sábado, 28 de agosto de 2010

EL VUDÚ EN DOMINICANA

Nota: Dagoberto Tejeda, indudablemente el más sagaz, persistente y dedicado de los investigadores de nuestra cultura autóctona, ha solicitud nuestra nos ha enviado una ponencia que hace poco presentó en una reunión en la Guyana Francesa. Este aporte de mi admirado  amigo Dagoberto no tiene desperdicio. Para La Pasión Cultural constituye un auténtico hito. Es un gran privilegio el  que nos otorga Dagoberto Tejeda al permitirnos publicar este valiosísimo trabajo de investigación y reflexión. Recomiendo a los Pasionarios no tan sólo leer esta entrega con detenimiento sino conservarla. Es un hecho prácticamente único en este tipo de blog. Lo publicaremos, por su extención, en varias entregas y con pocos de los gráficos que usualmente colocamos dentro de los trabajos culturales que aquí publicamos.
Si gustan envíen la ponencia de Dagoberto Tejeda Ortiz a amigos y relacionados. Un aporte como éste tiene que trascender.

EL VUDÚ EN DOMINICANA
por Dagoberto Tejeda Ortiz

HÉRITAGE CULTUREL AFRICAIN ET PRATIQUES RELIGIEUSES DANS IAMÉRIQUE DES PLANTATIONS
                                                                                                    CAYENNE, GUYANE.


FUNDACIÓN INSTITUTO DOMINICANO DE FOLKLORE

Ponencia dedicada a Joel James, antropólogo cubano


Para hablar de vudú hay que comenzar en África y para encontrarnos con el en América históricamente hay que partir de la empresa socio-económica del  “descubrimiento y colonización” del “Nuevo Mundo” en 1492, donde geográficamente tenemos que detenernos en la isla de Santo Domingo, en pleno corazón del Caribe. 

En el Golfo de Benín, en el espacio comprendido entre Ghana, Togo y Nigeria, en el corazón del escenario donde embarcaron a la fuerza en calidad de esclavo a miles y a millones de seres humanos, el Vudú, era una expresión religiosidad de espiritualidad.  “En Benín, la palabra Vodún hace referencia a una potencia terrible y misteriosa capaz de intervenir en cualquier momento en los asuntos humanos”.  En Dohomey y en Togo, entre las familias pertenecientes a la familia lingüística de los Fon, un vudú es un “Dios”, un espíritu, una “imagen” que las protegerá, las hará crecer en paz y le ayudará a desarrollarse.

Aunque cada una de estas sociedades tiene su cultura y su estructura social particular, con estratificaciones sociales específicas, la etnia, la familia y el poblado en si mismo, juegan un papel importante en su identificación, ya que aunque el Vudú sea común entre ellos, en cada contexto tendrá su propia especificidad.

Las expresiones del Vudú Africano, sus rituales, tienen lugar en templos construidos para estos fines.  En ellos, se realizan ceremonias colectivas, con invocaciones, rezos, cantos y danzas, acompañados de tambores, guiadas por sacerdotes, donde se ofrecen sacrificios de animales, ofrendas, a fin de conseguir deseos, protección y dar gracias por favores recibidos.  “En efecto, las divinidades intervienen en el curso de las ceremonias a través del cuerpo de los fieles, casi siempre del cuerpo de los iniciados (o hunso); cuando un individuo entre en trance se dice que se convierte en el “caballo” de un “espíritu”.

Estos vudús se encontraran juntos fuera del África en la isla de Santo Domingo, donde tendrán otras expresiones religiosas, nuevas formas espirituales dentro de un sincretismo creador, cuando en su proceso histórico, como resultado de formaciones sociales diferentes, encontraremos un vudú en Haití y un vudú en Dominicana, con elementos comunes y  elementos particulares.

La trata negrera, el proceso de plantación, el sistema de esclavitud y el cimarronaje, son los elementos determinantes en el proceso de la formación y surgimiento del vudú como expresión histórica, cultural, religiosa y espiritual en Haití.

A la isla de Santo Domingo, no llegó el africano, sino los africanos, que trajeron diferentes culturales y diferentes religiones, a los cuales se le añade la estrategia de los colonizadores de que nunca compraban esclavos de una mismo grupo, sino de diferentes etnias, para que tuvieran incluso dificultad de comunicarse entre si y evitar así las conspiraciones.   Pero cuando el esclavizado tomó la determinación de buscar su libertad internándose en las montañas más inaccesibles a través del cimarronaje, estos también lo hacían en función de la diversidad, lo que hizo posible en los manieles, palenques o cumbes  un profundo proceso de sincretismo religioso, que dio como resultado nuevas prácticas, nuevas liturgias, mezcla de dioses responsables de una nueva espiritualidad.

Nace un vudú nuevo, diferentes a los existentes en África, que se convirtió en el elemento base de unificación e integración, donde gran parte de los Jefes de los manieles eran sacerdotes al mismo tiempo del vudú.  Y como dice el antropólogo haitiano Laënnec Hurbón “la mayor parte de las etnias de África estarán representadas en Saint Domingue, pero de los tres grandes grupos étnicos .sudaneses, guineanos y bantúes-, la influencia de las tribus fon de Dahomey, junto a la de los yoruba de Nigeria, resulta preponderante y sirve de base unificadora al conjunto de las prácticas trasplantadas a la  isla por los esclavos”.

A la llegada de “los esclavos a Santo Domingo –sigue diciendo Hurbón- menos ligados a una aristocracia real, rinden cultos a diversas familias de espíritus, llamadas naciones o nanchón.  Los espíritus no se llaman ya vodu o vodún, sino Lwa, misté (misterios), zanj (Ángeles) o Santos, según las regiones del país.  Aparece toda una nueva mitología que se enriquece en el corazón de la condición esclavista gracias, por lado, a los contactos desarrollados entre diferentes etnias y, por otro lado, a la aportación de la cultura de los indios caribes supervivientes, el cristianismo y la francomasonería”.

Entre los esclavizados, en todos los campamentos o palenques prevalece el sentimiento y la decisión de acabar con la barbarie de la esclavitud francesa.   Para eso, con la magia y la brujería como aliados, buscaron mecanismos de lucha, donde se destacaba la preparación de venenos, porciones mortíferas contra el colonizador y la elaboración de resguardos, talismanes, “guardacuerpos” para preservar la vida del esclavo y hacerlos inmunes a las balas y ataques de sus enemigos y explotadores, eliminando con estos, el complejo de inferioridad frente al europeo, gracias a la protección de sus dioses, pudiendo así enfrentar decididamente al enemigo.

Se da una larga lucha desigual, implacable, sin treguas, donde los esclavos con mayor conciencia de sus metas, desarrollaron diversas formas de enfrentamientos, privilegiando, además de los efectivos venenos, a la tea incendiaria y la guerra de guerrilla, surgiendo nuevos liderazgos cimarrones que trascendieron a los campamentos locales, predicando la eliminación de los blancos, de los amos, la desaparición de la esclavitud y la llegada de la libertad.

En 1758, después de una aparatosa y –para algunos milagrosa- huida de la hoguera donde era quemado públicamente, emerge la figura del esclavo François Makandal, sacerdote, guerrillero, cimarrón, con dimensiones de héroe, jefe insurreccionar, rebelde, el cual se convirtió en esperanza reivindicadora de los esclavos y en pesadilla para los colonizadores.

Los aires de la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos Humanos agitaban el huracán de la indignación y la rebeldía de los esclavos, que se enervaron con el surgimiento de Boukman, un extraordinario líder cimarrón, sacerdote del Vudú, el cual presidió la noche del 14 de agosto del 1791, con la complicidad y la participación de numerosos jefes cimarrones, el pacto por la libertad de los esclavos, sellado con sangre, en una impresionante ceremonia Vudú.

Ocho días después, el 22 de agosto, se inicia la lucha insurreccional por la libertad y la Independencia, llena de hazañas y heroísmos, donde surgen lideres extraordinarios, como el inmenso Toussaint Louverture, el “Espartaco Haitiano”, Beassou Jennot, Jean Francois, Dessalines, Petión y Chistophe, los cuales hacen posible, con la acción los cimarrones, esclavos y libertos, se hiciera realidad el sueño de la libertad, el 1 de enero del 1804, cuando Haití se convirtió en el primer país que lograba su Independencia en América y en el primer país donde los esclavos lograban triunfar y derrotar, en una lucha desigual, pero justa, llena de coraje y dignidad, al Poder del Imperialismo Francés, rompiendo con la ignominia de la esclavitud.  ¡Fue un triunfo no solamente del pueblo Haitiano sino de la Humanidad, para que la esclavitud desapareciera para siempre de la tierra!  Fue un grito, salido del corazón de los esclavos victoriosos: ¡Nunca más!

Esta ha sido la revolución más hermosa del mundo, donde esclavizados, con su religión reivindicadora y su fe en la libertad y la igualdad de los seres humanos, derrotaron, en una lucha desigual, a un imperio mejor armado y mil veces superior desde el punto militar.

A pesar de eso, los imperios no se daban por vencidos, no podían soportar que fueran derrotados por unos negros esclavos, de origen africano, en base  a la magia y a la brujería del Vudú, depravadas manifestaciones de salvajes africanos , y porque además, esto era un mal ejemplo para las otras colonias, donde los esclavos podían sufrir la tentación de la libertad, porque en Haití demostraron que si se podía, por eso, estos imperios pasaron a desarrollar, como medidas de represalias y de ejemplarización, una campaña  de prejuicios, mentiras y racismos, para obstaculizar la entrada y la aceptación de Haití a la escena internacional, ya que –como afirma Hurbón-  “para los occidentales del siglo XIX, todo cuanto constituye una herencia africana es percibido como un signo de barbarie.  En lo que se refiere Haití, las noticias que llegan de la insurrección de 1791 y la guerra de Independencia ponen de manifestó la asociación entre vudú y salvajismo.  La misma idea, retomada en el siglo XX justificará la ocupación por parte de Estados Unidos y hará de Haití la funesta patria de los  muertos vivientes”.

De esta manera, comienza otro tipo de lucha para la sobrevivencia de la nación Haitiana que va a durar hasta nuestro días: la del racismo y la discriminación como país independiente sustentado por los diferentes imperios, para mostrarle a los demás países caribeños y de América, que lo de Haití fue un accidente histórico y que la incapacidad ancestral de los esclavos negros y africanos, “brutos” y “salvajes”, no les permitirá desarrollarse y entrar al mundo civilizado, ya que su único camino es ser colonia y dependencia de la “protección benefactora” de las grandes potencias occidentales, pero que además, la osadía haitiana al final fue un fracaso, porque todavía sigue siendo el país más pobre de América.

Desgraciadamente, para sobrevivir, los jefes del nuevo país cayeron en la trampa y para allanar caminos, buscando la aceptación en el escenario mundial, trataron de mostrar que eran tan civilizados como los cristianos occidentales, por eso, pasaron a marginar al Vudú, declarándose oficialmente “como un Estado católico”, a pesar de la aceptación e identificación del pueblo Haitiano con el Vudú y de que esta fue el sustrato fundamental para alcanzar su Independencia y su libertad.

Esto desarticuló la estructura psíquica y espiritual del pueblo haitiano, alienándolo, despersonalizándolo , dividiéndolo  y conspirando en contra de su identidad, pasando a ser, de la colonia más rica y prospera de Francia, a un país que se fue convirtiendo poco a poco en una nación cada vez más miserable, la más pobre de América, por el afán de lucro, acumulación de capital de una élite mulata afrancesada, fracasada, alienada, que perdió su dimensión histórica, traicionado los principios de la Revolución Cimarrona, olvidando al pueblo, y por la acción insaciable de los imperios de turno, de chupar todas las riquezas de Haití y seguir explotando, en una expresión neocolonialista, al pueblo y a la nación haitiana.

Como resultado de esa trama internacional de los imperios,  llena de racismo, se articuló una campaña sistemática de descredito para seguir mostrando, que los haitianos son seres salvajes, que no pueden desprenderse de sus supersticiones ancestrales africanas mientras exista el Vudú, “una pretendida religión donde se sacrificaban niños para ser devorados como parte obligatoria de sus rituales”, por lo cual, es una vergüenza para el mundo occidental, razón por lo cual prefieren al atraso, y que por más esfuerzos que se haga para ayudarlos, estos serán incapaces de integrarse a la modernización, al desarrollo y a la civilización.

Para ayudar a Haití, había que desterrar todas esas creencias, se tenía que eliminar al Vudú cosa que desgraciadamente se prestaron algunos de sus dirigentes.  Por ejemplo, en el Código Penal del 1835, su presidente, Jean-Pierre Boyer, especifica que “la práctica del vudú clasificaba bajo la rúbrica de “supersticiones”, el cual es sancionado con multas y penas de cárcel”.

Posteriormente, en esta misma perspectiva, el Estado Haitiano firmó con el Vaticano, en 1850, un concordato donde se establece al catolicismo como la religión oficial.  Esto trajo consecuencias funestas.  De acuerdo con Hurbón, “Una lucha sin piedad se desencadenó contra el Vudú, debido al establecimiento en Haití de una cristiandad organizada.  Esta tuvo  la misión de hacer acceder al haitiano a la civilización, entendida como  oposición a la barbarie; a la superstición representa por la “africanidad” persistente de los haitianos.  No resulta sorprendente, que el clero católico haya podido desempeñar el mismo papel que en los tiempos de la colonia: El concordato ponía a dicho clero directamente al servicio del Estado y de la burguesía.  En semejante cuadro histórico, debemos también de comprender el sincretismo del Vudú con el catolicismo.  Ninguna posibilidad de elegir su religión fue otorgada a las masas del Vudú.  Por esa, ellas intentaron adaptarse a la represión”.

Desde entonces, la acción de la iglesia católica estará dirigida a luchar en contra del Vudú, entendiéndolo como una expresión salvaje de barbarie, a la que hay que desterrar para salvar del oscurantismo y las tinieblas al pueblo haitiano, porque este no era una religión sino manifestaciones diabólicas.  En toda la historia posterior, la iglesia católica participó y en muchos casos fue la propulsora de “campañas de purificación”, llamadas  “campañas antisupersticiosas”, de intrigas, persecuciones, intimidaciones, donde se quemaron templos vuduístas, objetos, imágenes, se persiguieron, golpearon, apresaron a cientos de sacerdotes y seguidores de esta religión.  Fueron acciones represivas tipo inquisición medieval, violadoras de los principios cristianos y negadores de Dios, aunque se cometieran irónicamente en su nombre.

A pesa de todo eso, el Vudú crecía en el corazón del pueblo, pero estos mismos intereses imperialistas, parte de la iglesia católica y las élites haitianas desnacionalizadas, por eso, Haití seguía siendo una tierra de atraso y de terror, llena de supersticiones, de gentes ignorantes que estaban de espaldas al progreso y a la civilización.  Su origen selvático, salvajes, no le permitía, por raza, su naturaleza, y el continente de donde provenían, adaptarse a los nuevos tiempos.  Todo lo que ocurrió históricamente fue una equivocación, un aborto.  Este pueblo, debido a su atraso ancestral no estaba preparado para ser libre, su Independencia fue prematura, un aborto, ya que ellos nacieron para ser esclavos, para servir.  Para que crezcan, requerirán de protección, de educación; donde será necesario tomarlos por la mano y enseñarlos a vivir decentemente, en paz, en democracia, algo para ellos extraño y desconocido, difícil de aprender y adaptarse debido a sus ancestros selváticos.

Fundamentados en estas falsas premisas, aupadas y propiciadas por los imperios de turno, debido a las necesidades geopolíticas del Poder y la dominación, por razones de mercado y de hegemonía, el Caribe se convirtió en una tentación para Estados Unidos, potencia internacional emergente al final del siglo XIX y la entrada del XX.  Después de asegurar el dominio sobre Cuba, tener definido a Puerto Rico, invadieron a Haití, ocupándolo militarmente del 1915 hasta 1934, al igual que como hicieron en la República Dominicana del 1916 al 1924 y en el 1965.

La intervención norteamericana en Haití durante más de quince años fue nefasta y devastadora a nivel socio-económico-político-social, saqueando todas las riquezas, haciéndolo más pobre y cada vez más dependiente.  En lo que se refiere al Vudú, para salvar a este pueblo, según ellos, del canibalismo, las supersticiones y la magia negra, causas de su atraso y de sus males, a pesar de que era una religión “viva”, fueron quemados templos y objetos ceremoniales; confiscados, para nunca devolverse, instrumentos musicales sagrados; perseguidos, encarcelados y asesinados cientos de sacerdotes del culto y seguidores, tal como narró dantescamente el teniente Faustín Wirkus en su libro, éxito de librería, El Rey blanco de Gonáve.

A pesar de toda esas persecuciones, abusos  y humillaciones, por parte de los imperios de turno, de los aparatos represivos policiales y militares locales, del desprecio de las clases dominantes, entreguistas y alienadas, de los prejuicios, del racismo, de las campañas intolerantes y represivas inquisidoras de la iglesia católica, el Vudú no ha muerto ni ha desaparecido en Haití, sino que por el contrario, su crecimiento ha ido aumentando en el seno del pueblo, funcionando como un mecanismo de resistencia, de lucha, de integración y de identidad, ganando cada vez su categoría de “religión” a nivel científico y teológico tal como lo demostró el historiador y antropólogo Jean Price-Mars.

El Vudú es una religión, acorde con los niveles de conocimiento y de conciencia de sus creyentes, con su propio código de comunicación, donde le encuentra sentido a su vida, viabilidades para sobrevivir, razones para vivir y esperanzas para soñar y para trascender a su cotidianidad, aún cuando las precariedades, la pobreza, la explotación, arropen y golpeen a la existencialidad misma, aún en  la muerte, ya que esta tendrá una dimensión liberadora, de purificación, y los difuntos, un papel de protectores, en una relación permanente entre los vivos y los muertos, entre los creyentes y los ancestros.

Para el haitiano, el Vudú no es simplemente una herencia de los ancestros, una religión pretexto, un instrumento de resistencia, de lucha o de identidad, sino que el Vudú le ofrece, tal como dice el antropólogo francés Alfred Métroux “remedios a sus males, satisfacción para sus necesidades y esperanza de sobrevivir”.

A pesar de que “el Vudú no es un culto basado en la escritura; no dispone de dogmas precisos ni de una burocracia centralizada”, ni de un ritual rígido, posibilita sin embargo a sus seguidores, un amplio espacio de creatividad espiritual y de democratización, que le da mayor riqueza simbólica y de espontaneidad para su práctica religiosa basada en su cotidianidad y en sus dimensiones existenciales, donde la magia, “la brujería” y la religión son partes importantes de una misma realidad, como expresión de lo imaginario popular.

A pesar de todo eso, hay una visión del mundo, de la naturaleza, de la sociedad del ser humano, de la historia, de las fuerzas sobrenaturales, de Dios, de los santos, de los ángeles y de los luases o “misterios”, que le dan sentido y coherencia a sus relaciones y a su existencialidad.

En Haití, como resultado de su proceso de formación social, antropológica, étnica-cultural, se dieron históricamente trascendentes transformaciones espirituales, nuevas, inéditas, que le dieron identidad y que son importantes aportaciones a la humanidad.

Los vudú traídos de África por los esclavos, se transformaron en la medida en que el proceso histórico de integración, de sobrevivencia, como resultado de un sincretismo creador, democratizó, diversificó y multiplicó a los espíritus, a tal punto, que en Haití, no se van a llamar Vudún a los mismo, como en África, sino Iwa (Luá) o misté (Misterio), reunidos en grandes familias, que se van a conocer como “naciones” o “divisiones”, simbolizadas en el 21, número mágico en esta cosmovisión.

En este sentido, para Hurbón, al antropólogo haitiano, “los Lwa son espíritus o genios sobrenaturales que pueden intervenir en el cuerpo de los individuos, pero también están presentes en todos los ámbitos de la naturaleza: en árboles, ríos y montañas; en el aire, el agua y el fuego.  Semejante creencia puede sorprender al hombre moderno, poco dado a ver la mano de Dios detrás de todos los acontecimientos naturales.

Los Lwa del vudú establecen una red de correspondencias entre las actividades humanas (la agricultura, la guerra, el amor) y diversos aspectos del mundo natural.  Estructuran el espacio y el tiempo, se hacen  cargo de la existencia del individuo desde el nacimiento hasta la muerte, como si sólo la escucha asidua de los mensajes que le envían pudiera  permitirle conocer su destino.

Ofrecen un modo de clasificar los diferentes ámbitos del universo y la vida social.   El orden y el desorden, la vida y la muerte, el bien y el mal, los acontecimientos felices o infelices, se  llenan de significado gracias a los Lwa, que hacen que nada pueda aparecer absurdo al individuo”.

En todo caso, los luases son expresiones humanas y sagradas, ya que en su vida terrenal fueron seres importantes, que entregaron su existencia a luchar a favor de su comunidad, héroes de jornadas históricas locales, que muchas veces trascendieron a la región como leyenda, que al morir , con poder divino, pasaron a  ser intermediarios entre los seres humanos y el Gran Dios, el cual esta “lejano y cercano a la vez, es demasiado grande para ocuparse de los humanos y delega la tarea de la organización del mundo a los Lwa, con quienes los humanos pueden establecer contactos”, tal como afirma Hurbón.

Los luases o misterios son fuerzas vitales, para ayudar a los seres humanos, entre lo cuales se va a dar una relación directa, de intimidad, donde la familiaridad es importante, los cuales van a humanizarse, sin perder su divinidad, cada vez que entran o bajan, durante la posesión o montadera en la cabeza de sus seguidores, en fiestas, donde se bebe, se come, se baila, se canta, con contagiosos ritmos musicales, al son de tambores, donde se depositan ofrendas, se realizan sacrificios de animales y se representan simbólicamente a los luases en hermosos Vevés, diseños artísticos de expresiones de esencias y contenidos religiosos.

Los rituales, ceremonias y la administración de las acciones del Vudú, van a ser realizadas por un sacerdote, que tendrá un proceso de formación, con ritos de iniciación, en templos habilitados para esto, donde el será la figura central y decisoria, en las cuales ofrecerá consultas y se realizan grandes festividades periódicamente, obedeciendo a un calendario socio-religioso.

Los luases, diferente a lo que ocurría en África, como resultado de un proceso sincrético creador, integran a su mundo a santos y ángeles católicos, como protectores de los mismos, en calidad de “padrinos”, sobre todo después de la intervención norteamericana y las campañas antisupersticiosas de la iglesia católica. 

En este sentido, los luases no son equivalentes a ningún santo o ángel, sino que estos pasaran a ser sus protectores, sus padrinos, y a enriquecer sus poderes, conviviendo en un mundo mágico-religioso, de extraordinaria concentración de energía, en un mundo y en una espiritualidad nueva, diferente, que no comprenden mentalmente los occidentales ni las mentalidades colonizadas.

De acuerdo con el antropólogo francés Alfred Métroux,  “desde el punto de vista antropológico, étnico-cultural-espiritual, los luases fueron genios protectores de los clanes o antepasados divinizados, los Lwa aparecen en Haití como transferencia, en el plano de lo imaginario, de las diversas etnias africanas.  Están reagrupados  en familias llamadas “naciones” (en criollo nanchón), que se dividen en ritos diversos.  Cada rito se distingue por un ceremonial particular con saludos, aclamaciones, cantos, danzas, instrumentos musicales y una categoría de animales previstos para el sacrificio.

En este sentido, encontraremos tres grandes ritos: En el rito Rada se honra a los espíritus de origen dahomeyano considerados en un principio como “Lwa buenos” y que también se llaman “Lwa de Guinea” (Lwa-Genen).  Constituye el rito principal del vudú, hasta el punto de que las ceremonias de iniciación (por medio de las cuales es posible convertirse en Hunsi, es decir, en esposo o esposa de un Lwa.

El rito Kongo corresponde a los Lwa de origen bantú.  Son menos populares que los Rada.  Se los reconoce a veces por el sacrificio canino que les gusta recibir, pero también por exuberancia.

Los Lwa celebrados por medio del rito Petró provienen en su mayoría de la propia colonia de Santo Domingo.  Son especialmente vengativos y se utilizan en las prácticas mágicas; se los llama “amargos” por oposición a los Lwa Rada, percibidos como “dulces”.  A este rito pertenecen igualmente ciertos Lwa del Kongo e incluso algunos Lwa Rada, pero bajo su aspecto violento.

La clasificación de los Lwa en función de los ritos no es siempre muy rigurosa.  Existen ritos secundarios que se han introducidos en el Rada, como Nago que remiten a los espíritus yoruba, integrados en fecha temprana en el vudú dahomeyano.  En el Petró se asocian a veces algunos Lwa de origen Kongo”.

En la práctica, el mundo de los luases en su relación con los creyentes es más complejo, tiene una serie de complicaciones que es necesario tener presente y conocerla, ya que, al igual que en todas las religiones, la realidad no es totalmente ideal, porque “para que sea mundo”, la existencia del bien conlleva siempre su contradicción, el mal.  Dios y el diablo, centralizan, por ejemplo, los extremos límites del cristianismo.

De acuerdo con Hurbón, “como en los demás sistemas religiosos, ocurre a menudo que puede atribuírsele un poder indefinido a un poder indefinido a un Lwa y se le hace ejercer toda clase de funciones de tal modo que ese Lwa acaba por invadir toda la vida del individuo o aparecer como el responsable de todas sus desgracias.  El recurso del sacerdote vudú, interprete del mensaje de las cualidades de los Lwa, puede deshacer semejante vínculo.  En realidad, el poder de un Lwa siempre puede contrarrestase con el de otro  o dominarse por medio de un ritual preciso que el sacerdote vudú conoce.

Si bien las prácticas de magia y brujería son de modo general, reprobadas por el adepto, éste sabe que las fronteras del sistema vudú hay fuerzas peligrosas dispersas a entrar en acción.  Por los demás, se las arregla para detener los golpes bajos y tomar medidas de protección con armas análogas.  En este sentido, existen otra categoría de Lwa, llamada Lwa achté, que es posible procurarse por medio de los oungan y de la que cabe espera un concurso más eficaz que el ofrecido por los Lwa heredados de la familia.  Sin embargo, comprar Lwa comporta cierto peligro, puesto que para ganar su protección hay que establecer a veces compromisos muy peligrosos.  Si no se logra honrarlos los Lwa-achté serán presa de cóleras terribles y sobre la familia se abatirán enfermedades y desgracias”.

Según Hurbón, “el ritual vudú es rico, variado y complejo.  Ninguna ceremonia es del todo igual a otra.  Cada sacerdote tiene sus ritos preferidos, sus secretos y sus bazas propias para atraer a numeroso adeptos”.  Aún así, existe una estructura común , donde –sigue diciendo Hurbón- “una ceremonia de vudú corriente comporta dos secuencias principales: Primero, los ritos de entrada con el desfile de las banderas del oufo, los saludos de los objetos sagrados, entre los cuales están los tambores, los ritos de orientación de los objetos sagrados hacia los cuatro puntos cardinales para delimitar el espacio sagrado y, por último, precedidas de largas oraciones católicas y letanías de los santos, las invocaciones a los diferentes Lwa.  Poco a poco, los bailes de los iniciados al ritmo de los tambores alrededor del poteu-mitan van caldeando la atmósfera.

Los Lwa que participan en la ceremonia deben comer para hacer acopio de fuerzas y conceder mejor los favores a sus servidores.  La segunda secuencia es la del sacrificio o del manjé-Lwa propiamente dicho.  La ceremonia está dirigida por uno o varios adeptos que compran en común los animales preferidos (cabrito, oveja, buey o aves de corral) de los Lwa cuyo concurso se espera especialmente.  Al pie del Poteau-mitan se depositan platos de comida (maíz, tostadas, pastel) y licores, así como animales adornados con los colores del Lwa al que serán sacrificados”

El sacrificio de animales, con un contenido ritual mágico y la posesión o “montadera”, cuando un luá entra en el cuerpo de un sacerdote o un creyente, para humanizarse y compartir con los mortales, son las expresiones del vudú que más prejuicios e incomprensiones han generado entre los puritanos occidentales, ignorando que estas son manifestaciones comunes a todas las religiones, a través de las diversidades de formas que ofrece cada cultura, acorde con sus tradiciones e identidad.

La persecución y la necesidad de la sobrevivencia, enriquecieron la diversidad de expresiones creadoras, trascendiendo al Vudú y a los rituales y ceremonias religiosas, para convertirse en un “hecho social, total y global”., de realización, integración e identidad.  Lo que quiere decir, que el comportamiento de los creyentes, dependerá de sus niveles de conciencia, credibilidad, fe y compromiso como resultado de su cosmovisión religiosa.  El vudú, como afirma Max Paul, “invade e influye el mundo imaginario y las prácticas económicas o a fiestas sociales cotidianas de aquellos que viven con y en torno de él”.

Como expresión de esa riqueza y de esa diversidad, en el Vudú se pueden hoy en día distinguir los rituales de los Rada, de los Petró y de los Congos, además de los Guedés, -sigue diciendo Paul- “familia de luases que pertenecen a todos los ritos”.

La originalidad del vudú para Paul “reside seguramente en su sincretismo, es decir esta capacidad de adaptar, de integrar elementos religiosos de orígenes diversos”.  Esta capacidad explica en efecto, “que a pesar de las condiciones desfavorables, quedan aún vivacidad”.

De todas maneras, el Vudú en Haití hay que analizarlo, para poderlo comprender, en función de su formación social, de su historia y de su cultura, porque él es el resultado de su desarrollo, de su proceso de autenticidad, de su expresión creadora, original, y de su espiritualidad, el cual merece respeto y reconocimiento, no importa si estamos o no de acuerdo con el, ya que hay que verlo como respuesta y como propuesta histórica socio-cultural-política-religiosa, de lucha, de resistencia, de integración, de identidad y de libertad del pueblo haitiano.