lunes, 2 de abril de 2012

Me cuentan...


Me cuentan...











Me cuentan...
que traducción es traición
y traducir del Castellano
un atentado, un acto terrorista o un suicidio
aunque se traduzca de uno mismo.
Me asusta comprobarlo.

Me cuentan....
que Homero era ciego.
Visionarios y contadores milenarios
como no puedan precisar todas las formas,
se ven compelidos a crearlas.

Me cuentan...
que hubo alguien que le dio por vivir dentro de un río
procurando descifrar el verbo que vivía entre sus aguas.
Cuentan que ese río se llamaba Heráclito.
¿o acaso no era el río?
De él sólo se sabe que ha desaparecido
                                                             en las vericuetos del Tiempo.
Ahora de ese hombre, y de su río, 
sólo alcanzamos llevar algunas cuentas.

Me cuentan...
como un chisme,
que Jesús no viene de Galilea exactamente
sino del Islam...
sino vestido como el Mitra romano...
sino con la cabeza de águila de Horus...
Como era una palabra soñada en otro Universo
creo que era Todo, Todos y Uno solo. 

Apenas anoche me encontré a mí mismo en el insomnio...
y en otras noches.
Y sin haberlo yo cifrado hojeé como al descuido
La Cifra de Borges,
cuyos poemas procuran equilibrar lo verbal y lo intelectual.
Por supuesto que no voy a traducirlos.
Apenas pretendo disfrutarlos... y contarlos.

Me cuentan...
que Borges también era ciego... y descreído.
Dos cosas que al parecer están relacionadas:
como no lo fascinaba la magia de unos rayos
tuvo que viajar hacia sí mismo.
Y en ese espacio sólo caben los dioses interiores.
De tanto soñar con él mismo todo poeta se vuelve
(también lo hizo Dario)
oficiante, mito y divino.
¡Si!

Me cuentan...
que Rubén dejó de ir a misa para crear sus propios rituales.
Y atrapado en su exclusivo laberinto,
coqueteando con la eternidad,
sustituyó a Dios consigo mismo.

Me cuentan...
que Camus, luego de sus crisis imperiales,
dudó de sus dudas vivenciales
para hacer de la Dicha su religión
y de la Muerte un dios: el basto inagotable.

Me cuentan...
que ya fueron revelados
los secretos de la Fátima delirante.
Quizás cuenten ahora
los secretos que nunca se han contado:
¿Encontró por fin la Eternidad que pretendía?
¿Tenía ésta los rayos y esplendores antes descritos?
¿Era dueña de la perennidad surgida con su Mito?

Me cuentan...
que en Marruecos, en una de sus mil y tantas noches,
la otra Fátima perdió su mano derecha en el aceite.
Desde entonces, por mandato y sueños paternales,
esa mano no se compra y debe donarse.
En España, y en Nuestro Mundo, 
convertida en picaportes o en aldabas,
esa mano se ha vuelto milagrosa.
¿Cuál será el dios que la sustenta?
 
Me cuentan...
que París, y todas sus luces,
emergió con los celtas de las sombras,
que fue dos islas antes que metrópolis,
faro inagotable de la actual sabiduría
y cigüeña preferida por profetas de estos tiempos.

Me cuentan...
que Manhattan fue un sueño foráneo de cristales y destellos.
Tenía que ser así
para que fuese en sí misma el Universo.

Me cuentan...
que vengo exactamente
del Orinoco, de España y de África.
Ahora comprendo por qué siempre alucino, canto y danzo
y no puedo detenerme.

Me cuentan...
que en mi otra patria, El Caimito,
(la otra está dentro de mis libros o en cualquier escenario donde actúo)
la niños alucinaban con peonías,
con unas frutas llamadas carambolas,
con amarillas peritas de cundiamor
y con un mágico yaguasil
que era, también, cuadriga tirada por corceles
o una adelantada alfombra voladora.

Les cuento...
de una preocupación —y una angustia—
que el insomnio me ha dejado:
todo escritor es deslumbrado por resplandores
que obligan a hacer malabares entre vocablos
y a caminar con una piedra
buscando equilibrarla en la pendiente.
Castigado, como Sísifo,
se le impide concluir con esa piedra
y soltarla justo en el momento de subirla.

Me cuentan...
que el viejo Bosch,
en sus lúdicas visiones,
solía decir que contar era llevar cuentas ajenas.
Como no puedo evitar estar pendiente de las mías,
de las de ustedes y las de otros,
estoy muy cerca de creerlo.

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