sábado, 7 de julio de 2012

Areytos



Hace unos cuantos días que no publico nada mío en esta La pasión Cultural. No he podido hacerlo porque estoy trabajando en varios proyectos escriturales que atrapan cada espacio de tiempo del que dispongo. Tanto, que quisiera poder colocarle unas cuantas horas al día.

Uno de esos proyectos se titula: “Areytos: cantos sagrados del cielo y la tierra” 
Se trata de un conjunto de poemas, escritos en español pero salpicados con términos taínos, a los que situó entre la epopeya y la ternura, los cuales construyo con la cacica Anacaona en primera persona.

Anacaona, primera mujer juzgada, condenada y ahorcada en el Nuevo Mundo; era una delicada poeta oral de Haití (La Hispaniola). Los primeros cronistas del Nuevo Mundo resaltan su extraordinaria belleza y sus grandes dotes de poeta oral. Los areytos (muchos de los cuales duraban varios días) eran cantos sagrados que los habitantes de las islas caribeñas dedicaban a sus bondadosos y dadores dioses.

Pues resulta que la cacica Anacaona, cuyo nombre en taíno (Flor de Oro) entrañaba en si mismo poesía, era la mejor creadora de los areytos. Por eso coloco esta tierna y justiciera epopeya en su digna voz.
 
Presento esta obra poética, de episodios y mitos taínos, como un sentido homenaje a esa raza exterminada, a sus nobles caciques, a sus guamas, nitahinos, naborias, dioses y, sobre todo, a la hermosa e inteligente Anacaona; una reina indígena que hizo lo indecible para salvar a su pueblo y para preservar su Cultura. Como no pudo hacerlo, prefirió irse a reunir con su gente, que la esperaba impaciente, en las cavernas Coibai.

El libro en cuestión, que será ilustrado por el artista e investigador histórico Cristian Martínez, cuenta con nueve areytos. Para avanzarles un poco del asunto, les presento el fragmento del I y el VII completo. Leánlo y después, si gustan, me cuentan su experiencia.

Areyto I: 
 
...la historia contada por la flor y el oro


¿Acaso es el tiempo un camino pedregoso
que recorre, presuroso, la pequeña Vida
hacia su hermana mayor... la Muerte?

...y primero fue Lucuo...

Voy a robar palabras a unos difuntos
y a los vivos un poco de su tiempo.
Para hablar voluntariamente he regresado,
sobre asuntos de la Vida... y de la Muerte.

Casi todos los pueblos emergen de la noche
y sin saber.
Los taínos, en cambio, venimos con la ciencia,
con el fuego y por el Güey
               luz eterna de todos nuestros días—
caminando alegres hacia las cortes tureyguá
que es otra forma de nombrar la Vida.
Lucuo, el solitario, 
fue el primero por el mundo en caminar
y hacerse viejo sin ningún contemporáneo.
Pero un día, casi de noche, llegaron cuatro hombres,
seguro adelantándose a una fila.
Esos hombres que siguieron al Primero,
salidos de su singular ombligo, fueron:
            Racumón, padre de todas las estrellas;
            Savacú, el hacedor de las lluvias;
           Achinao, amo absoluto de los vientos
           y Coromo, soplador de tempestades.
Cuando Lucuo se fue para siempre a la Caverna
dejó en su jardín maíz, ñame y la yuca,
que hasta acabarse en nuestro mundo fueron
únicos alimentos de los hombres;
los que hambre padecieron al no saber
cómo el jardín del Primero cultivar...


Areyto VII:
...para despedir un cacique hijo del trueno

Se hizo nuestro después de ser ciguayo,
vino cubierto de misterios y remando una canoa,
llegó a Maguana para enseñar a hacer la guerra.
Nadie fue más fuerte que este hombre
hablando o en los esfuerzos realizados.
Pronunciaba las palabras repitiendo al trueno,
aunque yo sabía que era un dulce manicato.
Al pasar muchas Nonún fue cacique en la Maguana
y se hizo amar de la hermana de Bohechío,
que al este morir a ella hicieron cacica de Xaragua.
Caonabo fue el primero, como un rayo,
que dijo —¡No!— al arijuna.
Fue el primero, también, en quemar a un español
                                              —un tal Escobedo—,
que había violado el territorio de su reino
y a una de sus mujeres en la Yaguana.
Fue el primero en encender la casa grande
que el arijuna llamaba La Natividad.
Combatió sin miedo y siempre sin engaños.
Derrotarlo en combates nunca pudieron.
Para hacerlo usaron una de sus tretas
cuando aceptó hacer la paz con Guamiquina.
El cacique arijuna sintió miedo
de medirse frente a frente a Caonabo,
por eso fue Ojeda quien el acuerdo realizó.
Convencieron al caciquede de entrar a La Isabela 
sin sus intrépidos guazábaras
y colocaron en sus brazos una prenda que dijeron
nada más acostumbraban a usar otros iguales.
                           —¡Qué tontos resultamos ser!—
Eran fuertes grilletes de los que nunca
pudo el poderoso cacique liberarse.
Celebraron su captura haciendo una fiesta
y lo encerraron en el caney de Guamiquina.
Cuando este fue donde el cacique,
sentado con sus grilletes en el suelo,
Caonabo no quiso ni mirarlo;
sin embargo, al Ojeda
el cacique con respeto si le habló.
Dijo que ese honor a los valiente se le otorga,
lo que era Ojeda al ir a Niti a procurarlo
aún vestido con mentiras y de engaños.
Intentaron llevar al cacique a tierras lejanas,
donde viven grandes jefes arijunas.
Al valiente Caonabo, entonces,
amarraron de palos para el viaje;
pero no pudieron evitar que en el trayecto
el trueno de Maguana invocara 
a tres de nuestros dioses poderosos :
                              ¡Macocael, Dios vigilante y sin párpados;
                             Guabonito, que habitas en medio de la bagua;
                             Coromo, hijo de Lucuo, Señor de tempestades;
                             no permitan que llegue yo a la tierra arijuna!
                            ¡Desaten sus furias contra este bohío flotador!
                           ¡Destrúyanlo y húndanlo en aguas intranquilas!
                           ¡Prefiero morir ahora que vivir sin mis honores!
                         ¡Prefiero morir ahora que vivir sin mis amores!
No pudo el dios arijuna contener la ira lanzada
por los dioses que el cacique convocara;
su barco de madera y de algodón,
y todo lo que sobre él se transportaba,
fue tragado de un bocado por los vientos 
con furia por los dioses desatados
y por las saladas aguas sublevadas.

La bagua ha sido desde entonces
la tumba del recio cacique,
que vino a esta isla siendo otro distinto
para convertirse aquí en uno de los nuestros,
para aquí conquistar, con otras mañas,
el delicado amor de esta cacica.

                               ¡Bravo y tierno cacique de Maguana,
                                me hubiera gustado despedirte
                               con los cantos y los honores merecidos:
                                                              corona de oro y rojas plumas en tu cabeza,
                                                              una guiza de saborey con una joya en la nacán,
                                                              en tu pecho vigorozo el mejor de tus guanines;
                                                              improvisar, amorosa, mis mejores areytos,
                                                             sentarte con tus armas dentro de la tierra...
                                                             y acompañarte!
                              ¡Caonabó, nanichi y esposo mío,
                              nos convocó al amor un lazo invisible y misterioso
                              que aunque se siente no se puede explicar;
                              era un rito entre los dos maravilloso y ardiente,
                              para el que nunca fue suficiente nuestro tiempo! 
 
¡El final de los vivos está sobre la ciba,
o sobre la tierra,
menos el tuyo que quisiste volverte mabuya,
en el fondo del gran río que los dioses hicieron
con sus lágrimas sagradas de agua y sal.
Al saberte entre los muertos lamenté no haber podido
cerrarte los ojos con mis manos
besarte con ternura en la cimú,
como tanto lo hubiéramos querido!
¡Por eso dejé llorar al corazón 
muchas, muchas, Nonún después!

¡Duerme tranquilo, no le grites a nadie donde estás;
un día, que se acerca presuroso, 
seremos uno y dos en el Turey!