martes, 29 de mayo de 2012

EL FOLKLORE NO MUERE, SE TRANSFORMA

EL FOLKLORE NO MUERE, SE TRANSFORMA

 Por Dagoberto Tejeda Ortiz
Sociólogo

 
El investigador dominicano Moisés Vargas, ha abierto un gran caldero de grillos, dejó de par en par la puerta de un departamento del infierno donde se alojaban demonios dominicanos y desató vientos huracanados que se están originando dentro de nuestro pedazo de isla. El huracán principal, el de mayor fuerza moral e intelectual, lo ha constituido mi entrañable amigo, el nunca suficientemente admirado y aplaudido Dagoberto Tejeda Ortiz. La Pasión Cultura publica hoy un artículo aplastante del querido Dago sobre los tópicos por Moisés cuestionados. Recomiendo amarrarse en sus sillas para leerlo, porque son desbastadores los vientos  que impulsan las palabras de Dagoberto. Como es habitual aclaramos que los gráficos lo hemos colocado nosotros. ¿Se ataron bien? Pues comiencen a leer.


El señor Moisés Vargas expresó en una reciente entrevista a un diario local: “El folclor dominicano murió y vengo a hacerle una misa de cuerpo presente, enterrarlo en una caja de muerto para luego ver como lo resucitamos”. Lo más “anticientífico” es afirmar que el folklore ha muerto, porque elimina su dimensión dialéctica, su dinámica de cambio, que su característica fundamental. El folklore nunca muere, se transforma. Además los folklorologos, los estudiosos de folklore, en caso de que fuera así, no lo pueden “resucitar” porque ellos no hacen folklore, solo el pueblo puede hacerlo.

Agregó en su entrevista, que en el país el folklore murió “porque aquí nada de lo que se está haciendo es folclor, lo que se está haciendo es cultura popular y lo popular no es folklore”. Es desconcertante esta visión desfasada de Moisés porque lo “popular” desde que fue inventado el término “folk-lore” en Inglaterra por William John Thoms en 1846, ha sido una variable fundamental de esta rama de la Antropología que se ha mantenido en todas las clasificaciones propuestas hasta hoy y no comprendemos esta afirmación cuando él dice que estudió en Cleveland State University, porque las propuestas criticas más objetivas a las teorías tradicionales sobre el folklore se han venido haciendo en Estados Unidos desde la década de los sesenta, donde se plantea exactamente todo lo contrario de lo que él dice, ya que el folklore es cultura popular.

Aquí se creen que el folclor dominicano son las máscaras de diablo cojuelo y los carnavales. Eso no es folklore, eso son expresiones populares y lo popular no es folclórico”, reafirmando su conceptualización anterior. No sabemos de dónde sale esta conclusión, ya que en su entrevista él no define lo que entiende por folklore y reiteramos nuestro asombro de diferenciar y discriminar lo popular de lo folklórico, variable para nosotros imprescindible en la caracterización del hecho folklórico ya que solo el pueblo es el creador y el protagonista del folklore.

En la entrevista se afirma que “Vargas dice conocer los grupos de baile folclórico del país y asegura que sólo tres están haciendo un trabajo “aceptable”. A su juicio son el Teatro Popular Danzante que dirige Senia Rodríguez, el grupo Sangre Mulata y el Ballet Folklórico de Santiago. Primero es una afirmación irrespectuosa y demuestra un profundo desconocimiento de Moisés sobre el trabajo de los grupos de proyección folklórica a nivel nacional. En un análisis objetivo y justo, no se puede ignorar, por ejemplo, el trabajo serio de años de Reyes Moore en Cotuí, de Rafael Armanzar en Santiago, de Chombolo con el Ballet Folklórico Casandra Damirón, en Barahona y mucho menos, el legado del maestro José Castillo Méndez, el investigador más acucioso e importante de los bailes folklóricos dominicanos, con su Ballet Folklórico de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Finalmente, Moisés expresó que aquí “no se está investigando folclor” y que a pesar de los años que ha vivido fuera no se ha desactualizado “porque con la tecnología uno está tan presente como cualquiera”. Lamentamos estos juicios que exhiben una exuberancia de desconocimiento de la investigación de la cultura popular y si él quiere del folklore en el país, porque en los últimos años han habido la mayor producción de investigaciones científicas en la historia del país. Moisés, no se con cuales medios de comunicación, con que “tecnología” en tu ausencia ha obtenido las informaciones para mantenerse actualizado sobre la producción folklórica en el país, cuando él sabe que en el estudio y en el conocimiento del folklore lo fundamental no es sola la documentación sino la vivencia, la observación-participante y eso es imposible conseguirlo desde afuera.

De todas maneras, sus afirmaciones y conclusiones son importantes para abrir el debate frontal sobre estos temas. La Dirección de Cultura de la UASD que dirijo en este momento, organizará próximamente un conversatorio para que discutamos estos temas. ¡Espero que Moisés esté presente!






viernes, 25 de mayo de 2012

Un escritor sin límites


Un escritor sin límites
Por Federico Reyes Heroles  | Para LA NACION


Nota: Mi apreciado amigo y poeta Basilio Belliard, ha tenido la gentileza de enviarme un artículo del escritor y analista político mexicano Federico Reyes Heroles, que es una despedida literaria a Carlos Fuentes. Publicamos el artículo en esta La Pasión Cultural con el estilo y gráficos acostumbrados.

Decía Alexis de Tocqueville que la fortaleza de una nación radica en la solidez de sus recuerdos y el poderío de sus sueños. Pero el recuerdo y los sueños de una nación se tienen que plasmar en palabras. Sólo la palabra permite reconocernos, compartir, ser en lo individual y en lo colectivo. Pero la palabra no cae de un árbol como fruto gracioso. La palabra necesita de ingenieros que consoliden los cimientos, de arquitectos que imaginen una forma y, quizá lo más difícil de encontrar, de un alma que sienta por sí misma y por los demás.

Cruzábamos el Atlántico en un buque allá por los años 60. "Mira allí está Carlos Fuentes, vamos a saludarlo", dijo mi madre. Yo era un niño. Se conocían desde muy jóvenes del Servicio Exterior. Husmeaba en la biblioteca del barco cuando lo interrumpimos. Fue afable, vestía jeans, me pareció gozoso. "Es un gran escritor", fue la única explicación que recibí. Escritor pensé, qué misterio. Con los años comprendí que el quehacer de un escritor era ampliar el alma para sentir más y mejor y poder poner esos sentimientos en negro sobre blanco, atraparlos en palabras. El referente del escritor era Fuentes.

De Quetzalcóatl a Pepsicóatl, escribió Fuentes -de cuya muerte acaba de cumplirse una semana- en un libro tan arbitrario como brillante, Tiempo mexicano . Pero ¿a quién se le ocurre algo así? A Fuentes, que atrapó la tensión entre las tradiciones y la modernidad. Además, en el título mismo de la obra delataba una de sus grandes obsesiones: el Tiempo, con mayúscula, no el que miden las agujas de un reloj -¡qué fácil sería!- sino el otro, el subjetivo, el de Kant, en el cual una mirada, un minuto puede transformar una vida, y un siglo, ser un interminable pasmo.

"Tus dedos helados... sin tacto... tus uñas negras, azules... tus quijadas temblorosas... Artemio Cruz... nombre... «inútil»... corazón... masaje... inútil... ya no sabrás... te traje adentro y moriré contigo... los tres... moriremos... Tú... mueres... has muerto... moriré." Son los últimos renglones deLa muerte de Artemio Cruz , novela icónica del laberinto social y emocional de la posrevolución.
Allí, Fuentes indagaba en los recuerdos, lo hacía para construir nación, para crear una identidad a través de la palabra, su gran obstinación. Decir las cosas con un sentido final capaz de hermanar emociones, ésa era la meta. Pero si la revolución era tema arquetípico de la literatura mexicana de la segunda mitad de siglo XX, el retrato de una gran ciudad no lo era. Fuentes venía ya de La región más trasparente , donde había delatado a la seudoaristocracia, a los Betos y las Gladys, a los amenazados en su imaginario colectivo por la revuelta popular. Triunfadores de oropel, fracasados con disfraz, el proletariado tan de moda en esa época y los que fluctúan de una clase a otra -decía Fuentes- para designar a las que hoy llamamos clases medias. Personajes representativos de un México que, por desgracia, todavía no queda atrás del todo. La capital cobró conciencia de sí misma. La nación cobró conciencia de su capital.

Alumno informal de un gran tutor con quien lo unió una profunda amistad -me refiero a Alfonso Reyes-, Carlos Fuentes siempre defendió la tesis del regiomontano: la cultura o es universal o no es cultura. Lo demás es folklore. Por eso se lanzó a una aventura magna como lo es El espejo enterrado , en donde nos habla de Zurbarán o de Las bodas del Fígaro , ese espléndido y complejo texto en que cruza los mares, el Atlántico en particular, para mostrar los puentes invisibles pero indestructibles que unen a las culturas de una y otra costa. Qué hombre más complejo y completo era Fuentes. Lo recuerdo en la excelente versión de ese libro elaborada por la televisión británica. Allí nuestro gran escritor se despliega frente a las cámaras como si lo hubiera hecho toda la vida.
Y ya que en las cámaras andamos, cómo dejar de mencionar a ese Carlos cinéfilo que competía con José Luis Cuevas y con Carlos Monsiváis recordando directores, guionistas, camarógrafos y por supuesto actores y actrices, sobre todo a las bellas. Porque también estaba ese Fuentes capaz de cantar tramos enteros de Don Giovanni o de repetir al unísono con García Márquez grandes parrafadas de Quevedo o de Góngora. Un escritor no puede tener límites, debe poder experimentar emociones diversas, disfrutar de una deliciosa nieve o de bailar en algún arrabal de Buenos Aires, ciudad por la cual también tenía una particular debilidad, consecuencia de su estadía infantil como hijo de diplomático.

Pero Carlos Fuentes vio con toda claridad que tenía varias misiones culturales que cumplir: su obra, por supuesto, su trabajo en los recuerdos y en los sueños, era la principal. Pero podía también servir de puente, de enlace entre los brillantes pero desorganizados brotes de la literatura de habla hispana. De ahí su fantástica producción como ensayista y crítico literario: de La nueva novela hispanoamericana , donde hace una radiografía de Vargas Llosa, de Carpentier, de su gran amigo García Márquez, de Cortázar y Goytisolo, libro de finales de los años 60, a La gran novela latinoamericana , de 2011, pasando por Geografía de la novela , de 1993.

Carlos Fuentes el gran conversador. No sólo me refiero a los recuerdos privados de prolongadas noches, sino a las múltiples entrevistas donde el ánimo pedagógico imperaba y la pasión se engalanaba. Admirador de sus grandes maestros de la Facultad de Derecho de la UNAM, Fuentes sabía del poder de la oralidad y lo explotaba. Nada odiaba más que una conversación insulsa, insabora e incolora.
Carlos Fuentes el laborioso. La disciplina cotidiana de Fuentes, su ritual de trabajo, su severidad consigo mismo, el sacrificio implícito son una lección para todos. Fuentes se tomó en serio su oficio y eso debe ser ejemplo para muchos.

Carlos Fuentes el conferencista. Francés, inglés y por supuesto español, todos a la perfección, Fuentes era un gran seductor que atrapaba con un solo instrumento: la palabra. La construcción de las oraciones y los párrafos; los adjetivos, la entonación, su cuidada dicción y por supuesto su gran capacidad histriónica al servicio de las ideas. Ni pantallas, ni lucecitas, ni música de fondo. Carlos rompía el silencio del auditorio y sabía el instante preciso para regresarlo y provocar una ovación.
Carlos Fuentes el organizador de aventuras. Como si no tuviera qué hacer, se daba tiempo para organizar encuentros, congresos e incluso una institución como el Foro Iberoamérica, con más de una década de vida donde, año con año, propició la reunión de empresarios, intelectuales y personajes de la talla de Felipe González, los ex presidentes Sanguinetti, Cardoso, Gaviria, Lagos y varios más, todo con el fin de mantener viva la flama de su sana obsesión iberoamericanista.
Pero no todo era suavidad y cortesía del diplomático natural que llevaba adentro. El comentarista periodístico Fuentes era una pluma de temer. Basta con revisar un texto implacable que se describe en el título: "Contra Bush". Su posición liberal y progresista lo llevó a comprender los límites de los ensueños de los años 60 y a fortalecer las libertades como única ruta hacia la gran libertad.

Imposible no recordar otro atributo: Carlos Fuentes fue un hombre muy generoso. Lo fue con sus amigos, pues era muy amigo de sus amigos, pero también con desconocidos a los que firmaba, en apariencia sin cansancio, cientos de ejemplares, aunque después estuviera agotado. Generoso, muy generoso, con los escritores jóvenes, a quienes nunca se cansó de impulsar. Generosidad que inundó su casa para convertirla en lugar de encuentro de los diversos, de discusión, de abrazos fraternales de los adversarios políticos. ¡Qué enseñanza civilizatoria!

Viajeros incansables, Silvia Lemus, su gran amor, su gran compañera en las muy buenas y las muy malas, que también las hubo, le llevaba hogar a donde Carlos tuviera que ir. Los Fuentes se erigieron en una antena muy sensible de lo que ocurría en el mundo. Durante meses de ausencia y vuelos innumerables por todo el globo, acumulaban información y conocimiento que llegaban a compartir. Hoy puede parecer poca cosa, pero en un país cerrado esa labor fue vital. Encarnó la convicción de llevar México al mundo y traer más mundo a México.

Lo veo en aquel buque muy lejano en la memoria; lo veo en su estudio mirando a los volcanes, rodeado de libros; lo veo enfático y convincente en una conferencia. Lo veo tomándonos un bravo martini simplemente porque sí; lo veo en La Orduña, cerca de Jalapa, visitando solos el ingenio azucarero donde había sido concebido, eso me dijo; lo veo bailando con Silvia en Cartagena al lado de los Gabos; lo veo en Londres trepando a su departamento y en Roma gozando la ciudad y una pasta; lo veo con sus dedos índices chuecos, por no decir deformados, de tanto apretar la tecla, pero sobre todo lo veo discutiendo sobre su México, ese que siempre quiso que fuera mejor, más próspero, más justo, un México que estuviera a la altura del mundo.

En este abrupto vacío tenemos un consuelo: terminó como quería, leyendo, viajando, con proyectos y, sobre todo, con los dedos sobre el teclado. Fue un hombre cruzado por la pasión, en la charla, frente a la hoja en blanco, ante la estética.

Qué buen artículo, le dije el lunes a eso de las dos de la tarde. Si te gustó éste, espérate al de mañana. Ya lo comentaremos, me dijo. Me habló de su nuevo proyecto. Oye, le dije, quedamos de ir al teatro. Es cierto, búscate algo. Orale, le respondí. Yo disparo la cena, me dijo, tú pagaste la última comida. De esa no te escapas, querido Carlos. Siguiendo a Tocqueville, te habremos de buscar en nuestros recuerdos y en nuestros sueños, sabiendo que eres parte central de la gran nación que ayudaste a construir.

Gracias, Carlos, por lo mucho que nos diste, a los individuos, a tu México. Descansa. Sin ti, pero rodeada de los muchos que te quieren, tu güerita , tu gran preocupación, habrá de estar bien.

sábado, 19 de mayo de 2012

¿El autor es la eutanasia o un provocador decepcionado?


¿El autor es la eutanasia o un provocador decepcionado?


Nota: El escritor, músico, publicista y buen amigo Eduardo Díaz Guerra ha escrito una reflexión epistolar, en la cual contradice los criterios externado por Carlos Castro sobre la eutanasia. Recuerdo a los lectores de La Pasión Cultural que el dramaturgo Iván García Guerra también escribió un artículo contradiciendo, desde otra óptica, al sociólogo Castro. Destaco el hecho que tres buenos escritores dominicanos ocupen su tiempo, que sabemos a ninguno sobra, para formular estas reflexiones. Celebramos que en medio de la vorágine electoral que sacude nuestra república haya gente que haga este tipo de ejercicio de la Razón.

Giovanotti:
Tú me metiste en esto. Coge ahí.
Todo el que pasó por la UASD (por el CU), en la década del 70 del siglo pasado, tuvo que enfrentarse a una dimensión completamente desconocida (y atractiva) del pensamiento: la dimensión del descreimiento.

Albaine, Peñaló y otros, son apellidos que en nuestra memoria están asociados a una manera radicalmente distinta de cómo enfrentar la relación con Dios que traíamos de nuestros hogares, y por ende, de abordar la vida. Profesores de las cátedras de Filosofía 011 y 012, se encargaron de descartar la posibilidad de que a cualquier estudiante le sedujera el ejemplo de Jesús, en vez del de Marx, o Lenin. De hecho, ser creyente en esos años implicaba someterse al público ridículo, al escarnio de quienes se sabían amos del “conocimiento”. Podría decirse, sin exagerar, que no tuvimos opción. El materialismo histórico campeaba por sus fueros. Si a esto sumamos un ejercicio, desde la jerarquía católica, de franca complicidad con el poder, no importando que quien gobernara se hiciera de la vista gorda ante los desmanes de La Banda Colorá y los numerosos crímenes cometidos por quienes mantenían el statu quo, era previsible que la fértil imaginación de quienes éramos jóvenes en aquel momento cediera ante las formulaciones de un mundo sin Dios.

40 años más tarde, algunas mentes siguen haciendo alarde de un “existencialismo” pobre, teorético, carente de rigor, aunque en la forma “deslumbren” con planteamientos como este, a favor de la eutanasia. Su consigna parecería ser “Provoca, que algo queda”.
Primero, la vejez no es un “momento”. La “conciencia” (¿?) existencial NO nos coloca entre la espada y la pared, porque tal expresión remite a que somos jóvenes y DE REPENTE, nos vemos en esta “situación” de la vejez. Por otro lado, vejez, muerte y sexo hace mucho tiempo que NO se evaden más que en culturas islamitas (¿en occidente, acaso no vivimos en la cultura del destape más destemplado?). Por el contrario, son cada vez más los títulos que se refieren a estos temas desde variados enfoques epistemológicos (¡me quedó bien la frasecita!). Basta hacer tres clicks en Google para asegurarnos de ello.

La vejez no se acepta como un ciclo del cuerpo y la mente que llegó a su ocaso” es una afirmación tan general que resulta difícil abordarla. ¿Quiénes no aceptan tal cosa? Para muchas culturas, desde los campos más lejanos de la civilización de cualquier pueblo latinoamericano hasta el Tíbet, un anciano ES un referente de sabiduría, de respeto, de consulta; en otras palabras, dicha consideración no pertenece a “tiempos remotos”.

Si el autor de “Yo soy la eutanasia” se hubiese detenido a pensar un poco, y menos a “provocar”, se habría dado cuenta de que resultaría un tiro fallido elaborar un discurso en base a generalidades, en tanto manera de argumentar hace tiempo superada. Su pensamiento, al parecer, ubica a la humanidad en su conjunto en un mundo y una realidad que sólo existen en su mente. ¿Dónde hay “una industria que rara vez integra al viejo (¡qué manera despectiva de tratar a quienes, supuestamente, defiende… mandándoles a morir!) como parte de una realidad”? Apenas a 45 minutos de aquí, en Puerto Rico, sin ir más lejos, los envejecientes forman parte de un amplio conjunto de personas que, aunque limitadas por su edad, aún realizan trabajos sociales, como guiar el tránsito para que pasen los menores que van a la escuela, o que sirven de guías a las personas para que hallen productos que necesitan en cualquier en cualquier mall. Sólo menciono a Cuba, a Uruguay, a Suiza, como lugares donde el anciano tiene la consideración y el respeto que le merecen su edad.



Detengámonos, por un momento, en este párrafo, que es de antología: 


El escenario de la sexualidad es más truculento, desde que encuentra fundamento en ese pacto que se denomina matrimonio, su función se limita a la procreación o el control, se establece de manera implícita una patología de la posesión. La esencia de los feminicidios y el maltrato femenino guarda relación con esos ritos donde el hombre y la mujer desde que se vinculan como pareja algo se pierde de la libertad individual”.

Wao! Para el autor, la función del matrimonio “se limita a la procreación o el control”. ¡Habrase visto! ¿Subyace aquí algún rasgo de gnosticismo? A riesgo de errar garrafalmente, cuando era jovencísimo se me enseñó que los gnósticos, entre otras cosas, sólo practicaban el coito para procrear… ¿No hay placer en el matrimonio? ¿Y en base a qué sesuda investigación osa el autor hacer un planteamiento así? Por demás, atribuir los feminicidios a “esos ritos” (creí que era UN rito, el del matrimonio)… le zumba la malanga a cualquier estudiado

Según este visionario, hombre y mujer no deberían, sencillamente, tener la menor relación, porque “desde que se vinculan como pareja algo se pierde de la libertad individual”. Al final, Gio, a esto es a lo que está referido el artículo de marras, ¿no?, a la libertad individual… ¡Dime que no me equivoco!

Otra frase de antología: “En la infancia, la conciencia de existir es alienada porque es dependiente”. Another wao! Estamos, sin duda alguna, a las puertas de un nuevo paradigma: la alienación es un proceso que puede darse sin que el sujeto tenga conciencia de que podría optar por otro tipo de existencia, de relaciones…
Echando mano, sin querer complicar más el asunto, de la Wikipedia (¡perdón por la insana falta de rigor científico!), hallamos que


La alienación, aparte de entenderse como una categoría relativa a disfunciones sociales del individuo, en filosofía caracteriza la transformación de fenómenos y relaciones, cualesquiera que sean, en algo distinto de lo que en realidad son. La alteración y deformación, en la conciencia de los individuos, de sus auténticas relaciones de vida.
¿Está claro? Un menor NO PUEDE calificarse de alienado por ser dependiente, por una razón elemental: no tiene opción. Un menor no tiene conciencia de sí por la inmadurez que le es connatural. La alienación implica un acto, consciente o inconsciente, de pérdida… ¡Lo extraordinario es que el autor se canta y se llora, cuando dice que en la infancia “no existe la conciencia social de individuo!”. ¿Y entonces?


Hay, cómo no, en el texto, jueguitos de palabras que hasta bonitos se leen: que dizque la juventud es “un paraíso diabólico abundante en hormonas” y “Ser existencial (¡¿?!) en la juventud es un estado químico real”. (¡¿?!)

Pero pasemos al meollo del asunto: la eutanasia. Dice Castro: “En la vejez, el cuerpo falla en su producción química real (¿?), se pierde vitalidad y el sentido de estar vivo. Es un asunto natural, orgánico. En la naturaleza, los animales cuando llegan a ese estado se retiran para morir solos”.

¿Quién estableció, autor, que esta vida es imposible de “soportar” sin el “mito” de creer?  Es, una vez más, la aplicación del errado criterio de generalizar, para dar la impresión de que todos somos seres atormentados, que vamos en tránsito cargados de pesados fardos existenciales que habrán de llevarnos a una vejez sin opción de final que no sea “viajando en una nota de opio para salir de este mundo…”. Mierda, qué fuerte.


El peligro de estarse manejando con códigos mezclados de lecturas dispersas es que podemos desembarcar en un puerto donde nada tenga sentido. ¿Y qué, si hay gente que acepta buenamente su vejez rodeada de la paz y el cuidado de sus seres queridos? ¿Y qué, si hay gente que vivió su vida joven y su “tercera edad” con la certeza de que aún envejeciente (si está sana) puede ser útil a quienes son sus familiares y amigos?


Giovanotti: al autor le convendría leer un best seller titulado La Biblia (una de Estudio de la Vida Plena, preferiblemente, basada en la versión Reina Valera 1960), para que se diera cuenta de con cuántas personas francamente ancianas trató Dios, dándoles responsabilidades inconcebibles hoy día: Moisés, Abraham, Job, por sólo mencionar tres de los más destacados protagonistas de una etapa de la humanidad anterior a la de Jesús.

Hay gente, querido Gio, descrita hace miles de años en la Biblia, que no tiene idea de lo que escribe. Confiada en su propia “capacidad”, elabora, formula y propone “saltos” a la humanidad que no son más que un pobre reflejo de su vacío existencial. Proverbios no les vendría nada mal.
Por ejemplo, el capítulo 16, en cuyo versículo 31 se lee: “Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia”, o el 20:29, que dice: “La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez”.

¿Mesetá captando, Maistro? Vivir la vida desde la fe nos da, a los cristianos, una perspectiva que ni remotamente puede estar asociada a una visión catastrofista y enfermiza de la sociedad, de la vida, ni mucho menos, de ese estadio natural que es la vejez. Nacer, existir, reproducirnos y morir es la concatenación armónica de una serie de ciclos que están “anotados” en nuestro destino. El momento y las circunstancias de nuestra muerte sólo Dios los conoce.

La eutanasia es un fútil intento de, ya que no se puede crear vida (y por ello, imposible compararse con Dios) acabarla, aludiendo a pretendidos “logros” del pensamiento humano; pensamiento que pretende ser el reflejo de una posición “humanista”, pero que no es más que el resultado del (repito) vacío de esa dimensión, consustancial a nuestro ser, que nos negó el CU de la UASD, ay Filosofía de mis culpas: la dimensión espiritual.

El ser humano es lo que se procura a sí mismo de joven, luego de que en su infancia le han sido inculcados determinados valores. En estos tiempos de tanta información disponible, si no se cultivan alma y espíritu (del mismo modo en que si no se ejercita el cuerpo, tendremos uno fofo, enfermizo u obeso), todo cuanto el ser humano haga tendrá un sello de esterilidad; no puede dar frutos un árbol sembrado sobre piedra (lo dice el libro que más sabe).

¿Cómo puede denominarse “un gran logro para la humanidad” el exterminar a los ancianos, aplicándoles la eutanasia? El planteamiento en sí es perverso, en el sentido de que se pretende dar “paz” a los ancianos provocándoles la muerte… Ese acto es reducir al hombre, por su avanzada edad, a una cosa, prescindible, inútil, descartable. ¡Quien critica a la sociedad de consumo, pretende convertir al ser humano en una especie de vaso plástico, que luego de usarse, se tira al cesto de basura (a la muerte).

Qué pena que, pudiendo hacerse tantas cosas positivas con la vida, la actitud que se adopte sea la de la “decepción consciente”. Nunca como ahora debe escucharse la voz de Jorge Drexler, cuando plantea que una vida vale más que un sol, y que “… toda vida es sagrada…”. Y luego de eso, irse a dormir meditando en el alcance de esta frase: “El principio de la sabiduría es el temor de Dios; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza”. Dixi.



domingo, 13 de mayo de 2012

Instrucciones para escribir en El País (España)


Nota: El renombrado y prestigioso intelectual dominicano doctor Manuel García Cartagena, nos ha enviado un brillantísimo artículo del escritor argentino Daniel Plotkiyn (Instrucciones para un intelectual latinoamericano que quiera escribir en El País), aparecido en el periódico digital Otra America, que a los pocos segundos de haberlo leído nos apresuramos a publicar. Como siempre advertimos que las imágenes que incluimos fueron colocadas por nosotros.





Instrucciones para un intelectual latinoamericano que quiera escribir en El País 





Si usted es miembro de esa clase incomprendida de los intelectuales latinoamericanos y desea exponer sus ideas en ese baluarte del progresismo peninsular que es El País, siga estas instrucciones para que su articulo resulte todo un éxito.

1. Todo su análisis debe basarse en los conceptos de caudillismo y populismo. En última instancia, esos conceptos explican la historia de Latinoamérica desde el siglo XIX, sin tener que entrar en complejidades históricas, que aburren a su lector. La historia de nuestros países no ha cambiado desde la época de la independencia.

2. Mencione la pobreza y el hambre, producto del caudillismo y el populismo. Es bueno mostrar un poco de la sensibilidad del pensador comprometido con la realidad social. Pero aclare que la pobreza y el hambre son culpa exclusiva de nuestros pueblos, evitando usar palabras tan desagradables como “colonialismo”, “imperialismo” o “saqueo de recursos naturales”. Menos aún tenga el mal gusto de referirse a la esclavitud o la explotación de comunidades indígenas.

3. No se olvide de hablar de corrupción. Y de aclarar que la corrupción en nuestros países es producto del hambre y la pobreza, que son producto del caudillismo y el populismo. Tenga la delicadeza de no mencionar que son las compañías multinacionales (incluyendo las españolas) las que pagan suculentos sobornos para obtener beneficios impensables en sus países de origen. Explíqueles a sus lectores que la corrupción es siempre culpa de la clase política latinoamericana.

4. Insista con que las instituciones no funcionan, producto de la corrupción que es producto del hambre y la pobreza, que son producto del caudillismo y el populismo. Las instituciones latinoamericanas están en constante crisis y nuestros países tienen democracias limitadas. Use anécdotas insignificantes desde el punto de vista estadístico pero que resuenen en la mente de su lector. Por ejemplo, cuénteles lo difícil que es obtener algún certificado en un ministerio cualquiera. O qué fácil es sobornar a un agente de aduana. Aunque usted no haya hecho jamás ninguna de las dos cosas.
5. Recuérdele a sus lectores que los gobernantes latinoamericanos sólo buscan perpetuarse en el poder –lo que demuestra el caudillismo y el populismo que genera corrupción e instituciones fallidas-. No importa si en España el jefe de estado es un monarca hereditario que gobierna desde hace treinta y siete años y fue nombrado por un dictador que gobernó el país por casi cuarenta años. Ni siquiera mencione que Felipe González gobernó por catorce años con cinco mandatos sucesivos. Eso es muy distinto a un presidente latinoamericano que pretende tener tres mandatos por doce años. En este último caso, estamos frente a un claro intento de perpetuarse en el poder. En España no, porque las instituciones funcionan.
6. No se olvide de condimentar todo esto con alguna referencia a una ponencia suya en algún foro internacional, fuera de los países latinoamericanos llenos de caudillismo y populismo. La presentación de un paper en una universidad norteamericana basta para demostrar que usted es diferente al resto de los pensadores latinoamericanos que sólo escriben en medios locales. Alternativamente, puede mencionar alguna charla de café que tuvo hace cinco años con un escritor español de moda. Si algún libro suyo fue publicado por Alfaguara o Crítica, aclárelo como al pasar en el primer párrafo. Su éxito estará garantizado.
7. Use alguna cita de un latinoamericano de lustre, como Borges, Cortázar o García Márquez. Roberto Bolaño también sirve.
8. Recuerde que Brasil no existe. Salvo para elogiar las políticas “de izquierda inteligente” de Lula.
9. Fidel Castro es malo, malísimo. Aunque, claro, diga que la Revolución Cubana tuvo algunos éxitos menores en el campo de la salud y la educación.

10. Chávez también es malo, malísimo. Y sin éxitos menores.

11. Los gobiernos progresistas latinoamericanos quieren destruir a la prensa independiente, como consecuencia de su genética caudillista y populista. No como la izquierda inteligente de Alan García o el centro moderado de Piñera o Santos.

12. La prensa privada latinoamericana siempre es independiente. Los monopolios u oligopolios mediáticos no existen.

13. América Latina todavía está en transición democrática, a consecuencia del caudillismo y el populismo que todavía imperan. España ya la ha superado, por la madurez de la sociedad española y la inteligencia de su clase dirigente.

14. Para finalizar, aclare que esta situación le genera angustia y desazón, y que su refugio está en el pensamiento crítico de algunos intelectuales como usted que no han sido comprados por el poder corrupto o las ideologías acabadas imperantes en nuestros países.

Siguiendo estos consejos, su artículo será leído con interés por los lectores de El País. Usted logrará confirmarles lo que ya piensan pero no pueden decir abiertamente porque iría en contra de que creen son sus convicciones de izquierda. También obtendrá una suculenta remuneración en euros que no depositará en su país, ya que en cualquier momento se la podrán robar los gobiernos corruptos, producto del hambre y la pobreza, producto del caudillismo y el populismo.





sábado, 12 de mayo de 2012

LA VIDA ES SAGRADA


LA VIDA ES SAGRADA
Por Iván García Guerra.



Mi antiguo maestro y gran amigo Iván García Guerra (Escritor, actor y director teatral) honra La pasión Cultural con esta entrega en la cual responde con elegancia, buenos argumentos y mayor inteligencia el artículo anterior (Yo soy la eutanasia) que escribiera el sociólogo y teatrero Carlos Castro. Dicho artículo ha provocado diferentes reacciones. La de García Guerra es la primera como artículo que nos ha llegado. 
Sobre el artículo de Castro en cuestión, el también escritor y hombre de teatro Manuel Chapuseaux nos remite esta nota: Interesante, como siempre. En Argentina, no tan lejos de aquí, el Senado acaba de aprobar a unanimidad una ley que da el derecho a una muerte digna, así como una que garantiza la identidad de género ¡Cuánto nos falta! En este enlace los detalles. Abrazos,
Celebrando que estos tres notables amigos, y aún mejores intelectuales, se dignen a usar nuestros espacios para manifestar sus concepciones sobre el tema que nos ocupa, invito a leer la destacable argumentación del lúcido Iván García, el viejo más joven que conozco

Cuando leí la presentación de mi querido amigo Giovanni de que si queríamos contradecir “Yo soy la iconoclasia” de Carlos Castro debíamos “hacerlo elaborando conceptos con la misma seriedad e inteligencia”, etcétera… de inmediato sentí la necesidad de hacerlo, porque me resultó muy peligrosa la filosofía en él expresada… El trabajo mío tiene un problema y es que para entenderlo cabalmente hay que leerlo párrafo por párrafo con el otro a un lado; pues simplemente comento lo que él dice en el suyo,  lo cual hice sin anexarlo para economizar espacio.


El Arbol de la Vida
Es cierto que ante la vejez, la muerte y el sexo comúnmente mucha gente, tal vez la mayoría, los evade “usando como máscaras el chiste”. Lo mismo sucede con muchos otros asuntos como el compromiso social, la honradez, la responsabilidad, el desprendimiento y un largo etcétera.   No me atrevería yo a decir que “la cultura ha impregnado mucho miedo a esos temas”; preferiría referirme a que la amplia falta de aceptación de la realidad (lo cual ciertamente es parte de nuestro bagaje cultural) nos impulsa a ser irresponsables y a no aceptar lo que, de otra manera, sería natural como la alternación de la vigilia y el sueño.   Y si bien es cierto que el sexo resulta una realidad tabú por causa de la gazmoñería católica, la vejez y sobre todo la muerte son resultados de la negativa a perder lo que tanto queremos aunque hablemos pestes de ella: la vida.  No está de más recordar que la creencia cristiana ofrece una vida mejor, y de tener “verdadera fe” en ella, entonaría junto a Teresa de Ávila: “Vivo sin vivir en mí / y de tal manera espero (y tan alta vida espero) / que muero porque no muero.”   Los judíos enfrentan el fallecimiento de una manera diferente.   Pienso que no están vedados estos dos últimos tópicos, sino más bien; la gente poco profunda prefiere no mencionarlos para no atraerlos.

Le vejez es ciertamente un período vital natural e irremediable; pero lo que puede considerarse un ocaso es la vida, no necesariamente la mente.   A esta altura, yo, con setenta y cuatro años cumplidos, disfruto de una percepción más clara y amplia que en todas las etapas anteriores.  Sé que me queda mucho menos tiempo del ya pasado para seguir respirando: desde un día hasta más o menos veintiséis años (tuve varios antepasados que pasaron de los cien, algo a lo que yo no aspiro); pero de no ser por la  responsabilidad económica aún pendiente con mi familia, no me importaría irme  al instante en que pulso el próximo punto. Pero, créeme, acepto sin temblor lo que me venga y hasta puede ser que lo añore, por la simple razón de que estoy cansado, y con razón. Por supuesto no he hecho un culto, ni nada que se le parezca “para prologar la lozanía del cuerpo”, no creo en las promesas publicitarias de que nadie ni nada pueda garantizas la juventud (me vi obligado a trabajar en ese negocio durante demasiado tiempo para poder sobrevivir). Simplemente hago una vida limpia como siempre lo he hecho, con alegría y sin excesos, simplemente porque no me llaman. Aún más, o peor, ahora paso más tiempo sentado frente a una computadora, aunque sé que eso no es saludable.   Sí te puedo garantizar que no soy un estorbo, sirvo como “referencia” y no me he quedado detrás. Me desenvuelvo tan activamente que soy la sana  envidia de muchos (y a veces no tan sana). No hay tal remotidad. En absoluto me interesa lucir como joven: me muestro, al igual que en el pasado, tal y como me siento cómodo y me complace estéticamente. Tengo arrugas y no me importan. Es cierto lo de la industria que pretende ilusionar a los influenciables, como la de los flacos que quieren lucir gordos y viceversa, la de los que intenta disimular u obviar sus defectos, todos los que creen que un “jipetón” los puede colocar en la clase acta y muchos otros casos. El negocio es mentir y logra éxito con los tontos. Por otro lado considero que cada edad tiene su encanto, y para mí siempre fue un aliento llegar a la plenitud de mis mayores.   ¿Qué es eso de “degradación físico-psíquica?”; uno simplemente pasa por los diferentes estadios de la edad, y debe aceptar placenteramente sus características.  Me siento muy feliz de haber vivido, y abusando de  Pablo, “confieso que he vivido”.
Dicen los Budistas; “Cierto es el vivir; cierto es el morir”, son “dos” cosas las “reales” y conviene aceptarlas, simplemente nos toca, disfrutar ampliamente del paréntesis. Y yo lo hago. Nunca le he temido a la muerte; ni siquiera cuando se disfrutaba del momento de aferrarse a ella con fuerza (el que conoce mi acontecer sabe que es así); si algo me ha infundido reparo es, precisamente, la vida ¡No vivirla correctamente!
No estoy de acuerdo, en absoluto, con que el matrimonio es truculento. Esa aseveración no es más que otra evasión de le responsabilidad. Usted se casa cuando quiere y se divorcia cuando no soporta o le interesa más la vecina; eso está autenticado por la práctica cada vez más. Precisamente uno de los grandes problemas sociales de nuestro país es el amancebamiento animal; el hombre que no se siente comprometido con la paternidad, utiliza la mujer como objeto de placer individual y egoísta; no se ocupa de los hijos y se le complica la relación no tiene ningún reparo en asesinar a la ocasional pareja.   Pues sí, una de las funciones del matrimonio, la principal creo yo; es la aceptación del inalienable deber con los hijos; porque no somos perros que se montan en una fugaz pareja y se van, y si no se acepta el compromiso de la manutención y la educación de los que traemos el mundo, la Sociedad se desmorona, como nos está sucediendo a nosotros.  En un alto porcentaje, si no existiera ese contrato o la bendición religiosa no tendríamos familia ni sociedad, ya que ese núcleo es la base sociológica que garantiza el avance de un país. No efectuamos las nupcias para mantener una mujer (ya ella trabaja y participa con los costos en la mayoría de los casos), sino como un estímulo a la fidelidad con los frutos de la unión. La libertad individual no se pierde porque compartes una cama; se utiliza positivamente para garantizar la vida de los que traemos al mundo. Un clímax orgásmico no debe ser la finalidad conclusiva del encuentro de dos sexos.
Sí. Lancemos una mirada a los ciclos de las edades. Los primeros años de la infancia se caracterizan por el aprendizaje de casi la totalidad de los conocimientos que necesita un ser humano para mantenerse con vida. El bebé se siente unido por el agradecimiento, que es un magnífica forma de amar, con la persona que le enseña a sobrevivir, aunque no sepa qué es eso.  esa persona comúnmente es la madre, sólo ella. Es un sistema natural. La sobrevivencia es uno de los aportes genéticos infalibles, y por lo tanto tiene una intensión.  
No se aliena la conciencia de existir por la necesaria dependencia del educador y el educando; en realidad es un activísimo combate para demostrar quién manda, y en eso instantes se fortalece el instinto de superación y prevalencia, otros de los aportes nativos.   El germen de la soledad está ahí disfrazado de “nadie me entiende… no me dejan hacer nada”.  Empeorará y el cansancio tendrá su manifestación en la etapa siguiente.
La adolescencia, donde se manifiesta el desamparo dramáticamente y violentamente, es el intento de afirmación de la propia personalidad, ya aviada con los conocimientos adquiridos y enfrentada a una sociedad, que representan los encargados de su particular educación, que de repente se presentan deficientes, ineficaces, hipócritas y con muchos otros defectos. El pensamiento obvio o subyacente es: hay que destruir esta decadente sociedad.   Esta es una demostración de hastío.  
Confieso que no entiendo eso de “el individuo único tocando la puerta de su propia morada con muy poca posibilidad de que lo dejen entrar” y “el eterno dilema del vecino peleando con ese otro imaginario, que en esencia es uno mismo”.
En la joven madurez se comienzan a saboreas las amarguras de la aparentemente inconmovible realidad. Los normales entienden que no es tan fácil cambiar el mundo, e, imperceptiblemente al principio, comienza la negociación con el ambiente. Hay dos tipos básicos de anormalidades: la del que continúa la lucha, una forma de inconformidad que puede utilizar la violencia para intentar el cambio, y el otro también inconforme y violento pero que subvierte el orden delictivamente como una manera de acomodarse a las circunstancias. El cansancio en los tres casos está ahí, aunque no se manifieste protagónicamente.  Algunos son conscientes, otros inconscientes; pero ya se comienza a trabajar para el futuro.  Me utilizo como ejemplo, porque soy el más cercano que tengo (pero con la mayoría ha sucedido de manera similar): desde ese período comencé a trabajar bastante rudamente para ayudar a mantener a mi pequeña familia.   La lozanía me permitía gastar tiempo en diversiones y en mis placeres artísticos; pero a la par entendía medularmente el precio de la existencia y observaba con tristeza y cierto miedo el deterioro de las energías en mis cercanos, mas sobre todo el heroico tesón con que lo enfrentaban y lo vencían. No había nada de diabólico o paradisíaco en aquella amarga y dulce  “angustia” existencial, aunque si teníamos una cierta tendencia a coquetear con el existencialismo filosófico.
Sigue la adultez, el período que tiende a ser el más rutinario y hasta aburrido (en esa nueva manifestación está otra forma de agotamiento); pero en mi caso, o mejor en el de nuestra generación, compartíamos el cada día con la lucha por los ideales en contra de tiranías golpes de estados, y ejércitos extranjeros, por lo cual se nos hizo más ameno lo que hubiera sido inercia castradora.   La vida se lleno de satisfacción por el cumplimiento del deber y todo tuvo mucho sentido.   ¡Benditas sean aquellas circunstancias!
En la vejez, el cuerpo no falla en su producción química real; “tiene” otra química que corresponde a ese período. Sí. Es natural y orgánico y por lo tanto no constituye una resquebrajadura de la vitalidad; es exactamente lo que corresponde en ese momento. Hay tendencia a menor expendio de energías físicas y mayor uso de la inteligencia adquirida (la inteligencia no es más que el adecuado uso del conocimiento). El sentido de estar vivo no se pierde, se manifiesta orgánicamente de manera natural.   Recordamos que la vejez no es ancianidad.
Es en este siguiente período cuando el cuerpo pasa definitivamente a un  segundo plano, aunque hay que estar claro que no es lo mismo hoy a lo que fue en las generaciones pasadas. Algunos animales y los habitantes del polo norte se retiran a morir solos; la gran mayoría permanece siendo útil, aunque menos, y aportan beneficios espirituales a sus descendientes.  Por supuesto me refiero a los que se mantienen sanos; la enfermedad no es privativa de esta edad, aunque sí con mayor frecuencia, amenaza a todas.
También es una desviación pensar que en esa edad surgen como consuelo las creencias religiosas, ¿ideológicas? , y la búsqueda espiritual. Desde niño una religiosidad propia, producto de la búsqueda intensa y permanente, me condujo a las ideologías que estrené en los últimos años de la adolescencia.   Contrario a lo que dices, ahora, en el tránsito de los dos últimos tiempos, todo aquello se ha asentado, está allí, pero tranquilo, producto de una nueva faceta del  cansancio,
Siempre buscamos bienestar, y es ese el a veces ganchoso motor de la existencia y el “hacer” es una característica que se mantiene a lo largo de toda ella. Nunca he concebido la inacción, ni siquiera en el sueño, el cual aprovecho conscientemente para organizar mi vigilia y resolver los conflictos de la realidad. Me parece monstruoso leer que la ideología es una basura, y te aseguro que por costumbre y experiencia no utilizó más químicos de los que necesita cualquier persona de cualquier edad; siempre he preferido “tratarme” mediante la mente, con notable éxito. Para mí la vida no es en absoluto insoportable; más bien reconfortante.
No necesito refugio que no sea la tranquilidad de mi bien disfrutado trabajo. Ya no puedo saltar o correr las mil millas; pero no necesito hacerlo; la vida no me pasa por delante, estoy introducido en ella y abiertamente, y más bien me parece lenta y diminuta, como siempre.   Estoy muy presente en la realidad social como siempre lo estuve, porque en todo momento analicé y comprendí sus códigos.   Conservo el acceso al mundo y lo considero viejo, mucho más que yo, y bastante carente de imaginación para resolver sus problemas.   Continuó buscándole alternativas y prestándome a trabajar por ellas.   Tengo tantos propósitos, que sé que no me alcanzará el tiempo para realizarlos. Por supuesto, la vida que he vivido no me ha costado una cruz, una cama o una silla.   Créeme que aunque no me pudiera mover (lo cual espero que no me suceda) todavía encontraría las maneras de ser útil.   Si estoy crucificado es por la humanidad que se niega a entender los aspectos positivos de este transcurrir con el cual se nos ha bendecido            
Para economizar espacio y tiempo me salto todas las forzadas suposiciones, no experimentadas por ti, que desgranas con la sola intención de poder llegar a decir pomposamente: “La única salida decorosa es la muerte”. ¡No! No es una salida, ni es indecorosa o lo contrario; simplemente es la última manifestación de la vida, en el instante preciso en que se agota el difícil pero glorioso contenido que recibe y elabora cada ser humano.  
¿Eres por acaso ese dios en que no crees, para decidir cuándo es el final? (cuando leí el título de tu trabajo, “yo soy la eutanasia”, me pareció que se refería a una deidad de las  sombras)   No hay dolor ni humillación ni deshonra para el anciano y para su familia si existe y palpita el amor de por medio. Si hay, por lo menos, agradecimiento.  ¿Cómo puedes calificar de salto tecnológico lo que se superó y suplanto en la Edad de piedra?   ¿Con que razonamiento (no sólo fútil pretexto) crees poder desvirtuar la función de la hipocrática medicina,  cuya labor e intención única es preservar la fortaleza del viviente?
Esparta legalizaba la eutanasia para los niños con defectos congénitos, y no pasó de ser un vencible ejército; Grecia, con su consejo de honorables ancianos, fundó las bases del mundo occidental. Hace unos días vi en YOUTUBE a un adolescente con Síndrome de Down y además ciego, que interpretaba un agilísimo y energético concierto para piano y orquesta de Mozart; aparte del impecable virtuosismo que mostró ampliamente me hubiera bastado ver la sonrisa de satisfacción que en todo momento estaba presente en su rostro para desearle una larga existencia.   Este genio hubiera sido despeñado en Esparta.
Nadie puede negarle la vida a nadie; es un derecho por el que se ha luchado y que ha provocado muchas muertes.   Si aceptamos tan deplorable acción abriríamos las puertas a la más despreciable barbarie.   Los racistas de los Estados Unidos la utilizaron, Stalin lo hizo.   ¿Y qué decir de Hitler?... entre muchos otros.
¿Cómo es eso de que “La medicina sería más útil si ayudara al anciano a morir sin dolor, viajando en una nota de opio para salir de este mundo como entró en él, sin darse cuenta…”?   La vida no está construida para dejarla ir sin ningún sentido, vacía, perdida...   La única razón que se me ocurre (y no sólo a mí, estoy en eso junto a miríadas de otros) es que se viene al mundo para aprender a entender y apreciar y amar la mágica plenitud de la creación.\
Así como he defendido desde el primer día mi individualidad, con la misma decisión y firmeza me niego a aceptar que nadie le ponga fecha al momento de mi muerte, sea por odio o con un disfraz de piedad.
En estos últimos momentos de nuevo se sentirá la soledad; pero ahora es parecida a la que puede sentir el creador en la inmensidad del espacio, si es que se ha actuado bien.  
Pero, por supuesto, para eso hay que creer en algo.  
Este  respondedor es un optimista consciente; quizás esa la principal razón del éxito en mi vida.