viernes, 14 de diciembre de 2012

Honestidad elemental en el Teatro


Honestidad elemental en el Teatro

"Círculo de tiza caucaciano"; Bertolt Brecht.

¿Hay una moral teatral? Ciertamente la hay. Desde luego que no se trata de la moral humana per se. Claro que no. El Ser Teatral, como todo ente social, está sujeto a reglas como parte del conglomerado en el cual vive y se relaciona. Empero, como artista creador debe cumplir preceptos que le son inherentes desde el mismo momento en que adquirió la condición de artista profesional. El compromiso teatral es algo muy serio, aunque algunos actores y actrices de estos tiempos parecen tomarlo a la ligera.

El director teatral


Un director teatral tiene deberes iniciales con una puesta en escena (que es el universo y conglomerado que esta vez nos ocupa):

1- La escogencia de la obra: Es el primer acto que el director teatral hace en libertad, constituyendo, entonces, una premisa que nos indicará los propósitos y objetivos de ese director teatral, prácticamente como su esencia teatral de por vida. Inmediatamente nos enteramos del tipo de pieza por un director seleccionada, identificamos y sabemos si merece nuestro respeto. Y hasta si tiene el suyo propio. Cuidado, mucho cuidado, con el asunto ese de las adaptaciones. Adaptar una obra no es tomar un tijera, como se acostumbra, y comenzar a cortar. ¡Eso es una imoralidad literaria! Adaptar requiere de un estudio muy serio para no se pierda la esencia de la pieza en cuestión.

2- La elección de la fecha: Parecería un acto simple. No lo es. Cada texto y cada elenco llegan con sus procesos creadores y con sus exigencias dentro de ellos mismos. Un verdadero director teatral, se supone, ha estudiado profusamente el texto que piensa convertir en dramaturgia escénica. Así realizado, cabe suponer que el director descubre en sus estudios del drama, una gran parte del proceso interno que yace dentro de este. No se le impone un espectáculo a un texto, no se le aprisiona en verdades externas a él, no se le contamina con alguna lógica particular ni con valores ajenos a él. Si el director no está de acuerdo con los objetivos y súperobjetivos de los textos que ha leído con fines de convertirlos en puesta en escena, debería buscar otros o escribir el suyo.

3- La selección del elenco: Es de exclusiva responsabilidad del director aún cuando exista la figura del productor. Este último, por supuesto, tiene la potestad de recomendar actores al director. Pero nada más éste conoce sus necesidades escénicas. Solo él sabe la naturaleza del proceso que demandará su pretendida realización teatral. 
Así los asuntos, el director tiene que elegir con mucho cuidado cada uno de los actores que llevará, finalmente, al escenario. Ahí el margen de error tiene que ser muy pequeño. 
Acostumbro a recordar constantemente a los actores que nuestro compromiso es, únicamente, con el espectador. Un director teatral es, al fin de cuentas, un representante autorizado de los espectadores en los ensayos. Tiene el deber de cuidar que su producto elaborado llegue al público con honestidad, fe y sentido de la verdad, como nos enseñó Stanilavski (nunca envejecido en este tenor). 
Saber del compromiso que se adquiere con el espectador, una vez iniciado el proceso creador que nos convoca, es el Norte, la guía a seguir. Apartarnos de ahí es traicionar todo el compromiso artístico que hemos adquirido y toda nuestra formación. 
Una obra de Arte es tal cuando se enfrenta al "toro". En una ocasión me quedé, dentro del Hermitage, en la antigua Leningrado, durante horas contemplando una escultura inacabada de Miguel Ángel. Por supuesto que estaba maravillado con aquella escultura que parecía hablarnos desde su complejo universo interior. Lo mismo me ocurrió años mas tarde cuando en el Louvre me paré a tratar de descubrir los secretos inmemoriales conque la Gioconda, tampoco concluida, trataba de disimular con su sonrisa. Una de mis angustias consistía en que esas dos magníficas creaciones plásticas, solo eran Arte cuando yo me detenía a contemplarlas. Pues con el teatro ocurre lo mismo. En todo el tiempo de ensayo lo que hacemos es solo artificio. Virtuosismo si se quiere. Técnica teatral. Estrategia escénica. Así es hasta que llega ese temido, amado, odiado e impredecible personaje que llamamos Espectador. Así el caso, en cada segundo de trabajo teatral tenemos que pensar en ese primer objetivo de todo lo que hacemos.

4- Fidelidad a su propia "norma": En cada proceso hay una técnica de trabajo artístico. Esa técnica no es única para todas las realizaciones escénicas. Cada obra demandará su particular proceso. El mismo Stanilavski proclama que su singular "Método" no era una receta. Interpreto esto no solo en el sentido del estilo o lo formativo. No. Cada pieza tiene necesidades específicas. Igual que cada elenco. Más aún: cada actor. Hay artistas teatrales que requieren de estímulos especiales en el proceso creativo. Otros, en cambio, demandan presión. Pues, el director teatral, como buen capitán de barco, sorteará los obstáculos del camino para que no le ocurra como al del Titanic, que no se apartó de la ruta en la se encontró el fatal glacial aquél. 
Entonces, el director teatral elegirá una "norma" y una técnica adecuada. Y no importando cuál sea esta, él tiene que seguir en lo que suelo llamar "un guión de hierro". Se me dirá que eso es lo elemental. No es así. Muchos directores cambian su método cada día de trabajo, confundiendo de esta manera al elenco, trabando las piezas y desconsiderando a los espectadores. Otros ni métodos tienen.

5- El compromiso con el Objetivo y el "otro" (Súperobjetivo): Con cada realización teatral estamos diciendo "algo", cabe suponer. Algo que el director y el elenco saben, o deben saber, desde el inicio y que afirmarán o comprobarán dentro del proceso. Ese "algo" debe llegar incólume al espectador. Es un serio compromiso. No importa quien tenga que caer en el trayecto, a quien haya que matar, el "algo" (como una flecha en movimiento que recorre toda la trama) tiene, indefectiblemente, que llegar hasta la diana. Eso es lo que queremos decirle al espectador. Para lograrlo hemos invertido muchos recursos artísticos. Lo malo es que no siempre saben algunos directores lo que están diciendo.

Solo cuando tenemos todo esto convertido en verdad de Arte, el director ordenará que abran el telón. Si él entiende que las cosas no están terminadas, debe tener la honestidad de evitar que un producto deficiente llegue hasta los espectadores.

Los actores y actrices también tienen lo suyo:
 
1- Las dos primeras selecciones: Ellos están en el deber escoger piezas relevantes, profesionales y bien escritas. Se supone que su preparación y cultura son el aval para hacer esto. Nadie obliga, en ninguna circunstancias, a un actor o a una actriz a trabajar en una pieza. Por lo tanto nunca hay excusas para no elegir la correcta. Como nadie los obliga a elegir un mal director. Sólo se hace esto cuando se quiere aparecer en una realización escénica para pantallar o por asuntos puramente mercuariales.

2- La selección del personaje: No basta con desear fervientemente querer interpretar a Hamlet, Calígula o Julieta. Uno tiene que plantease con inteligencia sobre las posibilidades y oportunidades de hacerlo. A los personajes, así como no debemos juzgarlos, no se les traiciona. No importa que estemos o no de cuerdo con su moral, nuestro deber es interpretarlos con la fidelidad requerida. 
Para el viaje interior de la creación el intérpete teatral partirá siempre de su mundo interior, hasta llegar a ese complicado lugar que llamamos el Umbral del Subconsciente. Particularmente aconsejo a los actores no realizar personajes que recientemente han visto porque estarán contaminados. Algunos elencos hasta acostumbran a reunirse para ver realizaciones fílmicas y fotografías de obras en las que están trabajando. Un grave error y una inmoralidad. Esa realización artística que están viendo, esos personajes, son el resultado de un proceso de estudio, investigación e invocaciones emocionales. Como el elenco que nos ocupa no tuvo en el otro proceso, siempre resultará una burda y ridícula copia (o plagio) el resultado en el sentido de que hablo.

3- La honestidad en el escenario: He admitido que el actor inicia el viaje desde su propio y singular universo sicológico. No obstante, el personaje tiene sus particularidades, su sicología, sus emociones y su intelecto. No es el director teatral el que sale a enfrentarse al "lobo". Al que exponemos, a través de la creación actoral, es a Bernarda Alba, Tartufo, Drácula, Otelo, María Callas, Stanley Kowalski, Amanda, Bianka Morrison; etcétera. Actuar los personajes correctamente es un compromiso que se adquiere en el proceso de ensayos. Esto no entraña solamente un deseo. Sino un correcto uso de los recursos de los cuales dispone el actor. Cada acción, cada gesto, cada movimiento, cada palabra, cada sentimiento que expresemos en el escenario tiene -¡tiene-! que ser el verdadero. El que corresponde al personaje. Finalmente ese es el mayor compromiso, la mejor moral de un actor o de una actriz. Para esto nos hemos convertido en actores. 
Todas esas otras ilusiones baladíes de ver nuestros nombres en las marquesinas de los teatros o nuestras retocadas caras en los medios de comunicación, resultan pueriles ante esta verdad teatral.
El actor es la célula madre del teatro. Podría no haber director y hay teatro. Conozco obras donde, aunque hay dramaturgia, no hay un dramaturgo específico. Podríamos hacer una obra sin consola de sonidos o luces. Pero no podemos hacer una obra sin el actor. ¿Están los actores y actrices siempre consciente de esto? 

Cuando veo que alguien nuestro se desvía, que traiciona los principios elementales de nuestro "asunto", en muchos casos siento pena, en otros vergüenza; pero en la mayoría de las veces lo que siento... es desprecio.

¡Telón!