lunes, 11 de agosto de 2014

Como reconozco mis debilidades…

Como reconozco mis debilidades… procuro alejarme.

(Después de saber la muerte de Robin Williams)


Esa frase me la he dicho cientos de veces en mi vida de artista. No es nada sencillo cultivar la sensibilidad especial que debo tener como artista, capaz de transformar lo cotidiano en una verdad estética y, entonces, llamarla Arte. No. No es algo sencillo de hacer. ¡Cada vez que interpreto un personaje dejo tanto de mí en el proceso! ¡Cuando concluyo una obra literaria siento un terrible vacío… y me aterro! Cuando acaba el ciclo de presentaciones de una obra teatral o termina mi labor actoral en una película, les aseguro que es terrible la sensación que pulula en mis laberintos interiores. Siento un gran desasosiego, una carencia, una inconformidad, una duda y el siempre infaltable vacío.

Es doloroso saber que, como Sísifo, tendré que llevar la piedra hasta la cima, y regresar a recogerla otra vez al pie de la montaña para comenzar, una vez más, a subirla… por siempre.

Bregar con todo esto me torna vulnerable. Entonces, la “normalidad” no me está dada. Me reconozco débil en ese estadio de la mente. Me admito como un posible ser descontrolado. Por eso nunca pretendo probar algo que  produciría secuelas terribles en mi ser sicológico. Tomo vino, cerveza, vodka, etc; pero me cuido lo mejor posible de “la paloma de los excesos”.

Cuando digo que nunca he consumido droga, estoy mintiendo. Lo he hecho. Lo que ocurre es mis drogas no son cocaína, marihuana y otras de esas. No. Me alucino leyendo al novelista más completo que jamás ha existido: León Tolstoi. Me drogo volviendo a leer la más grande obra literaria jamás escrita: El Quijote. Me transporto cuando me encuentro con Camus, Cortázar, Dostojevski, Valéry, Borges, Bosch, Thomas Mann, Shakespeare, Hördelin, Ovidio, etc. Sin ellos, seguramente estaría procurando otras sustancias. Es que, como artista, me reconozco vulnerable. Si fuera completamente “normal” no sería lo que soy. Por eso de algunas cosas me alejo… sólo para preservarme.

¡Ay, si no fuera por la poesía, quién sabe lo que angustiosamente sería!