El complejo
viaje de un… «Te quiero…»
Por Giovanny Cruz Durán.
Sólo algunos retazos me llegaron del suceso. Ocurre, que una amiga me entregó hace aproximadamente dos meses, un sobre amarillento al que el tiempo le estaba pasando por arriba. Mi amiga cometió el terrible error de decirme: Pa que escriba algo sobre esto. Y me contó muy escasos pormenores. Perennemente me siento incómodo cuando alguien me narra asuntos para que yo los convierta en literatura. Por eso dejé el sobre y la carta sin leer en una gaveta de mi escritorio antiguo. Hace unas noches, sin embargo, agotado de escribir, decidí descansar y hasta servirme una copa de un tinto catalán. Distraído, abrí la gaveta, vi el sobre en cuestión, me interesé y leí el contenido de su breve misiva. Hice unas cuantas investigaciones y he aquí parte de la historia:
«Ella, en Mónaco, recibió una carta del joven caribeño al que amaba. Se suponían enamorados (de esos, como diría Facundo Cabral, que
nunca preocupan al bosque... porque los enamorados no matan mariposas). Por
supuesto que no leería “su” carta en la vulgaridad del salón de trabajo en el
cual se encontraba. Salió de allí y tomó las calles de la ciudad. Tampoco ahí la
leería. ¡No! Esa esperada carta merecía ser enmarcada. El mar era el lugar
habitual que la discretamente hermosa Loraine escogía siempre para hacerlo.
Llegó hasta la playa y caminó un poco. Buscó, igual que otras veces, la sombra
que proyectaba un arbusto. Se sentó y se quitó toda la ropa interior que llevaba
puesta. No esperaba nada sexual en el contenido de la carta; pero despojarse de
sus prendas íntimas era un ritual. Ocurre, que su “amor del Caribe”, divertidamente
atrevido todo el tiempo, le dejó esa costumbre en su paso por el Principado. La muchacha abrió
el sobre, sacó la carta en él encerrada, la desplegó sobre la falda amarilla
con floresillas moradas y dirigió su mirada hacía ella. Su "amor" nunca escribía el
nombre de ella en el inicio ni el suyo al final de la carta; procurando de esa
manera, decía, que la carta actual fuera siempre continuación de las otras.
Los músculos extraoculares se movieron inquietos para posarse inmediatamente
sobre las dos primeras palabras, extraordinariamente convertidas en rayos luminosos para de esa manera presentarse
ante el nervio óptico, sin realmente
pedir permiso para iniciar desde allí su viaje hacia el encéfalo. Comenzaron, ambas, un complejo recorrido en la córnea, atravesaron el humor acuoso, pasaron luego a través de
un lente ocular que llaman cristalino; posteriormente recorrieron el humor
vítreo hasta tropezarse con la pared posterior del glóbulo ocular llamada retina, que está conformada por más de
diez capas de diferentes tejidos identificados como cintillas ópticas; las cuales fueron infatigablemente rebasadas por
las dos palabras de esta historia. Desde las cintillas “caminaron” hacia la hipófisis pasándoles por delante a la
silla turca. Entonces, las dos en conciencia de su naturaleza, se aseguraron de convertirse en quiasma óptico antes de alcanzar su objetivo en el núcleo geniculado lateral, al que arribaron en la región llamada tálamo. Pero
antes, desde los núcleos, salieron convertidas
en un inmenso haz de fibras llamadas radiaciones
ópticas, atravesaron el cerebro para llegar a la parte posterior: el lóbulo occipital; donde realmente, como información, terminaron de convertirse en “imagen cerebral”.
Dos de
esas capas que he citado, contienen unas células fotosensibles en las que se
aloja una sustancia llamada rodopsina,
que inmediatamente se alteró químicamente en el movimiento de absorción de las palabras convertidas en luz concurrente.
Esta alteración química produjo, en la ocasión que nos interesa, un cambio eléctrico destinado a
llegar al cerebro desde el nervio óptico.
Estando en el cerebro, estos cambios eléctricos de nuestras dos palabras fueron
otra vez procesados para que produjeran las diferentes sensaciones que dieron al cerebro informaciones de tamaño, color, situación, textura, zonas transparentes entre
las palabras y del movimiento de la carta entre las piernas de Loraine. Luego de
este viaje, finalmente, el cerebro, procesó a las dos palabras de manera
invertida; es decir: la imagen del lado derecho fue “vista” por el cerebro
en el izquierdo y la otra exactamente en el lado opuesto.
Ya en este punto del proceso, Loraine
estaba lista para asimilar a las dos palabras señaladas y se enteró, finalmente, cuáles eran: Te quiero. Se estremeció
como si fuera sacudida de los hombros por un oso. No obstante, no podía perder
tiempo en esas sensaciones porque ya su cerebro había procesado las otras cuatro
extrañas palabras que seguían: la distancia nos complica…»
Había, todavía, una palabra más; pero no sé exactamente
cómo esta encajaría, a esa altura argumental, desde el ojo hasta el cerebro, si
acaso logró hacer el viaje. Tampoco me he enterado cuál fue la reacción de la
hermosa monegasca, si la hubo. Pero si sé, porque lo acabo le leer, cuál es la última palabra de esta historia: ¡Telón!