Entre Beltré, Osvaldo y Marcio
Por Giovanny Cruz Durán
Hace algún
tiempo, entonces deambulaba por los caminos del marxismo, se me adoctrinaba para
que pusiera la esencia y el contenido por encima de todo. ¡Bizcocho sin suspiro! Hasta a la
personalidad juzgué un Mito.
Pero, por esos
tiempos leí el grito de Bertolt Brecht: “¡La
forma es la expresión más acabada del contenido!”
Así las cosas, comprendí
por qué se me hacía casi imposible apartar el buen decir, el bien escribir, los
buenos modales y la educación formal del comportamiento.
Albert Camus,
interviniendo en su pieza teatral “Calígula” (cuando este emperador, angustiado
por la pérdida de su hermana y amante, se ausenta por días del palacio, preocupando
a los senadores del imperio, que entendían debía contemplarse la posibilidad de
sustituirlo, ya que entre ellos… “no
faltan emperadores”), responde con palabras en boca del personaje Helicón: “No. Sólo faltan personalidades.”
¿Entonces, resulta
ser que la dichosa personalidad no es tal Mito? Probablemente tampoco una “careta”.
Seguramente es una manifestación trascendental de nosotros mismos, condicionada
por la Cultura y el Saber. Una actitud.
En este devenir
de mi particular y singular tiempo, en lugar de sentirme devorado por Cronos, asumo
esta encantadora madurez como un reciclaje del pensamiento. Curado de los males
pasionales que son comunes a todo joven, entiendo ahora que la Sabiduría no está en
la proclamación. No. Está en todo el proceso vivencial… y en la espera.
Ahora, en todos
mis laberintos interiores, en los vericuetos por cuales camina el Cocimiento, están
dictándome fórmulas definitivas. Definitivas hasta que ocurran nuevos
descubrimiento, aclaro.
Y justo allí, en
esas profundidades particulares en las cuales algunas veces hasta duermo, me
estoy obligando a regresar... a lo Bonito. ¡Me estoy volviendo un esteticista! Como
tal, no puedo aceptar a un escritor, a un artista, a un ensayista o a un
comunicador para el cual la palabra, escrita o hablada, no es el resultado de
una elaboración que su formación determinó.
Un comunicador
verbal debe saber hablar. Sin duda. Sin embargo, esto no siempre es así. Anoche, recluido
en mi cama por cierta dolencia que me imposibilitó asistir a la puesta en
circulación de la novela “La Natividad” (de Marcio Veloz Maggiolo), veía distraído, como un sencillo premio de consolación ante mi obligada ausencia, un partido de pelota de los Rancheros de Texas. Era una oportunidad para aplaudir
al gran Adrián Beltré. De repente, sentí que para fastidiarme, uno de los
narradores dijo: “Mira, yo soy de los que
piensa…”
Me he cansado de
corregir a políticos, comunicadores, escritores y amigos ese error garrafal.
Me duele escucharlo. Por eso, no sin cierta intolerancia, escribí una nota al amigo
Osvaldo Rodríguez Suncar, que es muy cuidadoso y certero en su pronunciación.
Le aclaré que aquel
colega suyo que comentaba en el susodicho partido, no es de LOS que PIENSA. ¡Jamás!
Él es de… LOS que PIENSANNNN… de LOS que CREENNNNNNN… de LOS que ASEGURANNNNNNN…
Un siempre
compresivo Osvaldo me contestó inmediatamente. Trataría de llevar, prometió, mi
inquietud hasta donde el reincidente infractor deportivo. Esto, porque Osvaldo
sabe que por esos asuntos soy… ¡de LOS que SUFRENNNNNN!
Me interrumpo, porque debo empezar a leer la novela de Marcio. Soy de LOS que ADMIRANNN y de LOS que APLAUDENNNN a este inmenso escritor y amigo. Ya les contaré sobre la novela. Pero ahora sean comprensivos y dejen que se cierre el...
¡Telón