LA
NOVELISTICA DE OSIRIS MADERA
El doctor Francisco
Osiris Madera sobresale entre los médicos escritores continentales cultivando
la poesía y la narrativa. Hace unos años emprendí la lectura íntegra de su obra
narrativa, quien ya había publicado cinco novelas. Tuve uno de esos arrebatos
exegéticos que me han llevado a analizar y escribir sobre abundantes
producciones de la literatura dominicana.
Fue un venturoso
descubrimiento leer a Madera, una voz eminente de la literatura dominicana
contemporánea, y quien combina con gracia la dualidad de galeno y escritor. Me
acordé inevitablemente de Mariano Azuela, el médico mexicano que legó al
porvenir las páginas inmortales de la novela “Los de Abajo”, el más popular libro
sobre la Revolución Mexicana.
Nuestro compatriota
Madera, como experimentado guardián de la salud de sus pacientes, también ha
sabido auscultar el corazón de la literatura, y hacer que sus fértiles latidos
nos deparen gran emoción estética al entrar a sus obras.
Una muestra de tres de
ellas están reunidas en un volumen bajo el enigmático signo de “Las formas del
sueño”. Son novelas cortas que están estrechamente vinculadas a la realidad
histórica dominicana de la segunda mitad del siglo XX, cada una desde un hálito
particular, retratando al dominicano que ha forjado su mundo en medio de los
vaivenes políticos y sociales, pero siempre reflejando, igualmente, cómo el
destino individual a veces deviene en colectivo, porque cada uno elige su
historia y cada uno la cuenta a su manera.
Al llevar a cabo estos
experimentos literarios Osiris Madera no le ha dado la espalda al poeta que
habita en su alma, condición que ha dotado su prosa de frescura y novedad.
Grandes analistas y exponentes de la literatura dominicana, desde Miguel Angel
Founerin, Guillermo Piña Contreras, Bruno Rosario Candelier, José Alcántara
Almanzar, George Manuel Hazoury Peña hasta René Rodríguez Soriano, Basilio
Belliard y Cándido Gerón, entre muchos otros, han observado ya con escrutinios
favorables las páginas no solo de las referidas novelas, sino de su completa
creación poética y narrativa.
No me he propuesto,
jamás lo haría, pontificar sobre las obras de ningún escritor ni mostrar una
interpretación definitiva que abarque todas las miradas posibles sobre su fondo
y su forma, sino manifestar mi testimonio personal ante una confección
estética. Estimo que el lector que merodee por las líneas de Madera se someterá
a un mundo fascinante de palabras guardado en sus novelas. El escritor ha
priorizado en sus obras la historia dominicana reciente, con sus inevitables
epopeyas y desgracias, y ha desgranado su cosmovisión literaria de la historia
en la hipérbole del yo.
Elito, por ejemplo, es
un atrevimiento novelesco que presenta ratos divergentes, figuras borrosas sin
unidad ni muerte ni pausas, como un lienzo onírico. Es una realidad dada que se
presenta, desnuda, en lo espontáneo. Balaguer es enigma y paradigma, y en su
sonrisa confluyen los tiempos y los torbellinos. Sus sucesores le han elogiado en
privado y le han imitado en público.
Elito es nuestra
biografía compartida y continúa el efecto narrativo que floreció en las
primeras novelas de Madera, quien, por cierto, retrata su país con una
naturalidad costumbrista que apoya el sentido de identidad de sus obras.
La historia y la novela
rivalizan con elegancia en las novelas de Madera, y ya que mencionamos esta
oposición amable o feroz, entre novela e historia, les confieso mi parecer de
que el escritor no debe limitar su creación con ningún pretexto extrínseco.
Justamente por esa visión he defendido la polémica novela “La Fiesta del
Chivo”, de Mario Vargas Llosa y defendería cien veces las de Osiris Madera.
Quizás la novela,
paradójicamente con la osadía de su inventiva, sea uno de nuestros mejores
recursos contra las estratagemas de los historiadores que sirven al dios de la
mentira. A propósito de esto, comparto con ustedes dos frases que me hacen
cavilar sobre la adulterada función social de la historia: Jean Paul Satre
asevera: “Incluso el pasado puede modificarse, los historiadores no paran de
demostrarlo”. Milán Kundera afirma que ‘’el poder se anhela, no para construir
el futuro, sino para manipular el pasado’’.
“La novela es la
historia privada de las naciones”, decía el maestro francés Honoré de Balzac,
autor de la Comedia Humana. Tras leer las novelas de Osiris Madera he
confirmado la certeza de aquel aforismo. La frase de Balzac es una verdad
altisonante, que siempre hemos de reiterar cuando el viento de la buena
literatura hace levitar el corazón del lector. Libre es el ritmo del escriba
Madera, porque la vida tiene bifurcaciones inesperadas.
Lía es una secuencia de
momentos unidos por el hilo de un amor atípico pero intenso, digno de perdurar
en la memoria de quien entra en contacto con sus pormenores. Esta obra es un
derroche de reflexiones sobre los fundamentos de la felicidad y los caprichos
del hado, una voz introspectiva que desde el presente se extiende a todos los
tiempos.
Todo lo que la
imaginación y la realidad le dictaron al doctor Madera en estas páginas, es un
viaje a las insondables alturas de la palabra bien dicha. Sus dedos trazan una
imagen esplendente de las pasiones humanas, de esa búsqueda interior de la
plenitud, que tanto se cree satisfacer al compartir la existencia con
otro. Esto huele a memoria y a futuro, a
confesión lúdica en el territorio novelado donde no hay nada imposible.
Lía es una propuesta
sobre un nuevo sentido de la vida, de la mano del arte, de la creatividad, de
la poesía hecha suceso. Esta novela es una metáfora sobre la inextricable
condición humana.
Al asomarme a la
inspiración de Osiris Madera, reconozco que he recibido la iluminación de una
nueva perspectiva literaria, alejada de la retórica manoseada. Su palabra tiene
la gracia de lo novedoso. Su palabra está condenada a ser futuro perdurable.
Completa la trilogía
reunida bajo el título Las Formas del Sueño, el ttulo “Ahora el viento es más
oscuro”. En él Osiris Madera, cuya producción como escritor es una búsqueda
permanente de la identidad dominicana, ahonda –con una simbiosis de ficción y
realidad- en los personajes anónimos de la Revolución de Abril de 1965, en
seres que, sin otro curriculum vitae que el arrojo patriótico, se lanzaron al
volcán de la guerra que pretendía restaurar la democracia vilmente
defenestrada, acompañándolos en su evolución desde el fervor invencible hasta
la última esperanza, desde la obsesión por la victoria hasta los infortunios de
la resignación, una vez que la guerra terminó y tuvieron que abrirse hacia
nuevos horizontes como fórmulas de supervivencia.
Madera nos hace viajar a
una época de referencia obligada en la historia del valor dominicano y
latinoamericano. La sangre fue ofrenda de amor, de una patria en el mismo
trayecto del sol, ansiosa de refulgir en el amanecer de un pueblo que yacía en
el olvido de sí mismo.
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