Por Giovanny Cruz
Con dos proyectos especiales he tenido deudas pendientes.
Siempre he querido escribir una obra conectada con los padres verdaderos de los dramaturgos occidentales: Esquilo, Sófocles y Eurípides.
También, con más fuerzas que las voces africanas que me llaman por las noches, nuestros antepasados taínos, desde hace unos años, me han estado convocando. Con ellos los artistas, poetas, novelistas y ensayistas tenemos citas pendientes.
Seguro que a todos los nacidos en estas tierras, aunque difusas, las figuras de Caonabo, Marién, Guarocuya, Hatuey, Tamayo, Anacaona, Higuenamota y otros taínos; se nos aparecen algunas veces exigiendo ser temas de nuestras producciones.
Ellos, que llegaron a estas tierras miles de años antes que los españoles. Ellos, que debieron sorprenderse cuando trajeron negros desde África para quitarles sus espacios.
Bueno, pues este hombre de teatro, fue citado en una ocasión a una reunión con todos ellos. Había miles de nitaínos, naborias y caciques.
Me reclamaron que ya había escrito una pieza ( “Amanda”.) para sus competidores africanos. Y que en muchas otras obras había incluído destacadas escenas de los mismos africanos.
–Son injustos conmigo- Quise argumentar. -Yo escribí “La muerte de Anacaona”-.
En esa pieza sentí que estaba ahí cuando la masacre de Jaragua.
Ellos dijeron que la pieza era buena, pero era una parte de un proyecto que era ajeno a sus intereses e intenciones.
Entonce admití que tenía, entre las cejas, los dos proyectos que he citado. Anacaona declaró ( y no fantaseo.) que no objetaban la mezcla de los dos. Dijo exactamente: “Hablando de poeta a dramaturgo te aconsejo, unificar los dos lenguajes. Los griegos eran en su idioma, nos hemos enterados, expertos en la palabra escrita. Nosotros éramos poetas profundos en la palabra articulada. Las bondades de nuestras tierras, nuestros dioses y creencias hicieron sencillas nuestras profundidades. No tuvimos que ser rebuscados para expresarnos. Yucahú propició en nosotros el amor y la bondad.”
“El Ser Supremo de los antillanos no fue un enamoradizo don Juan, como Júpiter; ni un juez exigente y vengativo, como Jehová; ni un contumaz guerrero, como Odín. Creado por un pueblo que vivía en islas casi paradisíacas, sin reptiles venenosos ni bestias feroces, sin crudos inviernos ni agobiantes veranos, sin desiertos y sin páramos, en donde una naturaleza benigna ofrecía aves y peces en abundancia y fértiles tierras para la labranza, Yúcahu Bagua Maórocoti fue, como sus creadores, pacífico y bienhechor. Estrechamente vinculado a la ecología de las islas, sus funciones fueron las de generoso Ser Sustentador que rige las fuerzas genésicas de la tierra y el mar. Visto así, el mito tiene un significado preciso dentro del medio en que habitaba el taino y refleja su carácter y cosmovisión. Yúcahu Bagua Maórocoti, el Señor de los Tres Nombres, el Icono de las Tres Puntas, resume en sí los tres factores primordiales que felizmente se armonizan en ls tierra, mar y hombre.”
José Juan Arrom
Me sentí atrapado. No tenía más excusas. Además, la idea era cautivante. ¡Griegos y taínos! ¡Qué delicia! Hasta mi dilecto e hierático amigo Frank Moya Pons, estaría gratamente escandalizado… y provocado.
Comencé a trabajar. Volví a reunirme con los muertos cobrizos de estas tierras. Empero, los dramaturgos sabemos que la “verdad teatral” que dicen los personajes de ellos mismos y demás no es de confiar. Anacaona rebeló a “sus” verdades. Yo tenía que enfrentarme con las mías.
Convoqué, entonces, una “cumbre” de intelectuales en mi propia biblioteca. A ella asistieron Marcio Veloz Maggiolo, Román Castañer, Frank Moya Pons, Paul G. Miller, Emilio Nau, Esteban Deive, Michael Paewonsky, Ricardo Alegría, José Juan Arrom, Gaetano, Marvin W. Schwartz y Cristian Martínez.
Este último, haciéndose el tímido, con su “Tureiro” logró quedarse más tiempo que los otros en mis espacios.
Todos discutieron y luego comenzaron dictar. Yo copiaba simplemente. Después, sólo después, comencé a escribir esta obra que aunque parte de la “Antígona” de Sófocles, es un homenaje a quienes fueron los verdaderos dueños de estas tierras.
Convenientemente desacreditados como, supuestamente, carentes de ambiciones y proyectos.
A pesar de que, aunque eran parte de una organización social primitiva, hacían asambleas.
A pesar de que espiritualmente eran más puros que aquellos que vinieron a “educarlos”.
A pesar de que ya las mujeres podían ser cacicas.
A pesar de que conocían el fuego, la caza y la pesca a la perfección.
A pesar de que sus trigonolitos (escultura de tres puntas de sus dioses.) siguen asombrando a los más notables investigadores del planeta.
A pesar de que su idioma parecía ser el mejor lugar para la poesía.
A pesar la perfección de su agricultura.
A pesar de crear un juego que es el béisbol actual.
A pesar de sus areítos y de que misteriosamente, como consigna Pané, ellos declararon que su Gran Dios les había rebelado que llegarían unos hombres completamente vestidos que los harían pasar hambre y los matarían.
Lo que ocurre es que si no existieran los “pesares” su extinción no significaría nada… porque ellos hubiesen sido, entonces, un pueblo prescindible.
He escrito esta nueva obra, “Rebeldía y Suplicio de Antígonamota”, como agradecimiento a aquellos griegos y un tributo a nuestros reales antepasados. Porque exterminaron la carne, ciertamente; empero, la cultura como herencia es imborrable.
Concluyo esta nota con el último grito de Cristian Martínez en su gráfico Tureiro: “Así terminan las últimas proezas del pueblo noble. Así poblaron la isla, así vivieron. Hasta el terrible día de las antiguas profecías, cuando arijunas sangrientos interrumpirán el sagrado areyto de la tierra y el cielo, y ya nunca más se oirá pronunciar ¡Taíno!
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