Réquiem y aplausos ante la muerte
de Arístides Incháustegui
Por Giovanny Cruz
Durán
Cuando recibí la
noticia el primer impacto me sobrecogió. Una sensación de desasosiego ocupó mi
mente. Su muerte era como un infarto al corazón, que siempre deja áreas irrecuperables.

Desde que lo conocí
decidí adoptarlo como ejemplo a seguir. Se trataba de un renacentista (investigador
histórico, escritor, buen artista, hombre culto) que, como tal, ninguna
manifestación cultural le era extraña o ajena.
El canto y la
música eran, por supuesto, sus disciplinas primarias. Pero en su callada pasión
también amaba todas las demás manifestaciones artísticas.
Esto quedó
manifestado cuando aceptó ser nombrado Director General de Bellas Artes. Siéndolo,
protegió e impulsó todas las bellas artes por igual. Su honestidad era ya
legendaria y le imprimió ese sello a su gestión pública. Frecuentemente
los grandes artistas no resultan ser buenos gerentes en la administración
pública, No fue el caso. Arístides se ocupaba en Bellas Artes personalmente de
cada aspecto. Podía atención y pasión a los grandes proyectos y, al mismo tiempo, era capaz de tener siempre tiempo para los pequeños asuntos de empleados y artistas.
Y lo sé por experiencia propia.
Lo que Tony Raful
ha llamado en uno de sus poemas “toda esa
burocracia de la muerte”, exige en momentos como éste resaltar la vida del
difunto. Sin embargo, con Arístides Incháustegui loas y aplausos están absolutamente
justificados. Él fue un lujo que nos dimos los dominicanos durante setenta y
nueve años.
Lo lloramos
ahora, porque la emoción nos obliga. Pero mañana, cuando empecemos a asimilar
su partida, lo vamos a aplaudir... por siempre.
—Amigo mío,
admirado Arístides, fue un verdadero honor conocerte y ser testigo de tu paseo
terrenal. No sé, francamente, si merecía todo ese honor; pero nada me impidió disfrutarlo.
Ojalá sea posible que, en la muerte, los justos se conviertan en duendes. Si
ocurriera, te voy a descubrir en las buenas canciones, en las notas quedas del
oboe, en la esperanza que nos propone el violín, en las escenas atrevidas, en
el trazo de pinceles, en la danza… y en la luz…
¡Telón!