lunes, 16 de mayo de 2011

Danza del Amor y los mandalas

Danza del Amor y los mandalas

por César Zapata

Una aproximación al libro Danza del Amor y los mandalas, último texto de poesía bajo la firma del reconocido aeda, Tony Raful, nos conduce por sonoridades y referencias que permitirían un ejercicio de tradición y estudio comparativo.  La primera provocación que estos hermosos textos inducen es situarlos entre las singularidades de las voces de la llamada Joven poesía de postguerra.  En ese contexto, el poeta Rafúl se distingue por una preocupación –que pienso es de segundo orden, es decir del momento de la revisión –por giros idiomáticos que evidencian al poeta culto.  Pero eso que podría llamarse “comunicación poética”,  no está sólo en el bien cuidado recurso del lenguaje formal, sino en la estructura rítmica y en el sentido que éstas alumbran.
En la  Joven poesía de postguerra, operan unos registros y correspondencias textuales que todavía esperan un estudio crítico. Contrario a ciertos juicios, según los cuales los poemas de este grupo quedaron entrampados en la pólvora, pienso que el factor común a varios de estos poetas se encuentra en cierta construcción sintáctica y, sobretodo, en un lirismo neorromántico que algunos salpicaron da gestiones de alboradas y otros de post-muertes.   Como es natural y saludable, cada uno de los más destacados poetas de esa generación buscó su voz –aunque algunos no la encuentran aún, por una cierta pereza intelectual o por estar entrampados en academicismos a la zaga de neologismos y pseudovanguardias.  Tony Raful es sin,  aspavientos, ni experimentalismos, cantando desde un estilo que se alimenta de muchos afluentes y archivos sin perder su propio curso, una de las voces vigorosas de ese movimiento heredero del viento frío, pero que, insisto,  no se quedó en las urgencias que tampoco desdeñamos, pues templó poetas como Abelardo Vicioso, René del Risco, Miguel Alfonseca, entre otros.
En el natural proceso de “diferenciación generacional”, la voz de Rafúl hunde sus raíces en la mística. Esta arista de sus textos tampoco ha sido referida. Sin que  los poemas puedan ser encasillados como místicos, el poeta colecciona símbolos y resonancias que van desde las lecturas bíblicas hasta el budismo, para construir sus mundos conceptuales. De manera más directa estos símbolos aparecen en el poema a la Virgen de la Altagracia y a los Mandalas, pero asoman dispersos en toda la poética de Rafúl.
            Al mismo tiempo, estas “palabras poéticas” también nos aproximan a una respiración neo-romántica que, en el caso del texto mencionado, no constituye un simple encasillamiento, sino un diálogo fecundo con tradiciones. En esto disiento con los juicios del doctor Granados, quien no cesa de hincar el diente crítico contra lo que entiende es una practica anacrónica. Este crítico supone que ciertas tradiciones y autores (¡como Octavio Paz!) repentinamente se terminan y desecan.  Es una ingenuidad creer que hay alguna corriente poética agotada, hay “poetas”, sí, tratando de asumir determinados recursos, sin asimilar el proceso de síntesis de la tradición que representa todo gran texto;  incluso quienes pretenden vender como nuevo recursos ya  trabajados, sólo han mostrado sus propias limitaciones, donde es posible escuchar de otro modo varias musicalidades de la poesía. Se opera así entre el poeta culto y sus lecturas una especie de traducción en clave paradójica.  La paradoja está en que sólo tomando de la fuente antecedente se construye la propia voz. Danza del amor es un ejemplo de esa síntesis del creador maduro.
Yo amo los sonidos, el sortilegio/de un abismo de claveles rojos/la danza en la colina, la fábula en las sienes
Los vinculantes que en Danza del amor remiten a los poetas románticos, van más allá del amor y la muerte, incluso de la recurrencia al yo y a lo irrecuperable, para introducirse en el sentido de la pasión como contraparte de la razón.  “Yo también siento no pienso”… Este no es un verso al azar sino un vinculante, hallazgo lingüístico que se convierte en elemento axial de la poética asumida en este texto. Así operan el asombro ante la naturaleza: “el breve asombro del día bajo lluvia”, la belleza como caída: “un abismo de claveles rojos”, y lo onírico –vinculante recurrente en la poesía de Rafúl – como escape a otra realidad, y otros lugares donde sean posible: “las dulces criaturas que viven el sueño.
Podemos ver como las palabras clave de poetas del romanticismo europeo son potenciadas con el traje de nuevos sentidos en un contexto donde el poeta realiza su escape por una pendiente azul, es decir un huir de la banalidad hacia el encuentro con la función creadora. Por tanto los nexos nuevos, las combinaciones, la afinidad fónica generan esa función misteriosa de lo poético:
Escapar por la pendiente azul/que la noche ondula y el altozano planta con estambres, /alta columna de trino y peñasco. /Galopa el caballo de luz hacia el pasado, todo volverá a ser lo que ya fue, pulsación blanda de los sueños que habito, gacela que danza en el solsticio. /un envío de amor es pináculo de un pájaro grávido. /en ti quemóse el tiempo límite, toda desnudez es mar crispado
Este hermoso fragmento del texto titulado He dormido y nunca despierto, pespuntea entre la atmósfera erótica, el eterno retorno, lo onírico y los mitos recuperados. Este recurso integrador se expresa en casi todo el libro y lo dimensiona como un texto movilizador de los propios mundos del lector. Sin embargo estas combinatorias no sacrifican la coherencia lineal. La multivocidad y la casi desaparición de un tema u objeto concreto, también acerca estos textos a la cierta metafísica. Pero ya sabemos que la metáfora es siempre viaje o desplazamiento a las zonas abisales del sujeto. Así cada lector reescribe la cadena de sentido que se desplaza en las imágenes. Esa es la magia de la poesía, toda hoy:
…un taller azul de flautas y violines, /una región de pájaros furtivos, /un océano que se mudó a un espejo, /el soplo de una presencia imbesable, /el corazón, los huesos, la vida apoyada en destellos, /las fieras solitarias de todos  mis sueños.
Revelador de su Ars poética es este verso: Yo también veo no pienso. El pronombre nos sugiere de inmediato que otros ven no piensan, que el poeta se inscribe en esa tradición de la mirada reveladora, del escrutinio que no pretende pensar, en sentido cartesiano, sino develar, dar a luz,  porque al fin es Buda –el demiurgo –que danza sobre la lengua, hoy es el fin de lo pensado. El poeta se arriesga a los límites del pensar, no hay poetizar como pensar, sino pensar otro, si leemos bien a Heidegger.  Y luego reivindicar el sueño nunca agotado en la modernidad: solo el sueño atina.
Poemas de un amor polifónico y multívoco, que va de la elegía al amigo perdido, hasta tocar, con navío de arpas donde arderá tu voz, las puertas casi del erotismo por la mujer de su destino; celebra esta Danza de amor, como una refrescante bocanada de aire puro en un momento de experimentalismos infelices y de modas falaces, pues, sin pretender ser sentencioso, estoy convencido de que todo lo que se ha escrito será escrito de nuevo, con una escritura que todavía no se escribe. Sí poeta, quieren pero no pueden poner la navaja en el cuello.

1 comentario:

FRANK RUFFINO dijo...

Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,

Frank.