martes, 29 de junio de 2010

El "Café frío..." de Tony Raful.



 Nota: Tony Raful, recientemente elevado a miembro de la Real Academia de Lengua en nuestro país, es uno de nuestros más sólido y completo intelectual. Como ensayista quizás sea el más profundo y por su condición de gran poeta es, indudablemente, un taumaturgo de la palabra. Su enfoque de nuestra pieza "Un café frío en la calle El Conde", es una lección de crítica; (publicada hoy en el Listín Diario) que ante la voluntaria ausencia de críticas publicadas de Mariane de Tolentino, José Rafael Lantigua y Carlos Castro, es un bálsamo necesario para aquellos que aspiramos a dotar al teatro del marco teórico enaltecedor. Desgraciadamente esta crítica maestra del intelectual Raful es a una pieza del sucrito. Por eso temo que los malsanos de siempre (esos enemigos que peremnemente están presentes, como convenció Marguerite Yourcenar en su "Memoria de Adriano") asegurarán por ahí que digo esto por los elogiosos comentarios de Tony Raful a la obra que hemos escrito, producido, dirigido y presentado. El único mentis que puedo dar a la malquerencia que así se expresaría es la propia crítica, (confieso que algunas veces me ha sonrojado). Agradeciendo los elogiosos comentarios que he recibido de amigos como Rafael Villalona, Carlos Castro, Henry Mercedes, Claudio Rivera, Raúl Martin (diretor cubano), Carlota Carretero, Víctor Pinales, Mario Lebrón, Luis González Fabra, Lisette Selmam, Luis Manuel Aguiló y cientos de grandes personalidades nuestras; les invito a disfrutar la crítica de Tony.
Un café frío en la calle El Conde
                                                                             por Tonny Raful

 
Antoine Artaud creía que la imaginación era la realidad y que la realidad había que demolerla a través de lo que él llamaba el teatro de la crueldad. La representación de ese teatro tenía como objetivo desbordar toda consideración social de los valores consignados por los convencionalismos externos, provocar repulsión y lograr esa reacción sobre la base de los contrastes de contenido, articulando escenas de rechazo de lo manifestado como real, alterar la conciencia de los espectadores provocando en éstos expresiones  disfuncionales, asco por lo real y búsqueda a través de la imaginación de otros planos de realización vital. Artaud fue tan lejos como pudo y redactó “el teatro y su doble” donde revoluciona toda la tradición de la tragedia griega y le imprime a las corrientes de vanguardia del teatro moderno en la primera mitad del siglo XX un desafío conceptual y técnico. En gran medida Niestchez le transfirió filosóficamente el marco teórico en cuánta impugnación y búsqueda del sentido de lo heroico en las interioridades de la conciencia, pero Artaud prosiguió su propio camino en  una concertación misteriosa con una secta de indios mexicanos, los tarahumaras, que cientos de años antes que él estaban en disputa con la realidad, creando otra realidad, de la que no han salido jamás, inducida por el peyote y otras sustancias  o plantas alucinógenas.

Stanislavski, ese gran maestro ruso que transformó la actuación e introdujo la interactuación, la relación público-actor, la asunción de la representación del personaje como sentimiento vivo, como motivación personal, como fuente creativa, rompiendo con los moldes clásicos, no pretendió cambiar la realidad por la imaginación o diezmarla como rémora, sino abordarla como experiencia crítica. No hay ruptura  de planos en Stanislavski sino integración, el sujeto no es ajeno a la representación, vive como actor la realidad propuesta en la obra de teatro,  la incluye como  vida colectiva. He citado a Artaud como ejemplo de la negación absoluta de la realidad o de los fenómenos que integran la representación social; aunque víctima de la locura, éste endilgó siempre su demencia a un desvelamiento de la farsa de lo real como lógica convencional. Y he procurado en Stanislavski el molde de una integración de lo real emocional y creador que en su momento enriqueció el destino de la actuación.

Giovanni Cruz, probablemente el dramaturgo dominicano de mayor calidad y sentido creador de nuestros días, ha puesto en escena “Un café frío en la calle El Conde” durante la celebración del exitoso Festival de Teatro auspiciado por el Ministerio de  Cultura, evento dedicado al gran Rafael Villalona, una especie de actor fundacional de la implementación de métodos de renovación y cambio en el teatro dominicano, cuya estirpe humana alcanza valores paradigmáticos; y Danilo Taveras, teatrista de larga data, buen ser humano y de una vocación admirable al arte y la actuación. Cruz se ha propuesto no negar ni anular la realidad como se lo propuso Artaud, sino asumirla con destreza y espíritu crítico combativo, no procura en el teatro efectos de liberación del inconsciente para contrastar la escena  de lo representado como real, sino que denuncia con un manejo magistral todos los componentes que tipifican el orden social de lo vivido. Giovanni Cruz esta en desacuerdo con la realidad, pero no la niega sino que aspira a transformarla, poniendo en la conciencia del público el arma crítica de su desenmascaramiento, para él, no es lo real lo que  debe ser sustituido, sino la perversión de lo real, su injusticia, la manipulación social, la opresión humana. 

A diferencia de Artaud, Cruz usa los efectos especiales en el  teatro no para provocar vómitos, sino indignación; la repulsa en Artaud es fisiológica porque requiere romper todo nexo con la visual físico real. En Cruz la censura es selectiva, no sacrifica el consciente sino que lo activa, no huye hacia otras realidades virtuales o vegetativas sino que inclina el escalpelo y lo introduce en el cuerpo social para forjar valores de confrontación. Artaud emigra hacia la locura absoluta donde nadie lo podrá vencer, Cruz se posiciona en la conciencia como conquista y atributo significativo del desarrollo humano y social, y vuelca en la pantomima su visión cuestionadora logrando como Stanislavski integrarnos a nosotros, público heterogéneo, a un despertar crítico de rechazo a la alienación y el engaño.

“Un café frío en la calle El Conde”, muestra cómo el control de los medios de comunicación masiva, la dictadura mediática en una sociedad cualquiera, es capaz de transformar o cambiar a un ser humano en su contrario, cómo por un asomo casual que Camus llamaría absurdo, el personaje se ve envuelto en un drama que lo arrastra a representar todo lo que su propia vida niega; en la obra de Giovanni la burbuja mediática lo es todo, el ser humano, nada. Usando técnicas innovadoras, apelando a caracterizaciones notables, introduciendo el video, todo el andamiaje de sonidos y carteles, el miedo, la farsa. Una obra de calidad que es arte y resistencia, conciencia y mérito de un artista comprometido con su tiempo y la libertad.