sábado, 12 de mayo de 2012

LA VIDA ES SAGRADA


LA VIDA ES SAGRADA
Por Iván García Guerra.



Mi antiguo maestro y gran amigo Iván García Guerra (Escritor, actor y director teatral) honra La pasión Cultural con esta entrega en la cual responde con elegancia, buenos argumentos y mayor inteligencia el artículo anterior (Yo soy la eutanasia) que escribiera el sociólogo y teatrero Carlos Castro. Dicho artículo ha provocado diferentes reacciones. La de García Guerra es la primera como artículo que nos ha llegado. 
Sobre el artículo de Castro en cuestión, el también escritor y hombre de teatro Manuel Chapuseaux nos remite esta nota: Interesante, como siempre. En Argentina, no tan lejos de aquí, el Senado acaba de aprobar a unanimidad una ley que da el derecho a una muerte digna, así como una que garantiza la identidad de género ¡Cuánto nos falta! En este enlace los detalles. Abrazos,
Celebrando que estos tres notables amigos, y aún mejores intelectuales, se dignen a usar nuestros espacios para manifestar sus concepciones sobre el tema que nos ocupa, invito a leer la destacable argumentación del lúcido Iván García, el viejo más joven que conozco

Cuando leí la presentación de mi querido amigo Giovanni de que si queríamos contradecir “Yo soy la iconoclasia” de Carlos Castro debíamos “hacerlo elaborando conceptos con la misma seriedad e inteligencia”, etcétera… de inmediato sentí la necesidad de hacerlo, porque me resultó muy peligrosa la filosofía en él expresada… El trabajo mío tiene un problema y es que para entenderlo cabalmente hay que leerlo párrafo por párrafo con el otro a un lado; pues simplemente comento lo que él dice en el suyo,  lo cual hice sin anexarlo para economizar espacio.


El Arbol de la Vida
Es cierto que ante la vejez, la muerte y el sexo comúnmente mucha gente, tal vez la mayoría, los evade “usando como máscaras el chiste”. Lo mismo sucede con muchos otros asuntos como el compromiso social, la honradez, la responsabilidad, el desprendimiento y un largo etcétera.   No me atrevería yo a decir que “la cultura ha impregnado mucho miedo a esos temas”; preferiría referirme a que la amplia falta de aceptación de la realidad (lo cual ciertamente es parte de nuestro bagaje cultural) nos impulsa a ser irresponsables y a no aceptar lo que, de otra manera, sería natural como la alternación de la vigilia y el sueño.   Y si bien es cierto que el sexo resulta una realidad tabú por causa de la gazmoñería católica, la vejez y sobre todo la muerte son resultados de la negativa a perder lo que tanto queremos aunque hablemos pestes de ella: la vida.  No está de más recordar que la creencia cristiana ofrece una vida mejor, y de tener “verdadera fe” en ella, entonaría junto a Teresa de Ávila: “Vivo sin vivir en mí / y de tal manera espero (y tan alta vida espero) / que muero porque no muero.”   Los judíos enfrentan el fallecimiento de una manera diferente.   Pienso que no están vedados estos dos últimos tópicos, sino más bien; la gente poco profunda prefiere no mencionarlos para no atraerlos.

Le vejez es ciertamente un período vital natural e irremediable; pero lo que puede considerarse un ocaso es la vida, no necesariamente la mente.   A esta altura, yo, con setenta y cuatro años cumplidos, disfruto de una percepción más clara y amplia que en todas las etapas anteriores.  Sé que me queda mucho menos tiempo del ya pasado para seguir respirando: desde un día hasta más o menos veintiséis años (tuve varios antepasados que pasaron de los cien, algo a lo que yo no aspiro); pero de no ser por la  responsabilidad económica aún pendiente con mi familia, no me importaría irme  al instante en que pulso el próximo punto. Pero, créeme, acepto sin temblor lo que me venga y hasta puede ser que lo añore, por la simple razón de que estoy cansado, y con razón. Por supuesto no he hecho un culto, ni nada que se le parezca “para prologar la lozanía del cuerpo”, no creo en las promesas publicitarias de que nadie ni nada pueda garantizas la juventud (me vi obligado a trabajar en ese negocio durante demasiado tiempo para poder sobrevivir). Simplemente hago una vida limpia como siempre lo he hecho, con alegría y sin excesos, simplemente porque no me llaman. Aún más, o peor, ahora paso más tiempo sentado frente a una computadora, aunque sé que eso no es saludable.   Sí te puedo garantizar que no soy un estorbo, sirvo como “referencia” y no me he quedado detrás. Me desenvuelvo tan activamente que soy la sana  envidia de muchos (y a veces no tan sana). No hay tal remotidad. En absoluto me interesa lucir como joven: me muestro, al igual que en el pasado, tal y como me siento cómodo y me complace estéticamente. Tengo arrugas y no me importan. Es cierto lo de la industria que pretende ilusionar a los influenciables, como la de los flacos que quieren lucir gordos y viceversa, la de los que intenta disimular u obviar sus defectos, todos los que creen que un “jipetón” los puede colocar en la clase acta y muchos otros casos. El negocio es mentir y logra éxito con los tontos. Por otro lado considero que cada edad tiene su encanto, y para mí siempre fue un aliento llegar a la plenitud de mis mayores.   ¿Qué es eso de “degradación físico-psíquica?”; uno simplemente pasa por los diferentes estadios de la edad, y debe aceptar placenteramente sus características.  Me siento muy feliz de haber vivido, y abusando de  Pablo, “confieso que he vivido”.
Dicen los Budistas; “Cierto es el vivir; cierto es el morir”, son “dos” cosas las “reales” y conviene aceptarlas, simplemente nos toca, disfrutar ampliamente del paréntesis. Y yo lo hago. Nunca le he temido a la muerte; ni siquiera cuando se disfrutaba del momento de aferrarse a ella con fuerza (el que conoce mi acontecer sabe que es así); si algo me ha infundido reparo es, precisamente, la vida ¡No vivirla correctamente!
No estoy de acuerdo, en absoluto, con que el matrimonio es truculento. Esa aseveración no es más que otra evasión de le responsabilidad. Usted se casa cuando quiere y se divorcia cuando no soporta o le interesa más la vecina; eso está autenticado por la práctica cada vez más. Precisamente uno de los grandes problemas sociales de nuestro país es el amancebamiento animal; el hombre que no se siente comprometido con la paternidad, utiliza la mujer como objeto de placer individual y egoísta; no se ocupa de los hijos y se le complica la relación no tiene ningún reparo en asesinar a la ocasional pareja.   Pues sí, una de las funciones del matrimonio, la principal creo yo; es la aceptación del inalienable deber con los hijos; porque no somos perros que se montan en una fugaz pareja y se van, y si no se acepta el compromiso de la manutención y la educación de los que traemos el mundo, la Sociedad se desmorona, como nos está sucediendo a nosotros.  En un alto porcentaje, si no existiera ese contrato o la bendición religiosa no tendríamos familia ni sociedad, ya que ese núcleo es la base sociológica que garantiza el avance de un país. No efectuamos las nupcias para mantener una mujer (ya ella trabaja y participa con los costos en la mayoría de los casos), sino como un estímulo a la fidelidad con los frutos de la unión. La libertad individual no se pierde porque compartes una cama; se utiliza positivamente para garantizar la vida de los que traemos al mundo. Un clímax orgásmico no debe ser la finalidad conclusiva del encuentro de dos sexos.
Sí. Lancemos una mirada a los ciclos de las edades. Los primeros años de la infancia se caracterizan por el aprendizaje de casi la totalidad de los conocimientos que necesita un ser humano para mantenerse con vida. El bebé se siente unido por el agradecimiento, que es un magnífica forma de amar, con la persona que le enseña a sobrevivir, aunque no sepa qué es eso.  esa persona comúnmente es la madre, sólo ella. Es un sistema natural. La sobrevivencia es uno de los aportes genéticos infalibles, y por lo tanto tiene una intensión.  
No se aliena la conciencia de existir por la necesaria dependencia del educador y el educando; en realidad es un activísimo combate para demostrar quién manda, y en eso instantes se fortalece el instinto de superación y prevalencia, otros de los aportes nativos.   El germen de la soledad está ahí disfrazado de “nadie me entiende… no me dejan hacer nada”.  Empeorará y el cansancio tendrá su manifestación en la etapa siguiente.
La adolescencia, donde se manifiesta el desamparo dramáticamente y violentamente, es el intento de afirmación de la propia personalidad, ya aviada con los conocimientos adquiridos y enfrentada a una sociedad, que representan los encargados de su particular educación, que de repente se presentan deficientes, ineficaces, hipócritas y con muchos otros defectos. El pensamiento obvio o subyacente es: hay que destruir esta decadente sociedad.   Esta es una demostración de hastío.  
Confieso que no entiendo eso de “el individuo único tocando la puerta de su propia morada con muy poca posibilidad de que lo dejen entrar” y “el eterno dilema del vecino peleando con ese otro imaginario, que en esencia es uno mismo”.
En la joven madurez se comienzan a saboreas las amarguras de la aparentemente inconmovible realidad. Los normales entienden que no es tan fácil cambiar el mundo, e, imperceptiblemente al principio, comienza la negociación con el ambiente. Hay dos tipos básicos de anormalidades: la del que continúa la lucha, una forma de inconformidad que puede utilizar la violencia para intentar el cambio, y el otro también inconforme y violento pero que subvierte el orden delictivamente como una manera de acomodarse a las circunstancias. El cansancio en los tres casos está ahí, aunque no se manifieste protagónicamente.  Algunos son conscientes, otros inconscientes; pero ya se comienza a trabajar para el futuro.  Me utilizo como ejemplo, porque soy el más cercano que tengo (pero con la mayoría ha sucedido de manera similar): desde ese período comencé a trabajar bastante rudamente para ayudar a mantener a mi pequeña familia.   La lozanía me permitía gastar tiempo en diversiones y en mis placeres artísticos; pero a la par entendía medularmente el precio de la existencia y observaba con tristeza y cierto miedo el deterioro de las energías en mis cercanos, mas sobre todo el heroico tesón con que lo enfrentaban y lo vencían. No había nada de diabólico o paradisíaco en aquella amarga y dulce  “angustia” existencial, aunque si teníamos una cierta tendencia a coquetear con el existencialismo filosófico.
Sigue la adultez, el período que tiende a ser el más rutinario y hasta aburrido (en esa nueva manifestación está otra forma de agotamiento); pero en mi caso, o mejor en el de nuestra generación, compartíamos el cada día con la lucha por los ideales en contra de tiranías golpes de estados, y ejércitos extranjeros, por lo cual se nos hizo más ameno lo que hubiera sido inercia castradora.   La vida se lleno de satisfacción por el cumplimiento del deber y todo tuvo mucho sentido.   ¡Benditas sean aquellas circunstancias!
En la vejez, el cuerpo no falla en su producción química real; “tiene” otra química que corresponde a ese período. Sí. Es natural y orgánico y por lo tanto no constituye una resquebrajadura de la vitalidad; es exactamente lo que corresponde en ese momento. Hay tendencia a menor expendio de energías físicas y mayor uso de la inteligencia adquirida (la inteligencia no es más que el adecuado uso del conocimiento). El sentido de estar vivo no se pierde, se manifiesta orgánicamente de manera natural.   Recordamos que la vejez no es ancianidad.
Es en este siguiente período cuando el cuerpo pasa definitivamente a un  segundo plano, aunque hay que estar claro que no es lo mismo hoy a lo que fue en las generaciones pasadas. Algunos animales y los habitantes del polo norte se retiran a morir solos; la gran mayoría permanece siendo útil, aunque menos, y aportan beneficios espirituales a sus descendientes.  Por supuesto me refiero a los que se mantienen sanos; la enfermedad no es privativa de esta edad, aunque sí con mayor frecuencia, amenaza a todas.
También es una desviación pensar que en esa edad surgen como consuelo las creencias religiosas, ¿ideológicas? , y la búsqueda espiritual. Desde niño una religiosidad propia, producto de la búsqueda intensa y permanente, me condujo a las ideologías que estrené en los últimos años de la adolescencia.   Contrario a lo que dices, ahora, en el tránsito de los dos últimos tiempos, todo aquello se ha asentado, está allí, pero tranquilo, producto de una nueva faceta del  cansancio,
Siempre buscamos bienestar, y es ese el a veces ganchoso motor de la existencia y el “hacer” es una característica que se mantiene a lo largo de toda ella. Nunca he concebido la inacción, ni siquiera en el sueño, el cual aprovecho conscientemente para organizar mi vigilia y resolver los conflictos de la realidad. Me parece monstruoso leer que la ideología es una basura, y te aseguro que por costumbre y experiencia no utilizó más químicos de los que necesita cualquier persona de cualquier edad; siempre he preferido “tratarme” mediante la mente, con notable éxito. Para mí la vida no es en absoluto insoportable; más bien reconfortante.
No necesito refugio que no sea la tranquilidad de mi bien disfrutado trabajo. Ya no puedo saltar o correr las mil millas; pero no necesito hacerlo; la vida no me pasa por delante, estoy introducido en ella y abiertamente, y más bien me parece lenta y diminuta, como siempre.   Estoy muy presente en la realidad social como siempre lo estuve, porque en todo momento analicé y comprendí sus códigos.   Conservo el acceso al mundo y lo considero viejo, mucho más que yo, y bastante carente de imaginación para resolver sus problemas.   Continuó buscándole alternativas y prestándome a trabajar por ellas.   Tengo tantos propósitos, que sé que no me alcanzará el tiempo para realizarlos. Por supuesto, la vida que he vivido no me ha costado una cruz, una cama o una silla.   Créeme que aunque no me pudiera mover (lo cual espero que no me suceda) todavía encontraría las maneras de ser útil.   Si estoy crucificado es por la humanidad que se niega a entender los aspectos positivos de este transcurrir con el cual se nos ha bendecido            
Para economizar espacio y tiempo me salto todas las forzadas suposiciones, no experimentadas por ti, que desgranas con la sola intención de poder llegar a decir pomposamente: “La única salida decorosa es la muerte”. ¡No! No es una salida, ni es indecorosa o lo contrario; simplemente es la última manifestación de la vida, en el instante preciso en que se agota el difícil pero glorioso contenido que recibe y elabora cada ser humano.  
¿Eres por acaso ese dios en que no crees, para decidir cuándo es el final? (cuando leí el título de tu trabajo, “yo soy la eutanasia”, me pareció que se refería a una deidad de las  sombras)   No hay dolor ni humillación ni deshonra para el anciano y para su familia si existe y palpita el amor de por medio. Si hay, por lo menos, agradecimiento.  ¿Cómo puedes calificar de salto tecnológico lo que se superó y suplanto en la Edad de piedra?   ¿Con que razonamiento (no sólo fútil pretexto) crees poder desvirtuar la función de la hipocrática medicina,  cuya labor e intención única es preservar la fortaleza del viviente?
Esparta legalizaba la eutanasia para los niños con defectos congénitos, y no pasó de ser un vencible ejército; Grecia, con su consejo de honorables ancianos, fundó las bases del mundo occidental. Hace unos días vi en YOUTUBE a un adolescente con Síndrome de Down y además ciego, que interpretaba un agilísimo y energético concierto para piano y orquesta de Mozart; aparte del impecable virtuosismo que mostró ampliamente me hubiera bastado ver la sonrisa de satisfacción que en todo momento estaba presente en su rostro para desearle una larga existencia.   Este genio hubiera sido despeñado en Esparta.
Nadie puede negarle la vida a nadie; es un derecho por el que se ha luchado y que ha provocado muchas muertes.   Si aceptamos tan deplorable acción abriríamos las puertas a la más despreciable barbarie.   Los racistas de los Estados Unidos la utilizaron, Stalin lo hizo.   ¿Y qué decir de Hitler?... entre muchos otros.
¿Cómo es eso de que “La medicina sería más útil si ayudara al anciano a morir sin dolor, viajando en una nota de opio para salir de este mundo como entró en él, sin darse cuenta…”?   La vida no está construida para dejarla ir sin ningún sentido, vacía, perdida...   La única razón que se me ocurre (y no sólo a mí, estoy en eso junto a miríadas de otros) es que se viene al mundo para aprender a entender y apreciar y amar la mágica plenitud de la creación.\
Así como he defendido desde el primer día mi individualidad, con la misma decisión y firmeza me niego a aceptar que nadie le ponga fecha al momento de mi muerte, sea por odio o con un disfraz de piedad.
En estos últimos momentos de nuevo se sentirá la soledad; pero ahora es parecida a la que puede sentir el creador en la inmensidad del espacio, si es que se ha actuado bien.  
Pero, por supuesto, para eso hay que creer en algo.  
Este  respondedor es un optimista consciente; quizás esa la principal razón del éxito en mi vida.