jueves, 28 de marzo de 2019

La sustancia del artista: ¿divina o humana?


La sustancia del artista: ¿divina o humana?
Por Giovanny Cruz

De la colección Tilapias y símbolos taínos; de Antonio Guadalupe

A este tipo de reflexiones, que surgen desde volcanes interiores, en su condición de espejo Nivangio Zurc ha llamado: "Relegación del ego". Asegura que el ego algunas veces ni a sí mismo se tolera. Ja.

Ciertamente, estoy renegando de la divinidad o genialidad de escritores y artistas. Tenemos que trabajar tanto, que esos dos vocablos no nos aplican. No nos implican. Es cierto que, sobre todo en el campo de la música, algunos manifiestan temprano, asombrosas habilidades. Pero, siempre hay que esperar por su desarrollo para que ocurra la llamada Madurez Estética.

Desde que un joven inicia los estudios de cualquier Arte, le van inculcando que él es la criatura más cercana a dioses, Dios, seres de las luces, etcétera; porque es el único humano que puede “crear”;  rivalizando así con la misma divinidad. Le aseguran que su sustancia, entonces, es semejante al fulgor del inicio de la vida. Igual le plantean que su condición artística viene de "fábrica", otorgándole una categoría de predestinado. ¡Tamaño asunto!

En lo particular, no me veo, en mi condición de escritor, actor y director teatral; como alguien con mayores méritos que otros profesionales del mundo. Además, tengo las mismas necesidades fisiológicas de cualquier otro humano. Me da hambre, mi corazón diariamente exige tres pastillas y camino, ojalá que lentamente, hacia un inevitable y definitivo destino; como demás mortales. 

Envidio a médicos, internistas y cirujanos, que durante su carrera logran salvar miles de vidas. Siento un gran agradecimiento social por esos ingenieros, arquitectos y picapedreros que, a través de la historia, han logrado suplir a la Criatura.

Lo que los químicos han aportado a la humanidad es algo que ni cabe en mis asombros. Un agrónomo sabe cuándo y dónde acariciar la tierra para que ella nos regale lo mejor de sí misma. Los físicos han sido entes espectaculares en la conformación o explicación del multiverso en el cual vivimos, luego que se diera la Singularidad Cósmica de donde realmente venimos.

Hasta la religión, pieza del ajedrez terrenal que no siempre comprendo, ha jugado un importante rol en la historia de la humanidad, equilibrándose entre luces y sombras.

Por todo eso es que nunca he podido aceptar esos postulados que intentan convencernos que somos seres especialmente preferidos por una supuesta divinidad. Más aún: única sustancia de ella misma.

No acepto, siquiera, que nacemos predestinados para lo que somos. Nada de eso. Tenemos, como billones de personas, la sensibilidad necesaria para ser artistas. Unos logran encausarla y otros, por distintas razones, sufren bloqueos que les impiden serlos, como ya ha estudiada la Siquiatría y la Antropología Social.

Es cierto que los artistas logramos transformar la verdad cotidiana de la humanidad en la expresión más sutil de la belleza. Es verdad que el reclamo más apasionado del Ser, en voz de de un buen cantante adquiere una dimensión que todavía es difícil explicar. El sonido que un instrumentista logra producir con la nota más queda del oboe, las vibraciones de las cuerdas del violín y la ensoñación que patrocinan las teclas blanquinegras del piano cuando golpean en secuencias y tonos inigualables, dejan a uno todavía boquiabierto. 

No puedo discutir que, cuando hemos visto a Alicia Alonso languidecer en La muerte del Cisne, renacemos en cada uno de sus sutiles movimientos. 

Es cierto que los trazos de pinceles sobre un lienzo que hace un artista virtuoso sacude, conmueve, encanta y asombra. No hay manera que podamos describir, aún invocando los mejores vocablos, la sensación que experimentamos cuando nos detenemos frente a la Victoria Alada de Samotracia, a La Piedad de Michelangelo o ante las sobrecogedoras imágenes que Antonio Guadalupe atrapa en sus lienzos. 

Es cierto que todo esa belleza es realizada por seres humanos inspirados; pero con maestrías adquiridas en sus particulares vidas. ¡En la técnica concluye nuestro viaje! Nos formamos y nos forman como artistas. No salimos del vientre y comenzamos pintar, bailar, actuar o escribir poesía.
En mi caso, ni como genio literario me podría proclamar. Es que tengo que trabajar tanto para lograr concluir mis obras, que al hacerlo me siento más como un obrero de la palabra antes que en algún inmerecido divato. Den como un hecho que Cervantes y Shakespeare, nunca suficientemente aplaudidos, trabajaron como bueyes para terminar sus... genialidades.

Así las cosas, no puedo entender ni aceptar que a los artistas nos otorguen consideraciones humanos. Resulta hasta pernicioso hacerlo. Cuando ocurre, el ego comienza a hacerle caravanas al monstruo interior. 

Es posible, muy posible, eso si, que requiramos un poco más de "silencio" para poder lograr nuestras “creaciones”. Esto, porque la exploración necesaria para buscar en nuestros laberintos interiores, esa zona en la cual se esconde la sensibilidad que transformaremos en verdad estética, requiere un poco más de concentración de la atención de lo habitual.

Para nosotros poder invocar, en particular Cosmovisión, esas necesarias emociones, a través de los distintos medios que disponemos, tenemos que lograr una sintonía interior que, aunque he reflexionado miles de veces sobre ella, no he logrado todavía atrapar entre los términos. Pero aún en eso no somos únicos. Los grandes científicos siguen este mismo proceso en sus distintos trabajos.

Entre la poética del escritor y la del físico, hay menos abismos que lo que se tiende a pensar. No podría ser de otra manera. Si en verdad el mundo se inició producto de una voluntad única, tendríamos que admitir que se trató, como sugiere el físico teórico Michio Kaku, la de un arquitecto-poeta. ¡Está tan hermosamente construido, que detrás de esa creación hay una muy elevada estética! ¡Un poeta matemático! Si el mundo, en cambio, fue producto de una natural evolución, estoy convencido que primero fue la flor y luego sus espinas. 

Así el asunto, la belleza del cosmos, más cuando aceptamos ser integrantes de Mundos Paralelos, es patrimonio de todos. De aquellos que hemos procurado y logrado reproducir y transformar las emociones por diferentes medios y de los que están ahí para, en sus asombros, aceptar esa otra realidad que es el Arte.. o su Mito.

En fin, tenemos virtudes que requieren determinas habilidades y dominios adquiridos. Por eso, aunque no siempre lo desee, debo procurar aislarme a veces detrás mi enrojecido…


¡Telón!

lunes, 11 de marzo de 2019

Un error del periódico El País


Un error del periódico El País
Por Giovanny Cruz Durán

Romeo y Julieta

El colega y amigo Mario Lebrón, sabedor que soy un investigador incansable sobre todo lo relacionado con William Shakespeare (quién quiera que haya sido), me remitió hace unos días un articulo publicado el 6 de marzo en el diario El País (España), bajo firma de un tal M. E. Torres. 

El dicho artículo pretenden aclarar la verdadera autoría de algunas obras de la Literatura Universal y del Arte. 


En una primera mirada, el artículo de marras luce interesante. Pero, cuando uno lo lee con la lupa del Conocimiento salen a flote varios errores.

Ciertamente, como afirma el autor, la principal fuente de inspiración de William Shakespeare para su “Romeo y Julieta”, fue el poema dramático “La trágica historia de Romeo y Julieta”, de Arthur Brooke; publicado 35 años antes que la obra shakesperiana. 

El extenso poema narrativo de Brooke parte, a su vez, de una novela corta (o un cuento largo) del escritor italiano Mateo Bandello; que muchos suponen parte de leyendas urbanas de la región de Veneto (Italia); aunque esto no es del todo cierto. 

Hace muchos años leí una traducción de esta narración de Bandello y les aseguro que, a pesar de ser la fuente inspiradora, no tiene el nivel literario del poema de Brooke ni de la pieza dramática de Shakespeare. No obstante, parece que el autor del articulo en cuestión desconoce que Bandello, a su vez, toma el argumento de un cuento de Luigi da Porto. Este, por su lado, lo toma de una novela de Masuccio Salernitano. Y este último parte de una novela insulsa de un escritor griego de finales del siglo II: Jenofonte de Efesio.

Pero el problema mayor en la publicación de El País no es este.

Donde la puerca retorció de mala manera el rabo, es cuando atribuyen el “Macbeth” shakesperiano al exitoso dramaturgo Thomas Middleton; específicamente a su obra “Las brujas”. 

—“Algunos pasajes de Middleton fueron textualmente reproducidos por Shakespeare con una falta de escrúpulos que no era del todo infrecuente en el teatro británico de la era isabelina” —asegura el artículo que ha llamado mi atención. 

Sin embargo, “Las brujas” fue publicada en 1622 y hay serias evidencias que nos indican que escrita sólo uno o dos años antes. 

Shakespeare muere en 1616; es decir, seis años antes de que se conociera la pieza teatral de Middleton. 

“Macbeth” fue presentada en 1606, dieseis años antes que la de Middleton, que apenas tenía 12 años cuando ya el Poeta de Avon estaba presentando sus obras en Londres. 

Un dato importante, es que en "Las brujas" aparecen datos de chismorreos cortesanos de 1613. Lo que evidencia fue escrita luego de ese año. 

Thomas Middleton
Lo que sí sabemos hoy es que, probablemente, un todavía joven Middleton podría haber colaborado en la comedia "Bien está lo que bien acaba", una de las piezas de William Shakespeare. 

Filólogos expertos creen haber encontra evidencias de esto al analizar el estilo de ambos autores, pero niguna otra prueba. 


Aunque admito que todavía tengo ciertas reservas para aceptar a William Shakespeare como el verdadero autor de todas las obras que en la posteridad les han sido conferidas, no puedo dejar pasar un error de esta magnitud. Además, llama mi atención que ahora mismo hay una corriente entre ciertos estudiosos españoles para restar méritos, no sólo a Shakespeare, sino a las mismas obras que suponemos suyas.

Los cuestionamientos al gran dramaturgo inglés comenzaron, prácticamente, en su misma época. Recuerden que el poeta y dramaturgo Robert Greene, exactamente en septiembre de 1592, escribió en su lecho de muerte una carta dirigida a sus amigos y colegas Christopher Marlowe y Thomas Lodge, previniéndoles contra...  “Un advenedizo, un grajo que se adorna con nuestras plumas, con un corazón de tigre envuelto en piel de cómico”. 

Desde entonces muchos intelectuales del mundo han asegurado que el verdadero autor de sus obras era alguien que vestía con “manto púrpura”, aduciendo de esta forma a un aristócrata; siendo los más citados: Francis Bacon, Edward De Vere, Henry Neville, Christopher Marlowe y Amelia Bassano Lenier (la “dama negra” que aparece en sonetos de Shakespeare).

“Macbeth”, a la que muchos juzgan la más grande pieza teatral jamás escrita, está basada en la vida de un personaje histórico, Macbeth, que fue rey de los escoceses entre 1040 y 1057. La fuente principal de Shakespeare para esta tragedia fueron las “Crónicas”, de Raphael Holinshed, obra de la que extrajo también los argumentos para otras de sus obras históricas. Holinshed se basó, a su vez, en “History Gentis Scotorum”. 

Esperando haber podido aclarar este asunto, lamento que en El País incurran en errores de este tipo.

Un tanto entruñado tendré que recurrir para apartarme hoy un poco del diario español, a mi fiel compañero el…

¡Telón!

jueves, 7 de marzo de 2019

LA NOVELISTICA DE OSIRIS MADERA

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LA NOVELISTICA DE OSIRIS MADERA

Por Juan Hernández Inirio



El doctor Francisco Osiris Madera sobresale entre los médicos escritores continentales cultivando la poesía y la narrativa. Hace unos años emprendí la lectura íntegra de su obra narrativa, quien ya había publicado cinco novelas. Tuve uno de esos arrebatos exegéticos que me han llevado a analizar y escribir sobre abundantes producciones de la literatura dominicana.
Fue un venturoso descubrimiento leer a Madera, una voz eminente de la literatura dominicana contemporánea, y quien combina con gracia la dualidad de galeno y escritor. Me acordé inevitablemente de Mariano Azuela, el médico mexicano que legó al porvenir las páginas inmortales de la novela “Los de Abajo”, el más popular libro sobre la Revolución Mexicana.
Nuestro compatriota Madera, como experimentado guardián de la salud de sus pacientes, también ha sabido auscultar el corazón de la literatura, y hacer que sus fértiles latidos nos deparen gran emoción estética al entrar a sus obras.
Una muestra de tres de ellas están reunidas en un volumen bajo el enigmático signo de “Las formas del sueño”. Son novelas cortas que están estrechamente vinculadas a la realidad histórica dominicana de la segunda mitad del siglo XX, cada una desde un hálito particular, retratando al dominicano que ha forjado su mundo en medio de los vaivenes políticos y sociales, pero siempre reflejando, igualmente, cómo el destino individual a veces deviene en colectivo, porque cada uno elige su historia y cada uno la cuenta a su manera.
Al llevar a cabo estos experimentos literarios Osiris Madera no le ha dado la espalda al poeta que habita en su alma, condición que ha dotado su prosa de frescura y novedad. Grandes analistas y exponentes de la literatura dominicana, desde Miguel Angel Founerin, Guillermo Piña Contreras, Bruno Rosario Candelier, José Alcántara Almanzar, George Manuel Hazoury Peña hasta René Rodríguez Soriano, Basilio Belliard y Cándido Gerón, entre muchos otros, han observado ya con escrutinios favorables las páginas no solo de las referidas novelas, sino de su completa creación poética y narrativa.
No me he propuesto, jamás lo haría, pontificar sobre las obras de ningún escritor ni mostrar una interpretación definitiva que abarque todas las miradas posibles sobre su fondo y su forma, sino manifestar mi testimonio personal ante una confección estética. Estimo que el lector que merodee por las líneas de Madera se someterá a un mundo fascinante de palabras guardado en sus novelas. El escritor ha priorizado en sus obras la historia dominicana reciente, con sus inevitables epopeyas y desgracias, y ha desgranado su cosmovisión literaria de la historia en la hipérbole del yo.
Elito, por ejemplo, es un atrevimiento novelesco que presenta ratos divergentes, figuras borrosas sin unidad ni muerte ni pausas, como un lienzo onírico. Es una realidad dada que se presenta, desnuda, en lo espontáneo. Balaguer es enigma y paradigma, y en su sonrisa confluyen los tiempos y los torbellinos. Sus sucesores le han elogiado en privado y le han imitado en público.
Elito es nuestra biografía compartida y continúa el efecto narrativo que floreció en las primeras novelas de Madera, quien, por cierto, retrata su país con una naturalidad costumbrista que apoya el sentido de identidad de sus obras.
La historia y la novela rivalizan con elegancia en las novelas de Madera, y ya que mencionamos esta oposición amable o feroz, entre novela e historia, les confieso mi parecer de que el escritor no debe limitar su creación con ningún pretexto extrínseco. Justamente por esa visión he defendido la polémica novela “La Fiesta del Chivo”, de Mario Vargas Llosa y defendería cien veces las de Osiris Madera.
Quizás la novela, paradójicamente con la osadía de su inventiva, sea uno de nuestros mejores recursos contra las estratagemas de los historiadores que sirven al dios de la mentira. A propósito de esto, comparto con ustedes dos frases que me hacen cavilar sobre la adulterada función social de la historia: Jean Paul Satre asevera: “Incluso el pasado puede modificarse, los historiadores no paran de demostrarlo”. Milán Kundera afirma que ‘’el poder se anhela, no para construir el futuro, sino para manipular el pasado’’.
“La novela es la historia privada de las naciones”, decía el maestro francés Honoré de Balzac, autor de la Comedia Humana. Tras leer las novelas de Osiris Madera he confirmado la certeza de aquel aforismo. La frase de Balzac es una verdad altisonante, que siempre hemos de reiterar cuando el viento de la buena literatura hace levitar el corazón del lector. Libre es el ritmo del escriba Madera, porque la vida tiene bifurcaciones inesperadas.
Lía es una secuencia de momentos unidos por el hilo de un amor atípico pero intenso, digno de perdurar en la memoria de quien entra en contacto con sus pormenores. Esta obra es un derroche de reflexiones sobre los fundamentos de la felicidad y los caprichos del hado, una voz introspectiva que desde el presente se extiende a todos los tiempos.
Todo lo que la imaginación y la realidad le dictaron al doctor Madera en estas páginas, es un viaje a las insondables alturas de la palabra bien dicha. Sus dedos trazan una imagen esplendente de las pasiones humanas, de esa búsqueda interior de la plenitud, que tanto se cree satisfacer al compartir la existencia con otro.  Esto huele a memoria y a futuro, a confesión lúdica en el territorio novelado donde no hay nada imposible.
Lía es una propuesta sobre un nuevo sentido de la vida, de la mano del arte, de la creatividad, de la poesía hecha suceso. Esta novela es una metáfora sobre la inextricable condición humana.
Al asomarme a la inspiración de Osiris Madera, reconozco que he recibido la iluminación de una nueva perspectiva literaria, alejada de la retórica manoseada. Su palabra tiene la gracia de lo novedoso. Su palabra está condenada a ser futuro perdurable.
Completa la trilogía reunida bajo el título Las Formas del Sueño, el ttulo “Ahora el viento es más oscuro”. En él Osiris Madera, cuya producción como escritor es una búsqueda permanente de la identidad dominicana, ahonda –con una simbiosis de ficción y realidad- en los personajes anónimos de la Revolución de Abril de 1965, en seres que, sin otro curriculum vitae que el arrojo patriótico, se lanzaron al volcán de la guerra que pretendía restaurar la democracia vilmente defenestrada, acompañándolos en su evolución desde el fervor invencible hasta la última esperanza, desde la obsesión por la victoria hasta los infortunios de la resignación, una vez que la guerra terminó y tuvieron que abrirse hacia nuevos horizontes como fórmulas de supervivencia.
Madera nos hace viajar a una época de referencia obligada en la historia del valor dominicano y latinoamericano. La sangre fue ofrenda de amor, de una patria en el mismo trayecto del sol, ansiosa de refulgir en el amanecer de un pueblo que yacía en el olvido de sí mismo.