lunes, 9 de abril de 2012

¿Pedir sólo perdón a los taínos?

¿Pedir sólo perdón a los taínos?
Por Giovanny Cruz Durán.

Yucahú Bagua Maórocoti (sección de pintura de Cristian Martínez)

Desde hace unos años hemos estado investigando con regularidad la Cultura y la Historia de los indígenas que poblaron nuestra isla, cuatrocientos años antes que naciera el Nazareno. Ha poco (hace unos tres años) concluímos una pieza teatral que hemos titulado “Rebelión y suplicio de Antígonamota” y un libro de poemas épicos (hace apenas una semana) que titulamos “Areyto: canto sagrado de la tierra y el cielo.”

En visita realizada al país en enero de 1979, el papa Juan Pablo II, y con la radical oposición del purpurado dominicano López Rodríguez, pidió perdón por el injustificado genocidio que, a nombre de la cruz y de la fe, produjeron los españoles que llegaron a “conocer” los indígenas del Caribe (taínos, ciguayos, macorices y caribes).

Sin embargo, este escritor y artista caribeño piensa que no basta con el perdón planteado (supongámoslo sincero) y solicitado.

El exterminio de la raza indígena en nuestras islas todavía duele y asombra a todo el mundo. Nada puede hacernos claramente comprender por qué se hizo.

Diversas teorías hoy son barajadas sobre los verdaderos propósitos del viaje de los españoles a estos territorios. Temas que tratamos en entregas anteriores a ésta:

Afirman, cada vez más investigadores, que no es cierta la versión de que Colón, y su cuadrilla, extraviaron la ruta hacia Oriente y terminaron varados por estos lares.
También hay quienes aseguran que Colón habría hurtado los mapas de la ruta y la idea del “descubrimiento” al protonauta español Alonso de Huelva. El cual, entonces, podría haberlo estado esperando en esta isla (esto explicaría por qué el Almirante no se asentó en Cuba cuando allá se presentó poco más de un mes antes de llegar a Haití o la Hispaniola). Dentro de esta misma versión existe la variable de que el lugar donde el supuesto genovés (de su nacionalidad nadie podría ya estar seguro) habría matado a de Huelva fue en alta mar o en el patio de su propia casa).
Otra versión de la “visita” de Colón aquí, decidida por el papa Inocencio VIII (que se dice podría haber sido el padre del Almirante y que murió meses antes de llegar éste al Nuevo Mundo, aunque en la tumba del papa escribieron, antes que ocurriera el descubrimiento, que él era el responsable de la hazaña:  “Novi orbis suo aevo inventi gloria”; que en español quiere decir: “Suya es la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo.”), era un viaje de pretensiones templarias.
Toma cuerpo esta versión del descubrimiento, dado el hecho que Colón había trazado una linea de puntos desde el puerto de salida hasta un lugar de aquí al cual nombró antes de llegar Monte de Cristo (mismo nombre y lugar de la actual provincia de Montecristi. ¿Coincidencia?)
Para muchos está muy claro sobre quienes, finalmente, auspiciaron y motivaron el proyecto colonizador de Colón. Por supuesto que la tesis que asegura la participación de los Iluminatis no se queda fuera del asunto.
Si barajáramos algunas de las versiones podríamos tener una, al menos una, discutible explicación del exterminio perpetrado en nuestra isla y de los mismos aprestos intentados en el restos del continente “visitado”.
Desde luego que todas estas disquisiciones no dejan de tener un alto grado de especulación. Lo aceptamos. Empero, el comportamiento y la cronología de los hechos comprometen el pensamiento de disímiles maneras.
No obstante, es indudable que para el genocidio perpetrado hubo un propósito. La provocación a los indígenas no estaba de ninguna manera justificada. Estos eran, por formación religiosa, gente que estaba obligada a ser bondadosa y hospitalaria. Lo fueron en demasía. Pero esto no era algo que los españoles, al parecer, pretendían ni deseaban. 
Cuando Caonabo ordena quemar al español Escobedo que se había introducido a hacer bellaquerías en su territorio, era porque estaba hastiado de las fechorías de los arijunas (extranjeros). Misma motivación tuvo el poderoso cacique cuando entre alaridos decretó el incendio del fuerte La Natividad.
No pocos caciques (Guacanagarix en un principio; y en varios momentos Mayobanex, Bohechío, Cotubanamá, Hatuey, Guarionex y Anacaona; entre otros) intentaron pactar con los akanis (enemigos) vestidos.
Después de Caonabo guerrear contra los españoles durante años (sin que pudiera ser por ellos vencido), el propio Guamiquina (Colón) envía a Ojeda a negociar una paz con el cacique. Éste acepta. Lo convencen, entonces, de presentarse sin sus guazábaras (guerreros) en la reunión de paz. Para poder apresarlo lo engañan haciéndoles creer que unos grilletes eran joyas que usaban los monarcas como él. Aún estando solo sentían temor ante el fiero cacique de Maguana, que era caribe antes de declararse taíno.
Cemí de algodón
Mediante otro engaño, Nicolas de Ovando (nuevecito en la isla), asegura que visitará de buenas maneras los territorios ya sometidos. Anacaona acepta recibirlo con fiestas y honores en la Yaguana. Engalana todos los yucayeques (poblados) del amplio territorio del cual, después de morir de angustia y desencanto su noble hermano Bohechío, era cacica. Invita para tan grande ocasión a los principales guamas (jefes) de los pueblos, a los nitahinos (nobles) y llena de sonrisas y flores los macutos (cestas) de los naborias (gente del pueblo) para recibir a sus invitados. Sin embargo, desde que Ovando tocó una cruz (¡siempre la cruz!) que portaba en el pecho, una trompeta ordenó la masacre en la Yaguana; en la cual no respetaron ni la vida de los guailí (niños muy pequeños).
Un hecho, uno entre cientos, nos cuenta muy bien lo que allí ocurrió: un grupo de doce nitahinos consiguió esconderse durante la masacre en un bohío. Los soldados españoles quemaron con ellos adentro el bohío, mientras les gritaban que eran los doce apóstoles del Caribe.
Una anécdota habla bien claro del rencor y el honor de los taínos: Sabiendo que era imposible seguir combatiendo a los arijunas (que nunca luchaban en buena lid) el bravo Hatuey tomó una canoa y remando llegó a Cuba. Al cabo de un tiempo lo atraparon, juzgaron y condenaron a la hoguera. Cuando esperaba tranquilo por la ejecución de su sentencia, un sacerdote español fue a proponerle que se convirtiera al cristianismo para que de esa manera fuera al cielo. El cacique preguntó que dónde iban los españoles al morir. El sacerdote respondió que al cielo. Hatuey dijo que no quería convertirse para no estar en el mismo lugar que esos malvados.
De todas formas estos son asuntos consumados y nada puede hacerse ahora a quienes los ejecutaron y ordenaron. 
Hay un hecho singular: mataron a la gente de este noble y bondadoso pueblo; pero una parte del legado cultural está presente. Más de lo que alguna gente pueda imaginar. Mucho más de quinientos vocablos de la lengua taína han sido rescatados (cada día se descubre alguno más).
Sobre este tópico, entre muchos otros, hemos conversado en varias ocasiones con los investigadores e historiadores Frank Moya Pons y Cristian Martinez. Y han visto completamente factible recuperar, mediante un trabajo serio de investigación y rescate, la lengua taína. El idioma sigue siendo el elemento principal de la cultura de un pueblo. Rescatar el de nuestros indígenas es un deber y una deuda que la Iglesia, España y nosotros tenemos seriamente que asumir. 
¡No dejen, por piedad y la Cultura, que sea absoluto el extermino perpetrado más de quinientos años atrás.
¿Quién se anima a poner el cascabel... en el idioma?

Concluímos esta entrega con un fragmento del primer poema, como muestra, del libro de  que os he hablado. Ojalá, como nosotros al escribirlo, puedan disfrutarlo.



Areyto I: de la flor y del oro

...y primero fue Lucuo

Casi todos los pueblos emergen de la noche
o de la muerte y sin saber.
Los taínos, en cambio, venimos con la ciencia,
con el fuego y por el Guey
          —luz eterna de todos nuestros días—
caminando alegres hacia las celestes cortes tureyguá
que es otra forma de nombrar la Vida.
El Primero en andar fue Lucuo, el solitario;
que se hizo viejo sin ningún contemporáneo;
pero cierto día llegaron cuatro hombres,
seguro adelantándose a una fila.
Esos cuatro que siguieron al Primero,
salidos de su propio ombligo, fueron:
Racumón, padre de todas las estrellas;
Savacú, hacedor de todas las lluvias;
Aquinaón, amo absoluto de los vientos
y Curumón, provocador de tempestades.
Cuando Lucuo se fue para siempre a la caverna
dejó su jardín con maíz, ñame y la yuca,
que hasta entre nosotros acabarse fueron 
los únicos alimentos de los hombres;
que hambre padecieron al no saber 
el jardín del Primero cultivar.

...el turno de Bayamanaco y los gemelos

Contaban los mayores que se han ido
que estando Bayamanaco, el más anciano de los dioses
           —el amo del fuego—
cocinando su casabi en el burén,
el único nombrado de los cuatro gemelos
          —Deminán Caracaracol—
pidió al anciano le enseñara fabricar su torta de yuca.
El dios Bayamanaco por Deminán interrumpido
disgustado se negó a compartir lo que sabía;
entonces Deminán en gran ingenio
el conocimiento y el fuego al anciano le robó.
El dios, ofendido, al Caracaracol atrevido,
lanzó una escupitajo en el centro de la espalda.
Dentro de esa saliva estaba una simiente,
que al tocar la espalda del gemelo
se convirtió en la jicotea que esparció 
la vida conocida por el mundo,
el fuego y todo lo que el anciano conocía;
se alojó, después, dentro de mujeres que crecieron
y fueron la simiente del dios multiplicada.