado. No compraría nada. Blindaría las puertas de mi casa, no tomaría los teléfonos y mucho menos revisaría los correos en mi ordenador.  Pero no contaba con ciertas astucias.
            —¡Don Giovanny! ¡Don Giovanny! —me gritaba un joven vecino desde la calle— ¡Su perro fila está raro!
Bajo. El joven me dijo que le parecía raro ver Adler descansando. Pensé asesinar aquel joven.
            —Usted sabe, don Giovanny, que tenemos un asopado este fin de semana. Deme algo (¡“lo mío”!) de dinero para la fiesta.
Lo asesiné allí mismo. Y ahora huyo de la Justicia. Estoy escondido en un lugar secreto. Desde luego que me he llevado a “La Gata” (mi Mac) y mi internet móvil y he hecho una lista de amigos importantes que debo contactar.
Poderosos: Franklin Báez Brugal, Manolito García Arévalo, Felipe Vicini, Pepín Corripio; entre otros.
Influyentes: Tony Raful, Euclides Gutiérrez Félix, Gedeón Santos, Saúl Pimentel, Onorio Montás, José Rafael Lantigua y como cuarenta firmas más.
No los pienso importunar solicitando que me ayuden a evadir la Justicia. ¡No! Eso es fácil. Pienso gritarles en sus respectivas caras… ¡¡¡¡¡Denme “lo mío”!!!!!. ¡
¡Qué fastidio!


Telón.