jueves, 19 de noviembre de 2009

Akenatón



Akenatón

EL FARAÓN REVOLUCIONARIO


Nota: Hemos encontrado en Internet un trabajo sobre el faraón Akenatón publicado en en 1998 por la escritora, periodista e investigadora histórica argentina Amanda Paltrinieri. Para continuar con el tema sobre la religión monoteísta egipcia reproducimos íntegro el trabajo de esta reputada investigadora internacional. Siguiendo nuestro estilo hemos incluido gráficos que hacen más agradable la lectura. Disfrútenlo.







Con ayuda de una computadora, dos investigadores franceses rescataron de los restos de un derrumbe noticias sobre el rey místico que instauró el monoteísmo en Egipto catorce siglos antes de la era cristiana.

Por Amanda Paltrinieri



Cuando en 1898 un temblor de tierra hizo tambalear los templos faraónicos de la zona de Karnak, en uno de ellos se desplomaron varias columnas y de los escombros surgieron pequeños bloques de piedra grabados y pintados.
En aquel momento los vestigios fueron relegados por los estudiosos, pero ahora, casi un siglo después y con ayuda de la computación, acaba de verificarse que guardan valiosos registros sobre un faraón que renegó de los antiguos dioses para venerar al Sol como único ser supremo.


Este precursor del monoteísmo subió al trono con el nombre de Amenofis IV y luego adoptó el de Akenatón. Su obra se extinguió con su vida más de mil trescientos años antes de Cristo, pues los sacerdotes, además de restablecer los viejos cultos para recuperar los privilegios que habían perdido, lo maldijeron e intentaron borrar su recuerdo. Las más recientes investigaciones confirman que no lo lograron.

Los viejos dioses




"Egipto, don del Nilo". La célebre fórmula que refleja con exactitud el origen de la civilización más duradera de la Antigüedad fue enunciada por el historiador griego Herodoto, quien afirmó que los egipcios eran "los más religiosos de todos los hombres".

Nómades y cazadores habitaron desde la época prehistórica la estrecha cinta verde encuadrada por el desierto. No conocían las fuentes del río y creían que sólo los dioses podían provocar el milagro de su crecida. Para dominar las inundaciones, las tribus se agruparon rápidamente en provincias y luego en dos reinos: uno en el valle, que reverenciaba al dios Seth, y otro en el delta, bajo el signo del dios halcón Horus.

Más tarde el país se unificó y la capital se instaló en Menfis, cerca de Heliópolis, ciudad adoradora del Sol. Desde entonces se atribuyó al soberano naturaleza divina. Primero se lo identificó con Horus; luego se le sumó el título de hijo de Ra (el dios resplandeciente) y se levantaron pirámides para que al morir pudiera ascender hasta él.

 Cuando los príncipes de Tebas trasladaron la capital a su ciudad, su dios -Amón- pasó a primer plano y se convirtió en el rey de los dioses.
Claro que además de él existían otros, que se contaban por centenares. Los humildes, fieles a sus tradiciones, veneraban en cada provincia a una deidad principal y varios ídolos secundarios. La zoolatría primitiva sobrevivió en la adoración del buey Apis, los cocodrilos del Nilo y los dioses que conservaban rasgos animales. Escarabajos y amuletos representaban innumerables divinidades menores.

 El culto oficial, por su parte, concretó principios morales en mitos que reflejaban el conflicto entre el bien y el mal. El más popular cuenta que el malvado Seth despedazó el cuerpo del benéfico Osiris, pero Isis y Horus (la esposa y el hijo de Osiris) encontraron los fragmentos y lo revivieron. Encarnación de los anhelos de justicia y eternidad, Osiris presidía el tribunal que juzgaba a los hombres después de la muerte, con ayuda de Tot, encargado de pesar las almas.

Una figura singular




Después de haber sufrido la invasión de un pueblo de origen sirio (los hicsos, que habían adoptado como propio a Seth, dios del desierto y del mal), los príncipes de Tebas restauraron una vez más el poder de los faraones.
Para asegurar sus conquistas, Egipto necesitaba un monarca guerrero... pero el destino le tenía reservado un místico: Amenofis IV, una de las figuras más curiosas de la Historia. En él se mezclaba la estirpe egipcia con sangre semita e indoeuropea. De rostro delicado y físico endeble, en cuanto subió al trono se casó con Nefertiti, una bella princesa con quien tuvo siete hijas.
Amenofis llevó a cabo una verdadera revolución religiosa: rompió con Tebas, despojó a Amón del título de dios dinástico y se consagró por entero al culto del dios solar Atón. Cambió su nombre por el de Akenatón (servidor de Atón) y mandó construir una residencia real a la que llamó Aketatón (horizonte de Atón, hoy Tell-el-Amarna), modelo de urbanismo.

 Cierto es que en su decisión hubo una dosis de cálculo político tendiente a disminuir el poderío del clero de Amón, una casta hereditaria cuyas posesiones casi igualaban el patrimonio real. Ya sus predecesores, temerosos de la hegemonía sacerdotal, habían favorecido otros santuarios, en especial el de Heliópolis, donde se profesaba una doctrina que aceptaba al Sol como creador de todas las cosas.

 Amenofis III había bautizado con el nombre de "Atón es resplandeciente" su palacio de Tebas y uno de sus regimientos. Su hijo fue mucho más lejos: confiscó los bienes de los templos, abolió los cultos de Amón y los otros dioses principales e hizo destruir sus estatuas. Ni siquiera el popular Osiris se libró de esa suerte.

El dios único
Akenatón tenía un temperamento contemplativo: era un poeta, un soñador sensible a las nociones de belleza, humanidad y justicia, un rey "ebrio de dios".

Atón era el único dios. No se lo representaba como un hombre con cabeza de animal; se lo adoraba bajo la forma de un signo abstracto, un disco de rayos benéficos. El faraón era sumo sacerdote y profeta. Lo decía en su célebre himno a Atón: "Estás en mi corazón; fuera de mí, nadie te comprende."

 El monoteísmo se afirmó indiscutiblemente. "Has creado la tierra a tu gusto, cuando estabas solo." El mundo aparecía como creación ininterrumpida del dios; cosas, bestias, hombres, el día y la noche: "La tierra está sumida en las tinieblas, como muerta, y calla porque aquél que lo ha creado todo descansa en su horizonte. Pero llega la aurora, Tú te levantas y tu resplandor disipa las tinieblas". El himno contiene la idea de una religión universal: "Tú has creado los países extranjeros, Siria, Nubia, y la tierra de Egipto. Tú pones a los hombres en su lugar; sus lenguas hablan diversamente, como son diversos su aspecto y su piel, pues Tú has hecho diferentes a los pueblos".

Reformas sociales

Amenofis IV


El profundo humanismo de Akenatón se tradujo, asimismo, en un conjunto de medidas que favorecían el individualismo y una cierta democratización de las costumbres. Antes, el soberano elevaba sus plegarias a Amón recluido en un recinto sombrío; era una plática silenciosa y sin testigos, dirigida por un clero hermético y estricto. Ahora que el Sol brillaba sobre todos por igual, el culto empezó a celebrarse en presencia del pueblo y, para que fuera más accesible, se sustituyó la lengua arcaica y literaria por el egipcio vulgar.

El faraón hizo pública su vida cotidiana, dejó de ser un ídolo ante el que había que arrastrarse. El arte se tornó realista y familiar; las pinturas de las tumbas de Tell-el-Amarna aparecen plenas de dulzura y movimiento. Bajo el radiante disco solar, los bajorrelieves muestran al rey y la reina en la intimidad, con sus hijas sobre las rodillas.

Sus preocupaciones espirituales apartaron a Akenatón de otros deberes. Permaneció indiferente a la política exterior y sus adversarios se aprovecharon de ello. Cuando murió, hacia 1354 a.C., Nefertiti tuvo que hacer concesiones ante el clero de Amón, que se había reorganizado. Casó a una de sus hijas con el joven príncipe Tutankatón, de doce años, quien restauró el culto tradicional y se hizo llamar Tutankamón. El hallazgo de su tumba intacta en 1922 concedió a este personaje una notoriedad que no guarda proporción con su importancia histórica.



Egipcios: fueron los primeros monoteístas


¿El origen es Yahvé, el dios de los volcanes; 
o Atón, el dios del sol?

Privara un pueblo del hombre que celebra como el más grande de sus hijos no es empresa que se acometerá de buen grado o con ligereza, tanto más cuanto uno mismo forma parte de ese pueblo. Ningún escrúpulo, sin embargo, podrá inducirnos a eludir la verdad en favor de pretendidos intereses nacionales, y, por otra parte, cabe esperar que el examen de los hechos desnudos de un problema redundará en beneficio de su comprensión. (S.F. ¿?)

¡Ya empecé a meterme a reocupar a unos cuantos y a interesar a otros!


El hombre Moisés, que para el pueblo judío fue libertador, legislador y fundador de su religión, pertenece a épocas tan remotas que no es posible rehusar la cuestión previa de si fue un personaje histórico o una creación de la leyenda. Si realmente vivió, debe haber sido en el siglo XIII, o quizá aun en el XIV antes de nuestra era; no tenemos de él otra noticia sino la consignada en los libros sacros y en las tradiciones escritas de los judíos.
Aunque esta circunstancia resta certeza definitiva a cualquier decisión al respecto, la gran mayoría de los historiadores se pronunciaron en el sentido de que Moisés vivió realmente y de que el Éxodo de Egipto, vinculado a su persona, tuvo lugar en efecto. Con toda razón se sostiene que la historia ulterior del pueblo de Israel sería incomprensible si no se aceptara esta premisa. Por otra parte, la ciencia de nuestros días se ha tornado más cautelosa y procede mucho más respetuosamente con las tradiciones que en los primeros tiempos de la crítica histórica. (S.F. ¿?)

Los dos bloques de párrafos arriba citados aparecen en un libro de tres de ensayos escrito por Sigmund Freud, producto de acuciosas y largas investigaciones: “Moisés y la religión monoteísta”.

Cuando Freud escribió dichos ensayos, en el 1934, era un objetivo de criminales hitlerianos y un protegido por la iglesia católica. Sabiendo el gran psicoanalista y pensador que al catolicismo no le agradaría los planteamientos que hacía del tema que no ocupa,decidió no publicar el libro en esas circunstancias y esperar por un mejor momento. Empero, murió en el 1939, un par de semana más tarde de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, sin haber publicado su verdad histórica completa. Algunos apuntes aparecieron como ensayos en la revista Imago en 1938. Pero el libro completo, sobre todo un tercer y comprometido ensayo, se publica después de su muerte. Esta fue su última obra importante publicada.


El primer cuestionamiento polémico de Freud es sobre el nombre de Moisés:

Lo primero que atrae nuestro interés en la persona de Moisés es precisamente su nombre, que en hebreo reza Mosche. Bien podemos preguntarnos: ¿De dónde procede este nombre; qué significa? Como se sabe, ya el relato del Éxodo, en su segundo capítulo, nos ofrece una respuesta. Nárrase allí que la princesa egipcia, cuando rescató al niño de las aguas del Nilo, le dio aquel nombre con el siguiente fundamento etimológico: «Pues yo lo saqué de las aguas.» Mas esta explicación es a todas luces insuficiente. Un autor de Jüdisches Lexikon opina así: «La interpretación bíblica del nombre -el que fue sacado de las aguas- es mera etimología popular, y ya la forma hebrea activa (Mosche podría significar, a lo sumo: el que saca de las aguas) está en pleno desacuerdo con ella.» Podemos apoyar esta refutación con dos nuevos argumentos: ante todo, sería absurdo atribuir a una princesa egipcia una derivación del nombre sobre la base de la etimología hebrea; por otra parte, las aguas de las que se sacó al niño no fueron, con toda probabilidad, las del Nilo. 


Freud explica convincentemente las implicaciones egipcias de dicho nombre:

En cambio, desde hace mucho tiempo y por diversos conductos se ha expresado la presunción de que el nombre Moisés procedería del léxico egipcio. En lugar de mencionar a todos los autores que se han manifestado en este sentido, citaré la traducción del pasaje correspondiente de un nuevo libro de J. H. Breasted , autor a cuya History of Egypt (1906) se concede la mayor autoridad: «Es notable que su nombre, Moisés, sea egipcio. No es sino el término egipcio«mose» (que significa «niño») y representa una abreviación de nombres más complejos, como, por ejemplo, «Amen-mose», es decir,«niño de Amon», o «Ptah-mose», «niño de Ptah», nombres que a su vez son abreviaciones de apelativos más largos: «Amon (ha dado un) niño», o «Ptah (ha dado un) niño». El nombre abreviado «Niño» se convirtió pronto en un sustituto cómodo para el complicado nombre completo, de modo que la forma nominal Mose se encuentra con cierta frecuencia en los monumentos egipcios. El padre de Moisés seguramente había dado a su hijo un nombre compuesto con Ptah o Librodot Moisés y la religión monoteísta. 

No tengan miedo y sigan leyendo, ¿o no es cierto eso de que la verdad nos hará libres? Recuerden las expresiones críticas de la Poncia en el inicio del tercer actorde Bernarda Alba: “Cuando una no puede con el mar lo más fácil es volver las espaldas para no verlo”. 

Volvamos al mar... (perdón) a Freud:

Amón, y en el curso de la vida diaria el patronímico divino cayó gradualmente en olvido, hasta que el niño fue llamado simplemente Mose. (La «s» final de Moisés procede de la traducción griega delAntiguo Testamento. Tampoco ella pertenece a la lengua hebrea, dond eel nombre se escribe Mosheh.)». He citado textualmente este pasaje, pero no estoy dispuesto a asumir la responsabilidad por todas sus partes. Además, me asombra un tanto que Breasted haya omitido en su enumeración precisamente los nombres teofóricos similares que se encuentran en la lista de los reyes egipcios, como, por ejemplo, Ah-mose, Thut-mose (Totmés) y Ra-mose (Ramsés).

Pero donde Freud se torna más severo es cuando plantea que Moises era un egipcio en todo el concepto. Dato imprescindible para sustentar la tesis más adelante planteada.

...cabría esperar que alguno de los muchos autores que reconocieron el origen egipcio del nombre de Moisés también llegase a la conclusión -o por lo menos planteara la posibilidad- de que el propio portador de un nombre egipcio fuese a su vez egipcio.


Dos leyendas, primordialmente, adornan la vida de Moisés. En la primera el héroe judío procede de una familia judía y criado por un princesa egipcia como su propio hijo. En la segunda leyenda todo comienza cuando el faraón es advertido, en sueños proféticos, que sería asesinado por su hijo y por eso ordena matarlo antes que ocurra el parricidio. 

Freud rebate:

Pero la menor reflexión demuestra que jamás pudo existir semejante leyenda mosaica original, concordante con las demás de su especie.En efecto, la leyenda sólo pudo haber sido de origen egipcio, o bien judío. El primer caso queda excluido de antemano, pues los egipcios no tenían motivo alguno para ensalzar a Moisés, que no era un héroe para ellos. Por consiguiente, la leyenda debe haber surgido en el pueblo judío, es decir, se la habría vinculado en su versión conocida a la persona del caudillo. Mas para tal fin era completamente inapropiada, pues ¿de qué podía servirle a un pueblo una leyenda que convirtiera a su gran hombre en un extranjero?

Sigmund Freud aporta cientos de datos y reflexiones para demostrar la condición egipcia de Moisés. Pero ¿por qué es relevante para el investigador este dato? Es que resulta difícil aceptar a un Moisés,al que algunas de las leyendas judías asignan paralelismo entre lo que sabemos de los primeros tiempos de Jesús, de repente, salido de un  pueblo que menospreciaba a los judíos asimile la religión de estos y no haya sido exactamente lo contrario. En uno de los paralelismo citados encontramos el afán de vincularlo: Cristo salvado de Herodes; por ejemplo. Desgraciadamente el espacio me impide ampliar en zonas interesantes, aunque distrayentes del objetivo principal del trabajo. 

Pues... volvamos a Freud:


Moisés no sólo fue el conductor político de los judíos radicados en Egipto, sino también su legislador y educador, y que les impuso el culto de una nueva religión, llamada aún hoy mosaica en mérito a su creador. Pero ¿acaso un solo hombre puede llegar tan fácilmente a crear una nueva religión? Además, si alguien pretende influir sobre la religión de otro, ¿por ventura no es lo más natural que comience por convertirlo a su propia religión? El pueblo judío de Egipto seguramente poseía alguna forma de religión y si Moisés, que le dio una nueva, era egipcio, no podemos dejar de presumir que esa otra nueva religión debía ser la egipcia.

Pero ¿cuál religión egipcia?

Lo que plantea aquí Freud es, igual que otros grandes pensadores e investigadores del planeta,  que Moisés retoma la religión monoteísta de Atón. La misma estuvo vigente en Egipto durante el reinado de Amenhotep (Más tarde auto nombrado Ikhnaton o Akenatón) un faraón poeta, que compuso uno de los himnos de Atón que conocemos. Esa religión monoteísta y rígida de Amenhotep planteaba la existencia de un Dios único; pero compresible y amoroso. Sin embargo, sólo 17 años gobernó este faraón.

Con su desaparición no sólo desaparece su memoria, sino la religión que revolucionaria y radicalmente impusiera en Egipto. Debemos señalar que no fue exactamente Akenatón el creador del culto y la religión de Atón. Enpero, Freud nos dice...

Su acción fue mucho más profunda; le agregó algo nuevo, que convirtió la doctrina del dios universal en un monoteísmo: el elemento de la exclusividad. En uno de sus himnos lo dice explícitamente: «¡Oh,Tú, Dios único! ¡No hay otro Dios sino Tú!».

Pero el enfrentamiento del faraón con los sacerdotes del culto a otro dios, Amón, fue terrible. Tanto que Akenatón abandonó su residencia en Tebas, trinchera demasiado importante de los sacerdotes de Amón, para establecerse río abajo en una nueva residencia a la que llamó Akhetaton. Desde allí persiguió con furor a los sacerdotes que enfrenaban “su”religión atoniana. Hasta ordenó borrar cualquier inscripción donde el nombre “dios”apareciera en plural.

A su muerte, el pueblo y los sacerdotes descontentos (cuyo principal defecto era la exclusión de lo mítico, lo mágico y lo taumatúrgico) destruyeron todo vestigio de sus aportes, entre estos, la religión de Atón.

Para muchos pensadores modernos no hay dudas de que la religión que retoma Mosheh, e implanta entre los judíos, es la religión de Atón. Freud, entre otras consideraciones,  argumenta con la misma profesión de fe de los judíos:


Shema Jisroel Adonai Elohenu Adonai Ejod. Si el parentesco fonético entre el nombre egipcio Atón (o Atum), la palabra hebrea Adonai y el nombre del dios sirio Adonis, no es tan sólo casual, sino producto de un arcaico vínculo lingüístico y semántico, entonces se podría traducir así aquella fórmula judía: «Oye, Israel, nuestro dios Aton (Adonai) es un dios único.» 

Desde luego que Freud admite analogías y discrepancias entre las religiones:


Ambas son formas de un monoteísmo estricto, y de antemano tenderemos a reducir todas sus analogías a este carácter básico. En algunos sentidos, el monoteísmo judío adopta una posición aún más rígida que el egipcio; por ejemplo, cuando prohibe toda forma de representación plástica. Además del nombre del dios, la diferencia esencial consiste en que la religión judía abandona completamente la adoración del sol, en la que aún se había basado el culto egipcio. Al compararla con la religión popular egipcia tuvimos la impresión de que, junto a una oposición de principios, la discrepancia entre ambas religiones traduce cierta contradicción intencional. Tal impresión se justifica si en este cotejo sustituimos la religión judía por la de Atón, que, como sabemos, fue creada por Ikhnaton en deliberado antagonismo con la religión popular.
Con razón nos asombramos por qué la religión judía nada quiera saber del más allá y de la vida ultraterrena, pues semejante doctrina sería perfectamente compatible con el más estricto monoteísmo. Pero este asombro desaparece si retrocedemos de la religión judía a la de Aton, aceptando que aquel rechazo ha sido tomado de ésta, pues para Ikhnaton representaba un arma necesaria al combatir la religión popular, cuyo dios de los muertos, Osiris, desempeñaba un papel quizá más importante que cualquier otro dios del mundo de los vivos.

Interesante ¿verdad? Algunos se entusiasmarán en demasía. ¡Tranquilos! Otros comenzarán a planificar mi asesinato. ¿Tranquilos? Y algunos rasgarán sus vestiduras. ¡Tranquilos! ¡Tranquilos porque me interrumpiré!  Pero no lo haré por las seguras amenas que vendrán. ¡No! Lo haré porque me ha tirado el... ¡Telón!