martes, 20 de julio de 2010

Festival Nacional de Teatro



Reseña comprometida de un Festival Nacional de Teatro
                                                                                                                         Por Giovanny Cruz Durán

Especial para la Revista Conjunto de Cuba



Los antecedentes.
En la República Dominicana se celebra uno de los pocos grandes Festivales Internacionales de Teatro que sobreviven en el planeta. Indudablemente un lujo teatral que el país se da cada dos años. Una verdadera fiesta teatral que complacería a la demandante Talía (musa del teatro), a Arión (primero que escribió, compuso, tituló y declamó un ditirambo), al soñador Tespis (el griego que desde una carreta decidió parir un personaje), a Apolo y a Dionisio, de cuyas contradicciones nace la Tragedia.



El Festival Internacional de Teatro de Santo Domingo es una alucinante fiesta de las tablas que el dramaturgo venezolano Rodolfo Santana bautizó como “el huracán teatral dominicano”, y que mueve cientos de artistas, técnicos, estetas y teóricos de la escena internacional. Además, al que asisten decenas de miles de espectadores.

Empero, resultaba extraño que ese mismo país que realiza un Festival Internacional de tal envergadura, al que se convocan las potencias teatrales del universo, no realizara un Festival Nacional de Teatro. Lo que era un anhelo del sector teatral dominicano.

Pues hace un par de años el Ministerio de Cultura comunicó su intención de reivindicar la preocupación y puso manos a la obra.

Desde luego que hubo muchos escollos, contratiempos y obstáculos en el camino, que ahora, días después de celebrado dicho Festival, hasta parecen risibles.

Sin embargo, tanto el ministro Lantigua como la actriz Karina Noble (actual Directora de Festivales de Teatro), empecinados y obsesionados con el proyecto, colocaron anteojeras cerca de sus ojos, taponaron sus oídos y siguieron adelante con el montaje de un Festival que parecía no poder efectuarse.

Se trazó un perfil. Se escogieron las piezas y las compañías. Se eligieron los propósitos y las metas. Seleccionaron al director Rafael Villalona y al actor Danilo Taveras para dedicarles el verdadero Primer Festival Nacional de Teatro.

Sobre ellos el gran intelectual y ex ministro de Cultura Tony Raful escribió lo siguiente en la crítica que publicó sobre mi montaje en el Festival: Rafael Villalona, una especie de actor fundacional de la implementación de métodos de renovación y cambio en el teatro dominicano, cuya estirpe humana alcanza valores paradigmáticos; y Danilo Taveras, teatrista de larga data, buen ser humano y de una vocación admirable al arte y la actuación.

Abriendo telones.
La puesta en escena de mi pieza “Un café frío en la calle El Conde” fue seleccionada para iniciar las actividades puramente teatrales. Ahí mismo comenzó el tornado cultural que resultó ser el Festival del cual hoy escribo. A pesar de las torrenciales lluvias caídas en la capital dominicana, la gente respondió a la convocatoria que se le hizo. Los espectadores colmaron el auditorio del Palacio de Bellas Artes para ver la nueva propuesta teatral.

Sobre la pieza el poeta y ensayista Raful escribió: “Un café frío en la calle El Conde”, muestra cómo el control de los medios de comunicación masiva, la dictadura mediática en una sociedad cualquiera, es capaz de transformar o cambiar a un ser humano en su contrario, como por un asomo casual que Camus llamaría Absurdo, el personaje se ve envuelto en un drama que lo arrastra a representar todo lo que su propia vida niega; en la obra de Giovanny la burbuja mediática lo es todo, el ser humano, nada.

Pensamos, inicialmente, que mi quizás inmerecida fama era la que provocaba la asistencia masiva a la representación, dado que la publicidad del Festival no era exactamente significativa y que una pronosticada saturación artística debía ocurrir luego de la recién finalizada Feria Internacional del Libro, la cual alejaría a los espectadores de los teatros.

Mitos destrozados.
Pero ahí mismo comenzó el Festival a destrozar los mitos intencionalmente construidos.

Se pensaba, con pesimismo antillano, que un Festival Nacional no despertaría el mismo interés en el público que el despertado por los Festivales Internacionales antes realizados.

Se nos aseguró, como tortura, que los dominicanos no sentían tanto entusiasmo por el teatro como en épocas pasadas.

Se proclamó, como censura, que el Festival tendría dificultades luego de concluir el gran “monstruo” cultural que siempre resulta ser la Feria del Libro.

Se vaticinó, para amilanarnos, que solamente tendríamos espectadores en las salas para los días viernes, sábados y domingos.

También cuestionaron, para asustar, la cantidad y calidades de los grupos que debían conformar el Festival de marras.

Yo mismo sugerí, por temor al fracaso, al ministro José Rafael Lantigua y a Karina Noble, apartar la fecha del Festival de las de otros eventos culturales que el Ministerio de Cultura realiza. Lantigua, como si fuera él y no yo el hechicero, se negó a hacerlo. Los resultados les conceden razones.

La historia, en el tema que ocupa nuestra atención, la escribieron los espectadores durante todo el mes de celebración del Festival (del 7 al 27 de junio). Ellos acudieron a tropel a “darse” su Festival de Teatro. Desafiaron las lluvias que caían a cántaros. Acudieron durante todos los días de la semana a las representaciones. Saltaban de una obra a otra en una misma noche. Disfrutaron y aplaudieron a los consagrados teatrales y a las figuras emergentes. Y, momentáneamente, no reclamaron la presencia de los grupos internacionales. Con ellos siempre estaremos comprometidos. Esto así, porque parte del éxito del presente radica en las anteriores celebraciones de los Festivales Internacionales. En esto no hay discusión posible. Ni la mezquindad podría negarlo.

Las novedades. 
No es tal cosa que una puesta en escena del suscrito obtenga el favor de espectadores y críticas. 
Tampoco que el legendario Teatro Gayumba de Manuel Chapuseaux y Nives Santana (el más internacional grupo de teatro criollo) haya obtenido un resonante éxito con su hermosa, poética y bien plantada “La Celestina”. Versión libre para dos actores del clásico de la literatura española La Celestina, de Fernando de Rojas.

¡Pero no! Esto no sería novedad alguna. Todo lo contrario... es lo esperado y acostumbrado.

La exposición de Mariano Hernández, “Las fotos de la escena”, si era una novedad consagratoria.

El Santo Esclarecido:
Cuando vimos al Teatro Rodante presentando la obra de Carlos Esteban DeiveEl Santo Esclarecido”, dirigido por la gran actriz Carlota Carretero, llevar a escena a tantos jóvenes valores, indiscutibles promesas teatrales dominicanas, nos sentimos recompensados. Los espectadores apreciaron en la cuidada y sencilla representación de la obra de Deive, temáticamente autóctona, a jóvenes actores que ya son realidades escénicas dominicanas de promisorio futuro. En la pieza de Deive el espíritu de Liborio Mateo (legendario mesíasTulio dominicano que enfrentó a las tropas norteamericanas en su primera invasión a la isla) se le aparece a y le comunica que Dios lo envió a encomendarle la misión de redimir la humanidad. Tulio acepta y posteriormente crea un ministerio llamado el Nuevo Amanecer donde recibe a las personas que necesitan curación, con tan buenos resultados que estas empiezan a llamarlo El Santo Esclarecido. El movimiento no es bien visto por las autoridades militares, ni por sectores religiosos y de poder económico que defienden sus intereses particulares.

El 28:
Claudio Rivera reitera su compromiso con la idea y la técnica teatral depurada, sacando buenos frutos del rigor que impone al joven elenco de su “El 28”, un espacio manicomial, donde mamberos y terroristas representan lo que para algunos es nuestra más distintiva condición: una hiperactividad contemplativa. Una obra donde reírse del enfermo mental podría llegar a ser una defensa para no aceptar la propia condición de orates.
A “El 28” el público no tuvo más más opciones que aplaudirlo entusiasmado y gritar: ¡Bravo, Teatro Guloya!



El Método Grönhonl: 
Con esta pieza, del catalán Jordi Galcerán, se estrena como director el actor Mario Lebrón. Y sale bien parado. Es una obra con la estructura del teatro comercial, pero escrita y llevada a escena con inteligencia, disciplina y seriedad; a pesar de la hilaridad que produce. La pieza nos muestra el proceso de selección de personal para un cargo ejecutivo en una empresa multinacional. Los cuatro últimos aspirantes al puesto asisten a su última entrevista, donde se definirá quien accederá al puesto. Al llegar descubren que no hay un entrevistador y que la empresa ha desarrollado un método mediante el cual ellos tienen que irse descartando hasta quedar solamente uno. Buenas actuaciones, sobresaliendo la de Giamilka Román, .

La noche de los asesinos: 

Cuando Nileny Dippton, Yorlla Lina Castillo, Wilson Ureña y el cubano Orestes Amador nos muestran “La noche de los asesinos”, del gran José Triana, en un despliegue de recursos imaginativos, y corporales, con la escultórica escenografía de Cristian Martínez, sentimos que en ellos confirmamos todo el presente del teatro antillano.

Ooniia o la ruta del sol:
La poesía, la estética, la plástica, el buen decir y la simbólica se engrandecen en el monólogo “Ooniia”, basado en el texto del puertorriqueño Amílcar Cintrón Aguilú. Clara Morel (la actriz) y su esposo (director y artista plástico) Miguel Ramírez nos brindan un banquete de buen gusto teatral. En esta pieza vemos que en terrible y sensual arrebato Ooniia describe la azarosa desventura de su vida junto a otros esclavos, evocando secretos, develando misterios y compartiendo saberes ancestrales, el deleite ardoroso con sus amantes, el infortunio de una inhumana e interminable travesía por el mar, la añoranza de reencontrar a su familia, a su tierra, sus raíces y el supremo deseo de libertad.

Compañía Nacional de Teatro:
Nuestra Compañía Nacional de Teatro merece un comentario especial.
Ciertamente dentro de ella hay actores que vieron pasar ya sus mejores años. Que algunos de sus integrantes no tienen la calidad que el compromiso teatral moderno solicita en estos tiempos, también es cierto. No obstante, hay allí auténticos activos escénicos. Vicente Santos, Orestes Amador, Manuel Raposo, Johnnie Mercedes, Yorya Lina Castillo, Nileny Dippton, Ernesto Báez, Amauris Pérez, Wilson Taveras; entre otros, son artistas solicitados y apreciados en las puestas en escena del Teatro Independiente.

Pero a pesar de ellos la Compañía lucía perdida, confundida y a la deriva. Sus últimas realizaciones teatrales no fueron precisamente alentadoras.

En una discutida y circunstancial decisión se contrató al director cubano Raúl Martín para que dirigiera la puesta en escena que dicha Compañía oficial debía presentar en el Festival Nacional de Teatro. Se barajaron varios títulos de obras. El tiempo apremiaba (un poco más de un mes solamente habría para ensayar). Eligieron la pieza de Anna BurzynskaHombres al borde un ataque de nervios”, llevada por cuatro hombres (Raúl la hace con ocho actores y dos actrices), en tres cuadros, con tres situaciones diferentes. Una nueva Era irrumpe en la sociedad y estos individuos creen manejarla, pero en realidad son como fichas de un juego. Los hombres debaten sobre el “amor”, el “trabajo” y finalmente “juegan a la guerra”. La estrategia de vencedores ante la vida los lleva a un final inesperado.

Raúl Martín comenzó a trabajar con dedicación, aunque con contratiempos (casi todos sus actores estaban comprometidos en otros montajes). Pero del elenco cautivo de la Compañía Nacional de Teatro, Raúl no podría zafarse, como quizás hubiera preferido.

Pues, luego de pellizcarse (imagino) docenas de veces su calva cabeza y deseando tener algo de pelo para poder arrancárselo, mi amigo Raúl salió a flote y sacó un buen producto donde muchos pensamos, dadas las circunstancias, que era casi imposible hacerlo. Buenas actuaciones de casi todos los participantes. Buena, cuidadosa y digna producción, aunque juzgo que el texto, dentro de la literatura teatral universal, es prescindible.

Las Compañías Nacionales de Teatro tienen singulares perfiles. No pueden funcionar como los grupos independientes. Desde luego que no. Raúl Martín así lo entendió y devolvió el entusiasmo y la dignidad perdida de lo que llamamos el “Teatro de Bellas Artes”. Mi reconocimiento y parabienes.

Conclusión y futuro.
El espacio no me permite analizar y resaltar a cada uno de los montajes participantes dentro del Festival. Entre ellos, sin embargo, debo mencionar “KD-4” (Teasto), “La Vaina” (Fundación Cultural Cayena), “Frágil” (Otro Teatro), La danza teatro “Creación de Santo Domingo” (EDANCO), “Cara o Cruz” (Teatro Experimental Vegano), “Amén de Mariposas” (Teatro Utopía), “Todo un hombre” (MANA), “Derechos Henanos” (Rutimane), “Viajeros” (Teatro Papalote), “La princesa Sukimuki” (Teatro Alternativo), “El cumpleaños de Vitalina” (Anacaona Teatro), “El Violín entre las sombras” (Teatro Ícaro), “Para decir sí” (La 37 por las tablas) y “Tours de Force” (Danza Pie).

Vimos avances significativos dentro de este Festival. Está hoy demostrado la calidad actoral y direccional de muchos jóvenes artistas teatrales dominicanos.

Uno de los cuestionamientos que con más insistencia formulo a la escena contemporánea, tiene que ver con los aspectos de producción y técnica. No sería honesto e inteligente negar cierto descuido, y hasta mal gusto, entre algunas de las jóvenes compañías teatrales dominicanas en los aspectos que hemos indicado.

Con Brecht aprendí que “la forma es la expresión más acabada del contenido”. No hay justificaciones, entonces, para descuidar los renglones considerados “formales” e indispensables dentro de la activad teatral. El producto que llega finalmente a los espectadores tiene que tener el rigor requerido para ser visto y aceptado como profesional.

En el festín que constituyó este Festival Nacional vi un espectacular avance en estos puntos que usualmente imputo. ¡Alentador!

Creo que los teatreros en la República Dominicana aún tienen que buscar y encontrar más y mejor dramaturgia. Los espacios de reflexión y talleres en futuros Festivales tendrán también que mejorar. Todavía está pendiente, como tarea urgente, determinar un lenguaje teatral cónsono con las realidades sociales y culturales del país. Si no fuese posible un lenguaje Nacional al menos uno Regional. Se trata de alcanzar una impostergable estética caribeña e identificar nuestros verdaderos héroes escénicos.
¿Una quimera? Como incorregible hombre de teatro tengo el deber que creer en ella. ¿Acaso no salimos de una?

Por otro lado, debe procurarse mayor internacionalización del teatro que se hace en la mitad de isla que ocupamos. Los hacedores teatrales dominicanos requieren de la confrontación con otras realidades escénicas. Comprobarse en los espejos foráneos.
No se puede negar, aunque moleste admitirlo, que la condición de isla es una limitante más allá de lo simplemente geográfico.
En la República Dominicana, con la plataforma que constituye el Festival Internacional de Teatro de Santo Domingo, se tiene un buen recurso para negociar e intercambiar. Por aquello de “si tú me das yo te doy.” Esta actitud debe asumirse como política y estrategia de Estado.

El Teatro Dominicano tiene una singularidad única en el planeta: la Revolución Independentista del país sale de los escenarios. El pueblo dominicano tenía una histórica deuda con los teatreros, que paga en parte con la realización, éxito y gran respaldo al Festival que nos ocupa. En él se ha confirmado que el Teatro Dominicano no es segundo de nadie en cualquier parte del mundo.

Aunque he proclamado que mi verdadera patria es el escenario, que soy, como ya se ha dicho, extranjero en cualquier país hasta que piso un teatro... permítanme hoy el pequeño orgullo de gritar a América y al mundo:

¡Qué viva el Festival Nacional de Teatro Dominicano! ¡Qué viva el Festival Internacional de Teatro de Santo Domingo! ¡Qué viva el Teatro Dominicano! ¡Qué viva el Teatro Antillano! Es más... ¡Qué viva el Teatro... y telón!