jueves, 7 de marzo de 2019

LA NOVELISTICA DE OSIRIS MADERA

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LA NOVELISTICA DE OSIRIS MADERA

Por Juan Hernández Inirio



El doctor Francisco Osiris Madera sobresale entre los médicos escritores continentales cultivando la poesía y la narrativa. Hace unos años emprendí la lectura íntegra de su obra narrativa, quien ya había publicado cinco novelas. Tuve uno de esos arrebatos exegéticos que me han llevado a analizar y escribir sobre abundantes producciones de la literatura dominicana.
Fue un venturoso descubrimiento leer a Madera, una voz eminente de la literatura dominicana contemporánea, y quien combina con gracia la dualidad de galeno y escritor. Me acordé inevitablemente de Mariano Azuela, el médico mexicano que legó al porvenir las páginas inmortales de la novela “Los de Abajo”, el más popular libro sobre la Revolución Mexicana.
Nuestro compatriota Madera, como experimentado guardián de la salud de sus pacientes, también ha sabido auscultar el corazón de la literatura, y hacer que sus fértiles latidos nos deparen gran emoción estética al entrar a sus obras.
Una muestra de tres de ellas están reunidas en un volumen bajo el enigmático signo de “Las formas del sueño”. Son novelas cortas que están estrechamente vinculadas a la realidad histórica dominicana de la segunda mitad del siglo XX, cada una desde un hálito particular, retratando al dominicano que ha forjado su mundo en medio de los vaivenes políticos y sociales, pero siempre reflejando, igualmente, cómo el destino individual a veces deviene en colectivo, porque cada uno elige su historia y cada uno la cuenta a su manera.
Al llevar a cabo estos experimentos literarios Osiris Madera no le ha dado la espalda al poeta que habita en su alma, condición que ha dotado su prosa de frescura y novedad. Grandes analistas y exponentes de la literatura dominicana, desde Miguel Angel Founerin, Guillermo Piña Contreras, Bruno Rosario Candelier, José Alcántara Almanzar, George Manuel Hazoury Peña hasta René Rodríguez Soriano, Basilio Belliard y Cándido Gerón, entre muchos otros, han observado ya con escrutinios favorables las páginas no solo de las referidas novelas, sino de su completa creación poética y narrativa.
No me he propuesto, jamás lo haría, pontificar sobre las obras de ningún escritor ni mostrar una interpretación definitiva que abarque todas las miradas posibles sobre su fondo y su forma, sino manifestar mi testimonio personal ante una confección estética. Estimo que el lector que merodee por las líneas de Madera se someterá a un mundo fascinante de palabras guardado en sus novelas. El escritor ha priorizado en sus obras la historia dominicana reciente, con sus inevitables epopeyas y desgracias, y ha desgranado su cosmovisión literaria de la historia en la hipérbole del yo.
Elito, por ejemplo, es un atrevimiento novelesco que presenta ratos divergentes, figuras borrosas sin unidad ni muerte ni pausas, como un lienzo onírico. Es una realidad dada que se presenta, desnuda, en lo espontáneo. Balaguer es enigma y paradigma, y en su sonrisa confluyen los tiempos y los torbellinos. Sus sucesores le han elogiado en privado y le han imitado en público.
Elito es nuestra biografía compartida y continúa el efecto narrativo que floreció en las primeras novelas de Madera, quien, por cierto, retrata su país con una naturalidad costumbrista que apoya el sentido de identidad de sus obras.
La historia y la novela rivalizan con elegancia en las novelas de Madera, y ya que mencionamos esta oposición amable o feroz, entre novela e historia, les confieso mi parecer de que el escritor no debe limitar su creación con ningún pretexto extrínseco. Justamente por esa visión he defendido la polémica novela “La Fiesta del Chivo”, de Mario Vargas Llosa y defendería cien veces las de Osiris Madera.
Quizás la novela, paradójicamente con la osadía de su inventiva, sea uno de nuestros mejores recursos contra las estratagemas de los historiadores que sirven al dios de la mentira. A propósito de esto, comparto con ustedes dos frases que me hacen cavilar sobre la adulterada función social de la historia: Jean Paul Satre asevera: “Incluso el pasado puede modificarse, los historiadores no paran de demostrarlo”. Milán Kundera afirma que ‘’el poder se anhela, no para construir el futuro, sino para manipular el pasado’’.
“La novela es la historia privada de las naciones”, decía el maestro francés Honoré de Balzac, autor de la Comedia Humana. Tras leer las novelas de Osiris Madera he confirmado la certeza de aquel aforismo. La frase de Balzac es una verdad altisonante, que siempre hemos de reiterar cuando el viento de la buena literatura hace levitar el corazón del lector. Libre es el ritmo del escriba Madera, porque la vida tiene bifurcaciones inesperadas.
Lía es una secuencia de momentos unidos por el hilo de un amor atípico pero intenso, digno de perdurar en la memoria de quien entra en contacto con sus pormenores. Esta obra es un derroche de reflexiones sobre los fundamentos de la felicidad y los caprichos del hado, una voz introspectiva que desde el presente se extiende a todos los tiempos.
Todo lo que la imaginación y la realidad le dictaron al doctor Madera en estas páginas, es un viaje a las insondables alturas de la palabra bien dicha. Sus dedos trazan una imagen esplendente de las pasiones humanas, de esa búsqueda interior de la plenitud, que tanto se cree satisfacer al compartir la existencia con otro.  Esto huele a memoria y a futuro, a confesión lúdica en el territorio novelado donde no hay nada imposible.
Lía es una propuesta sobre un nuevo sentido de la vida, de la mano del arte, de la creatividad, de la poesía hecha suceso. Esta novela es una metáfora sobre la inextricable condición humana.
Al asomarme a la inspiración de Osiris Madera, reconozco que he recibido la iluminación de una nueva perspectiva literaria, alejada de la retórica manoseada. Su palabra tiene la gracia de lo novedoso. Su palabra está condenada a ser futuro perdurable.
Completa la trilogía reunida bajo el título Las Formas del Sueño, el ttulo “Ahora el viento es más oscuro”. En él Osiris Madera, cuya producción como escritor es una búsqueda permanente de la identidad dominicana, ahonda –con una simbiosis de ficción y realidad- en los personajes anónimos de la Revolución de Abril de 1965, en seres que, sin otro curriculum vitae que el arrojo patriótico, se lanzaron al volcán de la guerra que pretendía restaurar la democracia vilmente defenestrada, acompañándolos en su evolución desde el fervor invencible hasta la última esperanza, desde la obsesión por la victoria hasta los infortunios de la resignación, una vez que la guerra terminó y tuvieron que abrirse hacia nuevos horizontes como fórmulas de supervivencia.
Madera nos hace viajar a una época de referencia obligada en la historia del valor dominicano y latinoamericano. La sangre fue ofrenda de amor, de una patria en el mismo trayecto del sol, ansiosa de refulgir en el amanecer de un pueblo que yacía en el olvido de sí mismo.