jueves, 22 de octubre de 2009

Ángel Hache y la Reina Mab

 

Ángel Haché y El Velo de la Reina Mab
Por Sabino Torres


"Cada uno de los discursos concluye en el “yo” del artista que se lamenta de la imposibilidad de realizar su obra, siempre en lucha con el mundo, con la sociedad y consigo mismo"
Teresa Martín Tafarell


Recientemente tuve el honor de ser invitado a presenciar un documental que da cuenta del trabajo actoral, tanto en teatro como en cine, de uno de los mejores actores de todos los tiempos en la escena nacional. De lo acucioso, del rigor que imprime a todo lo que hace este artista plural, de la forma que va adquiriendo el carácter del personaje a representar, desde el trabajo de mesa hasta la puesta en escena. De las aportaciones al personaje, a partir de las experiencias previas, y su consecuente maduración. De la valía de la actuación de Ángel Haché por espacio de media centuria y más recientemente por su trabajo como director teatral asociado al grupo Teatro Orgánico nos hablan, en el susodicho trabajo, con palabras de profundo respeto y admiración sincera, cuatro de las primerísimas figuras de las tablas nacionales: Rafael Villalona, María Castillo, Augusto Feria y Delta Soto; todas ellas voces más autorizadas que la mía. Mas no es esa consabida virtud suya la que nos ocupa, el punto medular de esta reflexión consiste, más bien, en la necesidad de hacer una lectura atenta del final de su discurso fílmico, el cual cierra con una sentencia terrible “merde, beaucoup de merde1, expresión de realización prosódica imperativa, que desdice de la rancia tradición del teatro occidental que acuñó varios eufemismos permeados, en la generalidad de los casos, por la ironía, pero que siempre se los apreciaba en tono desiderativo.


A lo largo del documental, inserto en su corpus, hace aparición un personaje pletórico de exquisiteces, el que con un discurso propio se campea por los grandes géneros que nos ha legado la Grecia de Esquilo: la tragedia y la comedia. El personaje de marras es un mimo, y conforme avanzan las tramas: su trama, la del documental; va poniéndose y quitándose las máscaras, según acontezca que amerite(n) la(s) historia(s), hasta que al final, el desdoblamiento es tal que nuestro actor se apea de la máscara (sale de la(s) historia(s)) y nos quedamos con la singularidad de un personaje poliédrico de enésimas aristas: el sujeto biológico, resolviendo el conflicto a la mejor manera del genial Marcel Marceau de El fabricante de máscaras. Pero para apoderarnos un poco de las claves que nos permitan hacer de este ovillo algo inteligible; debemos abocarnos a la teoría de Henri Meschonnic, poeta, traductor y teórico francés que en su libro “Crisis del Signo: política del ritmo y teoría del lenguaje nos advierte que en un sujeto biológico (desterrada toda noción de individuo) cohabitan más de una docena de sujetos2, dentro de los cuales puede distinguir: el sujeto filosófico, el sujeto psicológico, el sujeto de la dominación de los otros, el sujeto de la felicidad, el sujeto del derecho, el sujeto de la historia, el sujeto de la lengua y el más importante para nosotros -el que nos concierne- el sujeto del arte.


La génesis de la expresión habrá que buscarla en una costumbre supersticiosa muy arraigada todavía, que ha gravitado en el teatro desde antaño. El origen es muy vidrioso, aún así nos prestamos a enumerar las versiones con que vox populi se ha contentado. La primera y más socorrida versión sustenta que antiguamente, en París, sólo podían asistir al teatro las personas de clase adinerada y que los mismos acudían al teatro en coches tirados por caballos, ergo si a la puerta del teatro se apreciaba gran cantidad de excremento, significaba que el teatro estaba lleno, lo que se traducía en tener éxito y su consiguiente beneficio económico. Otra versión, menos socorrida, pero más lógica por aquello de que “el dinero mueve al mundo”, afirma que el origen de la dichosa expresión está asociado a los artistas itinerantes de la Edad Media que se desplazaban en sus carromatos de pueblo en pueblo, si al llegar a uno veían en la entrada de éste mucha mierda, eso les hacía inferir que en el mismo se estaría celebrando una feria, un mercado y por esta razón entraban, presentaban su espectáculo y se marchaban, cuando el destino les cruzaba con otra caravana, entre ellos se deseaban mucha mierda al llegar al pueblo próximo. La tercera y última versión que tiene como escenario a Francia sugiere que el origen de la expresión está asociado a la obra Ubú Rey, representada en París en 1896, en el Théâtre de L´Oeuvre. Representación que escandalizó a la sociedad de entonces y cuyo estreno fue suspendido varias veces por los abucheos de los que se sentían ofendidos; ya que la obra está plagada de un cúmulo de improperios, de hecho la misma comienza con un enfático ¡Mierda!.


Habré de hacer constar que sólo las expresiones (merde; merde, merde), son originarias del país galo; no así la superstición misma y el hecho de utilizar una fórmula eufemística que se despoja de todo tipo de denotación para connotar desiderativamente lo contrario de lo que pronuncia. Así la expresión inglesa “break a leg”, equivalente del artificio francés, tiene su origen a principio del siglo XVII en Inglaterra. Si la representación complacía al público, éste lanzaba al escenario monedas a manera de propina, por lo que se deduce que los actores se arrodillaban para recogerlas. Cuanto más dinero arrojaban más tenían que flexionar sus rodillas y por eso entre ellos se deseaban antes de salir a escena que se le rompiera una pierna. Recuerdo que en el film biográfico Chaplin de Sir Richard Attenborough, hay una escena en que Geraldine Chaplin (hija de Charles Spencer Chaplin) interpretando a su abuela, como actriz de un teatro de variedades londinense, no logra conectar con el público que se siente decepcionado y comienza a arrojarle todo tipo de cosas. En esta situación, Charles, que a la sazón no contaba con más de 6 años; sale a escena, armado sólo con la gracia propia de su tierna edad y la predestinación con que el destino lo había signado, divierte al público que complacido le arroja monedas en señal de aprobación. Traigo a colación este pasaje porque es un ejemplo fidedigno y está ampliamente documentado como la muestra primigenia de lo que más tarde se convertiría en el más afecto de todos los vagabundos: Charlot.


De momento, el atento lector se preguntará ¿A qué viene todo esto? Por mi parte debo decir que muy lejos de tomar al texto como pretexto, hemos esgrimido algunas consideraciones y comentado unas que otras notas curiosas, a los fines de poder encontrar las puntas del ovillo y amarrar este discurso que precede, al título que motiva estas líneas, a saber: Ángel Haché y el Velo de la Reina Mab.


En El Velo de la Reina Mab3, Rubén Darío (o mejor, el sujeto del arte y en éste, el sujeto de la escritura) nos presenta un cuadro en que la reina Mab escucha las lamentaciones de cuatro hombres no conformes con el reparto que habían hecho las hadas entre los mortales. A cada uno le había tocado por suerte: una cantera, el iris, el ritmo y el cielo azul. Se quejaba el escultor de su pequeñez para alcanzar sus sueños de belleza ideal, cuyo modelo se había fijado en Fidias. El pintor reconocía haber pasado por todas las escuelas, y lamentábase a su vez de la imposibilidad de vivir de la pintura, hasta el punto que había considerado pintar “el cuadro que llevaba dentro”. El músico era conocedor de todas las sinfonías, desde “las liras de Terpandro hasta las fantasías orquestales de Wagner”, aún así sólo veía como destino la celda del manicomio y, por último el poeta que se regodeaba entre los secretos del verso, buscaba el ritmo ascendente hacia la luz, pero le abrumaba el hambre y la miseria. Entonces la reina Mab tomó su velo azul, el velo de los sueños que hace ver la vida color de rosa y envolvió a los hombres. Los cuales dejaron “de estar tristes porque penetró en su pecho la esperanza, y en su cabeza el sol alegre, con el diablillo de la vanidad, que consuela en sus profundas decepciones a los pobres artistas”. El desánimo, la incomprensión, la angustia, la desesperación, son los sentimientos que predominan en estos discursos; todos sienten el desaliento del artista marginado, no valorado por la sociedad. Y qué otra cosa, sino ésta, ha pasado con nuestro Ángel Haché, quien ha tenido que darse a la tarea de escribir el guión, musicalizar, dirigir, y producir un documental que habla de sí mismo. ¿Acaso no están llamados otros sujetos a realizar esta tarea? ¿Dónde estaba el sujeto de la dominación de los otros? ¿Dónde estaba el sujeto del conocimiento de las cosas? Muy a pesar de ellos, tenemos en este digno documental la justa valoración de ese primerísimo actor que nos despide con un desmitificado merde, beaucoup de merde.


Gracias a Ángel, por habernos regalado la exquisitez hecha mimo. Gracias por, en vez de desearnos mucha suerte, habernos mandado a todos ¡a la mierda!










Ángel Haché (2)



ÁNGEL HACHÉ
Por Augusto Feria


Durante 1962 y parte del ’63, una de mis rutinas era sintonizar “Radio Santo Domingo TV los domingos a las 8:00 PM. No podía perderme el refrescante programa “Cita con la Juventud”. En él trabajaba un joven actor que era uno de mis favoritos: Ángel Haché.


Como me llamaba la atención el teatro, cada vez que me enteraba de alguna presentación buscaba la manera de ir a verla. El “Grupo Artístico Cita con la Juventud” presentó “Abajo los Curas” de Freddy Ginebra, en el Colegio De la Salle donde estudiaba. Allí pude volver a admirar aquel actor delgaducho, con la cara llena de cicatrices causadas por el acné, que se destacaba con esa incipiente fuerza interior. Luego fui espectador de “En la Ardiente Oscuridad” de Antonio Buero Vallejo dirigida por Luis José Germán (Niní). La calidad del equipo esta vez era obvia, una dirección profesional, unos actores con mejores posibilidades, un nuevo grupo: “La Máscara”. Ese día, el espectáculo, las actuaciones, marcaron mi inclinación; la trocaron en algo más palmario.


Finalmente lo conocí de manera personal en la vanguardia del movimiento teatral, de él fue la idea de “Casa de Teatro”, la comunicó al director teatral Rafael Villalona, otro visionario sin faltriquera de dónde echar manos; luego aparecería Freddy Ginebra, quién saltó al vacío, endeudándose hasta el cuello. Así se inauguran en 1974, “Casa de Teatro” y nuestra primera pugna escénica; salimos bien librados, frente a las duras exigencias de Villalona, quien contribuyó purificando la alquimia que apenas nacía entre los dos. A partir de ese momento, los encontronazos se repetirían por años.


En 1980, trabajamos en “La Cruz de Tiza” una de las obras breves de “Terror y Miserias del III Reich” de Bertoldo Brecht, como la dirección respondía a otra escuela de actuación, como polos contrarios de un imán formamos un equipo; nuestro trabajo en la búsqueda de los objetivos, las condiciones dadas, el necio ejercicio de hallar dentro del texto su verdad, la investigación histórica, incluso más allá de los ensayos, imponiéndonos tareas fuera del propio entorno, dieron sus resultados: “…no hay duda de que la yuxta entre el soldado alemán… y la impotente ironía del obrero – Ángel Haché – comunicó a la escena los acentos de mayor dramatismo.”


De nuevo con Rafael Villalona en 1993, en “La Secreta Obscenidad de Cada Día” de Marco Antonio de la Parra. Esta vez la experiencia fue todavía más completa, habida cuenta de que contábamos con un director acucioso, de claros objetivos, que maneja los hilos de su profesión a la perfección, quien permite la unificación de criterios, donde los modos de ver se discuten, para obtener resultados acabados: “… Juntos… forman un espectáculo delicioso, una pareja que aúna patetismo y dramatismo, ironía, nostalgia y ácido humor”. “…Y Sigmund - Ángel Haché sorprende tal vez aun más. Aclaremos que no se trata de una comparación cualitativa entre dos interpretaciones excelentes. Es que asistimos a una auténtica metamorfosis, a la (re) presentación de un personaje antítesis de su intérprete… que lo hace tan verosímil”. (Marianne Tolentino) Pudimos manejar nuestros personajes, moldeándolos a la perfección, escrutándonos, para ver que había de nosotros que encajara con ellos, entrelazando nuestros caracteres…. Él se siente orgulloso de haber podido cantar un pequeño dúo a capela. Este actor que no entona nada, quién había tenido que abandonar varios papeles importantes por ésta dificultad, ese breve momento, es para él estelar.


En el 2006 presentamos “Un Enemigo del Pueblo” de Enrique Ibsen, una experiencia totalmente nueva en nuestra relación, donde conozco a un Ángel, esta vez director y actor, colérico, airado – le decía el Gugu Furioso – donde la impotencia, lo lleva a explotar constantemente, cuando ve la falta de apoyo hacia nuestra profesión, desde los sectores oficial y privado, incluso hasta la mano solidaria de amigos; cuando tiene que lidiar con actores nóveles que difieren en grado de preparación, talento, disciplina, cultura. Donde el de mayor posibilidades, cambia su pobreza de espíritu, por señales visibles de que se le habían subido los desperdicios a la cabeza, sin comprender el método, buscando encontrar el camino hacia la interpretación correcta, por los vericuetos más disparatados y ajenos; que en lugar de ser humilde, ordenado, es irrespetuoso, arrogante; luego de un nuevo percance, ¡en escena delante del público! Ángel cortó por lo sano. Adaptó el texto en cuestión de horas, sacando del reparto al presuntuoso actor, ¡borró el personaje! Como el público no se entera de lo que pasa en escena, los resultados fueron los esperados: “Un Enemigo del Pueblo” es una obra de teatro bien hecha, por su composición dramática y su planteamiento dialéctico entre la razón y la fuerza, la honestidad y la hipocresía. Trasciende en el tiempo y se convierte en un clásico, sus postulados son tan válidos hoy como ayer…. Haché asume en su ánimo el estado del personaje, adoptando gestos, movimientos y entonación que convencen, como convencido está de su verdad, la defiende hasta las últimas consecuencias”. (Carrmen Herdedia)


Puedo hablar eternamente de este artista profesional, disciplinado, talentoso… pero quisiera decir algunas cosas del hombre: serio, de una sola pieza,… una sola mujer; sobrio, terco; turco, cuadrado, difícil de doblegar, necio unas veces, otras, impertinente. Defiende sus ideas con pasión, con estoicismo. Por su actitud indomable, ha tenido varios inconvenientes con políticos de todos los colores y de todos los tiempos, quizás el más notorio por el resultado, fue la encerrona que le armó un ejecutivo cultural. Llevándole como si fuese al patíbulo; la habitación llena de gente, por aquello del bulto, él flamante, estoico, erecto, rodeado de escoberos, pletórico de altanería y macroglosia politiquera; para terminar demacrado, queriéndose ir a los puños, por la férrea actitud de un ángel impoluto.


Me ha enseñado mucho, con su filosofía de vida. Hace poco lo llamé por teléfono, Elsa me dijo que estaban pasando por un momento muy difícil, a poco, en medio de un caos y traspasos de mano, lo escuché decir con jipíos, llorando a mares, que había muerto esa mañana,… su gatico…. En otros tiempos, se me habrían abierto los esfínteres de la risa. Como artista, con todo se interrelaciona, lo estudia profundamente, hasta conocer lo más mínimo, lograr ser el alma gemela. ¡Ha conseguido ser el hombre de Vitrubio!.... He intentado seguirlo, aunque confieso que no he podido acercarme. Por ejemplo, he tratado de comunicarme con los animales como él lo hace, lo he logrado a medias, a mi perro cuando le hablo, ya me entiende perfectamente, me obedece, hace lo que le digo, ¡pero no he podido conseguir lo que Ángel Haché ya ha logrado!, puesto que cuando el perro me habla a mí… ¡les puedo jurar, que yo no lo entiendo nada!

Sobre Ángel Haché



Algunas palabras sobre “Ángel Haché en escena”
Iván García Guerra


Ángel Haché es Ángel Haché.
Y ahora mismo, con tal escueto, enigmático, perogrullesco y hasta tonto inicio, podría yo finalizar mi intervención en la amable trascendencia de esta noche.
Y es que es así: ¡él es él!
No recuerdo haber conocido materia tan inquietante en marco tan magro, y dudo que en lo que me queda por vivir encuentre nada parecido.
Es tozudo, obstinado, porfiado, tenaz, pertinaz, terco, testarudo; mas nunca resultará caprichoso si valoramos la razón de su empecinamiento. En su siempre frágil cuerpo esa reciedumbre de roca tiene una razón de ser: integridad; una virtud en peligro de extinción en nuestro país y, sí, en el resto del mundo; en nuestros tiempos y espero que no en los que vendrán.
Esta característica que quizás es lo más importante en su ya bastante larga biografía, sin quizás, es lo que más escozor puede producir en mucha gente.
Independientemente de certezas o no, defiende lo que cree, y lo hace con cierta firme inocencia que parece no aceptar opiniones. Y esa virtud, que alguien puede pensar defecto, la hemos comprobado en pocas personas: en un Duarte, en un Bosch, en… bueno, en ejemplos que de ser practicados, o al menos respetados, nos darían una perspectiva redondamente beneficiosa como sociedad y como nación; como parte de una humanidad que necesita mejorarse.
Por eso lo de la irritante desazón epidérmica. Porque, cuando se presenta un parámetro de difícil seguimiento, instintivamente es repudiado el inalcanzable modelo y es éste odiado, y hasta se trata por todos los medios de mancillarlo con poco creíbles pero insistentes falacias.
Mas, aunque en algún momento puede que esto le haya preocupado o molestado, estoy convencido de que, en caso de ser así, el asunto no le quitó minutos o apenas segundos a su tranquilo dormir o a su estar despierto y vigilante.
¡Qué alivio!... Siempre es remuneratorio actuar bien, y él lo ha hecho.
Puede que por eso éste nuestro Ángel no sea todo lo popular que debería ser; pero, afortunadamente, en cambio, es medularmente amado por los que hemos tenido la oportunidad de acompañarlo y comprenderlo.
Soy uno de ellos.
Somos hermanos en lo profundo de nuestras emociones. Y esto lo comprobé un tanto al leer el conciso prólogo de Augusto Feria, cuando habla de las lágrimas por la muerte de un gato, inexplicables para él. Se sorprende el sincero prologuista de que nuestro amigo llorara; pero yo quien, de paso, fui quien le regaló el hermoso animalito, he llorado no una, muchas veces, por la ausencia nunca completamente aceptada de esos hijos de cuatro patas con los cuales los dos logramos entendernos.
Y no sólo por eso: aunque a veces más estudiadamente diplomático, también yo padezco o disfruto de la obstinación por esos compromisos que nosotros mismos nos adjudicamos, e igualmente he ganado el provecho de no ser aprobado por los otros, los muchos otros.
Además, trabajamos varias veces juntos en tablas y frente a cámaras.
Compartimos la palpitante experiencia de “Marat Sade” cuando yo era el titular del “Teatro de Bellas Artes”.
Es uno de mis recuerdos confortablemente perdurables haber estado a su lado en la verdadera inauguración de Casa de Teatro cuando, dirigidos por Rafael Villalona, yo como el pirata Tifis, actué junto al prologuista Augusto que representaba el dentista, y con nuestro héroe de hoy como el burrero en “El Proceso por la Sombra de un Burro”, lírica y música míos.
Entre otras cosas, todavía queda por ahí un video con Delta Soto, él y yo, en “Pedido de Mano” de Anton Tchejov. ¡Qué acertada belleza!...
Y varios más.
Entonces y siempre, Ángel es alguien con quien, si amas tu trabajo, te sientes dulcemente bien compartiéndolo.
Quiso ser artista plástico, y lo es. Quiso ser hombre de teatro y lo es. Certera y verticalmente en ambos casos. Apartado en todo momento de modas o de búsquedas fáciles y bastardos favoritismos. Basta con ver uno de sus dibujos, o de conmoverse con su presencia escénica en una de sus meticulosas actuaciones para darse cuenta de que se está siendo testigo de algo auténtico, orgánico, irrepetible, ¡magistral!
Y la historia de esos logros y de su vida pública y hasta privada aparece en este libro escrito por Marianne de Tolentino, brillantemente como ella acostumbra.
Su auténtica actitud ante el arte resulta magníficamente descrita en sus páginas, es reforzada gracias a una serie de fotos a color que aparecen concienzudamente de tanto en tanto como jalones, en las cuales el rostro, desde una lejana inexpresividad de mimo, se va transformando en un ser humano el cual, pasando por expresiones de dolor o rabia, acaba desnudándose, regalándonos una amistosa y calmada, limpia y auténtica sonrisa de ser humano completo.
Eso es el “él” al que me referí al principio.
Resumiendo un tanto para poder terminar, Ángel Haché es excelente artista de la plástica y la escena y la pantalla, y por tanto, no cabe duda, resulta merecedor de una publicación de altura como ésta que hoy se pone en circulación. En esta objetiva y hermosa obra se alcanza a informar justamente su estatura, de manera fluida y amena.
Por otro lado, no puedo dejar pasar la ocasión sin comunicar mi opinión de que son especialmente importantes las publicaciones relacionadas con las artes escénicas, sus técnicas y cultores, ya que la bibliografía de ese renglón en la República Dominicana se acerca tristemente a la ausencia, y nuestro pueblo necesita conocer a sus grandes hombres, sin importar la actividad en que se destaquen.
Aplaudo en consecuencia la consideración y el aporte del Banco Central de la República Dominicana.
Y retribuyo la deferencia en nombre de Ángel, de Marianne, de Augusto, de Elsa (la compañera de siempre), y, sí, por qué no del mío también, al Gobernador de esta institución, Héctor Valdez Albizu, y al oculto factor José Alcántara Almánzar poro haber hecho justicia con un dominicano que lo merece.
Muchas gracias y buenas noches.