domingo, 6 de abril de 2014

“La Venus…” en diferentes escalas


Se trata de una adaptación de la novela homónima de Leopord Von Sacher-Masosch. En ésta, el protagonista, Severin von Kusiemski, cuenta la historia de su relación con Vanda von Dunajew. Severin se había enamorado de Vanda, a la que obliga que le trate como su esclavo: “El dolor posee para mí un encanto raro. Nada enciende más mi pasión que la tiranía, la crueldad y, sobre todo, la infidelidad de una mujer hermosa”. Una Vanda enamorada acepta su petición: “Tengo miedo de no poderlo hacer; pero lo intentaré por ti, bien mío, a quien amo como nunca amé a nadie”. Vanda se va corrompiendo por la sexualidad masoquista de Severin, hasta el punto de disfrutar con lo que anteriormente la turbaba: “Es usted un corruptor de mujeres, Severin”. Los temas y personajes de la novela están basados en la propia vida y experiencias de Von Sacher-Masoch. El nombre de Vanda (la venus de la novela) sirve para encubrir al de la escritora Fanny Pistor.

Dicho esto, entremos en el texto teatral.

Mario Lebrón nos había brindado una obra que en su estructura dramática nos recuerda a esta “La Venus de las pieles”. Nos referimos a “Visitando al señor Green”. Sin embargo, esta “Venus…” de Davis Ives no tiene el alcance literario de la otra en referencia. Ocurre que el conflicto que la trama nos presenta es muy débil. Esto, porque en la línea argumental el conflicto de mayor interés, y mejor tratamiento, es el argumento de la novela, propiamente dicho, que se recrea en la obra teatral. Pero al éste ser sólo un “juego” teatral de los dos únicos actores en escena, se convierte simplemente en una referencia. En un recurso. Así las cosas, el autor estaba en la obligación de desarrollar un real conflicto escénico. No lo logra y se queda en lo superficial y casi llega al vaudeville. La obra, que parece adquirir conciencia propia, nota la carencia y por eso procura plantear en su desenlace, el conflicto no desarrollado en el devenir de la obra sin, efectivamente, conseguirlo. En este tenor luce gratuito el planteamiento final de la trama teatral. No. No es “La Venus de las pieles” una joya literaria en el rigor cultural.

Pero vamos la puesta en escena dominicana en sus diferentes aspectos.

Me impresionó la sencillez y genialidad de la escenografía. En una atmósfera teatral de paredes negras (no cámaras negras), José Miura nos va colocando elementos exactos, precisos y justos. Dos sillas verdes, una roja, una mesa de trabajo, dos muebles más de caoba, un diván central color vino, un biombo que funge como forillo y un poste de alumbrado de utilería. No más. No más, porque no le hizo falta nada más para crear su atmósfera escénica. Genial la escenografía de José Miura en esta realización teatral. Genial porque una escenografía no es un adorno. Es un respaldo a la trama.

La siempre eficiente Lillyanda Díaz vuelve a lucírsela con su propuesta de iluminación. Empero, en la noche que asistí a ver la escenificación sentí que no siempre había correspondencia entre el tiempo en que la actriz conectaba las luces y el que realmente ocurría la iluminación. Y aunque es bueno el apunte emocional que la luz le ofrece al actor Josué Guerrero durante un importante soliloquio, no logró justificarse el efecto; dado que debemos suponer que no existe un luminotécnico dentro de la audición en la cual discurre la trama.

Renata Cruz Carretero, que ya ha construido una gran nombre como diseñadora de vestuario, acierta una vez más con sus aportes a esta puesta en escena. 


La banda sonora es adecuada, aunque pasa sin grandes fulgores.

Josué Guerrero logra estar maravilloso y mediocre al mismo tiempo. Me explico: Cuando interpreta a Thomas, luce orgánico, natural, sincero y creíble (en dos o tres ocasiones, sin embargo, perdí parte de sus parlamentos). Cuando interpreta a Severín logra una genialidad que me obliga en esta nota a pedir aplausos para él. Ocurre que Thomas es dramaturgo. No actor. Por lo tanto cuando intenta caracterizar a Severín, no habría justificación para hacerlo con la brillantez de un actor consumado. Josué logra una caracterización que luce “deficiente”. Les aseguro que lograr que un actor parezca que está actuando mal o mediocre es toda una hazaña. Eso requiere mucho talento, tanto del actor como del director. Lo lograron.

Laura Lebrón está maravillosa, hermosa y desinhibida. Muy buen manejo corporal. Congratulaciones por sus desdoblamientos. Cuando su personaje de la actriz Vanda transita hacia Vanda von Dunajew, ella está de palmadas. Dos aspectos debo, no obstante, señalar: los directores teatrales solemos plantearnos las emociones teatrales en imaginarios grados. Creo que Laura lleva el personaje de la actriz en unos ocho grados. Me parece que si hubiesen procurado bajarlo a siete, hubiesen conseguido un poco más de naturalidad. También, cuando ella cambia de rol y decide interpretar a Thomas, se queda con el acento alemán de su anterior personaje. Sin embargo, no tengo dudas que su inmenso talento y su rigurosa formación, cuando asuma completamente la imprescindible madurez estética, la convertirán en una de las grandes entre las grandes.

Mario Lebrón, director teatral que apuesta al Teatro de calidades, maneja sus fichas con precisión en esta puesta en escena. No se hubiese logrado el buen engranaje de esta obra, salvo las pequeñas imputaciones que he formulado, sin las manos precisas de un director teatral. Mario lo es. Y de buen gusto. Y de mejor tino. Voy a aplaudirlo.


¡Telón!