viernes, 29 de septiembre de 2017

“Le prénom” en escenario dominicano

Le prénom” en escenario dominicano
Por Giovanny Cruz Durán

Ciertamente se ha presentado en varios países. Partiendo del texto hasta hicieron una película. Pero nada de eso constituye una garantía de calidad literaria. En realidad es un texto deficiente y cursi; que a pesar de lo pretencioso tiene errores históricos y literarios. Sumamente reiterativo. Tanto, que llega a ser fastidioso.

En la dramaturgia, casi siempre, el uso del narrador resulta ser un serio problema. Esto, porque el Teatro es el Arte de la representación. Lo que se espera es que las acciones y el argumento lleguen a través de los personajes. En los primeros diez minutos de la obra, los autores de la misma (Matthiu Delaporte y Alexandre de la Patelliere) abusan del efecto narrativo, algo que establecen como locución. La presentación narrada de los personajes desconecta de la atmósfera escénica. En el Teatro decimos que se narra cuando la falta de imaginación del autor no encuentra soluciones para plantear su discurso.

Establecidos los problemas estructurales del texto, pasemos a analizar la realización criolla de esta obra presentada en la Sala Ravelo del Teatro Nacional.

He repetido hasta el cansancio que un director no es un simple lector de libretos. Él es un ente creativo que debe transformar el texto literario en una verdad escénica. En este caso, no ocurre así con la dirección de Antonio Melenciano. Por eso, las deficiencias de la dramaturgia no son “cedaceadas” en el proceso direccional. Las actuaciones lucieron peligrosamente desiguales. Igual ocurre con el “tempo” escénico.

Las luces estaban correctas. En muchos casos hasta ingeniosas. La escenografía es convencional. El cuadro del forillo, con una pintura de la torre Eiffel, nunca nos convence de que la acción está ocurriendo en Paris.


Vicent es el personaje mejor perfilando en “Le prénom, el que tiene “garras” para su interpretación. Pero no logra trascender en la realización criolla. José Roberto Díaz, a quien recuerdo haber aplaudido por lo menos en una ocasión, retorna a su estilo actoral encajonado, poco comprometido, sumamente lineal y locutoril. A pesar de todas las posibilidades de su personaje, desgraciadamente el actor se queda en la llamada “actuación de pantalla”.

El caso más preocupante es el de Gianni Paulino (Elisabeth). Ella es una aficionada urgida de buenos entrenamientos como actriz, si desea destacarse en escenarios. Uno de sus graves problemas es que no sabe “escuchar” en escena. Eso le impide tener correctas reacciones ante las distintas situaciones de la obra. Elisabeth luce haberse construido para su revelación final. Ocurre que Gianni no da el grado en el “destape” y evidencia, ahí más que nunca, su amateurismo.  Su voz, sus movimientos y el manejo de las emociones están evidentemente divorciados de lo que demanda su personaje.

Algo distinto ocurre con Richard Douglas (Pierre). Su personaje es orgánico, creativo, creíble y muy divertido. Douglas da una gran lección actoral de buena comedia. Es común en nuestros escenarios que los actores impriman a sus creaciones el estilo llamado astracán. Este actor, aunque en tres ocasiones vacila con el texto, evita lo payasesco de las comedias baratas y logra una muy natural interpretación. Mis aplausos.

Elisabeth Chahín (Anna) es una grata revelación. Joven, bella y talentosa; de una presencia teatral avasallante. Buena en el manejo de las inflexiones vocales. Mejor manejo de las transiciones emocionales de su personaje; que es, desde el punto de vista de la dramaturgia, el menos agraciado en la pieza. Nunca, en ningún caso, pierde la concentración de la atención. Aplausos.

Pepe Sierra, logra un más que aceptable Claude. Su amaneramiento es natural; aunque algunas veces cae en el clisé. El manejo de su voz es correcto. En ocasiones luce distante y frío. Pero su interpretación general logra que entendamos la naturaleza interior del personaje.

Admitiendo que las reseñas críticas no son absolutas, tengo la necesidad de recurrir al siempre conveniente…


¡Telón!

martes, 12 de septiembre de 2017

“Duendes y locos de las dunas” en New York

 “Duendes y locos de las dunas” en New York
Por Giovanny Cruz


Establezco como principio de esta crónica-critica que a los directores teatrales no se les dirige. También, que un director no es simple lector de obras. Es un ente creativo que conduce, en intrincado proceso, una trupé de artistas; a su vez complejos y con visiones y culturas diferentes entre sí. Todo esto, en procura de lograr una verdad estética unificadora y coherente.

¿Logra Leyma López, como ese dios del que nos habla Allan Poe que del caos construye un universo, articular un discurso estético-teatral en su visión de “Duendes y locos de las dunas”? Lo hace con originalidad y buen sentido estético.

Esta directora cubana, a partir del Texto Literario, elabora su particular Texto Escénico. Desde el inicio de la propuesta ella establece el derrotero que seguirá su concepción de la pieza: los espectadores deben sentase prácticamente dentro de “su” escenario y, sin apenas darse cuenta, se convierten en parte de un coro griego, cómplices del suceso fundamental que ejecutan los personajes.

Toda la trama ocurre en unas dunas. El cuadro plástico y el vestuario que nos propone Leny Méndez son efectivos. En el concepto grotowskianio (escasos elementos) en que transcurre la realización, se supera todo convencionalismo. Las arenas y montañas de las dunas nos son “mostradas” a través de tonos de telas que oscilan entre marrón y crema. El suelo es una alfombra de un tono distinto a los anteriores. Constituye un acierto el situar los distintos flashbacks de la obra entre sombras chinescas. Ahí la obra es más tragedia griega que nunca. Esto, porque las escenas de absoluta violencia son vistas por los espectadores, pero entre sombras.

Toda la música de la realización, un tanto cinematográfica, se ejecuta en vivo por un único percusionista: Anthony Carrillo. Esta se convierte en ocasiones en un leitmotiv. ¡Buen efecto!


En esta obra no hay protagonistas y antagonistas definidos. Todos los son. No obstante, Colasa es una sacerdotisa y justiciera que tiene como misión “coordinar” la trama y hacer que los demás personajes asuman, en la verdad, el hecho fundamental. La actriz Teresa Yenque nos convence desde su aparición en escena. No parece requerir muchos esfuerzos para su interpretación. Es interna, proteica, intensa, teatro total. Su concentración es absoluta.

Guillermina, interpretada por Angie Regina, exhibe unos recursos de voz extraordinarios. Su manejo corporal es uno de los mejores. Luego de su participación en el hecho fundamental de la obra, Angie-Guillermina viene convertida en una fiera realizada y reconciliada consigo misma. Pienso que la risa que nos muestra en ese momento no debería estar.

El Nicodemo realizado por Antonio Rubio es sencillo, pero muy efectivo. Su voz y su cuerpo están siempre al servicio del ritmo y atmósfera de la obra y del personaje. Buena transformación.

El Negro Yogo-Yogo. Resulta que en esta realización el actor que lo interpreta, Sandor Juan, es casi caucásico. Empero, su caracterización, sin que hubiese sido necesario embarrarlo de maquillaje, nos convence. Él y la López se la ingenian, mediante recursos actorales y vocales, para mostrarnos a un muy creíble Yogo-Yogo. Cuando ocurre algo así, a este teatrero sólo le queda la opción de aplaudir.

Dolores, la prostituta sin oficio del paraje, es un personaje con garras y dual. María Cotto se entrega absolutamente a él. Su sentido plástico es extraordinario. Le ordena a su cuerpo canalizar una emoción y este le complace. Logra que olvidemos el artificio de una buena actriz y parece entrar tanto en su personaje, que podría en cualquier momento dejar el “Yo” en un recodo del escenario. El paso emocional, entre una casquivana mulata caribeña hacia el drama interior que la consume, es brillante.

Tamayo. Buena es la interpretación de Roger Manzano. Él se mete muy bien en la piel de su personaje y convence siempre. La plástica que nos muestra de la pelea en la obra es excelente.

Iván Villeta: Es el personaje que, aunque bastante correcto, menos creíble nos luce. El actor, Julio Trinidad, es joven y lo parece en escena. El ingeniero Villeta es un hombre que ha visto pasar ya algunos episodios en su vida. Dado la gran presencia escénica que tiene e indudable talento, creo deben trabajarle más la caracterización interior.

En esta ocasión fui solamente testigo. En varios momentos me olvidé que había escrito el texto y en el momento de la fiesta en las dunas hasta quise bailar junto a los actores. Ahora, complacido, solicitaré el…


¡Telón!