jueves, 22 de octubre de 2009

Sobre Ángel Haché



Algunas palabras sobre “Ángel Haché en escena”
Iván García Guerra


Ángel Haché es Ángel Haché.
Y ahora mismo, con tal escueto, enigmático, perogrullesco y hasta tonto inicio, podría yo finalizar mi intervención en la amable trascendencia de esta noche.
Y es que es así: ¡él es él!
No recuerdo haber conocido materia tan inquietante en marco tan magro, y dudo que en lo que me queda por vivir encuentre nada parecido.
Es tozudo, obstinado, porfiado, tenaz, pertinaz, terco, testarudo; mas nunca resultará caprichoso si valoramos la razón de su empecinamiento. En su siempre frágil cuerpo esa reciedumbre de roca tiene una razón de ser: integridad; una virtud en peligro de extinción en nuestro país y, sí, en el resto del mundo; en nuestros tiempos y espero que no en los que vendrán.
Esta característica que quizás es lo más importante en su ya bastante larga biografía, sin quizás, es lo que más escozor puede producir en mucha gente.
Independientemente de certezas o no, defiende lo que cree, y lo hace con cierta firme inocencia que parece no aceptar opiniones. Y esa virtud, que alguien puede pensar defecto, la hemos comprobado en pocas personas: en un Duarte, en un Bosch, en… bueno, en ejemplos que de ser practicados, o al menos respetados, nos darían una perspectiva redondamente beneficiosa como sociedad y como nación; como parte de una humanidad que necesita mejorarse.
Por eso lo de la irritante desazón epidérmica. Porque, cuando se presenta un parámetro de difícil seguimiento, instintivamente es repudiado el inalcanzable modelo y es éste odiado, y hasta se trata por todos los medios de mancillarlo con poco creíbles pero insistentes falacias.
Mas, aunque en algún momento puede que esto le haya preocupado o molestado, estoy convencido de que, en caso de ser así, el asunto no le quitó minutos o apenas segundos a su tranquilo dormir o a su estar despierto y vigilante.
¡Qué alivio!... Siempre es remuneratorio actuar bien, y él lo ha hecho.
Puede que por eso éste nuestro Ángel no sea todo lo popular que debería ser; pero, afortunadamente, en cambio, es medularmente amado por los que hemos tenido la oportunidad de acompañarlo y comprenderlo.
Soy uno de ellos.
Somos hermanos en lo profundo de nuestras emociones. Y esto lo comprobé un tanto al leer el conciso prólogo de Augusto Feria, cuando habla de las lágrimas por la muerte de un gato, inexplicables para él. Se sorprende el sincero prologuista de que nuestro amigo llorara; pero yo quien, de paso, fui quien le regaló el hermoso animalito, he llorado no una, muchas veces, por la ausencia nunca completamente aceptada de esos hijos de cuatro patas con los cuales los dos logramos entendernos.
Y no sólo por eso: aunque a veces más estudiadamente diplomático, también yo padezco o disfruto de la obstinación por esos compromisos que nosotros mismos nos adjudicamos, e igualmente he ganado el provecho de no ser aprobado por los otros, los muchos otros.
Además, trabajamos varias veces juntos en tablas y frente a cámaras.
Compartimos la palpitante experiencia de “Marat Sade” cuando yo era el titular del “Teatro de Bellas Artes”.
Es uno de mis recuerdos confortablemente perdurables haber estado a su lado en la verdadera inauguración de Casa de Teatro cuando, dirigidos por Rafael Villalona, yo como el pirata Tifis, actué junto al prologuista Augusto que representaba el dentista, y con nuestro héroe de hoy como el burrero en “El Proceso por la Sombra de un Burro”, lírica y música míos.
Entre otras cosas, todavía queda por ahí un video con Delta Soto, él y yo, en “Pedido de Mano” de Anton Tchejov. ¡Qué acertada belleza!...
Y varios más.
Entonces y siempre, Ángel es alguien con quien, si amas tu trabajo, te sientes dulcemente bien compartiéndolo.
Quiso ser artista plástico, y lo es. Quiso ser hombre de teatro y lo es. Certera y verticalmente en ambos casos. Apartado en todo momento de modas o de búsquedas fáciles y bastardos favoritismos. Basta con ver uno de sus dibujos, o de conmoverse con su presencia escénica en una de sus meticulosas actuaciones para darse cuenta de que se está siendo testigo de algo auténtico, orgánico, irrepetible, ¡magistral!
Y la historia de esos logros y de su vida pública y hasta privada aparece en este libro escrito por Marianne de Tolentino, brillantemente como ella acostumbra.
Su auténtica actitud ante el arte resulta magníficamente descrita en sus páginas, es reforzada gracias a una serie de fotos a color que aparecen concienzudamente de tanto en tanto como jalones, en las cuales el rostro, desde una lejana inexpresividad de mimo, se va transformando en un ser humano el cual, pasando por expresiones de dolor o rabia, acaba desnudándose, regalándonos una amistosa y calmada, limpia y auténtica sonrisa de ser humano completo.
Eso es el “él” al que me referí al principio.
Resumiendo un tanto para poder terminar, Ángel Haché es excelente artista de la plástica y la escena y la pantalla, y por tanto, no cabe duda, resulta merecedor de una publicación de altura como ésta que hoy se pone en circulación. En esta objetiva y hermosa obra se alcanza a informar justamente su estatura, de manera fluida y amena.
Por otro lado, no puedo dejar pasar la ocasión sin comunicar mi opinión de que son especialmente importantes las publicaciones relacionadas con las artes escénicas, sus técnicas y cultores, ya que la bibliografía de ese renglón en la República Dominicana se acerca tristemente a la ausencia, y nuestro pueblo necesita conocer a sus grandes hombres, sin importar la actividad en que se destaquen.
Aplaudo en consecuencia la consideración y el aporte del Banco Central de la República Dominicana.
Y retribuyo la deferencia en nombre de Ángel, de Marianne, de Augusto, de Elsa (la compañera de siempre), y, sí, por qué no del mío también, al Gobernador de esta institución, Héctor Valdez Albizu, y al oculto factor José Alcántara Almánzar poro haber hecho justicia con un dominicano que lo merece.
Muchas gracias y buenas noches.



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