domingo, 21 de febrero de 2010

¿Terrorista Cultural?

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Con el asunto de mis últimas críticas culturales se pusieron a correr cientos de rumores, algunos de los mismos ya mencionados en artículos anteriores. Pero hubo uno, sobre todos, que angustió a docenas de verdaderos amigos e hizo que otros se alejaran tanto que llegué a creer que se había descompuesto el desodorante Drakar que utilizo.

De los traidores a quienes se les esfumaron las caras, se les fueron las palabras y aumentaron las espaldas; no voy a hablarles. Sin embargo, de los amigos solidarios tengo cosas que contarles.
 
Ocurre, según nos enteremos en el Boga-Boga, se había preparado un terrible expediente contra mi. Me acusarían, supuestamente, de “terrorismo cultural”.

¡Tamaña vaina!

Se suponía que me apresarían una o dos horas después de conocerse la noticia. Me dijeron que habían “convencido” a un juez para que me condenara en los primeros cinco minutos del juicio sumario que me harían.

El primero en llamarme preocupado por estas informaciones, desde luego, fue Tony Raful. 
-¡Hermano, te apresarán en cualquier momento! Estoy en mi biblioteca haciendo una selección de libros de poesía que garanticen lectura a los dos por lo menos un año. Digo, porque si caes preso estaré contigo todos los días.
El segundo en llamar fue Luis González Fabra.
-¿Qué dice la cruz de Giovanny Cruz? Mira, no te preocupes. Ya me puse de acuerdo con Giamilka. Mi esposa y yo nos encargaremos de llevarte la comida los primeros cinco años. Ya hasta sabemos cómo introducir tus cervezas preferidas en la prisión.
Luego llamó Onorio Montás para informarme que estaba recogiendo firmas y que había hecho una proclama que decía: 
¡Si no sueltan a Giovanny, después de cinco meses, habrá sangre de nuevo en el solar!
Henriete Weise había consituído en un movimiento internacional con sede en España. (No creo que Tudela lo apoyara.) Reclamaban mi inmediata libertad luego de seis meses de prisión. El slogan sería: 
¡Nuestros terroristas son agrios; pero son nuestros terroristas!
Johnny García, tratando de encontrarle algo positivo al asunto, me dijo:
-Trata de rebajar un poco en los años que estés preso.
Esperanza de Peña y Osiris Madera compraron pastillas para mi corazón (Atenolol, Diltiazen, hígado de bacalao y aspirinas cardiovascular) que darían al menos para un año. Además, me pondrían gratis las cuatro dosis de la vacuna anti vejez.

Cuchy Elías se ofreció para hablar con José Oviedo a ver si reducían la condena inevitable a tres meses. Empero, y por si acaso, él había preparado una selección de películas que cubría unos diez meses.
 
Carlos Castro me llamó a mi BB (Bastante Barato) para decirme compungido:
-Tengo unos textos de técnica extracotidiana que voy a ir personalmente a llevarte a Najayo. Mi esposa y yo te estamos preparando unos espaguetis y una botella de vino tinto.
Juan Núñez estaba en USA. Desde allá llamó iracundo:
-¡Quitimany, todo el mundo!¡No inicien nada hasta que yo llegue! ¡Soy el asistente de lujo de Giovanny! Estoy en el aeropuerto con Carlos Espinal y Manuel Herrera. Vamos con cien mil dólales para cubrir las gastos de la guerra.
Me cuentan que Carlos Espinal brincando repetía:
-¡Si a Giovanny le pasa algo vamos a borrar del mapa a Santo Domingo!
En El Caimito de Moca hay una tradición de valentía de los Durán. Estaban afilando los machetes y cargando las escopetas. Los Cruz y los Guzmán, guapos como los que más, estaban ya atrincherándose en Ciudad Nueva.
 
Por prudencia mi esposa y yo decidimos regresar a la casa. Allá nos esperaba un auténtico batallón de amigos. Víctor Vidal, con dos pistolas y una correa llena de balas expansivas, se adelantó al grupo.
-Compadre, nada más conseguí estas dos pistolas donde repartían las armas. ¿Usted tiene algunas granadas por ahí.
Todos sabemos que si se arma cualquier guerra ese será siempre el primero en comenzarla.

Me conecté a Internet. Había varios mensajes. Sobresalía el de mi antiguo maestro:
-¡Si es verdad lo que me han dicho que no te quepa duda que habrá problemas!
Lo firmaba Iván García Guerra, Guerra, Guerra, Guerra, Guerra.
 
Mi hijo Jean-Paul llegó desde Florida. No se cómo, pero pudo entrar con tres fusiles pulverizadores de guardias y policías.

Mis dos hijas (Fiora y Renata) estaban en mi habitación recogiendo ropa. Son dos rebuseras incorregibles.
-¡No nos vamos a entregar! ¡Ahora mismo te sacaremos del país. Fabra te llevará (Como hacía con perseguidos en los del tiempos del balaguerato) a la frontera. Ahí te estará esperando Villalona (aún enfermo) y el buscado guerrillero Haffe Serrulle. Te montarán en un avión que tío Chichí ha alquilado para llevarte a Libia.
Partí con Fabra. Los dos íbamos en silencio. De vez en cuando miraba el paisaje. Trataba de guardar en mi interior las difusas imágenes del entorno. Pero llegando a Polo, Lantigua destruyó todos los planes. Mi teléfono sonó. Contesté.
-¡Aló!
Una voz de mujer al otro lado.
-Don Giovanny, es Doraliza Báez. El señor Lantigua le va a hablar.
Esperé unos segundos que parecieron horas.
-Hermano mío yo no sé nada de asuntos samurai. ¡Devuélvase! Todo lo que le han dicho es mentira. Yo soy su amigo y admirador. No importa que estemos en desacuerdo en algunos puntos, siempre lo voy a respetar. ¿Cuándo almorzaremos juntos en el Boga?
Hablamos un largo rato y terminamos riéndonos de todo hasta que nos dolieron las mandíbulas.
-¡Recojan!
Dormí plácidamente en mi casa. Pero desperté con un problema mayor. Les cuento.

Un samurai desempleado

 
Ustedes saben que había contratado un samurai para entrenar mi cuerpo por si acaso se efectuaban los combates teóricamente programados. Pues el temible guerrero llegó al país esa mañana.

Pero no trajo del Japón sus tradicionales vestimentas (Hamaka y kataginu). ¡No lo hizo! Alegó que ahora el asunto se hace con sudadores Nike. (¡) 





 ¿Y las armas?
 Tampoco trajo sus arcos, espadas, lanzas y cuchillos legendarios (Yumi, katana, tachi, wakizashi, tantó, nodachi, naginata y yani). 

¡Terrible eso! Protesté, desde luego. Un samurai sin esas espadas es cuestionable. Más que los hombres que se desrizan y viven con sus madres.

Me dijo que tenía miedo... (¿Miedo un samurai? ¡Los tiempos si han cambiado!) de que se las quitaran en el AILA. Aunque estaban botas, oxidadas, muchas sin los mangos y con las hojas agrietadas... seguían siendo las honorables espadas de un Maestro de la Guerra; que ahora sólo peleaba, me informó, con su gorda esposa, a la que confesó tenerle miedo.

Bueno... el miedo es libre. (Pero ¿miedo un samurai?)

 
 Le pregunté por las fabulosas máscaras (Hoate), los cascos (Kabuto) y su armadura (Kató) que suelen usar en el combate. 

Me dijo que había alquilado todo eso a unos vejigantes en Puerto Rico

Lo que si me angustió fue no verle puesto sus típicos calzados (Waraji). ¡Usaba los famosos Crocs!

Me explicó que tenía artritis y problemas con la circulación, por lo que andar con los Waraji era contraproducente. El médico cubano que lo atendía se lo tenía totalmente prohibido.

 -¿Médico cubano? ¿En Japón?
 -Debo ser honesto, señor Cruz. No vivo ya en Japón. Resido en el Barrio Obrero de Puerto Rico. Su carta la recibió una prima en un pueblo cerca de Tokyo. La escaneó y me la envió por e-mail a Portorro. Y para ser completamente sincero, porque es muy feo que un samurai hable mentiras, el cubano que ahora me diagnostica no es exactamente médico. Es un curandero que logró llegar en una yola a Mayagüez hace aproximadamente un año. Como estoy, también, ilegal en la isla del encanto no me atrevo a ir a sus buenos hospitales.
¡Qué fracaso tan grande! ¡Un samurai que no dice arroz sino ajó!

Ya mi amigo y colega Teo Terrero había dudado sobre la contratación del samurai. Cínico y burlón me dijo por telégono:
-¿No será una geisha lo que deberías contratar?
Cuando conté lo que acontecía con el mencionado samurai, recordando mis últimos artículos dijo gravemente herido por la risa:
-¡Ay si, Giovanny, devuelve eso!
¡Qué vergüenza!

 
El asunto ahora es que debo salir rápidamente del ex samurai nipón-boricua. Pero despedirlo así como así es peligroso. Aún vencido sigue siendo un samurai. Y por otro lado, me arriesgo también a una demanda. 
 
Debo, por lo tanto, buscarle un empleo a lo que queda del risible samurai. Pero en las circunstancias en que se encuentra (con la enorme panza del olvido.) será difícil que otra gente lo contrate.

Quizás una solución sería buscarle oficio en algún restaurante oriental del Barrio Chino (es lo más parecido que tenemos al Japón de aquellos tiempos.)

Pero el problema está en que los comerciantes de ese Barrio alegan que por la prohibición del síndico para que se usen las calles como estacionamientos, están a punto de quebrar.

Vista así las cosas no querrán contratar a un fracasado samurai, que quizás no cocina ni come platos orientales. A lo mejor, viviendo ahora en Puerto Rico, prefiera monfongos, perniles y alcapurrias.

¡Qué dilema!

Quizás la solución la encuentre con el mismo Lantigua. Podría ser que el desencajado samurai encaje en el Ministerio de Cultura. ¿Pero haciendo qué? Tal vez necesiten lavar manteles y esas cosas. Me han dicho que esta gente es buena en esos asuntos. Aunque me parece que no sería el mejor destino para un guerrero samurai.

De todos modos hablaré con Lantigua. Le entraré de esta manera:

-Bueno, Lantigua, te sacaste el amarillo. Yo no tengo dinero para mantener al tipo.
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¡Yaaaaaajaaaaaaaaait!