Nota: Imagino que para todos los "Pasionarios" las reseñas y noticias culturales son importantes. Más que las pendejadas de la ex "bailarina" Sobeida (Cuyas danzas eran apreciadas en algunas vitrinas de Holanda) y las distonciantes palabras de un tal Figuereo Agosto. Más, incluso, que la reunión en Jarabacoa de Miguel Vargas e Hípolito. Más que lo que realmente costó el Metro. Más que las falsas promesas de suprimir los apagones. Más que la real cantidad de dinero gastada por el bellaco Bautista en la remodelación del Palacio de Bellas Artes (Aún con goteras). Más que los cuartos que han llegado a la junta para regalárselos a los partidos políticos dominicanos. Suponemos que los asuntos culturales nos importan más que todas esas zoquetadas.
En este tenor Pasión Cultural publica un completo y extenso trabajo de Fernando Guijarro Arcas sobre los pormenores de la muerte de Federico García Lorca., que encontramos en Letralia: Tierra de Letras (Revista de los escritores hispanoamericanos en internet). Las investigaciones realizadas por este catedrático y periodista español fueron muy serias y profesionales. Nada mejor que esto ha sido publicado hata ahora sobre el tema. Reitero que es un trabajo extenso. Los interesados deben leerlo con clama y desde luego no lo prostituyan en algún BB de esos. Lorca merece que presten atención. Así todos quedarán debidamente edificados.
En otra entrega publicaremos lo que el propio Guijarro Arcas llama "Anexos".
Insisto en que si alguno de ustedes entiende que lo publicado en este blog no tiene importnacia, solamente tiene que escribirnos y será literalmente eliminado. Dicho ha sido.
El abogado y hombre de confianza de don Federico García Lorca, José Manuel Pérez Serrabona, con el poeta en los años 30. Buena parte del destino del escritor pasó por manos del abogado, aunque sin éxito. Foto tomada del libro Los últimos días de García Lorca, de Eduardo Molina Fajardo.
Los García Lorca desenterraron el cadáver del poeta
A todos nos ha extrañado últimamente la insistencia de la familia García Lorca en que no se toque el lugar donde fue enterrado el magnífico escritor, poeta y dramaturgo granadino. Durante los setenta y un años que nos separan de 1936, han sido miles los seguidores de Federico que han visitado aquel punto, queriendo darle un último homenaje personal. Sin embargo, la única explicación a esa insistencia es muy sencilla: el cadáver del poeta ya no está allí.
El rumor lleva tiempo corriendo entre el pueblo llano de la Vega de Granada, he recogido no menos de seis testimonios personales que así lo aseguran. Se la llama una “leyenda popular”. Y lo peor es que numerosas autoridades granadinas también lo saben, y lo dicen en privado, pero no se atreven a romper el silencio revelando la verdad. Dejan a los familiares que sean ellos quienes decidan si dan a conocer los detalles del que fue “último viaje” del poeta. Pero eso ha conformado un muro de silencio que es hora de romper, sobre todo cuando España está dando pasos en la “recuperación de la memoria histórica”, incluso con una ley que permita deshacer los males del franquismo. Lo sorprendente es que sobre ésta, la más mundialmente conocida de las víctimas de la Guerra Civil española de 1936-1939, algunos pretenden mantener el secreto. Concretamente, varios familiares del poeta, que están recibiendo además los grandes beneficios económicos de su obra.
Es hora de decirlo: la familia de Federico García Lorca, deshechos de dolor por su trágica muerte que nada podía justificar, desenterró el cadáver del poeta. Lo hicieron dos días después de su trágica muerte en agosto de 1936, para trasladarlo a la finca que sigue siendo propiedad familiar, la Huerta de San Vicente, donde está enterrado aún. Pero sobre el hecho del desentierro, los militares franquistas sublevados contra la República impusieron un secreto que aún dura. Un secreto que, artificialmente, se mantiene en el momento actual contra todos los rumores.
Cómo brotó la historia
El principal problema es que de los hechos ocurridos en 1936 nos separan ya 71 años. Por pura lógica humana, todos los que habían cumplido los 20 años en aquella época han muerto ya, sólo quedan con vida algunos personajes excepcionales como por ejemplo el llamado Pepín Bello, que fue compañero de Federico García Lorca en la Residencia de Estudiantes de Madrid, por donde también anduvieron Salvador Dalí, el cineasta Buñuel y tantos otros. El testimonio de este hombre es nítido y debe ser tenido en cuenta aún, pero queda demasiado lejos de Granada. De quienes en la ciudad de la Alhambra supieron directamente de los hechos, sólo viven aún quienes eran muy jóvenes entonces. Entre ellos, la hija de la sirvienta del que fue uno de los principales militares sublevados contra la República, que supo lo que estaba sucediendo porque su mamá, impresionada por los hechos, se lo contaba día a día. Ella fue quien habló sacando a la luz la verdad. Pero como es de suponer, tiene ahora más de 80 años, e insiste en mantener su anonimato, porque quiere morir en paz. Sólo cabe respetar ese deseo, si se tiene un mínimo de humanidad.
Pero al enterarme, esa noticia me hizo salir a la calle y empezar a investigar. Durante años, me he movido con datos doble o triplemente indirectos: tal persona “había oído” que otra persona “había dicho” que los hechos fueron de esta forma y no de otra. Y entre los muchos libros publicados sobre la muerte de Federico, apenas aparece otra referencia que la del periodista Eduardo Molina Fajardo, que perteneció a Falange, en su libro Los últimos días de García Lorca (Plaza & Janés, 1983). En él se recoge el testimonio de un vecino de Víznar, el pueblo a las afueras del cual mataron al poeta, afirmando que “se había rumoreado insistentemente en Víznar que una señora que fue allí con autorización del gobierno [civil], para retirar unos restos de los pozos, y en la localidad se supuso que eran los de Federico García Lorca”. Como testimonio es muy escaso, pero suficiente como para animarme a seguir investigando.
Así lo hice, y me fueron contando novedades. Por ejemplo, un médico forense que al morir, le dejó dicho a su familia “sobre la muerte de García Lorca y el lugar donde está enterrado hay más, mucho más”. Nuevo obstáculo: de saber la verdad sobre esas afirmaciones me separa el secreto de confesión de un buen sacerdote amigo mío. De nuevo sólo me cabe callar por ahí, y respetar ese silencio.
Por otro lado, el magnífico profesor de derecho político que me dio clases en su momento, José Cazorla, me contó que cuando preparaban el homenaje a García Lorca que Granada celebró nada más muerto Franco, “el cinco a las cinco en Fuente Vaqueros”, “uno de los concejales de Víznar, persona ya mayor, bien cenado y tras haber bebido, me dijo una noche que la familia del poeta había recuperado el cadáver del poeta”. “Así lo comenté en clase un día”, me dijo y según su expresión, “le faltó tiempo a Laura García Lorca, sobrina-nieta de Federico, para venir a verme y preguntarme qué sabía yo sobre eso. Le dije esto mismo que le estoy diciendo a usted, me saludó muy correctamente y se marchó”. Es decir, esos datos no eran nada, pero lo bastante para que a un periodista le resulte evidente que “algo más hay por ahí”. Lo cual lleva a trabajar y seguir investigando.
Los otros investigadores
Evidentemente, no fui el primero en hacer preguntas sobre aquello. Por pura lealtad, debo señalar que preguntando en varios lugares me apareció el nombre de “un extranjero que estuvo preguntando por aquí hace años, a mediados de los 60”, y no era otro que Ian Gibson, quien hizo buen trabajo investigando. Pero más raramente, al insistir, me indicaban “no, fue un norteamericano que hablaba buen español, allá por los años 50”. Supe así de la existencia de otro investigador anterior, Agustín Penón, nacido en Barcelona pero nacionalizado estadounidense en Puerto Rico, que fue el verdadero pionero de la investigación sobre García Lorca, aunque hubo otros. Sólo que el libro de Penón nunca llegó a publicarse en su momento, y hubo que esperar hasta muy recientemente, cuando Marta Osorio reorganizó el material recogido por ese hombre allá por 1955, y lo publicó bajo el título Miedo, olvido y fantasía (Editorial Comares, Granada, 2001). Menos conocido que las obras de Gibson, aporta material muy importante para esclarecer la verdad de los hechos. Nada dice de que la familia desenterrase el cadáver... pero se acerca mucho.
El título del libro que recoge el trabajo de Penón está bien escogido. Porque menciona algo que también descubrió Gibson cuando vivió en Granada como estudiante extranjero, condición que le permitió que muchas personas se abrieran a él contándole lo que a los locales se nos calla: los andaluces somos creativos, ocurrentes, y eso funciona a veces en contra nuestra. Lo que no sabemos, lo inventamos, y si se descubre la falsedad reímos diciendo que era broma, sin más. Puede que eso sea divertido a veces, pero para quien intenta ser científico al investigar, es un obstáculo tremendamente molesto. Porque además, aquí todos presumen de ser “el único que sabe la verdad sobre esto”... cuando suele ser sólo una nueva falsedad. Lo señaló también Marcelle Auclair, francesa que anduvo también preguntando por Granada para su libro Enfances et mort de García Lorca (Editions du Seuil, París, 1968), obra de la que se hizo buena edición española en México (Biblioteca Era, 1972).
En efecto, cuando hablas en Granada con alguien sobre García Lorca, todos dicen saber aunque muy pocos saben hechos concretos comprobables. Así surgen las historias más inverosímiles. Una de las más extendidas, por desgracia, es que la razón de su muerte fue la homosexualidad del poeta. Por algo en español hemos creado la palabra “macho”, que se reproduce en varias otras lenguas porque corresponde a un tipo humano desgraciadamente muy español. Esa condición del poeta apenas aparece mencionada con alguna amplitud en la obra de Agustín Penón, con escenas y anécdotas muy concretas, los demás autores se limitan a señalarla muy por encima. No fue ni mucho menos determinante en su muerte, pero aumentó la idea negativa que sobre el autor tenían algunos en Granada.
Lo lamentable es que esa mentalidad de “yo soy el único que sabe sobre esto” ha producido que numerosos documentos importantes hayan desaparecido. Señaladas personalidades granadinas se han apropiado de documentos esclarecedores, sólo por su valor económico. Sólo recientemente han comenzado a salir a la luz algunos de ellos, que se subastan por alto precio en el extranjero. El determinante económico sigue funcionando, siglos después de que Quevedo escribiera sobre el “poderoso caballero es Don Dinero”.
Andanzas de granadinos jóvenes
Para quienes crecimos en Granada, la muerte de Federico García Lorca fue un mito muy atractivo desde pequeños. Ya en la escuela, al estudiar literatura, se nos hablaba de la obra del poeta y de sus obras dramáticas, pero se nos transmitía el misterio que rodeaba su trágica muerte. Más que suficiente para despertar fantasías infantiles. Personalmente, sólo cuando tuve 14 años y una bicicleta pude pedalear cuesta arriba, duramente, hasta llegar a Víznar y recorrer los lugares donde fusilaron al escritor. Conocí así el alambre de espinos que quedaba aún en aquellos rincones que se consideraron frente de guerra y nadie podía tocar... aunque el camino principal que conducía hasta la vecina localidad de Alfacar y la bellísima Fuente de las Lágrimas pasa exactamente por allí. Pero si uno se detenía, no tardaba en aparecer la Guardia Civil a pedir la identificación del curioso.
Más tarde pertenecí a un Club de Montaña, y los amigos usábamos el truco de planear una excursión por aquella sierra cercana a Granada, y llegar al lugar por arriba, es decir, por el monte, sin usar el camino habitual. Conocimos así La Colonia, lugar de vacaciones infantiles que luego fue usado como prisión por los franquistas, y ya no existe. Pero descubrimos también que los naturales del lugar estaban siempre muy dispuestos a darles agua a los jovencitos que bajaban sudando del monte, incluso nos dieron de comer en varias ocasiones, pero se cerraban por completo cuando uno intentaba preguntar por García Lorca. Les habían dado la lata demasiado por hablar con extraños sobre ese asunto. Y así hasta hoy. Es más, aún nos cuentan allí que a un chico joven que acompañó a uno de los visitantes, conocido como “el francés” y que debió de ser Claude Couffon, de quien la argentina Editorial Losada publicó en 1967 El crimen fue en Granada, las autoridades lo enviaron al exilio en un pueblo de Almería, donde aún reside. Ese libro fue uno de los primeros cuyas ilustraciones nos hicieron meterlo en la mochila para usar sus fotos y esquemas al recorrer los lugares del crimen franquista. El resto de la investigación, sin embargo, va bastante desencaminada.
Y por supuesto, en alguna ocasión corrimos cuesta arriba para huir de los agentes de la Guardia Civil, que en varios momentos aparecieron para saber quiénes éramos. Los pocos años nos fueron muy útiles, sin embargo, para escapar, y nunca se produjo el hecho siempre temido de que los agentes usaran sus fusiles para disparar sobre nosotros. Pero todo acrecentaba el misterio García Lorca, en una época en que la misma televisión acababa de llegar a nuestros hogares, sólo.
Estaba además el morbo fascinante que rodea el mundillo de los gitanos, siempre difícil de seguir para los ciudadanos del montón. La danza y cante flamencos siguen teniendo un atractivo con mucho de mágico, que redondeaba el deslumbramiento que sigue despertando la obra de García Lorca. Y poco después de los 20 años participé en el montaje de la obra Camelamos naquerar (Queremos hablar), de José Heredia, con Mario Maya como bailaor central, lo que en lo personal me aumentó aún más el deslumbramiento por una cultura tan cercana como enigmática en muchos aspectos.
Por último, para muchos granadinos, especialmente en la primera juventud, resultaba aún más extraño cómo podía ser posible que un homosexual escribiera “Que yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela / pero tenía marido”, más las detalladas descripciones que hace el poeta después en “La casada infiel”. Algunos nos acercamos incluso a la psicología por ahondar en esas dimensiones de lo humano. Pero todo ello no hacía más que aumentar el misterio, mientras la sensualidad siempre presente en las páginas del autor, sobre todo en el bien conocido Romancero gitano, iba aumentando la curiosidad sobre qué sucedió en realidad en Granada al comienzo de la Guerra Civil española, conduciéndole a la muerte. Hay que decir que gran parte de ese misterio aún perdura, incluso para los investigadores que más saben sobre este asunto.
El trabajo de Ian Gibson...
En los últimos años de vida del general Franco, cuando por muchos detalles era evidente ya que la situación pública iba a cambiar, la revista Triunfo nos informó de que en la vecina Francia, la editorial de libros en español Ruedo Ibérico acababa de publicarle a Ian Gibson en 1971 su libro La represión nacionalista en Granada y la muerte de García Lorca. Para los granadinos fue un bombazo. La obra parecía ser definitiva, pensábamos que allí estaba todo. Es más, para muchos de nosotros, el método científico que usaba Gibson para exponer los detalles y la insistencia que había demostrado para hablar con la mayoría de las personas, incluso los mismos militares franquistas afiliados o no a Falange (es cierto que de no haber sido irlandés no habría podido hacerlo) nos abrió los ojos a todos los jóvenes granadinos interesados en el asunto García Lorca. El libro entró en España clandestinamente, como tantos otros que nos traían los que cruzaban la frontera para descubrir el mundo libre fuera de la dictadura franquista. Yo mismo descubrí París a los 20 años, y aquella ciudad, con sus librerías y bibliotecas sobre todo, sigue siendo hoy para mí la puerta al mundo libre. Pero así llegó a nuestras manos la obra de Gibson, y una amiga mía conserva aún el primer ejemplar al que tuvimos acceso, que sigue forrado de plástico y con numerosas señales indicando los muchos trotes que le dimos monte arriba hasta encontrar los lugares mencionados, no lejos de Fuente Grande, “entre Víznar y Alfacar”, que escribió un poeta local.
Todo estaba empezando a cambiar por fin, y el trabajo de Gibson nos descubría que las cosas podían ser dichas abiertamente y con sencillez. Algunos aprendices de periodista le tuvimos envidia incluso, porque Ian se nos había adelantado. Soñábamos aún con ir a Vietnam o a buscar las huellas del Che Guevara en la selva colombiana, pero aquel irlandés había ido por delante descubriendo el gran misterio que teníamos en la misma ciudad donde nacimos, la bella y difícil Granada. Porque todo parecía estar dicho: si Gibson publicaba que había conseguido hablar con el hombre que enterró al poeta tras ser fusilado, y años después dio su nombre, Manolo el Comunista, nada quedaba por saber ya sobre aquello. A nadie se nos ocurrió que el cadáver pudiera haber sido sacado de donde estaba... porque casi nunca se hace eso con unos restos humanos.
Ian en persona me compensó esa pequeña decepción cuando le conocí en persona, viviendo yo en Madrid con mi esposa por razones de trabajo. Descubrí que era un hombre joven y bastante alegre, gran bebedor de alcohol como buen anglosajón, y con el que tranquilamente se podía hablar. Es curioso que en aquellos mismos días hablé también con el poeta Luis Rosales, el hombre que sirvió de contacto para que Federico García Lorca se refugiara en agosto de 1936 en la casa de la familia Rosales, algunos de cuyos miembros eran mandos de Falange en Granada. Fue allí donde los franquistas detuvieron al poeta el 16 de agosto de 1936, y es opinión generalizada entre los investigadores que precisamente la condición de mandos falangistas de los hermanos Rosales resultó determinante en esa detención del poeta. Muy recientemente acaba de publicar Ian Gibson su última obra, El hombre que detuvo a García Lorca, en el que repite mucho de lo que ya había escrito sobre Ruiz Alonso, hombre de la derechista Ceda, rival de Falange en la escena pública española entonces, que según parece quería “escarmentar” a los Rosales haciéndoles la jugada de detener en su misma casa a un “rojo” buscado por la policía franquista. Pero Luis Rosales ha sido hasta su muerte la persona que más dignidad y honradez ha mostrado en relación con la muerte de su amigo. Es raro que un granadino se sienta orgulloso de otro, pero Luis Rosales entra para mí en ese escaso número de personas profundamente admirables.
Debo decir que tanto para la que fue mi esposa como para mí, el trabajo de Ian Gibson era digno de todos los elogios. Tengo por muy cierto que aún no conocía el trabajo de Agustín Penón, que fue diez años anterior a él indagando sobre la muerte del poeta pero nunca publicó lo descubierto, y el irlandés sólo supo de su trabajo cuando ya había publicado su primera obra. Doy perfectamente crédito a que si supo de la existencia del enterrador, Manolo el Comunista, fue por amigos suyos en Granada que le hablaron de ese hombre... años después de que hablase con él por vez primera Agustín Penón. Si fue Gibson el primero que publicó sus charlas con ese personaje clave, no fue quien lo descubrió, en puro rigor histórico de investigación como el que él mismo usa. Ian tiene otros méritos como investigador, aunque ese no es el mayor.
Pero trabajó a fondo. Por ejemplo, tras haber estado unas noches antes tomando copas con él y otros amigos granadinos afincados en Madrid, mi esposa y yo nos lo encontramos por la calle una mañana a eso del mediodía. Estuvimos charlando tomando cervezas, y más tarde mi señora le dijo que podía venirse a comer a nuestra casa. La respuesta de Gibson fue: “Gracias, pero más vale dejarlo para otro día. Tengo aún que terminar lo que estaba haciendo cuando nos hemos visto. Hoy estaba siguiendo el recorrido que hacía el antiguo tranvía de Madrid, que ya no existe, para hacerme una idea de qué rincones de la capital podía ver diariamente García Lorca, que tomaba ese tranvía para venir desde la casa de sus padres en la calle de Alcalá hasta la Residencia de Estudiantes”. Puede no ser decisivo, pero me parece una buena muestra de que Ian Gibson trabajó muy a fondo en su investigación sobre García Lorca, buscando los detalles. Insisto en que, como investigador metódico, fue todo un ejemplo de rigor anglosajón para los que siendo del Sur pretendemos hacer lo mismo.
...Que no está completo
A todos nos ha extrañado últimamente la insistencia de la familia García Lorca en que no se toque el lugar donde fue enterrado el magnífico escritor, poeta y dramaturgo granadino. Durante los setenta y un años que nos separan de 1936, han sido miles los seguidores de Federico que han visitado aquel punto, queriendo darle un último homenaje personal. Sin embargo, la única explicación a esa insistencia es muy sencilla: el cadáver del poeta ya no está allí.
El rumor lleva tiempo corriendo entre el pueblo llano de la Vega de Granada, he recogido no menos de seis testimonios personales que así lo aseguran. Se la llama una “leyenda popular”. Y lo peor es que numerosas autoridades granadinas también lo saben, y lo dicen en privado, pero no se atreven a romper el silencio revelando la verdad. Dejan a los familiares que sean ellos quienes decidan si dan a conocer los detalles del que fue “último viaje” del poeta. Pero eso ha conformado un muro de silencio que es hora de romper, sobre todo cuando España está dando pasos en la “recuperación de la memoria histórica”, incluso con una ley que permita deshacer los males del franquismo. Lo sorprendente es que sobre ésta, la más mundialmente conocida de las víctimas de la Guerra Civil española de 1936-1939, algunos pretenden mantener el secreto. Concretamente, varios familiares del poeta, que están recibiendo además los grandes beneficios económicos de su obra.
Es hora de decirlo: la familia de Federico García Lorca, deshechos de dolor por su trágica muerte que nada podía justificar, desenterró el cadáver del poeta. Lo hicieron dos días después de su trágica muerte en agosto de 1936, para trasladarlo a la finca que sigue siendo propiedad familiar, la Huerta de San Vicente, donde está enterrado aún. Pero sobre el hecho del desentierro, los militares franquistas sublevados contra la República impusieron un secreto que aún dura. Un secreto que, artificialmente, se mantiene en el momento actual contra todos los rumores.
Cómo brotó la historia
El principal problema es que de los hechos ocurridos en 1936 nos separan ya 71 años. Por pura lógica humana, todos los que habían cumplido los 20 años en aquella época han muerto ya, sólo quedan con vida algunos personajes excepcionales como por ejemplo el llamado Pepín Bello, que fue compañero de Federico García Lorca en la Residencia de Estudiantes de Madrid, por donde también anduvieron Salvador Dalí, el cineasta Buñuel y tantos otros. El testimonio de este hombre es nítido y debe ser tenido en cuenta aún, pero queda demasiado lejos de Granada. De quienes en la ciudad de la Alhambra supieron directamente de los hechos, sólo viven aún quienes eran muy jóvenes entonces. Entre ellos, la hija de la sirvienta del que fue uno de los principales militares sublevados contra la República, que supo lo que estaba sucediendo porque su mamá, impresionada por los hechos, se lo contaba día a día. Ella fue quien habló sacando a la luz la verdad. Pero como es de suponer, tiene ahora más de 80 años, e insiste en mantener su anonimato, porque quiere morir en paz. Sólo cabe respetar ese deseo, si se tiene un mínimo de humanidad.
Pero al enterarme, esa noticia me hizo salir a la calle y empezar a investigar. Durante años, me he movido con datos doble o triplemente indirectos: tal persona “había oído” que otra persona “había dicho” que los hechos fueron de esta forma y no de otra. Y entre los muchos libros publicados sobre la muerte de Federico, apenas aparece otra referencia que la del periodista Eduardo Molina Fajardo, que perteneció a Falange, en su libro Los últimos días de García Lorca (Plaza & Janés, 1983). En él se recoge el testimonio de un vecino de Víznar, el pueblo a las afueras del cual mataron al poeta, afirmando que “se había rumoreado insistentemente en Víznar que una señora que fue allí con autorización del gobierno [civil], para retirar unos restos de los pozos, y en la localidad se supuso que eran los de Federico García Lorca”. Como testimonio es muy escaso, pero suficiente como para animarme a seguir investigando.
Así lo hice, y me fueron contando novedades. Por ejemplo, un médico forense que al morir, le dejó dicho a su familia “sobre la muerte de García Lorca y el lugar donde está enterrado hay más, mucho más”. Nuevo obstáculo: de saber la verdad sobre esas afirmaciones me separa el secreto de confesión de un buen sacerdote amigo mío. De nuevo sólo me cabe callar por ahí, y respetar ese silencio.
Por otro lado, el magnífico profesor de derecho político que me dio clases en su momento, José Cazorla, me contó que cuando preparaban el homenaje a García Lorca que Granada celebró nada más muerto Franco, “el cinco a las cinco en Fuente Vaqueros”, “uno de los concejales de Víznar, persona ya mayor, bien cenado y tras haber bebido, me dijo una noche que la familia del poeta había recuperado el cadáver del poeta”. “Así lo comenté en clase un día”, me dijo y según su expresión, “le faltó tiempo a Laura García Lorca, sobrina-nieta de Federico, para venir a verme y preguntarme qué sabía yo sobre eso. Le dije esto mismo que le estoy diciendo a usted, me saludó muy correctamente y se marchó”. Es decir, esos datos no eran nada, pero lo bastante para que a un periodista le resulte evidente que “algo más hay por ahí”. Lo cual lleva a trabajar y seguir investigando.
Los otros investigadores
Evidentemente, no fui el primero en hacer preguntas sobre aquello. Por pura lealtad, debo señalar que preguntando en varios lugares me apareció el nombre de “un extranjero que estuvo preguntando por aquí hace años, a mediados de los 60”, y no era otro que Ian Gibson, quien hizo buen trabajo investigando. Pero más raramente, al insistir, me indicaban “no, fue un norteamericano que hablaba buen español, allá por los años 50”. Supe así de la existencia de otro investigador anterior, Agustín Penón, nacido en Barcelona pero nacionalizado estadounidense en Puerto Rico, que fue el verdadero pionero de la investigación sobre García Lorca, aunque hubo otros. Sólo que el libro de Penón nunca llegó a publicarse en su momento, y hubo que esperar hasta muy recientemente, cuando Marta Osorio reorganizó el material recogido por ese hombre allá por 1955, y lo publicó bajo el título Miedo, olvido y fantasía (Editorial Comares, Granada, 2001). Menos conocido que las obras de Gibson, aporta material muy importante para esclarecer la verdad de los hechos. Nada dice de que la familia desenterrase el cadáver... pero se acerca mucho.
El título del libro que recoge el trabajo de Penón está bien escogido. Porque menciona algo que también descubrió Gibson cuando vivió en Granada como estudiante extranjero, condición que le permitió que muchas personas se abrieran a él contándole lo que a los locales se nos calla: los andaluces somos creativos, ocurrentes, y eso funciona a veces en contra nuestra. Lo que no sabemos, lo inventamos, y si se descubre la falsedad reímos diciendo que era broma, sin más. Puede que eso sea divertido a veces, pero para quien intenta ser científico al investigar, es un obstáculo tremendamente molesto. Porque además, aquí todos presumen de ser “el único que sabe la verdad sobre esto”... cuando suele ser sólo una nueva falsedad. Lo señaló también Marcelle Auclair, francesa que anduvo también preguntando por Granada para su libro Enfances et mort de García Lorca (Editions du Seuil, París, 1968), obra de la que se hizo buena edición española en México (Biblioteca Era, 1972).
En efecto, cuando hablas en Granada con alguien sobre García Lorca, todos dicen saber aunque muy pocos saben hechos concretos comprobables. Así surgen las historias más inverosímiles. Una de las más extendidas, por desgracia, es que la razón de su muerte fue la homosexualidad del poeta. Por algo en español hemos creado la palabra “macho”, que se reproduce en varias otras lenguas porque corresponde a un tipo humano desgraciadamente muy español. Esa condición del poeta apenas aparece mencionada con alguna amplitud en la obra de Agustín Penón, con escenas y anécdotas muy concretas, los demás autores se limitan a señalarla muy por encima. No fue ni mucho menos determinante en su muerte, pero aumentó la idea negativa que sobre el autor tenían algunos en Granada.
Lo lamentable es que esa mentalidad de “yo soy el único que sabe sobre esto” ha producido que numerosos documentos importantes hayan desaparecido. Señaladas personalidades granadinas se han apropiado de documentos esclarecedores, sólo por su valor económico. Sólo recientemente han comenzado a salir a la luz algunos de ellos, que se subastan por alto precio en el extranjero. El determinante económico sigue funcionando, siglos después de que Quevedo escribiera sobre el “poderoso caballero es Don Dinero”.
Andanzas de granadinos jóvenes
Para quienes crecimos en Granada, la muerte de Federico García Lorca fue un mito muy atractivo desde pequeños. Ya en la escuela, al estudiar literatura, se nos hablaba de la obra del poeta y de sus obras dramáticas, pero se nos transmitía el misterio que rodeaba su trágica muerte. Más que suficiente para despertar fantasías infantiles. Personalmente, sólo cuando tuve 14 años y una bicicleta pude pedalear cuesta arriba, duramente, hasta llegar a Víznar y recorrer los lugares donde fusilaron al escritor. Conocí así el alambre de espinos que quedaba aún en aquellos rincones que se consideraron frente de guerra y nadie podía tocar... aunque el camino principal que conducía hasta la vecina localidad de Alfacar y la bellísima Fuente de las Lágrimas pasa exactamente por allí. Pero si uno se detenía, no tardaba en aparecer la Guardia Civil a pedir la identificación del curioso.
Más tarde pertenecí a un Club de Montaña, y los amigos usábamos el truco de planear una excursión por aquella sierra cercana a Granada, y llegar al lugar por arriba, es decir, por el monte, sin usar el camino habitual. Conocimos así La Colonia, lugar de vacaciones infantiles que luego fue usado como prisión por los franquistas, y ya no existe. Pero descubrimos también que los naturales del lugar estaban siempre muy dispuestos a darles agua a los jovencitos que bajaban sudando del monte, incluso nos dieron de comer en varias ocasiones, pero se cerraban por completo cuando uno intentaba preguntar por García Lorca. Les habían dado la lata demasiado por hablar con extraños sobre ese asunto. Y así hasta hoy. Es más, aún nos cuentan allí que a un chico joven que acompañó a uno de los visitantes, conocido como “el francés” y que debió de ser Claude Couffon, de quien la argentina Editorial Losada publicó en 1967 El crimen fue en Granada, las autoridades lo enviaron al exilio en un pueblo de Almería, donde aún reside. Ese libro fue uno de los primeros cuyas ilustraciones nos hicieron meterlo en la mochila para usar sus fotos y esquemas al recorrer los lugares del crimen franquista. El resto de la investigación, sin embargo, va bastante desencaminada.
Y por supuesto, en alguna ocasión corrimos cuesta arriba para huir de los agentes de la Guardia Civil, que en varios momentos aparecieron para saber quiénes éramos. Los pocos años nos fueron muy útiles, sin embargo, para escapar, y nunca se produjo el hecho siempre temido de que los agentes usaran sus fusiles para disparar sobre nosotros. Pero todo acrecentaba el misterio García Lorca, en una época en que la misma televisión acababa de llegar a nuestros hogares, sólo.
Estaba además el morbo fascinante que rodea el mundillo de los gitanos, siempre difícil de seguir para los ciudadanos del montón. La danza y cante flamencos siguen teniendo un atractivo con mucho de mágico, que redondeaba el deslumbramiento que sigue despertando la obra de García Lorca. Y poco después de los 20 años participé en el montaje de la obra Camelamos naquerar (Queremos hablar), de José Heredia, con Mario Maya como bailaor central, lo que en lo personal me aumentó aún más el deslumbramiento por una cultura tan cercana como enigmática en muchos aspectos.
Por último, para muchos granadinos, especialmente en la primera juventud, resultaba aún más extraño cómo podía ser posible que un homosexual escribiera “Que yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela / pero tenía marido”, más las detalladas descripciones que hace el poeta después en “La casada infiel”. Algunos nos acercamos incluso a la psicología por ahondar en esas dimensiones de lo humano. Pero todo ello no hacía más que aumentar el misterio, mientras la sensualidad siempre presente en las páginas del autor, sobre todo en el bien conocido Romancero gitano, iba aumentando la curiosidad sobre qué sucedió en realidad en Granada al comienzo de la Guerra Civil española, conduciéndole a la muerte. Hay que decir que gran parte de ese misterio aún perdura, incluso para los investigadores que más saben sobre este asunto.
El trabajo de Ian Gibson...
En los últimos años de vida del general Franco, cuando por muchos detalles era evidente ya que la situación pública iba a cambiar, la revista Triunfo nos informó de que en la vecina Francia, la editorial de libros en español Ruedo Ibérico acababa de publicarle a Ian Gibson en 1971 su libro La represión nacionalista en Granada y la muerte de García Lorca. Para los granadinos fue un bombazo. La obra parecía ser definitiva, pensábamos que allí estaba todo. Es más, para muchos de nosotros, el método científico que usaba Gibson para exponer los detalles y la insistencia que había demostrado para hablar con la mayoría de las personas, incluso los mismos militares franquistas afiliados o no a Falange (es cierto que de no haber sido irlandés no habría podido hacerlo) nos abrió los ojos a todos los jóvenes granadinos interesados en el asunto García Lorca. El libro entró en España clandestinamente, como tantos otros que nos traían los que cruzaban la frontera para descubrir el mundo libre fuera de la dictadura franquista. Yo mismo descubrí París a los 20 años, y aquella ciudad, con sus librerías y bibliotecas sobre todo, sigue siendo hoy para mí la puerta al mundo libre. Pero así llegó a nuestras manos la obra de Gibson, y una amiga mía conserva aún el primer ejemplar al que tuvimos acceso, que sigue forrado de plástico y con numerosas señales indicando los muchos trotes que le dimos monte arriba hasta encontrar los lugares mencionados, no lejos de Fuente Grande, “entre Víznar y Alfacar”, que escribió un poeta local.
Todo estaba empezando a cambiar por fin, y el trabajo de Gibson nos descubría que las cosas podían ser dichas abiertamente y con sencillez. Algunos aprendices de periodista le tuvimos envidia incluso, porque Ian se nos había adelantado. Soñábamos aún con ir a Vietnam o a buscar las huellas del Che Guevara en la selva colombiana, pero aquel irlandés había ido por delante descubriendo el gran misterio que teníamos en la misma ciudad donde nacimos, la bella y difícil Granada. Porque todo parecía estar dicho: si Gibson publicaba que había conseguido hablar con el hombre que enterró al poeta tras ser fusilado, y años después dio su nombre, Manolo el Comunista, nada quedaba por saber ya sobre aquello. A nadie se nos ocurrió que el cadáver pudiera haber sido sacado de donde estaba... porque casi nunca se hace eso con unos restos humanos.
Ian en persona me compensó esa pequeña decepción cuando le conocí en persona, viviendo yo en Madrid con mi esposa por razones de trabajo. Descubrí que era un hombre joven y bastante alegre, gran bebedor de alcohol como buen anglosajón, y con el que tranquilamente se podía hablar. Es curioso que en aquellos mismos días hablé también con el poeta Luis Rosales, el hombre que sirvió de contacto para que Federico García Lorca se refugiara en agosto de 1936 en la casa de la familia Rosales, algunos de cuyos miembros eran mandos de Falange en Granada. Fue allí donde los franquistas detuvieron al poeta el 16 de agosto de 1936, y es opinión generalizada entre los investigadores que precisamente la condición de mandos falangistas de los hermanos Rosales resultó determinante en esa detención del poeta. Muy recientemente acaba de publicar Ian Gibson su última obra, El hombre que detuvo a García Lorca, en el que repite mucho de lo que ya había escrito sobre Ruiz Alonso, hombre de la derechista Ceda, rival de Falange en la escena pública española entonces, que según parece quería “escarmentar” a los Rosales haciéndoles la jugada de detener en su misma casa a un “rojo” buscado por la policía franquista. Pero Luis Rosales ha sido hasta su muerte la persona que más dignidad y honradez ha mostrado en relación con la muerte de su amigo. Es raro que un granadino se sienta orgulloso de otro, pero Luis Rosales entra para mí en ese escaso número de personas profundamente admirables.
Debo decir que tanto para la que fue mi esposa como para mí, el trabajo de Ian Gibson era digno de todos los elogios. Tengo por muy cierto que aún no conocía el trabajo de Agustín Penón, que fue diez años anterior a él indagando sobre la muerte del poeta pero nunca publicó lo descubierto, y el irlandés sólo supo de su trabajo cuando ya había publicado su primera obra. Doy perfectamente crédito a que si supo de la existencia del enterrador, Manolo el Comunista, fue por amigos suyos en Granada que le hablaron de ese hombre... años después de que hablase con él por vez primera Agustín Penón. Si fue Gibson el primero que publicó sus charlas con ese personaje clave, no fue quien lo descubrió, en puro rigor histórico de investigación como el que él mismo usa. Ian tiene otros méritos como investigador, aunque ese no es el mayor.
Pero trabajó a fondo. Por ejemplo, tras haber estado unas noches antes tomando copas con él y otros amigos granadinos afincados en Madrid, mi esposa y yo nos lo encontramos por la calle una mañana a eso del mediodía. Estuvimos charlando tomando cervezas, y más tarde mi señora le dijo que podía venirse a comer a nuestra casa. La respuesta de Gibson fue: “Gracias, pero más vale dejarlo para otro día. Tengo aún que terminar lo que estaba haciendo cuando nos hemos visto. Hoy estaba siguiendo el recorrido que hacía el antiguo tranvía de Madrid, que ya no existe, para hacerme una idea de qué rincones de la capital podía ver diariamente García Lorca, que tomaba ese tranvía para venir desde la casa de sus padres en la calle de Alcalá hasta la Residencia de Estudiantes”. Puede no ser decisivo, pero me parece una buena muestra de que Ian Gibson trabajó muy a fondo en su investigación sobre García Lorca, buscando los detalles. Insisto en que, como investigador metódico, fue todo un ejemplo de rigor anglosajón para los que siendo del Sur pretendemos hacer lo mismo.
...Que no está completo
Pero no lo dijo todo. Y personalmente, he tardado en darme cuenta de eso. Entre otras cosas, porque los primeros libros de Gibson, los de Ruedo Ibérico, siguen siendo mis obras de cabecera cuando hablo de García Lorca, y aún los consulto a menudo. Pero varios aspectos de ellos, Gibson parece haberlos olvidado.
Hablo en plural sobre esos libros. Porque, como he dicho, el primero de ellos que conocí pertenece aún a una amiga mía, nunca lo tuve entre los de mi biblioteca. Tardé aún en cruzar la frontera con Francia con los fondos suficientes para comprarme mi propio ejemplar, y entonces no encontré la edición española, me compré la que apareció en francés en 1974. Era ya una segunda edición de la obra de Ian, y el propio autor escribió en la magnífica revista Triunfo, que fue alma de aquella época de la transición española (puede encontrarse en Internet, http://www.triunfodigital.com, y es muy buen material de investigación, teniendo en cuenta la época), el 31 de mayo de 1975, lo siguiente sobre su obra de 1971: “Escribí la primera redacción de este libro en inglés, entre 1966 y 1968. Por entonces ningún editor británico tuvo interés en publicarlo, y por fin lo mandé a Ruedo Ibérico. Esta editorial aceptó publicarlo, pero tardó dos años en traducirlo al castellano. La traducción resultó bastante mala, y tuve que rehacerla yo mismo. Esto podría explicar el que hubiera en el texto unos lapsus estilísticos y ciertas inexactitudes y confusiones. Claro que también había en el libro algunos errores factuales”. “En 1971 visité otra vez España. Varios amigos granadinos que habían leído ya mi libro me ofrecieron críticas, sugerencias, precisiones, nuevos datos. Mucha gente me escribió. Luego, en 1973, publiqué una edición muy revisada del libro, en inglés, titulado The Death of Lorca (Londres y Chicago). Esta edición es la que considero más ‘mía en mí’, como dijo Rubén”.
Aunque esto no señala a la edición francesa de 1974, pero cabe suponer que las diferencias existentes entre una y otra, que he comprobado, tienen como origen esas muchas aportaciones de amigos granadinos tras publicarse el libro en español en 1971. Y ciertamente, como indica la editorial en la solapa, fueron incorporadas a las sucesivas nuevas ediciones en español que sacó Ruedo Ibérico en los años 1975 (2ª ed.), 1975 (3ª ed.) y 1978 (4ª ed.). Incluso cuando ya existía un comienzo de democracia en España (aún no consolidada del todo, creo), el libro se convirtió en uno de los más vendidos por la editorial española del exilio francés... a pesar de que publicó algunos otros de muy alta calidad. La obra recibió en Niza el Premio Internacional de la Prensa en 1972.
Fue muy buen trabajo para aquel momento. Pero si entonces encontrábamos perfectamente lógico cierto empeño en culpar a los franquistas desenmascarando sus muchos errores, años después, cuando la democracia se ha asentado en España aunque aún no funcione con limpieza y todo ha cambiado tanto, estamos en condiciones de ahondar en ciertos aspectos. Y por ese camino llegamos, por ejemplo, a valorar que el trabajo del mencionado falangista y hombre de prensa Molina Fajardo tiene grandes valores muy dignos de tener en cuenta y un magnífico método de trabajo, aparte de sus ideas políticas. Porque no es en absoluto ocioso que, si Gibson a menudo se deja llevar de su militancia de izquierda al sacar determinadas conclusiones, Molina Fajardo llega muy lejos al exponer una serie de precisos detalles que consolidan un hecho innegable: que no fue la Falange quien detuvo a Federico, sino un poco al contrario: fue la presencia del poeta en casa de los Rosales la causa de que Ruiz Alonso le detuviera allí, para usar ese hecho como un grave atentado contra la Falange y los mismos hermanos Rosales. Aunque hubo más, sin duda.
Hablo en plural sobre esos libros. Porque, como he dicho, el primero de ellos que conocí pertenece aún a una amiga mía, nunca lo tuve entre los de mi biblioteca. Tardé aún en cruzar la frontera con Francia con los fondos suficientes para comprarme mi propio ejemplar, y entonces no encontré la edición española, me compré la que apareció en francés en 1974. Era ya una segunda edición de la obra de Ian, y el propio autor escribió en la magnífica revista Triunfo, que fue alma de aquella época de la transición española (puede encontrarse en Internet, http://www.triunfodigital.com, y es muy buen material de investigación, teniendo en cuenta la época), el 31 de mayo de 1975, lo siguiente sobre su obra de 1971: “Escribí la primera redacción de este libro en inglés, entre 1966 y 1968. Por entonces ningún editor británico tuvo interés en publicarlo, y por fin lo mandé a Ruedo Ibérico. Esta editorial aceptó publicarlo, pero tardó dos años en traducirlo al castellano. La traducción resultó bastante mala, y tuve que rehacerla yo mismo. Esto podría explicar el que hubiera en el texto unos lapsus estilísticos y ciertas inexactitudes y confusiones. Claro que también había en el libro algunos errores factuales”. “En 1971 visité otra vez España. Varios amigos granadinos que habían leído ya mi libro me ofrecieron críticas, sugerencias, precisiones, nuevos datos. Mucha gente me escribió. Luego, en 1973, publiqué una edición muy revisada del libro, en inglés, titulado The Death of Lorca (Londres y Chicago). Esta edición es la que considero más ‘mía en mí’, como dijo Rubén”.
Aunque esto no señala a la edición francesa de 1974, pero cabe suponer que las diferencias existentes entre una y otra, que he comprobado, tienen como origen esas muchas aportaciones de amigos granadinos tras publicarse el libro en español en 1971. Y ciertamente, como indica la editorial en la solapa, fueron incorporadas a las sucesivas nuevas ediciones en español que sacó Ruedo Ibérico en los años 1975 (2ª ed.), 1975 (3ª ed.) y 1978 (4ª ed.). Incluso cuando ya existía un comienzo de democracia en España (aún no consolidada del todo, creo), el libro se convirtió en uno de los más vendidos por la editorial española del exilio francés... a pesar de que publicó algunos otros de muy alta calidad. La obra recibió en Niza el Premio Internacional de la Prensa en 1972.
Fue muy buen trabajo para aquel momento. Pero si entonces encontrábamos perfectamente lógico cierto empeño en culpar a los franquistas desenmascarando sus muchos errores, años después, cuando la democracia se ha asentado en España aunque aún no funcione con limpieza y todo ha cambiado tanto, estamos en condiciones de ahondar en ciertos aspectos. Y por ese camino llegamos, por ejemplo, a valorar que el trabajo del mencionado falangista y hombre de prensa Molina Fajardo tiene grandes valores muy dignos de tener en cuenta y un magnífico método de trabajo, aparte de sus ideas políticas. Porque no es en absoluto ocioso que, si Gibson a menudo se deja llevar de su militancia de izquierda al sacar determinadas conclusiones, Molina Fajardo llega muy lejos al exponer una serie de precisos detalles que consolidan un hecho innegable: que no fue la Falange quien detuvo a Federico, sino un poco al contrario: fue la presencia del poeta en casa de los Rosales la causa de que Ruiz Alonso le detuviera allí, para usar ese hecho como un grave atentado contra la Falange y los mismos hermanos Rosales. Aunque hubo más, sin duda.
Algún significativo error
Por un lado, hombre de izquierda como sigo siendo aunque sin pertenecer a ningún partido, no es en absoluto mi intención defender a la Falange ni a los falangistas, sino que busco la estricta e innegable verdad histórica. Pero debo señalar que Gibson, al pretender aumentar la culpabilidad de los sublevados franquistas (que ciertamente la tienen), hace en sus primeros libros varias deducciones demasiado apresuradas que lo llevan a cometer varios errores. Mantengo como he dicho mi amistad con el irlandés nacionalizado español, pero hay que señalárselo a Ian, con tanta más claridad como amistad le tengo y mayor es el respeto que me merece su trabajo de investigación. Y por suerte o por desgracia, ese deseo de máximo rigor me lleva a haber comprobado con toda seguridad que la muerte de García Lorca fue una sucia y rápida jugada efectuada casi a escondidas contra los mandos más altos de los franquistas sublevados en Granada. ¿Por orden de quién? ¿Sólo Ruiz Alonso? Queda por saberlo.
En primer lugar, sigue existiendo el misterio de quién fue el que presentó la primera denuncia contra Federico García Lorca. El ex diputado de la Ceda, Ramón Ruiz Alonso, la hizo propia, por supuesto, y fue quien la ejecutó, probablemente con gran placer por su parte al fastidiar a los Rosales. Pero al parecer no partió de él. La orden concreta de detener al poeta, ¿pasó por las manos de Valdés? Al parecer sí, pero no nos consta más que eso, ya que Ruiz Alonso insiste en que cumplió la orden que le dieron en el Gobierno Civil... lo cual no encaja demasiado con lo que ocurrió después, pero en fin.
Sólo que la detención se produjo, y eso lo ha explicado con gran precisión Ian Gibson en sus obras. Se apoya para ello en los relatos de los hermanos Rosales, uno de los cuales, José, llamado “Pepiniqui”, llegó a enfrentarse con cierta violencia con el comandante Valdés a primera hora de esa misma noche, justo cuando regresaron del frente él y el gobernador al mando. José Rosales le insistió a Gibson en que tuvo delante de sus ojos la orden escrita de detener al poeta, documento que sin embargo nunca ha aparecido. Rosales cuenta que el propio Valdés puso esa orden como coartada para no entregarle a García Lorca, a quien el propio “Pepiniqui” visitó fugazmente al salir, en la habitación en la que estaba detenido. Pero poco después, Federico fue sacado de aquel lugar para conducirlo a Víznar. Y por extraño que parezca, parece que eso se hizo sin que Valdés lo supiera, ya que probablemente se había echado a dormir. Fue en el mencionado pueblo donde se le fusiló, al amanecer del día 17, al terminar esa misma noche del 16 de agosto en que lo detuvieron.
En primer lugar, sigue existiendo el misterio de quién fue el que presentó la primera denuncia contra Federico García Lorca. El ex diputado de la Ceda, Ramón Ruiz Alonso, la hizo propia, por supuesto, y fue quien la ejecutó, probablemente con gran placer por su parte al fastidiar a los Rosales. Pero al parecer no partió de él. La orden concreta de detener al poeta, ¿pasó por las manos de Valdés? Al parecer sí, pero no nos consta más que eso, ya que Ruiz Alonso insiste en que cumplió la orden que le dieron en el Gobierno Civil... lo cual no encaja demasiado con lo que ocurrió después, pero en fin.
Sólo que la detención se produjo, y eso lo ha explicado con gran precisión Ian Gibson en sus obras. Se apoya para ello en los relatos de los hermanos Rosales, uno de los cuales, José, llamado “Pepiniqui”, llegó a enfrentarse con cierta violencia con el comandante Valdés a primera hora de esa misma noche, justo cuando regresaron del frente él y el gobernador al mando. José Rosales le insistió a Gibson en que tuvo delante de sus ojos la orden escrita de detener al poeta, documento que sin embargo nunca ha aparecido. Rosales cuenta que el propio Valdés puso esa orden como coartada para no entregarle a García Lorca, a quien el propio “Pepiniqui” visitó fugazmente al salir, en la habitación en la que estaba detenido. Pero poco después, Federico fue sacado de aquel lugar para conducirlo a Víznar. Y por extraño que parezca, parece que eso se hizo sin que Valdés lo supiera, ya que probablemente se había echado a dormir. Fue en el mencionado pueblo donde se le fusiló, al amanecer del día 17, al terminar esa misma noche del 16 de agosto en que lo detuvieron.
Facultad de Derecho actualmente, en este edificio estaba en 1936 el Gobierno Civil de Granada, en la calle Duquesa. Federico estuvo detenido donde una de las dos ventanas que se ven sobre la vegetación, en el primer piso. Foto: Pepe Marín.
Es lo que han mantenido desde entonces los hermanos Rosales: que Federico García Lorca pasó en realidad pocas horas detenido en el Gobierno Civil de Granada, donde no había celdas ni los pequeños despachos allí existentes tenían siquiera camastro donde los detenidos pudieran pasar una noche. Como bien dice Gerardo Rosales Jaldo, sobrino de los hermanos mencionados, “necesitaban despejar las habitaciones pequeñas que funcionaban como celdas donde metían a los detenidos, y dejar sitio en ellas para otros”. Es así como se produjeron los hechos. Y en los mismos libros primeros de Gibson, el autor recoge frases como una de José Rosales mientras reconstruían lo sucedido. A la mañana siguiente de la detención, dice dirigiéndose a Gibson: “Tú piensas que el poeta aún estaba allí, pero yo pienso que no”. Lo afirma claramente Molina Fajardo en su obra mencionada: “García Lorca, tras pasar unas horas en el Gobierno Civil, en un despacho cercano al del gobernador, fue trasladado a Víznar junto con otros detenidos” (pág. 50). Y en una entrevista de las que se incluyen en el libro, hecha con Julián Fernández Amigo, que era agente de policía en esas fechas, éste afirma primero que estuvo unos minutos hablando con Federico mientras estaba detenido en el Gobierno Civil, y describe el lugar: “La habitación era pequeña y sólo recuerdo que tuviera una mesa de esas antiguas de escritorio con dos cajones, un sillón en la parte de dentro donde él estaba sentado y, por la parte de fuera, dos sillas corrientes”. Hago notar que no describe mueble alguno, camastro o colchoneta mínima en el suelo donde tumbarse. Es difícil, por lo tanto, que pasara allí siquiera una sola noche, aunque pudo obligársele a dormir en el suelo.
Varios de los entrevistados por Molina Fajardo describen el lugar de detención, otros cuentan cómo intercambiaron algunas frases con Federico esa tarde del 16 de agosto. Otros lo vieron salir del edificio ya en horas nocturnas, y subir a un coche requisado por los militares. El mismo agente de policía antes mencionado señala que al llegar a la comisaría a la mañana siguiente de la detención de Federico, le dijeron: “¿Sabes que ha desaparecido Federico (...), que ha desaparecido del gobierno?”. Luego sigue contando: “Y ya después empezamos a oír comentarios, que no estaba en la cárcel, que no estaba en ningún sitio, que Valdés estaba hecho un demonio, que no había quien supiera lo que había pasado” (pág. 236). Poco después resume: “Federico murió al día siguiente de detenerlo. Bueno, en esa madrugada. Por la cárcel no pasó. En La Colonia sólo estuvo unas horas. Y del Gobierno Civil yo creo que salió esa misma noche. (...) ...sólo estuvo unas horas en el gobierno y lo llevaron de allí directamente a La Colonia” (pág. 239).
Las razones por las que estaban tan poco tiempo en el Gobierno Civil los detenidos las aclara otro granadino entrevistado, Miguel Serrano. Preguntado si retenían en el lugar a los detenidos, responde: “No había por qué retener a nadie. Estando allí siempre puede haber familiares o amigos o cualquiera que se mueva a favor del detenido. Valdés mismo, dentro de ser un hombre terrible, era una persona con la que se podía hablar. Los mismos Rosales hubieran intervenido. (...) Además, en el caso de Federico, todos sabemos que él no tenía ningún matiz político, aunque simpatizara con lo que fuera... Tuvo que ser poquísimo tiempo el que pasó allí. Ningún detenido al que se pensaba fusilar pasaba varios días en el Gobierno Civil. Entonces todo se resolvía muy rápidamente. Era cosa de horas, de minutos... Y eso era lo malo. El carácter de Valdés era muy seco, y las cosas se resolvían con gran urgencia” (págs. 148-149).
Varios de los entrevistados por Molina Fajardo describen el lugar de detención, otros cuentan cómo intercambiaron algunas frases con Federico esa tarde del 16 de agosto. Otros lo vieron salir del edificio ya en horas nocturnas, y subir a un coche requisado por los militares. El mismo agente de policía antes mencionado señala que al llegar a la comisaría a la mañana siguiente de la detención de Federico, le dijeron: “¿Sabes que ha desaparecido Federico (...), que ha desaparecido del gobierno?”. Luego sigue contando: “Y ya después empezamos a oír comentarios, que no estaba en la cárcel, que no estaba en ningún sitio, que Valdés estaba hecho un demonio, que no había quien supiera lo que había pasado” (pág. 236). Poco después resume: “Federico murió al día siguiente de detenerlo. Bueno, en esa madrugada. Por la cárcel no pasó. En La Colonia sólo estuvo unas horas. Y del Gobierno Civil yo creo que salió esa misma noche. (...) ...sólo estuvo unas horas en el gobierno y lo llevaron de allí directamente a La Colonia” (pág. 239).
Las razones por las que estaban tan poco tiempo en el Gobierno Civil los detenidos las aclara otro granadino entrevistado, Miguel Serrano. Preguntado si retenían en el lugar a los detenidos, responde: “No había por qué retener a nadie. Estando allí siempre puede haber familiares o amigos o cualquiera que se mueva a favor del detenido. Valdés mismo, dentro de ser un hombre terrible, era una persona con la que se podía hablar. Los mismos Rosales hubieran intervenido. (...) Además, en el caso de Federico, todos sabemos que él no tenía ningún matiz político, aunque simpatizara con lo que fuera... Tuvo que ser poquísimo tiempo el que pasó allí. Ningún detenido al que se pensaba fusilar pasaba varios días en el Gobierno Civil. Entonces todo se resolvía muy rápidamente. Era cosa de horas, de minutos... Y eso era lo malo. El carácter de Valdés era muy seco, y las cosas se resolvían con gran urgencia” (págs. 148-149).
El autor, Fernando Guijarro, junto al olivo al pie del cual se enterró a García Lorca y los demás fusilados con él. Foto: Pepe Marín.
El mismo periodista afiliado a Falange, Molina Fajardo, o más bien su hijo que es autor del libro recopilando el trabajo de su padre al morir éste repentinamente, resume lo sucedido en el Gobierno Civil, en la tarde y noche de la detención de Federico García Lorca: “Todos ellos hacen referencia a la tarde del 16 de agosto, pero ninguno recuerda haberle visto al día siguiente, o en fechas posteriores, excepto Angelina Cordobilla, la anciana niñera de los Fernández Montesinos, cuyas declaraciones parecen poco fundamentadas” (pág. 45). Es decir, hay testimonios concretos, con nombres y apellidos, de la tarde de la detención, otros que recogen el momento de su salida y cuando sube al coche que lo llevaría a Víznar, entre las 11 y las 12 de la noche. Otros testigos señalan su paso por la plaza del pueblo citado, cuando el coche se detiene y uno de los ocupantes baja a pedir permiso en el puesto de mando de la zona. Después, se recogen las horas que pasa el poeta con otros detenidos en La Colonia. De allí se sabe que salen, el total de seis hombres fusilados aquella noche (y no cuatro ni cinco, como se ha dicho) hacia Fuente Grande, y antes de llegar a ese lugar se detiene el vehículo para el fusilamiento. Posteriormente, ya en la mañana del 17 de agosto, una patrulla que recorría el camino para señalar alguna eventualidad militar señala que hay seis cadáveres en montón, “encima de los cuales está la muleta de un cojo”, señalando así al maestro de Pulianas, Dióscoro Galindo, al que faltaba una pierna. A la mañana siguiente, la misma patrulla repite el recorrido y señala que ya han sido sepultados. Del otro lado, sólo el testimonio de Angelina habla de una permanencia del poeta en el Gobierno Civil de Granada durante varios días más. Y es el testimonio que Ian Gibson retiene para basarse en él deduciendo varios hechos.
Lo que sorprende es que, habiendo seguido paso a paso y con toda minuciosidad los relatos de los hermanos Rosales, desoiga esos relatos en hechos fundamentales como que la estancia del poeta en el Gobierno Civil fue en realidad de pocas horas. Pero el libro de Molina Fajardo, a pesar de cierto desorden nacido de que quien redactó el resumen inicial no fue el propio autor sino su hijo, tiene una notable credibilidad nacida del cúmulo de datos concretos que aporta.
El testimonio de Angelina
El dato más fundamental que utiliza Ian Gibson para afirmar que García Lorca pasó detenido tres días en el Gobierno Civil se basa única y exclusivamente en el testimonio personal de una anciana octogenaria, Angelina Cordobilla, sirvienta del alcalde Fernández Montesinos. Pero también en este caso, es útil comprobar lo que cuenta Agustín Penón, que fue el primero que se entrevistó con la anciana. La primera vez que la ve Penón, la Angelina afirma por dos veces que se encontró con Federico un solo día. Pero poco después la anciana cuenta su historia, que no se apoya en el testimonio de nadie más. Y ahora son ya tres días cuando fue a visitar a Federico, aunque el tercero ya no estaba en el Gobierno Civil. Además, afirma que fue por la mañana, como a las once, y Penón señala que eso no concuerda con lo dicho por los hermanos Rosales. Pero señala también que, en aquella primera entrevista, estaban “todas las vecinas aguzando el oído para no perder palabra”.
Lo he comprobado por varios ángulos distintos, contrastándolo con testimonios de diversas personas, y me parece mucho más digno de crédito lo que afirma Molina Fajardo, a quien las declaraciones de la anciana “parecen poco fundamentadas”. Manuel Titos Martínez considera también que “La relación de las visitas de Angelina Cordobilla (...) no puede ser considerada concluyente dadas las evidentes discrepancias de su testimonio” (pág. 59). Es más, la propia entrevistada pide a Penón que “la dispense por su falta de memoria” (pág. 301).
Lamento no haber entrevistado a Angelina, como sí lo hizo, por ejemplo, el periodista granadino que en muchos aspectos concretos fue mi maestro de la profesión, Antonio Ramos. En Triunfo, Nº 659, 17 de mayo de 1975, describe a Angelina como “una anciana adorable, que (...) recuerda los días más decisivos de su vida de forma increíble para su edad”.
Tanto por ser periodista como en mi condición de andaluz prendado de la gente sencilla de su tierra, me gusta hablar con los ancianos en los pueblos. Es todo un tesoro el mundo de otros tiempos que evocan. Además, apunto con todo cuidado las expresiones populares que utilizan, que en muchos casos me han aportado giros y comparaciones espléndidas. Pero por la experiencia que tengo de hablar con personas de edad, sé muy bien que cuando están ya contemplando la cercanía del “último viaje”, es frecuente que recompongan su pasado retocando aquí y allá, con creatividad andaluza, aquellos aspectos que les causan dolor o les dejan un vacío. Creo que por esa línea se movía Angelina, sobre todo ante otras mujeres del pueblo. Se alejan de la realidad, sí, pero les importa poco porque saben que pronto esa realidad ya no estará ante ellos, y la reconstruyen a su gusto. A la anciana sirvienta, como a tantos otros de los que conocieron al “señorito Federico”, le dolía no haber hecho algo más por salvar la vida del poeta. El mismo dolor que les causa la inexplicable muerte del escritor, lo compensan recomponiendo la historia para morir tranquilos rellenando esa culpa que aún les hiere. Y de la misma forma que he comentado que, en mi ciudad, todos reinventan la realidad a su manera, creo que la anciana hizo eso mismo al contar sus entrevistas con Federico. Angelina lo hace con esa claridad que describe Antonio Ramos... porque la misma vitalidad que aún le queda la lleva a hacerlo así, para quedar en paz consigo misma.
Molina Fajardo recoge el testimonio del mismo hijo del comandante Valdés, que indica: “¡Si a mi madre, por casualidad, no la cacheaban al entrar..! ¡Y van a dejar que una chica suba a llevarle una tortilla francesa! ¡Imposible! ¡Allí había una guardia continua abajo, que no dejaba entrar a nadie!” (pág. 45). Angelina cuenta que la acompañaron dos guardias armados, que permanecieron en la puerta de la habitación mientras hablaba con Federico. Pero así y todo...
Recientemente, Ian Gibson ha declarado hablando del testimonio de Angelina en el documental de Barrachina: “Todos los detalles que da, ¡eso no se inventa!”. Probablemente no, pero pienso que la anciana recompuso las escenas semejantes que vivió al llevarle comida y ropa a la persona a quien ella realmente servía, el alcalde de Granada, Fernández Montesinos, que estuvo largos días en la cárcel. A él sí que le llevó a diario una cesta con comida y mudas de ropa. Con ese material compuso la anciana el relato de sus visitas a Federico. Y no mentía, probablemente era muy sincera al decirlo, porque ella misma quería creerse que así había sucedido en realidad. Es decir, se engañaba a sí misma, poniendo al hacerlo tanto empeño como cariño humano le tenía a la familia García Lorca. De esta forma podría morir tranquila, algo había hecho por atender al “señorito Federico”. Me duele afirmarlo porque valoro mucho lo que me cuentan los ancianos de mi tierra, como digo. Pero mucho me temo que, una vez más, con frecuencia no aportan datos sólidos sobre los que basar una investigación científica. Lo señala de pasada, marginalmente, la misma Marcelle Auclair, que indica que fue ella quien le señaló a Gibson la existencia y paradero de la sirvienta, aunque la autora francesa titula un apéndice final “El miedo de Angelina”. Pienso que se equivocaba. No es que al principio se negara a hablar por miedo, es que sólo en la segunda de las visitas de Agustín Penón había recompuesto su experiencia. La actitud es la misma que utilizan a veces los niños cuando “dicen lo que el padre que les regaña quiere oír”. Eso no significa que lo que dicen sea cierto.
Pero Gibson sigue considerando determinante ese testimonio de Angelina, y basa en él su afirmación de que el comandante Valdés mentía, cuando dijo a José Rosales que García Lorca no estaba ya en el Gobierno Civil a la mañana siguiente. Es decir, prefiere el relato de una anciana de avanzada edad a la opinión de varios hermanos jóvenes que se jugaban la vida al actuar esos mismos días, y contra los que iba dirigida la detención de Federico. No encaja demasiado.
No hubo contacto radial con Queipo
En cualquier caso, Molina Fajardo recoge un testimonio determinante al afirmar que es prácticamente imposible que el comandante Valdés consultara con el general Queipo de Llano sus dudas sobre la suerte que debía correr Federico. Queipo no pudo decirle desde Sevilla lo de “Déle café, mucho café”... por la sencilla razón de que en el Gobierno Civil no había radio. Y se apoya al decirlo en el testimonio de Alberto Machado Ayuso, director y propietario de Radio Granada, radiofonista con buen conocimiento de la materia, quien afirma que no había allí ningún transmisor en los días del Alzamiento, “puesto que él, que era el técnico, no lo sabía” (pág. 49). Sólo había contacto con Sevilla desde el Gobierno Militar, donde él mismo había instalado una emisora radiotelegráfica (no de palabra), que a menudo transmitía en clave, y no es muy probable que Valdés se desplazara a usarla.
Eso no justifica a los falangistas, desde luego, ya que no hay justificación para el golpe de Estado contra el poder central de la República. Pero sí que es perfectamente legítimo escuchar los testimonios aportados por unos falangistas como los hermanos Rosales, que fueron los únicos cercanos a los hechos. Por eso, habiendo muerto éstos, me han sido muy determinantes los varios contactos mantenidos con Gerardo Rosales Jaldo, autor de El silencio de los Rosales, relato novelado de buena calidad de cuanto sucedió en aquellos días (Editorial Planeta, 2002). Él me indica que parte de sus familiares se pusieron contra él por determinadas afirmaciones contenidas en su obra.
Pero me parece más culpable el testimonio de Ian Gibson al intentar llevar hasta Queipo de Llano la responsabilidad de la muerte del poeta. La militancia de izquierda es legítima, pero no hasta falsear la realidad. Sencillamente, como él mismo ha dicho en los últimos meses, seguimos sin saber de quién partió la denuncia primera contra García Lorca que ejecutó Ruiz Alonso. Y puestos a encontrar quién pudo ser ese denunciante original, los que funcionan alrededor de Ian Gibson comienzan a dar la razón a los franquistas, quienes desde el principio dijeron que los autores del asesinato habían sido “unos incontrolados”. Por ahí se mueve el documental del valenciano Borrachina, El mar deja de moverse, aparecido en 2006. Es la única respuesta aportada por los familiares del poeta fusilado tras la publicación del artículo de EFE que recogía mis afirmaciones de que fue la familia quien desenterró al poeta, con fecha 2 de enero de 2006. Pero para ese viaje no hacían falta alforjas, que se dice en Castilla.
El pánico de los padres del poeta, aquella tarde
Mientras sucedían estos hechos, nunca se ha contado apenas nada de qué hacía el padre del poeta, don Federico García Rodríguez, aquella tarde. Se sabe que la madre de los hermanos Rosales, doña Esperanza Camacho, al salir de su casa detenido García Lorca junto con Ruiz Alonso, lo primero que hizo fue telefonear a don Federico padre. Luego hizo lo mismo con su marido, quien dejó su comercio de ferretería para ir a hablar con don Federico, aunque no consta que lo acompañara más tarde. Éste, mientras, telefoneó a su abogado y hombre de confianza, José Manuel Pérez Serrabona, y los dos hombres se echaron a la calle para intentar hacer gestiones queriendo salvar al detenido. Tanto Gibson como Marcelle Auclair señalan que don Federico recurrió a su abogado “creyendo que podía hacerse algo por vía legal”. Pero la información que he recogido en Granada no indica exactamente eso. No fueron de tipo legal los pasos que dieron ambas personas.
Es fácil imaginarse el terror que podía sentir el padre, que no sólo tenía noticias de todos los graves hechos que estaban ocurriendo esos días y los numerosos fusilamientos sin juicio previo que ya se habían producido en la ciudad, sino que a primera hora del domingo 16 de agosto, el mismo día en que detuvieron a su hijo, los sublevados habían dado muerte a su yerno, el alcalde republicano de Granada Manuel Fernández Montesinos Lustau, casado con Concha, la hermana del poeta. Es más, era perfectamente consciente de que ser detenido por los franquistas significaba que el interesado era rápidamente llevado al paredón para que lo fusilaran, sin más trámites.
Nada sabemos de aquellas largas y difíciles horas, sólo he podido recoger testimonios poco sólidos de que don Federico y Pérez Serrabona llamaron a algunas puertas intentando tomar contacto con personas significadas que pudieran impedir lo que parecía inevitable. Pero tengo un testimonio de persona respetable que me parece perfectamente digno de crédito, y he procurado comprobarlo por varios otros lugares, aunque sin éxito en algunos pasos básicos. Por fortuna, la verdad de esos hechos se me ha confirmado por otros caminos indirectos, en número suficiente para considerar ese relato plenamente verdadero.
Lo que sorprende es que, habiendo seguido paso a paso y con toda minuciosidad los relatos de los hermanos Rosales, desoiga esos relatos en hechos fundamentales como que la estancia del poeta en el Gobierno Civil fue en realidad de pocas horas. Pero el libro de Molina Fajardo, a pesar de cierto desorden nacido de que quien redactó el resumen inicial no fue el propio autor sino su hijo, tiene una notable credibilidad nacida del cúmulo de datos concretos que aporta.
El testimonio de Angelina
El dato más fundamental que utiliza Ian Gibson para afirmar que García Lorca pasó detenido tres días en el Gobierno Civil se basa única y exclusivamente en el testimonio personal de una anciana octogenaria, Angelina Cordobilla, sirvienta del alcalde Fernández Montesinos. Pero también en este caso, es útil comprobar lo que cuenta Agustín Penón, que fue el primero que se entrevistó con la anciana. La primera vez que la ve Penón, la Angelina afirma por dos veces que se encontró con Federico un solo día. Pero poco después la anciana cuenta su historia, que no se apoya en el testimonio de nadie más. Y ahora son ya tres días cuando fue a visitar a Federico, aunque el tercero ya no estaba en el Gobierno Civil. Además, afirma que fue por la mañana, como a las once, y Penón señala que eso no concuerda con lo dicho por los hermanos Rosales. Pero señala también que, en aquella primera entrevista, estaban “todas las vecinas aguzando el oído para no perder palabra”.
Lo he comprobado por varios ángulos distintos, contrastándolo con testimonios de diversas personas, y me parece mucho más digno de crédito lo que afirma Molina Fajardo, a quien las declaraciones de la anciana “parecen poco fundamentadas”. Manuel Titos Martínez considera también que “La relación de las visitas de Angelina Cordobilla (...) no puede ser considerada concluyente dadas las evidentes discrepancias de su testimonio” (pág. 59). Es más, la propia entrevistada pide a Penón que “la dispense por su falta de memoria” (pág. 301).
Lamento no haber entrevistado a Angelina, como sí lo hizo, por ejemplo, el periodista granadino que en muchos aspectos concretos fue mi maestro de la profesión, Antonio Ramos. En Triunfo, Nº 659, 17 de mayo de 1975, describe a Angelina como “una anciana adorable, que (...) recuerda los días más decisivos de su vida de forma increíble para su edad”.
Tanto por ser periodista como en mi condición de andaluz prendado de la gente sencilla de su tierra, me gusta hablar con los ancianos en los pueblos. Es todo un tesoro el mundo de otros tiempos que evocan. Además, apunto con todo cuidado las expresiones populares que utilizan, que en muchos casos me han aportado giros y comparaciones espléndidas. Pero por la experiencia que tengo de hablar con personas de edad, sé muy bien que cuando están ya contemplando la cercanía del “último viaje”, es frecuente que recompongan su pasado retocando aquí y allá, con creatividad andaluza, aquellos aspectos que les causan dolor o les dejan un vacío. Creo que por esa línea se movía Angelina, sobre todo ante otras mujeres del pueblo. Se alejan de la realidad, sí, pero les importa poco porque saben que pronto esa realidad ya no estará ante ellos, y la reconstruyen a su gusto. A la anciana sirvienta, como a tantos otros de los que conocieron al “señorito Federico”, le dolía no haber hecho algo más por salvar la vida del poeta. El mismo dolor que les causa la inexplicable muerte del escritor, lo compensan recomponiendo la historia para morir tranquilos rellenando esa culpa que aún les hiere. Y de la misma forma que he comentado que, en mi ciudad, todos reinventan la realidad a su manera, creo que la anciana hizo eso mismo al contar sus entrevistas con Federico. Angelina lo hace con esa claridad que describe Antonio Ramos... porque la misma vitalidad que aún le queda la lleva a hacerlo así, para quedar en paz consigo misma.
Molina Fajardo recoge el testimonio del mismo hijo del comandante Valdés, que indica: “¡Si a mi madre, por casualidad, no la cacheaban al entrar..! ¡Y van a dejar que una chica suba a llevarle una tortilla francesa! ¡Imposible! ¡Allí había una guardia continua abajo, que no dejaba entrar a nadie!” (pág. 45). Angelina cuenta que la acompañaron dos guardias armados, que permanecieron en la puerta de la habitación mientras hablaba con Federico. Pero así y todo...
Recientemente, Ian Gibson ha declarado hablando del testimonio de Angelina en el documental de Barrachina: “Todos los detalles que da, ¡eso no se inventa!”. Probablemente no, pero pienso que la anciana recompuso las escenas semejantes que vivió al llevarle comida y ropa a la persona a quien ella realmente servía, el alcalde de Granada, Fernández Montesinos, que estuvo largos días en la cárcel. A él sí que le llevó a diario una cesta con comida y mudas de ropa. Con ese material compuso la anciana el relato de sus visitas a Federico. Y no mentía, probablemente era muy sincera al decirlo, porque ella misma quería creerse que así había sucedido en realidad. Es decir, se engañaba a sí misma, poniendo al hacerlo tanto empeño como cariño humano le tenía a la familia García Lorca. De esta forma podría morir tranquila, algo había hecho por atender al “señorito Federico”. Me duele afirmarlo porque valoro mucho lo que me cuentan los ancianos de mi tierra, como digo. Pero mucho me temo que, una vez más, con frecuencia no aportan datos sólidos sobre los que basar una investigación científica. Lo señala de pasada, marginalmente, la misma Marcelle Auclair, que indica que fue ella quien le señaló a Gibson la existencia y paradero de la sirvienta, aunque la autora francesa titula un apéndice final “El miedo de Angelina”. Pienso que se equivocaba. No es que al principio se negara a hablar por miedo, es que sólo en la segunda de las visitas de Agustín Penón había recompuesto su experiencia. La actitud es la misma que utilizan a veces los niños cuando “dicen lo que el padre que les regaña quiere oír”. Eso no significa que lo que dicen sea cierto.
Pero Gibson sigue considerando determinante ese testimonio de Angelina, y basa en él su afirmación de que el comandante Valdés mentía, cuando dijo a José Rosales que García Lorca no estaba ya en el Gobierno Civil a la mañana siguiente. Es decir, prefiere el relato de una anciana de avanzada edad a la opinión de varios hermanos jóvenes que se jugaban la vida al actuar esos mismos días, y contra los que iba dirigida la detención de Federico. No encaja demasiado.
No hubo contacto radial con Queipo
En cualquier caso, Molina Fajardo recoge un testimonio determinante al afirmar que es prácticamente imposible que el comandante Valdés consultara con el general Queipo de Llano sus dudas sobre la suerte que debía correr Federico. Queipo no pudo decirle desde Sevilla lo de “Déle café, mucho café”... por la sencilla razón de que en el Gobierno Civil no había radio. Y se apoya al decirlo en el testimonio de Alberto Machado Ayuso, director y propietario de Radio Granada, radiofonista con buen conocimiento de la materia, quien afirma que no había allí ningún transmisor en los días del Alzamiento, “puesto que él, que era el técnico, no lo sabía” (pág. 49). Sólo había contacto con Sevilla desde el Gobierno Militar, donde él mismo había instalado una emisora radiotelegráfica (no de palabra), que a menudo transmitía en clave, y no es muy probable que Valdés se desplazara a usarla.
Eso no justifica a los falangistas, desde luego, ya que no hay justificación para el golpe de Estado contra el poder central de la República. Pero sí que es perfectamente legítimo escuchar los testimonios aportados por unos falangistas como los hermanos Rosales, que fueron los únicos cercanos a los hechos. Por eso, habiendo muerto éstos, me han sido muy determinantes los varios contactos mantenidos con Gerardo Rosales Jaldo, autor de El silencio de los Rosales, relato novelado de buena calidad de cuanto sucedió en aquellos días (Editorial Planeta, 2002). Él me indica que parte de sus familiares se pusieron contra él por determinadas afirmaciones contenidas en su obra.
Pero me parece más culpable el testimonio de Ian Gibson al intentar llevar hasta Queipo de Llano la responsabilidad de la muerte del poeta. La militancia de izquierda es legítima, pero no hasta falsear la realidad. Sencillamente, como él mismo ha dicho en los últimos meses, seguimos sin saber de quién partió la denuncia primera contra García Lorca que ejecutó Ruiz Alonso. Y puestos a encontrar quién pudo ser ese denunciante original, los que funcionan alrededor de Ian Gibson comienzan a dar la razón a los franquistas, quienes desde el principio dijeron que los autores del asesinato habían sido “unos incontrolados”. Por ahí se mueve el documental del valenciano Borrachina, El mar deja de moverse, aparecido en 2006. Es la única respuesta aportada por los familiares del poeta fusilado tras la publicación del artículo de EFE que recogía mis afirmaciones de que fue la familia quien desenterró al poeta, con fecha 2 de enero de 2006. Pero para ese viaje no hacían falta alforjas, que se dice en Castilla.
El pánico de los padres del poeta, aquella tarde
Mientras sucedían estos hechos, nunca se ha contado apenas nada de qué hacía el padre del poeta, don Federico García Rodríguez, aquella tarde. Se sabe que la madre de los hermanos Rosales, doña Esperanza Camacho, al salir de su casa detenido García Lorca junto con Ruiz Alonso, lo primero que hizo fue telefonear a don Federico padre. Luego hizo lo mismo con su marido, quien dejó su comercio de ferretería para ir a hablar con don Federico, aunque no consta que lo acompañara más tarde. Éste, mientras, telefoneó a su abogado y hombre de confianza, José Manuel Pérez Serrabona, y los dos hombres se echaron a la calle para intentar hacer gestiones queriendo salvar al detenido. Tanto Gibson como Marcelle Auclair señalan que don Federico recurrió a su abogado “creyendo que podía hacerse algo por vía legal”. Pero la información que he recogido en Granada no indica exactamente eso. No fueron de tipo legal los pasos que dieron ambas personas.
Es fácil imaginarse el terror que podía sentir el padre, que no sólo tenía noticias de todos los graves hechos que estaban ocurriendo esos días y los numerosos fusilamientos sin juicio previo que ya se habían producido en la ciudad, sino que a primera hora del domingo 16 de agosto, el mismo día en que detuvieron a su hijo, los sublevados habían dado muerte a su yerno, el alcalde republicano de Granada Manuel Fernández Montesinos Lustau, casado con Concha, la hermana del poeta. Es más, era perfectamente consciente de que ser detenido por los franquistas significaba que el interesado era rápidamente llevado al paredón para que lo fusilaran, sin más trámites.
Nada sabemos de aquellas largas y difíciles horas, sólo he podido recoger testimonios poco sólidos de que don Federico y Pérez Serrabona llamaron a algunas puertas intentando tomar contacto con personas significadas que pudieran impedir lo que parecía inevitable. Pero tengo un testimonio de persona respetable que me parece perfectamente digno de crédito, y he procurado comprobarlo por varios otros lugares, aunque sin éxito en algunos pasos básicos. Por fortuna, la verdad de esos hechos se me ha confirmado por otros caminos indirectos, en número suficiente para considerar ese relato plenamente verdadero.
Placa de la granadina calle Duquesa. Foto: Pepe Marín.
El capitán franquista que quiso salvar a Federico
El capitán franquista que quiso salvar a Federico
Tras marcharse don Federico padre con su abogado Pérez Serrabona, siempre según el relato que me hizo el catedrático anónimo, Gregorio Garnica “pidió que le trajeran a Federico García Lorca a su despacho”. Ese dato no encaja. La situación de aquellos días en Granada, ciudad militarmente sublevada contra el gobierno central de la República, en la que se producían detenciones y altercados con cierta frecuencia, hace muy dudoso que el poeta detenido saliera del Gobierno Civil, incluso bajo vigilancia armada, para ir a la casa de enfrente, domicilio particular, pese a la condición de militar de Garnica. Además tenemos el testimonio del hijo de Valdés, que como hemos visto declaró a Molina Fajardo que a la propia esposa de quien tenía el mando le era difícil entrar en el Gobierno Civil cruzando la entrada en la que estaba la guardia. Lo más probable es que el capitán se desplazase al edificio de enfrente, sólo cruzar la calle, para encontrarse allí con el poeta. Y es probable también que, al hacerlo, alardease ante las autoridades de que estaba en sus manos conseguir que don Federico padre donase próximamente una alta cantidad de dinero. Hay quien me mantiene que sólo así se le permitió acceder a donde estaba detenido Federico. Tengo un testimonio que me afirma que “alguien”, que sigue siendo desconocido a estas alturas, aceleró el que Federico García Lorca fuera llevado apresuradamente a Víznar al saber que pronto podía producirse ese pago por parte de su padre, lo que lo dejaría en libertad. “Alguien” muy interesado en que Federico muriera, aún no sabemos por qué. Pero de nuevo aparecen por ahí acusaciones relacionadas con la homosexualidad del escritor, acusaciones que no he podido comprobar.
La casa del capitán Garnica, a la izquierda la entrada del Gobierno Civil en 1936, donde la figura femenina. Casi enfrente una casa y la otra. Foto: Pepe Marín.
Según dicho relato, el poeta, al hablar con Garnica, no sabemos lo que le dijo éste ni en qué actitud se dirigió a él, pero “sufrió un ataque de nervios y se puso a dar grandes chillidos”, causando un buen alboroto en el edificio. El catedrático me indica que “como esto perjudicaba a Garnica, éste dio por terminada la entrevista en ese mismo instante, dejando otros contactos para más tarde”. Si recordamos que debían ser las once de la noche del mismo día en que fue detenido Federico, el 16 de agosto, nadie podía saber que poco después el poeta saldría por la misma puerta que da a la calle Duquesa, para subir al coche que lo llevaría a Víznar, de donde ya no volvería. Es más, varios testimonios me indican que probablemente, los gritos de Federico puede muy bien ser que aceleraran su traslado al lugar de ejecución, como otro factor que debemos unir al que antes dije.
Señalemos el detalle de que la sirvienta Angelina contó a Agustín Penón que había encontrado a Federico “muy ronco”. Son las típicas coincidencias laterales que sirven para reafirmar mutuamente dos informaciones, ya que no cabe haberlas inventado. Ese dato puede respaldar que, a pesar de las evidentes dificultades que la anciana tuvo que superar sin duda, se produjo en efecto una entrevista suya con “el señorito Federico”. Pero tuvo que ser en esa primera y única noche que el poeta pasó detenido en el Gobierno Civil, y la sirvienta niega que fuese a esa hora nocturna. La descripción que hace Angelina de la habitación en que estaba detenido el poeta también encaja. Es de subrayar que no describe la existencia en dicha habitación de ninguna cama, camastro o simple colchón en el que dormir. Hay unanimidad en que los detenidos que entraban en el gobierno eran trasladados rápidamente a la cárcel, o salían rápidamente de allí para ser fusilados. No pernoctaban en el lugar, pues.
Último detalle que relativiza aun más esas entrevistas de Angelina: Gibson (que confunde el nombre del interesado, llamándolo “Benet” en la primera edición de 1971 en Ruedo Ibérico) y otras fuentes, Molina Fajardo sobre todo (pág. 44, con nota 15), señalan que Esperanza Camacho, la madre de los Rosales, había enviado al poeta unas mantas mediante un joven conocido como “el Bene”, en realidad Francisco Benedicto Domínguez Aceitero. Esa ropa de abrigo pudo servir al poeta para dormir esa noche, aunque fuera en el suelo, pero los demás testimonios indican que no fue así. Bien pudo ser que la familia García Lorca no lo supiera, y enviase a Angelina con comida y ropa para cambiarse. Pero siempre a última hora de esa tarde. Sólo que en agosto, en Granada hay luz hasta las nueve de la noche aproximadamente, lo que puede dar pie a la confusión de horas de Angelina para esa única visita suya al poeta. Sigue siendo difícil encajar el momento, desde luego.
Pero lo subrayo: Molina Fajardo recoge los nombres completos de varias personas que, sabiéndolo o no el comandante Valdés, porque pudo ser que lo ignorase (véase ese testimonio que recoge: “Valdés está furioso, García Lorca ha desaparecido del Gobierno Civil”), vieron salir a García Lorca del Gobierno Civil rumbo a Víznar esa misma noche, para no volver. La noble intención de Garnica de salvar al poeta, por lo tanto, quedó sin poderse realizar. Pero es digno señalar que este hombre, entre los franquistas, dio los pasos que estuvieron en su mano para salvar la vida del poeta, de quien todos sabían su muy escasa definición política.
Debo señalar que esa realidad, el hecho de que Garnica no pudiese cumplir su palabra, puede ser la razón por la que las hijas de Garnica se negaron radicalmente a hablar con Gibson, y recientemente lo hicieron también conmigo, pese a lo mucho que insistí para conseguirlo. Eran de muy corta edad entonces, desde luego, y es difícil que recuerden algo directamente. Pero otras fuentes menos directas me confirman que tanto la promesa hecha por Garnica como la visita de don Federico padre con su abogado al capitán de infantería fueron perfectamente ciertas. Me lo señalan como innegable hecho histórico, quiero decir.
El pago del rescate pagado por don Federico
Al día siguiente, a eso de la mañana, el abogado y hombre de confianza de don Federico García Rodríguez, Pérez Serrabona, entregó a los franquistas nada menos que 300.000 pesetas de la época. He hecho la cuenta según el cambio establecido históricamente, y esa cantidad equivale a 28.800.000 pesetas de los últimos tiempos de la moneda española. Como referencia de a qué equivalía ese dinero, Gerardo Rosales Jaldo me informa de que su familia tenía reservadas 50.000 pesetas para comprar todo un edificio de la calle principal de la ciudad, la Gran Vía. Era una verdadera fortuna, sí. Pero encaja en la mentalidad de don Federico padre, que era generoso por naturaleza. Su dinero le había llegado un poco por herencia y en parte por su primer matrimonio, y lo usaba con generosidad dentro de buscar la rentabilidad de las operaciones, como cualquier financiero que se precie. Se han contado en varios lugares algunas generosidades suyas precedentes que encajan con esta alta donación con motivo tan suficiente como para salvar la vida de su hijo, y la hacen muy creíble.
Señalemos el detalle de que la sirvienta Angelina contó a Agustín Penón que había encontrado a Federico “muy ronco”. Son las típicas coincidencias laterales que sirven para reafirmar mutuamente dos informaciones, ya que no cabe haberlas inventado. Ese dato puede respaldar que, a pesar de las evidentes dificultades que la anciana tuvo que superar sin duda, se produjo en efecto una entrevista suya con “el señorito Federico”. Pero tuvo que ser en esa primera y única noche que el poeta pasó detenido en el Gobierno Civil, y la sirvienta niega que fuese a esa hora nocturna. La descripción que hace Angelina de la habitación en que estaba detenido el poeta también encaja. Es de subrayar que no describe la existencia en dicha habitación de ninguna cama, camastro o simple colchón en el que dormir. Hay unanimidad en que los detenidos que entraban en el gobierno eran trasladados rápidamente a la cárcel, o salían rápidamente de allí para ser fusilados. No pernoctaban en el lugar, pues.
Último detalle que relativiza aun más esas entrevistas de Angelina: Gibson (que confunde el nombre del interesado, llamándolo “Benet” en la primera edición de 1971 en Ruedo Ibérico) y otras fuentes, Molina Fajardo sobre todo (pág. 44, con nota 15), señalan que Esperanza Camacho, la madre de los Rosales, había enviado al poeta unas mantas mediante un joven conocido como “el Bene”, en realidad Francisco Benedicto Domínguez Aceitero. Esa ropa de abrigo pudo servir al poeta para dormir esa noche, aunque fuera en el suelo, pero los demás testimonios indican que no fue así. Bien pudo ser que la familia García Lorca no lo supiera, y enviase a Angelina con comida y ropa para cambiarse. Pero siempre a última hora de esa tarde. Sólo que en agosto, en Granada hay luz hasta las nueve de la noche aproximadamente, lo que puede dar pie a la confusión de horas de Angelina para esa única visita suya al poeta. Sigue siendo difícil encajar el momento, desde luego.
Pero lo subrayo: Molina Fajardo recoge los nombres completos de varias personas que, sabiéndolo o no el comandante Valdés, porque pudo ser que lo ignorase (véase ese testimonio que recoge: “Valdés está furioso, García Lorca ha desaparecido del Gobierno Civil”), vieron salir a García Lorca del Gobierno Civil rumbo a Víznar esa misma noche, para no volver. La noble intención de Garnica de salvar al poeta, por lo tanto, quedó sin poderse realizar. Pero es digno señalar que este hombre, entre los franquistas, dio los pasos que estuvieron en su mano para salvar la vida del poeta, de quien todos sabían su muy escasa definición política.
Debo señalar que esa realidad, el hecho de que Garnica no pudiese cumplir su palabra, puede ser la razón por la que las hijas de Garnica se negaron radicalmente a hablar con Gibson, y recientemente lo hicieron también conmigo, pese a lo mucho que insistí para conseguirlo. Eran de muy corta edad entonces, desde luego, y es difícil que recuerden algo directamente. Pero otras fuentes menos directas me confirman que tanto la promesa hecha por Garnica como la visita de don Federico padre con su abogado al capitán de infantería fueron perfectamente ciertas. Me lo señalan como innegable hecho histórico, quiero decir.
El pago del rescate pagado por don Federico
Al día siguiente, a eso de la mañana, el abogado y hombre de confianza de don Federico García Rodríguez, Pérez Serrabona, entregó a los franquistas nada menos que 300.000 pesetas de la época. He hecho la cuenta según el cambio establecido históricamente, y esa cantidad equivale a 28.800.000 pesetas de los últimos tiempos de la moneda española. Como referencia de a qué equivalía ese dinero, Gerardo Rosales Jaldo me informa de que su familia tenía reservadas 50.000 pesetas para comprar todo un edificio de la calle principal de la ciudad, la Gran Vía. Era una verdadera fortuna, sí. Pero encaja en la mentalidad de don Federico padre, que era generoso por naturaleza. Su dinero le había llegado un poco por herencia y en parte por su primer matrimonio, y lo usaba con generosidad dentro de buscar la rentabilidad de las operaciones, como cualquier financiero que se precie. Se han contado en varios lugares algunas generosidades suyas precedentes que encajan con esta alta donación con motivo tan suficiente como para salvar la vida de su hijo, y la hacen muy creíble.
Estas fotos, de mala calidad porque proceden de diarios de la época, muestran a los dos hombres que mandaban en Granada cuando el Alzamiento de 1936, el gobernador militar, coronel Antonio González Espinosa, y el civil, comandante José Valdés Guzmán. Tomadas del libro Los últimos días de García Lorca, de Eduardo Molina Fajardo.
Nos queda aún por saber dónde hizo el pago el abogado y a quién entregó esa alta cantidad. Tras pretender informarme de ello sin conseguirlo, he estado especulando con que la entregara al mismo comandante Valdés o a su secretario en el Gobierno Civil, pero hay datos que no encajan. Muy probablemente, pero insisto en que aún está sin confirmar, en lugar de hacerlo en el Gobierno Civil, Pérez Serrabona se desplazó a hacer el pago en el Gobierno Militar, que sigue estando situado junto al Arco de Elvira, en un edificio antiguo que fue convento de religiosas. El mando militar de la ciudad estaba esos días en manos del coronel de Infantería Antonio González Espinosa, enviado desde Sevilla por Queipo de Llano. Sabemos bien poco de este hombre, pero al menos no se conocen de él las crueldades que forman parte de la historia del comandante Valdés. Cuando Franco lo destituyó el 20 de abril de 1937, Valdés pidió incluso disculpas a los granadinos en el diario Ideal por dicha crueldad, lo que no era frecuente en los días de la Guerra Civil. No así González Espinosa.
En el Gobierno Militar, los fondos eran bienvenidos, por supuesto. Pérez Serrabona era, además, hombre bien conocido en la ciudad como persona digna de respeto; es más, se le consideraba uno de los asesores de Valdés. Y, nos moleste o no, en una sublevación militar hasta las balas hay que pagarlas, por no hablar de la gasolina para los vehículos y la alimentación de los soldados fuera del cuartel. Los golpes de Estado, pues, también hay que pagarlos, y son caros. Manuel Titos recoge en su libro que el comandante Valdés en persona visitó varias veces el Banco de Granada para pedir préstamos bancarios con que cubrir sus gastos.
Los mandos de los franquistas sublevados recibieron, por tanto, esa elevada cantidad de dinero con el máximo placer. Se ha señalado que en varias otras ocasiones, y no sólo en Granada, se produjo el hecho de que entregar una cantidad de dinero permitiera la puesta en libertad de algún detenido cuya culpabilidad no fuera manifiesta: los rescates funcionaban, pues. Contra García Lorca, sin embargo, actuaba el prestigio que éste tenía como escritor bien conocido ya en ese momento, que se había movido ya por toda España y, recordemos, viajado a Norteamérica y Cuba invitado por el mismo don Fernando de los Ríos, embajador de la República española en Estados Unidos.
Sólo que en este caso el rescate llegaba tarde: al amanecer de ese mismo lunes 17 de agosto, Federico García Lorca había sido fusilado cerca de Fuente Grande, más allá de Víznar. El agradable pueblecito de las cercanías de Granada quedaba así marcado de luto para siempre en la memoria colectiva de todo el mundo de habla hispana. Y eso, a pesar de que algunas fuentes me insisten en que salió del Gobierno Civil sin conocimiento directo de Valdés, que es otro dato que está sin comprobar suficientemente. Porque en ese caso, ¿de quién vino la orden?
Recientemente, al haber transmitido la agencia de noticias española EFE la noticia de mi investigación, que fue publicada en numerosos diarios de todo el mundo el 2 de enero de 2006, semanas después, y especialmente ese mes de agosto, al cumplirse el 70º aniversario del fusilamiento del poeta, Ian Gibson se refirió a esa noticia relativizando la cantidad que yo indicaba y calificándola de “astronómica”. Cabe señalar, sin embargo, que esa alta cantidad aparece reseñada en una nota a pie de página de la propia edición francesa de su libro en Ruedo Ibérico, concretamente la nota 50, página 95 de dicha edición francesa. Esa información ha sido recogida en las posteriores ediciones en español de la misma obra en dicha editorial. Gibson corrigió después el nombre de Serrabona, completándolo con el primer apellido, Pérez (posteriormente, los hijos añadieron el guión, convirtiéndolo en Pérez-Serrabona). Ian afirmaba haber confirmado esa gestión, como hice yo muchos años más tarde. Y aún me faltan por obtener algunos datos en esa misma línea. Por desgracia, en general los andaluces no somos minuciosos al guardar pruebas de los hechos ni documentos importantes que respalden nuestras afirmaciones, preferimos confiar en nuestra imaginación creadora. Sólo eso es lo que me impide presentar ahora informaciones que existen, pero aún no tengo del todo comprobadas.
Este edificio cercano a Víznar, ya derribado, era llamado “La Colonia”. En él pasó García Lorca las últimas horas de su vida, la noche antes de ser fusilado no lejos de allí. Foto del autor.
El resto, todo lo relativo al paso por el mando de Nestares en Víznar, la breve estancia en La Colonia de quienes iban a ser fusilados, el desplazamiento final y el momento de la muerte, los describen muy bien tanto Ian Gibson como Molina Fajardo, pese a que en la obra de éste hay que recomponer los hechos partiendo de diversas entrevistas que aportan relatos parciales. Últimos datos bien poco conocidos sobre los fusilamientos, aportados ambos por Molina Fajardo: al parecer, las víctimas fueron muertas con pistola, y por tanto desde relativamente cerca, no con los habituales fusiles. Pero lo que es más, fue un total de seis los que murieron, incluyendo a Federico, en contra de lo que se ha venido diciendo. En efecto, en la mañana que siguió a ese amanecer, Molina Fajardo señala que “la vigilancia que existía de noche en aquel sector y que hacía el servicio desde Víznar a Fuente Grande, observa lo que pasa, y por la mañana le da la novedad al capitán Nestares diciéndole que han fusilado a seis, que los han echado a un hoyo y que encima de todos los fusilados hay unas muletas, al parecer de un cojo. Al día siguiente, esta misma vigilancia vuelve a informarle de que han sido enterrados” (Molina Fajardo, pág. 68, que cita como fuente el testimonio de José María Nestares Cuéllar, nota Nº 38). Las muletas eran las del maestro Dióscoro Galindo, a quien le faltaba una pierna, y uno de los cadáveres era García Lorca.
El múltiple fusilamiento se produjo en lugar que por ser medianamente plano se utilizaba como campo de instrucción, no lejos de Fuente Grande, y los cadáveres se enterraron usando los pozos existentes a un lado, cavados por haber estado buscando agua. Según parece, el cuerpo de Federico fue el segundo por abajo, y encima de ellos se colocaron los demás cadáveres.
(La fecha del día 18 que facilita Manuel Titos Martínez sólo indica que en ese día se generalizaba la noticia de la muerte del poeta. No había demasiada rapidez en la información sobre los fusilamientos, pese a que algunos de los autores de los mismos se jactaran de haberlo hecho, lo que hicieron durante varios días).
El dolor de unos padres destrozados
Los esposos García Lorca confiaron durante dos días, e incluso después, en que se produciría la liberación de su hijo. Habían pagado tanto dinero a los sublevados, que cabía esperar un desenlace favorable. Sin embargo, en la tarde del mismo día en que habían fusilado al poeta, sin saberlo aún los padres, se produjo la siniestra anécdota de que uno de los asesinos, miembros de la “escuadra negra” que había asesinado al escritor, se presentó en casa de los padres para cobrar una cantidad, no hay unanimidad de si fueron 1.000 o 2.000 pesetas, mostrando una cuartilla escrita a mano por Federico García Lorca, probablemente en La Colonia de Víznar, donde pasó unas horas esa noche antes de ser fusilado. En la nota indicaba, según varios testimonios: “Papá, harás el favor de darle al dador dos mil pesetas. Federico”. La sirvienta le enseñó a don Federico la nota, y éste accedió a dárselas, incluso la madre del poeta salió a la puerta a hacer personalmente la entrega, y habló con el que la había presentado, creyendo que su hijo estaba preso en Víznar. Le dijo que si necesitaba algo, acudieran a ellos. Después, el mismo asesino habló con el chófer de los García Lorca, Francisco Murillo Gámiz, que estaba en la casa en el momento de los hechos, para amenazarle gravemente si revelaba algo sobre dicha nota (Molina Fajardo, págs 172-175). Los autores indican que se ha perdido ese documento, pero no lo creo. La familia García Lorca debe conservar esa última nota autógrafa escrita en vida por su hijo, a pesar de los traslados y cambios. Lo contrario sería muy negativo por su parte.
Molina Fajardo es quien con más claridad señala que “en Víznar a veces retenían a los prisioneros durante meses obligándoles a trabajar haciendo carreteras y fortificaciones” (pág. 298). A eso se acogían los padres para soportar su dolor. Pese a todo, alguna tranquilidad tenían: habían pagado como rescate una cantidad tan alta que nadie podría resistirse a recibirla, y confiaban en que los franquistas actuarían en consecuencia.
La trágica noticia tardó dos días en llegar a casa de los esposos García Lorca. Según indican varios testimonios, al conocer la muerte de su hijo como un hecho consumado, don Federico se vino abajo por completo. Indican que lo metieron en la cama y no se levantó en varios días. Cabe suponer el abismo que se abrió bajo los pies de ese padre que había entregado una buena parte de su fortuna para salvar a su hijo, y no lo había conseguido. Según Agustín Penón, “la hermana de Angelina nos dijo también que a don Federico le requisaron todo lo que tenía y le dejaron nada más que lo justo para que comieran” (pág. 298). En esto, como en otros varios momentos, hay que “leer entre líneas” lo que dice la testigo y reinterpretar su afirmación: no es que se lo hubieran requisado, es que don Federico había entregado voluntariamente casi todo el dinero que tenía en casa para salvar a su hijo, sin conseguirlo.
Nada sabemos en concreto, pero debieron de ser horas de dolor extremo para los padres del poeta, ya que en aquella casa era la segunda muerte de un familiar que se producía en pocas fechas, tras el fusilamiento del alcalde de Granada, Manuel Fernández Montesinos, esposo de Concha García Lorca. Por desgracia, en toda familia se puede comprender lo que significa la muerte de un hijo, tras haber hecho todo lo humanamente posible para salvarlo.
Sin embargo, la primera que reaccionó fue doña Vicenta, la madre del poeta, quien al parecer se repuso lo suficiente para actuar, aunque hay quien me afirma que la acompañó don Federico. Seguimos sin tener datos directos, y más aun en estos aspectos, pero al parecer, la señora acudió al Gobierno Militar acompañada por Pérez Serrabona, pidiendo hablar con el mando más alto, el coronel González Espinosa. Y ante el mando militar de Granada, al parecer, doña Vicenta soltó su dolor de madre, con las desgarradas lágrimas que es de suponer, para pedirle lo que en aquellas circunstancias era normal pensar: que, ya que habían pagado la cantidad que entregaron, les dejaran al menos recuperar el cadáver de su hijo, “para que no esté tirado en una cuneta, como un perro”, que es la frase que se ha dicho en otras ocasiones. La familia tenía la mínima compensación de que el alcalde Fernández Montesinos tenía una tumba en lugar sagrado en el cementerio, y querían tener algo semejante para su hijo, escritor conocido y ahora muerto.
Nadie se resiste al dolor de una madre porque todos tenemos la nuestra, pero el militar se encontró además con la vergüenza personal, como militar celoso del honor de su causa, de comprobar que habían recibido un pago por un rescate cuya contrapartida, liberar al detenido, no había podido realizarse. Pero por testimonios, repito, doble o triplemente indirectos, aunque con fuerte apoyo documental sobre el que montar los hechos, podemos deducir lo que sucedió en los días siguientes, por órdenes del mando del Gobierno Militar de Granada. Y esta vez sí, lo más probable es que existiera consulta con Queipo de Llano en Sevilla, dado que en esta institución sí existía instalación radiofónica, aunque sólo para retransmitir telegráficamente con ella, con la que tomar contacto con dicha localidad andaluza.
El mando falangista en Víznar: Nestares
En Granada suele decirse con frecuencia que “quien lo sabía todo sobre García Lorca era Nestares”, ya fallecido. En buena medida es cierto, porque este eficiente militar afiliado a la Falange era metódico en su funcionamiento, y conservaba documentos y datos exactos, ya que la precisión es necesaria para un buen profesional de la milicia. Pero sólo en los días en que tuvo bajo su mando el sector militar de Víznar.
El falangista capitán José María Nestares Cuéllar tenía a su cargo el mando de la posición avanzada de Víznar, que tenía asignado el control militar de las tierras al pie de la sierra de la Alfaguara (actualmente llamada Sierra de Huétor). Ésta se alza no lejos de Granada cerrando la Vega y separando la capital del cercano Guadix, localidad de dimensiones e importancia considerables que estaba en manos de la República y de donde habían partido ya varios tímidos ataques contra los sublevados granadinos. Por sus características de zona montañosa, era el lugar ideal para cualquier ataque contra la capital, que sin embargo la República, en aquellos primeros días de la guerra, dejó en simples tanteos de patrulla con escasas fuerzas. Más tarde, avanzada la Guerra Civil, en febrero de 1938 se libraron sangrientos combates para desalojar la posición llamada Peñón de la Mata, una abrupta colina rocosa en cuya cima se colocó una posición de artillería rodeada de pozos de tirador, prácticamente imposible de desalojar ni con ayuda de aviación.
Con buena hoja de servicios como militar, de Nestares se han contado muchas actuaciones, pero es preciso indicar que salvó las vidas de numerosos acusados tomando en consideración factores humanos de las posibles víctimas que le enviaban para que fusilara. Entre ellos estuvo el que actuó como enterrador de García Lorca, “Manolillo el Comunista”, Manuel Castilla, que se libró por lo muy joven que era cuando lo subieron para ser fusilado, unos 17 años. Un testigo entrevistado por Molina Fajardo indica que “el capitán (Nestares) era partidario de no fusilar a nadie a cambio de que prestara servicio con las fuerzas...” (pág. 381). La elemental objetividad obliga a señalarlo, porque además, esa actitud suya originó un gran movimiento militar para hacer posible que los García Lorca recuperasen el cadáver sin que nadie se enterase, ni siquiera el mismo capitán Nestares.
Durante bastante tiempo consideré que, en pura lógica militar, Nestares debió de saber lo ocurrido tanto con el asesinato de Federico García Lorca como la posterior recuperación de su cadáver por los familiares, ya que era el responsable militar del sector. Consideré que si no había dicho nada era debido a que el mando militar le impuso el secreto como orden de un superior. Sin embargo, una persona de toda mi confianza, que tiene también la de la familia Nestares y puede hablar con ellos sin el menor problema ni resistencia, me aseguró que los hijos del mando falangista no sólo no daban crédito a mis afirmaciones sobre el desenterramiento, sino que lo ignoraban todo sobre qué hubiera podido suceder en ese sentido. Y repito que esa persona que me hizo de contacto tiene toda mi confianza. Es más, al entrevistarse repetidamente con él Molina Fajardo, de falangista a falangista además, es decir, como camaradas, que es la expresión que utilizaban los miembros de Falange, Nestares le reveló numerosos detalles de cuanto rodeó al fusilamiento, incluyendo nombres concretos de las personas que estaban bajo su mando. Y para colmo, se me vino el alma a los pies cuando leí que el capitán Nestares en persona había acompañado a Eduardo Molina Fajardo al lugar donde se fusiló y enterró al poeta, afirmándole en rotundo presente: “Aquí está enterrado el poeta”. Es claro que si había habido desenterramiento por parte de la familia, Nestares lo ignoraba por completo. Y eso derrumbaba de golpe todo el edificio de mi investigación. Fue duro para mí comprobarlo. Incluso me eché a la calle a dar vueltas ese día, tratando de encajar mi gran decepción. De golpe, todo mi trabajo parecía estar equivocado.
Pero, poco a poco, conseguí reordenar los datos de otra forma. Quedaba abierta una posibilidad de que yo estuviera en lo cierto. Y es la que mantengo, apoyándome en otros hechos.
Los misteriosos traslados
Gibson termina su obra de 1971 en el momento del fusilamiento del poeta, y no recoge apenas nada más de los días posteriores. Otros autores hacen algo semejante, ya que el hecho que motiva sus respectivas obras es explicar el inexplicable y criminal fusilamiento. Molina Fajardo, sin embargo, transcribe con gran precisión, usando su rigor científico de investigación que dice mucho en su favor como periodista, lo que sucedió esos días siguientes. Y me parece percibir que los hechos que se produjeron encubren mucho más de lo que directamente cuentan.
Recordemos que, si García Lorca fue detenido el domingo 16 de agosto y fusilado, según mi propia información muy apoyada en el libro de Molina Fajardo, al amanecer del día 17, sólo el día 20 se restablecía el contacto de las fuerzas granadinas con las que venían de Sevilla, al producirse los combates cerca de la localidad de Loja entre las fuerzas franquistas del general Varela y los escasos efectivos republicanos, muy faltos de mandos.
Pero Molina Fajardo recoge, por un lado, el “incidente con el teniente Morillas”, a quien se hizo venir del frente de la Alpujarra cerca de Órgiva, y llegó al lugar preguntando: “¿Dónde está el jefe, que vengo a hacerme cargo del sector?” (pág. 271). Por desgracia, el entrevistado en esa ocasión no recuerda fechas.
Y continúa en las páginas-resumen del comienzo: “Casi simultáneamente, llegaron también a Víznar un grupo de falangistas sevillanos (...) que venían (...) con órdenes del jefe territorial de la Falange para hacerse cargo de la bandera de Víznar (testimonio de J. Mª Nestares, Molina Fajardo, pág. 67). Nestares respondió entre otras cosas que “la jefatura del sector no le había sido confiada por el jefe del provincial (de Falange), sino por el general Orgaz Yoldi. Su condición de militar le impedía entregar el mando sin una orden previa de sus jefes militares, y por este motivo marchó a Granada...” (pág. 68).
Y el periodista reproduce que en la hoja de servicios del teniente Morillas figura que “el día 18 (de agosto), también por orden del gobernador militar de Granada, se hizo cargo del mando del sector de Víznar-Cogollos, relevando al capitán Nestares; el 20, y por orden de dicha superior autoridad, hizo entrega de nuevo al capitán Nestares del sector Víznar-Cogollos, quedando a las órdenes de dicho capitán” (pág. 68).
Sencillamente, en esos días de ausencia de Nestares debió realizarse el desentierro del cadáver de Federico García Lorca y su traslado a otro lugar. Porque además, en esos días se movió del lugar a todos los que se encontraban en La Colonia, quizá para que no pusieran en peligro ese estricto secreto, nacido de la vergüenza profesional del gobernador militar de Granada, coronel González Espinosa. Que, obsérvese ese dato en la hoja de servicios que acabo de reproducir, era de quien procedía la orden al teniente Morillas de trasladarse desde Órgiva a Víznar.
El testimonio de otro de los entrevistados por Molina Fajardo cuenta que, para protestar por la intromisión de los falangistas sevillanos, “Llegamos a la Jefatura del Movimiento. (...) Nestares entró acordándose de los muertos de los tres y diciendo que era una charranada que ellos le habían hecho. Respondieron que sería cosa de los militares, que ellos no sabían nada de eso. Nos fuimos entonces al Gobierno Militar, entrando Nestares y quedándome yo esperando fuera”. No sabemos lo que hablaron allí, pero sigue: “Salió encendido, indignado, diciendo: ‘Esto ya está arreglado’. Volvimos a Víznar y allí habló de nuevo con Morillas. Yo creo que no entregó oficialmente el mando”. Pero en la hoja de servicios figura lo contrario. ¿Pasó Nestares esos dos días ausente de su puesto en Víznar, dejando tiempo para que actuaran los García Lorca? Creo que sí.
La tumba removida
El libro que recoge el trabajo de Agustín Penón es el único que recoge el relato que le hizo Emilia Llanos del rumor que Antonio Gallego Burín había escuchado en Capitanía Militar de Granada: que “días después [del fusilamiento del poeta], dándose cuenta las autoridades del revuelo que esta muerte había causado, vino una orden probablemente desde el Gobierno Civil, para que el cuerpo de García Lorca fuera desenterrado y trasladado a una de las pozas, una fosa común donde había ya sepultadas treinta víctimas más. El comentario que se hizo a esta orden fue: “Vamos a ver si ahora son capaces de encontrarlo” (Penón, pág. 447).
En mi opinión, este dato encubre una realidad similar. Es decir, transmite en realidad lo que de hecho fue el desenterramiento del cadáver del poeta. Pero lo retengo porque es otro de los rastros más cercanos que han sido impresos sobre lo que en realidad pasó. Y de nuevo deseo subrayar que, lamentablemente y mientras no consiga cerrar otras líneas de investigación que tengo abiertas, me es necesario moverme por conjeturas, a partir de testimonios indirectos de segundas o terceras personas. Pero que otros testimonios confirman como verdaderos.
Para empezar, no sabemos nada cierto de quién componía el grupo que se desplazó a realizar la operación de desenterramiento, ni en qué vehículo lo hicieron, o si hubo más de uno, incluyendo o no un camión o camioneta ligera para transportar el ataúd. Porque tanto algún testimonio que así me lo indica como la opinión “técnica” del entendido en localizar e identificar cuerpos sepultados, el catedrático de Antropología de la Facultad de Medicina de Granada, Miguel Botella, me indican que no pudieron pasar 48 horas. “Pasado ese tiempo”, dice Botella, “nadie, ni siquiera yo que tengo costumbre, aguanta al lado de un cuerpo que ha entrado en descomposición”. Me indica que “dentro de un coche cerrado, es imposible que trasladaran el cuerpo. Imposible. Ya te digo, no aguanto eso ni yo”. El coche que tenían entonces los García Lorca era un Nash de 1935, según el conductor que trabajaba para ellos, que usaba el vehículo para su propio servicio mientras no lo llamaban. Eso nos indica que probablemente se utilizó además un camión o camioneta, con toda probabilidad de los que se usaban en las fincas que tenía en la Vega la familia.
Las tumbas que se cavaban entonces para enterrar a los fusilados eran bastante de fortuna, la gente de Víznar recuerda aún que con frecuencia solían quedar pronto fuera alguna mano o algún trozo de ropa, especialmente cuando tras las lluvias, por aquellas torrenteras bajaba agua abundante, que removía los restos. Fuera quien fuera la “señora” que pasó por allí según los rumores que corrieron en Víznar y vimos al principio, participara en el grupo doña Vicenta o no (ya que no creo que, por fuerte que fuese, aguantara semejante trabajo), las personas enviadas por los García Lorca debieron ser trabajadores de alguna finca suya en la Vega de Granada, acostumbrados a remover la tierra por su condición de agricultores. En esa ocasión, al parecer, según algunos testimonios sin comprobar de forma científica, las personas enviadas por los García Lorca, tras abrir la tumba, recuperaron los cuerpos que estaban por encima del de Federico, sacaron el cadáver de éste y dejaron los demás en el lugar, marchándose según habían pactado con el Gobierno Militar. Otras personas acudieron más tarde, y trasladaron esos cuerpos a la fosa común, situada en lo que Penón llama “el anfiteatro”, es decir, la ladera arbolada donde el camino forma una gran curva, y que el acueducto allí existente, probablemente de época musulmana, por donde circula la acequia de Aynadamar, acorta camino salvando la gran curva. Es allí donde existen varias fosas, pero sobre todo una especialmente grande, donde los herederos de unos y otros de los allí fusilados depositan flores con frecuencia. Se cree, y el estudioso Gil Bracero lo ha señalado con precisión, que hay allí más de 1.400 cuerpos, más otros muchos en pequeñas fosas alrededor.
En cualquier caso, en la tumba original donde se colocaron los seis cuerpos de los fusilados aquel amanecer incluyendo a García Lorca, actualmente no hay nada. Ya les comenté a algunos de los descendientes de los otros fusilados, el nieto de Galadí en primer lugar entre ellos, que recuperar sus cadáveres será realmente difícil. Se oponga o no la familia García Lorca a esa operación, esos descendientes de los otros fusilados tienen todo el derecho a saber qué pasó con sus antepasados. Pero realmente no va a ser fácil.
Y claro, ese es el rumor que llegó a oídos de Gallego Burín y que reproduce Penón. “Vamos a ver si son capaces de encontrarlos”. El cuerpo de García Lorca, desde luego, no está allí, pero tampoco los demás. Y ese es el sonido original que produjo esos ecos.
Ceremonia del último adiós
Me dicen que el cuerpo de Federico fue introducido en un ataúd de cierre suficientemente hermético para evitar los malos olores lógicos en estos casos. Es algo que suele ser tenido en cuenta por quienes suministran esos ataúdes, tanto más cuanto mayor es el precio. Pero, así colocado, el cuerpo fue trasladado primero durante 24 horas a una finca en la Vega propiedad de los García Lorca; tengo varios nombres pero no he logrado saber cuál. Mientras tanto, varios trabajadores preparaban el subsuelo de la Huerta de San Vicente, a puerta cerrada y vigilando que nadie se acercase al oír los ruidos, para lo que se haría a continuación. Porque, ya de noche según me informan para mayor secretismo, cuando el vehículo que transportaba el ataúd llegó, se detuvo inmediatamente antes de la puerta de entrada, y bajaron el objeto funerario. Volvieron a cerrar puertas y ventanas, y ya al abrigo de todo tipo de curiosos, en el interior de la finca los familiares pudieron dar rienda suelta a su dolor. Porque debió de ser una escena realmente dura, si todas las semejantes en estos casos lo son. Pero, si nadie merece morir, quizá especialmente menos que nadie el poeta del Romancero gitano, niño grande siempre de broma y de vitalidad proverbial de la que nos hablan todos los que lo conocieron.
La sirvienta que me dio las primeras noticias me indicó exactamente dónde está enterrado el cuerpo. No lo revelaré, para evitar morbos duplicados: dejo esa labor a la familia García Lorca. He visitado el lugar para comprobar si hay señales. Se han conservado en toda la casa las losetas antiguas de esa época, años 30, y nada parece indicar que hayan sido movidas para el enterramiento. Pero bien pudieron colocarse nuevas en su sitio, porque eran las habituales en esos años. En Granada capital no es fácil encontrar piedra de construcción ni granito, por ejemplo, como en otros lugares. Las casas de la Vega no suelen ser de calidad demasiado señalada, y la Huerta de San Vicente no es una excepción. No suelen usarse cimientos demasiado profundos, y se construye aislando la casa de humedad mediante una acumulación de piedras gruesas por espacio de metro o metro y medio de altura, apisonadas. Fue en ese espacio donde se abrió el lugar para que repose eternamente el cadáver del poeta que escribió: “Si muero, dejad el balcón abierto”. La casa conserva aún mucha de la vida que albergó en otros tiempos, pero... qué nueva dimensión tomaría si la familia decidiera revelar este secreto tan largamente guardado. Si son tantos quienes acuden a visitar la Huerta buscando las huellas del siempre alegre y sonriente Federico, cuántas más no desearían pasar por el lugar si supieran que es, incluso físicamente, el escenario de su “último viaje”... La familia ha recogido esa frase de otra gran escritora de que el camino que sale de Víznar y llega a Fuente Grande es “el mejor escenario que escogería un poeta para estar sepultado”. Qué decir de la Huerta de San Vicente, lugar tan cargado de recuerdos familiares, que se vería cien veces más resaltado con sólo revelar la verdad de lo ocurrido...
Sólo cabe recordar, como final, y por reafirmar lo que personalmente me parece de la mayor evidencia, que voces del Ayuntamiento me indican que cuando la finca pasó a ser patrimonio municipal, la familia estaba plenamente dispuesta a ceder la propiedad de las tierras, pero insistió largamente en conservar la de la vivienda. Creo ver con claridad cuál era la razón. Cedieron al final, pero... ¿por qué no revelar la verdad, que los franquistas los engañaron, que pagaron una fuerte cantidad por conseguir un hecho irreparable que no pudo ser cumplido? ¿Por qué no funcionar con la verdad por delante, lo que no dejaría malparado en modo alguno el altísimo mito del escritor? ¿...Y además, permitiría que conociéramos un aspecto más del enorme cariño que ambos esposos tenían a sus hijos, empezando por el poeta y dramaturgo tan amado por tantos lectores y espectadores de sus obras en todo el mundo? ¿Qué ganan manteniéndonos a todos en el error respecto al que fue el último recorrido físico de sus restos, mientras afuera atronaba una guerra fratricida, mientras la fama del autor de tantas escenas hondamente conmovedoras no había hecho más que empezar a crecer hasta la altura inigualable que hoy tiene en todo el mundo de habla hispana?
¿Acaso revelar la única verdad, que Federico no era un militante de izquierdas sino una persona que quería ser tal cual era, por difícil de aceptar que fuese su condición? ¿Quedaría mermado en algo el gran nombre de quien fue su protector, Fernando de los Ríos, de su esposa Gloria Giner, de la hija de ambos Laura de los Ríos, figuras tan señeras todas ellas y tan cantadas por los biógrafos e historiadores?
Lástima que, por terminar evocando la letra de una de las canciones del argentino José Larralde, poema en realidad de Víctor Abel Jiménez, que cantábamos en España cuando la dictadura franquista, “...y hasta parece mentira / pero es cosa señalada, / que de una sangre pareja / salga la cría cambiada”. Federico García Lorca no merece en modo alguno que su memoria se oculte por más tiempo a los ojos de los muchos, muchos miles que beben con devoción sus obras.
Me dicen que el cuerpo de Federico fue introducido en un ataúd de cierre suficientemente hermético para evitar los malos olores lógicos en estos casos. Es algo que suele ser tenido en cuenta por quienes suministran esos ataúdes, tanto más cuanto mayor es el precio. Pero, así colocado, el cuerpo fue trasladado primero durante 24 horas a una finca en la Vega propiedad de los García Lorca; tengo varios nombres pero no he logrado saber cuál. Mientras tanto, varios trabajadores preparaban el subsuelo de la Huerta de San Vicente, a puerta cerrada y vigilando que nadie se acercase al oír los ruidos, para lo que se haría a continuación. Porque, ya de noche según me informan para mayor secretismo, cuando el vehículo que transportaba el ataúd llegó, se detuvo inmediatamente antes de la puerta de entrada, y bajaron el objeto funerario. Volvieron a cerrar puertas y ventanas, y ya al abrigo de todo tipo de curiosos, en el interior de la finca los familiares pudieron dar rienda suelta a su dolor. Porque debió de ser una escena realmente dura, si todas las semejantes en estos casos lo son. Pero, si nadie merece morir, quizá especialmente menos que nadie el poeta del Romancero gitano, niño grande siempre de broma y de vitalidad proverbial de la que nos hablan todos los que lo conocieron.
La sirvienta que me dio las primeras noticias me indicó exactamente dónde está enterrado el cuerpo. No lo revelaré, para evitar morbos duplicados: dejo esa labor a la familia García Lorca. He visitado el lugar para comprobar si hay señales. Se han conservado en toda la casa las losetas antiguas de esa época, años 30, y nada parece indicar que hayan sido movidas para el enterramiento. Pero bien pudieron colocarse nuevas en su sitio, porque eran las habituales en esos años. En Granada capital no es fácil encontrar piedra de construcción ni granito, por ejemplo, como en otros lugares. Las casas de la Vega no suelen ser de calidad demasiado señalada, y la Huerta de San Vicente no es una excepción. No suelen usarse cimientos demasiado profundos, y se construye aislando la casa de humedad mediante una acumulación de piedras gruesas por espacio de metro o metro y medio de altura, apisonadas. Fue en ese espacio donde se abrió el lugar para que repose eternamente el cadáver del poeta que escribió: “Si muero, dejad el balcón abierto”. La casa conserva aún mucha de la vida que albergó en otros tiempos, pero... qué nueva dimensión tomaría si la familia decidiera revelar este secreto tan largamente guardado. Si son tantos quienes acuden a visitar la Huerta buscando las huellas del siempre alegre y sonriente Federico, cuántas más no desearían pasar por el lugar si supieran que es, incluso físicamente, el escenario de su “último viaje”... La familia ha recogido esa frase de otra gran escritora de que el camino que sale de Víznar y llega a Fuente Grande es “el mejor escenario que escogería un poeta para estar sepultado”. Qué decir de la Huerta de San Vicente, lugar tan cargado de recuerdos familiares, que se vería cien veces más resaltado con sólo revelar la verdad de lo ocurrido...
Sólo cabe recordar, como final, y por reafirmar lo que personalmente me parece de la mayor evidencia, que voces del Ayuntamiento me indican que cuando la finca pasó a ser patrimonio municipal, la familia estaba plenamente dispuesta a ceder la propiedad de las tierras, pero insistió largamente en conservar la de la vivienda. Creo ver con claridad cuál era la razón. Cedieron al final, pero... ¿por qué no revelar la verdad, que los franquistas los engañaron, que pagaron una fuerte cantidad por conseguir un hecho irreparable que no pudo ser cumplido? ¿Por qué no funcionar con la verdad por delante, lo que no dejaría malparado en modo alguno el altísimo mito del escritor? ¿...Y además, permitiría que conociéramos un aspecto más del enorme cariño que ambos esposos tenían a sus hijos, empezando por el poeta y dramaturgo tan amado por tantos lectores y espectadores de sus obras en todo el mundo? ¿Qué ganan manteniéndonos a todos en el error respecto al que fue el último recorrido físico de sus restos, mientras afuera atronaba una guerra fratricida, mientras la fama del autor de tantas escenas hondamente conmovedoras no había hecho más que empezar a crecer hasta la altura inigualable que hoy tiene en todo el mundo de habla hispana?
¿Acaso revelar la única verdad, que Federico no era un militante de izquierdas sino una persona que quería ser tal cual era, por difícil de aceptar que fuese su condición? ¿Quedaría mermado en algo el gran nombre de quien fue su protector, Fernando de los Ríos, de su esposa Gloria Giner, de la hija de ambos Laura de los Ríos, figuras tan señeras todas ellas y tan cantadas por los biógrafos e historiadores?
Lástima que, por terminar evocando la letra de una de las canciones del argentino José Larralde, poema en realidad de Víctor Abel Jiménez, que cantábamos en España cuando la dictadura franquista, “...y hasta parece mentira / pero es cosa señalada, / que de una sangre pareja / salga la cría cambiada”. Federico García Lorca no merece en modo alguno que su memoria se oculte por más tiempo a los ojos de los muchos, muchos miles que beben con devoción sus obras.
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