miércoles, 11 de enero de 2012

¿Ciertamente el diablo ya no vive aquí?

¡El diablo ya no vive aquí!



No es un estallido intempestivo de odio. No. No lo es. No se trata de los aguijones vengativos de una persona ofendida. De ningún modo la expresión es una declaración de guerra por un amor frustrado. El asunto es, eso sí, que...

¡El diablo ya no vive aquí! 

Tampoco es el resultado de un acontecimiento místico, puesto que rabo y cuernos nada tienen que ver con la trama. Empero...

¡El diablo ya no vive aquí!

No es algo que alguien descubrió una tarde y que ahora tiene el compromiso de decirlo. Sin embargo, admito que...

¡El diablo ya no vive aquí!

Tengo que aceptar que el asunto tiene que ver con el matrimonio. ¿Uno de los tantos míos? Desde luego que no. ¿El de algún familiar desencantado? ¡No! ¿El de unos amigos que casi siempre están a un tris del desastre? Tampoco. "El diablo ya no vive aquí" es el título de mi más reciente creación teatral.





He creído siempre que todo caballero debe tener mala memoria. Dada esa condición de caballero que he aludido, nunca había querido escribir una pieza en la cual el matrimonio fuese el tema central.

Reiteradamente he dicho que no quisiera herir jamás las exquisitas sensibilidades de las féminas amadas ni con pétalos de lavanda, flor de espliego. Algo que, en medio de tantas pasiones, quereres y desamores que transitan del matrimonio a su ruptura, es sometido a complejas tentaciones.

La decisión que hasta esta nueva obra había sostenido, trataba de evitar que se hicieran referencias maliciosas o sacaran de contesto determinadas situaciones que inevitablemente aparecen en obras con el tipo de tema señalado. Persigo con la dramaturgia un bien mayor, que nunca conciliaría con puerilidades vivenciales y mucho menos con querellas domésticas.

No obstante, una noche —preferido momento de escritores y vampiros— me chantajee a mi mismo planteando el razonamiento de que en un profesional de la creación literaria la libertad temática es una condición insoslayable.

¡Ahí mismo surgió la obra, con sus quejas y desamores, con sus recriminaciones y cuestionamientos, con sus denuncias y sus decires; pero también con sus críticas, ironías y buen humor. Todo esto en cuerpos y bocas de Cristina Castillo Espinosa (vendedora) y Mario Ernesto Arias Casado (artista).

Y aunque Arthur Schopenhauer escribió: “El matrimonio es una celada que nos tiende la Naturaleza", la obra no es un grito desgarrado contra el matrimonio. Ni, siquiera, es una denuncia.

Y aunque el genial Michel de Montaigne proclamó que "El mejor matrimonio sería aquel que reuniese a una mujer ciega con un marido sordo", esta obra se niega a confesar las posibles culpas que podría tener en sí misma la institución matrimonial.

Finalizo con una frase que repite unos de los personajes de mi obra: El matrimonio es un procedimiento químico en el cual uno se casa con una media naranja, que termina convirtiéndose en un limón completo.