domingo, 9 de agosto de 2009

NUESTRA SEÑORA DE LAS NUBES

Por Giamilka Román

Anoche fui testigo del encuentro entre Bruna y Oscar, dos personajes que frente a mis ojos coincidieron en un mismo espacio y tiempo. Se vieron, se estudiaron y cuando estuvieron a punto de huir el uno del otro, las palabras de Bruna lograron romper el hielo: “Me parece haber visto su cara en otra parte”, a lo que Oscar respondió: “Imposible, mi cara siempre anda conmigo”.

Sin embargo, no sólo su cara siempre anda con él, sino su maleta, misma que lleva ella, cargada de frustraciones, de sueños, de palabras, de recuerdos, de silencios; con la única diferencia que la de ella tiene alas. Maletas que, como cruces, les tocará cargar de por vida.

Dos exiliados, hartos de quedarse en silencio, deciden hablar y contarse -y contarme- sus historias y así van descubriendo -y voy descubriendo- que pertenecen -y pertenezco- al mismo país: "Nuestra Señora de las Nubes". Aunque ya no tengan acento, porque “el acento es algo que se pierde con facilidad".

Cuentos que, recreados a través de un encantador juego escénico, van envolviendo al espectador y hacen que se sienta parte de los mismos y sus protagonistas. Y así van presentándonos a Irma, su padre, Memé, su abuela, los hermanos Aguilera, el Director Sinfónico y Ángela. Y nos vamos confundiendo en un ambiente de pasado, presente, verdades a medias, ficción y recuerdos vagos que hacen que conozcamos a un pueblo con el que me identifico, un país en el que los que no quieren callar están obligados a huir para siempre.

Mientras el tiempo real transcurre, seguimos ahí, sentados, viendo expectantes cómo Claudio Rivera y Viena González a través de elementos sencillos -con la ayuda de apagones- van transformándose en cada uno de los personajes anteriormente citados. De esa manera, observamos a un Claudio orgánico, hilarante en muchas ocasiones, dramático en otras; y a una Viena entregada y concentrada en cada papel, quien lo acompaña en el mismo nivel de intensidad de representación; propia de dos profesionales. Si tuviera que señalar alguna pifia, sería que el texto (de Arístides Vargas), quizás debido a su belleza, tiende a ser declamado en algunas ocasiones.

Por lo demás, excelentes elementos se conjugan para seguir dándole forma a esta puesta en escena: luces, música y vestuario nos conducen a distintos lugares para los que no se necesita cambiar de escenografía. El director, el propio Claudio, logra hilvanarlos y conducirlos por el camino correcto para lograr su objetivo.

Me siento muy complacida de haber visto esta obra, a través de cuyas imágenes y palabras me trasladé flotando a un mundo lleno de fantasía pero que no deja de llamar a la reflexión y la denuncia social y política de nuestros pueblos.

¡Que viva el teatro dominicano!

No hay comentarios: