martes, 4 de octubre de 2011

Por supuesto que no asistiría a...


Una artista, que antes solía creer en los más elevados y consagrantes rigores del buen Arte, me solicitó no ir a ver una producción teatral en la que intervendría porque ésta no resultaría de mi agrado.

Por supuesto que la petición en cuestión era superflua. Procuro no asistir a obras en las cuales los artistas que van a escena no asumen, por sobre sus intereses y egos, un serio compromiso con el Arte verdadero.

"Master Class"
No asisto a ver realizaciones escénicas, de factura estrictamente comercial, que renuncian a las esencias que nos obligan a permanecer haciendo Teatro. No asisto a ver ese teatro de factura donde sus mentores condicionan la duración de la obra a la reacción hilarante de sus posibles espectadores. No. No lo hago.

No puedo ir a ver una obra donde la vulgaridad no se utiliza, al menos, como recurso provocar, sino para engatusar con el mal gusto al público teatral. Esto de por sí es ya un grave insulto al Teatro y a los espectadores dominicanos; por aquello de que los están tildando de idiotas, lerdos y estúpidos.

Todavía resuenan en mis oídos  los merecidos aplausos a la hermosa realización teatral de “Master Class”. Todavía escucho las palabras radicales de María Callas cuando expresa que en un escenario  no debe tener cabida  lo mediocre y lo prosaico. El premio que le dio nuestro público a esa obra es un reconocimiento al Arte expuesto en ella como ritual.

La Carretero como Dafne
El primer personaje de la divina Carlota Carretero en  “Quíntuples” está lleno de coquetería. Sin embargo, ella logra transmitir al publico todo el erotismo de su creación teatral sin mostrar más nada que sus rodillas. No tuvo que decir una palabra descompuesta, ni mover sus caderas encima de algún objeto, como haría cualquier puta, para que los espectadores la aplaudieran a rabiar y se divirtieran con sus geniales  ocurrencias. Ninguno de los personajes de esa obra procura la risa de los espectadores mediante payasadas.

Cuando María Castillo y Ángel Haché nos regalaron su “Banco de parque” no requirieron de lo barato para lograr la masiva asistencia del público.

La Gaviota
Cuando Rafael Villalona hace su gran exhibición de buen Arte con la “Guerrita de Rosendo nos comprometió a todos a procurar lo más elevado dentro del Teatro nuestro de cada día. Cuando junto a la creme de la creme en ese momento actué en La Gaviota esto fue confirmado.

Cuando La Carretero, Karina Noble y Kenny Grullón subieron a escena para conmover con sus respectivas caracterizaciones en “Orquídeas a la luz de luna” estaban pensando en el Arte más que en un efímero y cuestionado éxito de taquillas. Empero, fuimos premiados con un mes completo a sala llena.

Milagros Martínez, con un cuerpo siempre escultural, asombró a los espectadores dominicanos con el más delicado desnudo que se recuerda aquí (La virgen de los narcisos). No necesitó para hacerlo  bailar soportando su cuerpo en algún tubo o en un palo.

Cuando Germana Quintana y Lidia Ariza nos recompensaron con “Las prostitutas os precederán en el reino de los cielos”, se cuidaron muchísimo de nunca caer en la grosera trampa del mal gusto.

He visto a un Manuel Chapuseaux y una Nive Santana radicalizados en procura de una estética escénica.
He presenciado obras de Claudio Rivera y Viena González donde la calidad es la que atrajo al público.
Cuando Iván García presentó su mil veces magnífica “Interioridades” se mantuvo inmaculado, impecable y profundamente estético. Elvira Taveras da variadas lecciones de Arte con su “Señorita Margarita”.


He hecho sonar atabales en mis obras. He logrado que Dante Cucurullo lleve a mis escenas címbalos y cencerros. He puesto en el Teatro Nacional las caretas de diablos como detonantes infernales. Le pedí a Camus que me prestara su “Calígula” y crucé con ella épocas culturales. Puse una prostituta a interrumpir una Conferencia. Logré que un Gato Negro se vengara. Resucité siete muertos en un barrio para que contaran sus historias. Con ayuda de Luis Rafael Sánchez, Carlota, Monina, Karina, Pepito Guerra, Lina Hoepelman  y treinta actores más le enseñé a un público, en el desaparecido “Nuevo Teatro”, la gran pasión que conmovía a Antígona Pérez. 



Susurrado por Iván García he hablado en los escenarios de Tiranos, de Soberbia y de Andrómaca. Con Albert Camus asistiéndome hice Los Justos y El Malentendido. Recientemente logré que Fiora Cruz, Yorlla Castillo y Mario Lebrón explayaran sus infinitos talentos teatrales en la escena. Estaban, eso sí, obsesionados con el cine y con la muerte.

He hecho todo esto sin siquiera tener una ligera tentación de prostituir mi gusto.

Luego de éste breve resumen de realizaciones teatrales de colegas entrañables y mías, por supuesto que no asisto, ni asistiré, a ver la negación del Arte que tanto amo.

¡Telón!