sábado, 3 de julio de 2010

La trampa del cuento


 De unos años para acá en nuestro país teatral ocurre un fenómeno singular: la teatralización del cuento.

Hace unos quince años conversaba con el hoy difunto profesor Juan Bosch sobre un proyecto que tenía en carpeta. Deseaba adaptar algunos cuentos del gran escritor y político dominicano para presentarlos en Casa de Teatro. El evento se llamaría “La Noche del Cuento”. Entendía que muchos de los cuentos de Bosch podrían ser perfectamente escenificados, aunque para hacerlo era imprescindible que pasaran por la lupa y el escalpelo del dramaturgo.

El profesor Bosch, siempre celoso de su literatura, gustó de la idea, aunque solicitó que el escritor y crítico literario José Alcántara Almánzar trabajara conmigo en la selección de autores (¡) y cuentos. Algo que me sorprendió un poco, porque la idea era adaptar al teatro solamente cuentos de Juan Bosch.

No obstante, comencé a trabajar con Alcántara Almánzar en el proyecto y llegamos a hacer la selección planificada. Elegimos, también, la metodología de trabajo que seguiríamos. Sin embargo, nunca concluimos el proyecto de adaptación.

Llevar al escenario un cuento, siguiendo los parámetros puramente teatrales, es difícil. Hacerlo con varios de un autor es terrible. Empero, hacerlo de varios autores es casi imposible. Fin del proyecto.

La adaptación teatral del cuento, para muchos el primer género literario que existió, no es un asunto nuevo en el planeta. No podríamos olvidar las geniales adaptaciones realizadas a cuentos de Jean Cocteu, el niño prodigio parisino (algunas realizadas por él mismo) poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante y guionista; las de James Joyce, las de Tolstoi; algunas que otra de Cortázar; entre muchos buenos escritores.

Pero las adaptaciones tienen que ser, precisamente, tales. La estructura y morfología del cuento es diferente a la que ocurre en la literatura teatral.

Cortázar hablaba, para ilustrar con el ejemplo, de la necesaria esfericidad en el cuento. Stanislavsky, en cambio, nos plantea la imprescindible Línea Ininterrumpida de la acción dramática.

En el cuento la brevedad es una condición inviolable. (En Francia se considera que una narración de más de veinte páginas es ya una novela.) En el teatro su compleja trama se extenderá tanto como se requiera para llegar al Objetivo, el cual procura a su vez determinar un Súper Objetivo.

Aunque en el cuento encontraremos pistas sobre el desenlace, se reserva el “desvelamiento” para el final, que según Cortázar, diferente a la novela que gana siempre por puntos, el cuento debe ganar por knockout; mientras que en el teatro al final se triunfa por asombro.

En el teatro es una condición no negociable que de cuando en vez aflore la Línea Interna del personaje y esta que procure, auxiliada por la atmósfera escénica, condicionar al espectador y prepararlo para un final que puede ser asesino o no, dramático o simpático, reflexivo o profundo, efectivo o simple; según lo que la trama de la pieza escenificada haya previsto en su devenir.

El mismo texto teatral es una adaptación (¿el texto es un pretexto?) que hace el director teatral y su elenco para llevarlo al escenario. Cuando el texto literario llega hasta los espectadores se convierte, entonces, en lo que llamamos texto dramático.

Este tendrá, indefectiblemente, personaje o personajes. Estos tendrán líneas (Internas y Externas) o propósitos particulares. Estos personajes realizarán acciones que tienen que estar dirigidas a alimentar la Línea General de la pieza. Mediante caracterizaciones físicas y sicológicas construiremos las personalidades de los hablantes. Lo aconsejable no es que ellos “cuenten” los sucesos. Deben “hacerlos” o representarlos.

Las acciones que realiza el personaje tienen que ocurrir en el tiempo real que determine el lenguaje escénico escogido y tendrán un gran nivel de coherencia. La vida de los personajes tienen antecedentes. En el teatro estos no se imponen, persuaden. Su real-imaginario es singular y limitado. La trama transitará entre hechos y sucesos importantes. Y el desenlace lo procuraremos como un recurso inevitable y aleccionador, una consecuencia de lo que hemos llevado al escenario. En todo esto lo emocional y escénicamente atmosférico, juega un papel estelar en la construcción de nuestra efímera obra de arte o vida teatral.

La estructura del cuento siempre será determinada por la narración, aunque los autores lo enriquezcan con ciertos diálogos. No hay manera de “vivir” en el cuento, aún en aquellos en los que se narra en primera persona. Contrario en el teatro donde la trama ocurre exactamente en el momento en que es presenciada por los espectadores produciéndose, entonces, emociones directas e inmediatas.

El cuento nos presenta los sucesos como ya acaecidos. Los hacedores de teatro tenemos que procurar, en un convencionalismo entre artistas y espectadores, que cada parlamento, cada gesto, cada emoción parezca que está siendo improvisado por los actores.

No pocos juzgan a la narración dentro de una pieza teatral como una prostitución de la misma. Particularmente pienso que ella es una falta de imaginación o ausencia de dramaturgia. En el teatro lo representado es sinónimo de vivido. Por eso cuando la trama parece partir de una historia acaecida, el personaje invocará los sucesos de tal manera que aunque se acepte su recreación, luzca que lo acaba de revivir a través del padecimiento y de la celebración ritual. Lo que explicaría la combinación ritualista y mítica de lo teatralizado.

Podríamos citar muchos más aspectos distintivos entre el cuento y el teatro, pero entendemos que para los fines propuestos estos nos bastan.

Partiendo, entonces, de estas premisas, hoy coaligamos que es complejo llevar el cuento hasta las tablas. Que se requiere de habilidades dramatúrgicas para hacerlo y conocimiento cabal de las literaturas concurrentes.

Visto los aspectos señalados si queremos escenificar cuentos escritos (creo que solamente se justifica cuando hay ausencia de dramaturgia ¿Es el caso?) debemos entender que las dos literaturas tienen códigos y propósitos diferentes. El destino socorrido del cuento casi siempre será la lectura en una habitación. El del teatro será, principalmente, la representación.

Aquí me interrumpiré para formular una ya impostergable pregunta: ¿Para evitarnos todo el ajetreo que esto implica acaso no sería mejor escribir una original pieza teatral?

¡Telón!