sábado, 10 de junio de 2017

¿Sentencia costillar?

¿Sentencia costillar?
Por Giovanny Cruz Durán


Uno de mis gustos cinematográficos son las películas sobre juicios y abogados. He visto montones de ellas. Algunas inolvidables. Imposible no recordar en esta para nada profunda nota, películas como: “Testigo de cargo” (1957), “12 angry men” (1957), “Anatomía de un asesinato” (1959), “El juicio de Núremberg” (1961), “Sacco y Vancetti” (1971), “Kramer vs Kramer” (1979), “Justicia para todos” (1979), “Mucho más que un crimen” (1989), “JFK” (1991), “La jurado” (1996), “Tribunal en fuga” (2003) y “Crimen perfecto” (2007); ente muchas otras. Actualmente hay una serie de televisión encantadora: “Suits”. Otra es un tanto cafre, pero interesante: “Saul”. Por supuesto que me condenarían si no mencionase, en esta para nada profunda nota, a “La Ley y el Orden”, mitad policial y mitad legal.



Es tanta mi afición al cine legal, que hasta he llegado a pensar que, si existiera la re encarnación, habría sido abogado en una encarnación anterior. Creo me habría visto de lo más chulo con mi toga y birrete, ladeado como un gánster de Chicago, por supuesto. Nunca me hubiese puesto la blanca y ensortijada peluca inglesa. ¡No, señor! Habría estado demasiado ridículo.

Aunque son un tanto más groseros y bufonescos, suelo seguir hasta el día que me aburren los juicios reales dominicanos. Y digo… “reales” para llamarlo de alguna manera. Aclaro esto antes que el gran amigo y mejor poeta Tony Raful me llame para insistir en que la Realidad es sólo una percepción.

Nuestros juicios… “reales” no tienen la elegancia de los que vemos en las películas. ¡Ay no! Lo cierto es que, lo sabemos bien los artistas, frecuentemente  la cotidianidad es demasiado grosera, chabacana y poco profunda. Tanto, que muchas veces he llegado a pensar que todos deberíamos vivir en ese divino mito que es el Arte. En él, por lo menos, el mundo sería más honesto y justo. Esto, por aquello que escribió Albert Camus de que… “Los artistas son las únicas personas que nunca le han hecho daño a la humanidad. Los genios malos de Europa tienen nombres de filósofos.” (qué raro no dijo  “…y de políticos…”)

En mi condición de artista, escritor y pretendido culturólogo; procuro descubrir en cada acto humano, grosero o no, una posibilidad para la creación; enriquecer la imaginación. Y hasta explicarme mejor esa tercera realidad que llamamos Mito (no olvidemos que el “Mito” no es una Mentira o una Inexistencia. No. Es una existencia en otro estadio del pensamiento). “Cronos devorando a sus hijos”… es el tiempo destruyendo al ser humano.

A propósito del juicio que se le sigue a los imputados (siempre tarden un poquito en pronunciar la palabra “imputado” y evitarse un problema legal si la confunden y se le zafa un… “diputado”) hay un uso del lenguaje de uno de los todavía reputados imputados (hasta que sean condenados; de no ocurrir habrá aquí muchos jueces desvisados) que ha despertado mi interés. Tanto, que pienso ha creado jurisprudencia en la compleja jerga jurídica.

Ocurre que ese reputado imputado (hasta que sea condenado) dijo que ahora lleva un año de prisión en las costillas.

Admito que suelo pensar en esa parte del cuerpo sólo como el sostén de la caja torácica. Por supuesto que nunca olvido la travesura de la Divinidad al sacar de las costillas del pobre Adán a una tipa desconocida y mal agradecida, que después le hizo una cucara macara con una manzanita y que tuvo una relación incestuosa con Caín, padre directo del resto de la humanidad. 

El asunto es que, a partir del reputado imputado (hasta que sea condenado) tenemos que hablar de “Sentencia Costillar”. He tratado, como un aporte a la Lexicología Universal, definir el concepto y enviarlo a Wikipedia. No me ha resultado fácil dado que es una expresión muy especial y compleja, como el juicio. No se trata, en esta ocasión, de la prisión de todo el cuerpo. ¡Nooo! En la “Costillar” parece que el dolor que causa se concentra en el tronco del reputado imputado (hasta… ya saben).

Se me ocurrió, puesto que el corazón está entre nuestras costillas, que también podría haber un “Amor Costillar”… o costillero.

No he podio conceptualizar aún el asunto porque me he distraído preguntándome... ¿si los supuestos noventa y dos millozuelos de dólares que están en la palestra (y algunos más de ciertas posibles exageraciones catalínicas), no habrán salido, finalmente, de las costillas del pueblo? Entonces, éste podría decir que sufre de un dolor corrupto-costillar.

¿La costillera Razón está, entonces, en el pueblo o en el imputado “victorioso”?  ¡Todo un dilema!

¿Ven que esta nota no era, realmente, muy profunda? Eso si, creo que es un tanto simpática. Quizás algunos vean en ella cierta Ironía. Sarcasmo no. No después que Borges me convenciera de que… “el sarcasmo es el amaneramiento de la crítica.

Voy a tener que dejar esta no profunda nota aquí porque me acaban de tirar en las costillas una inmensa cantidad de la tela roja esa que en el teatro llaman…

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¡Telón!

lunes, 5 de junio de 2017

Pseudoepígrafos, la Biblia y Einstein

Pseudoepígrafos, la Biblia y Einstein
Por Giovanny Cruz Durán



El término pseudoepígrafo (del griego pseudoepigraphos, falsamente atribuidos) se utiliza para designar a los autores falsos, especialmente de los libros de la Biblia. Antes se aceptaba que ciertos capítulos del Antiguo Testamento fueron pseudoepígrafos. Empero, hoy la mayoría de los grandes estudiosos del libro sagrado de los cristianos, dice que prácticamente se desconoce quiénes son los verdaderos autores hasta del Nuevo Testamento. Esto, porque en realidad sus libros habrían sido escritos, hasta más de trescientos años después de la muerte de Jesús, por grupos organizados de personas que jamás conocieron, y quizás nunca lo entendieron, al Nazareno.

Emblemáticos y prestigiosos estudiosos aseguran que la decisión de escribir la Biblia, inicialmente, correspondió a un específico, interesado y prejuiciado emperador. 


Por otro lado, el término apócrifo (griego: απόκρυφος, oculto, secreto; latín: apócryphus) hace referencia a textos religiosos en contextos judíos o cristianos, que no han sido incluidos en el canon del Tanaj judío hebreo-arameo, de la Biblia israelita, así como tampoco de ninguna de las distintas Biblias usadas por diferentes grupos de cristianos.

Me permito recordar que reyes, dignatarios y millonarios han “fabricado” sus propias Biblias, ajustando éstas a sus intereses privados. Entre traducciones y “ajustes” particulares, no sabemos cuál es la verdad dentro de las verdades bíblicas que nos han llegado.



Quizás partiendo de postulados semejantes fue que Albert Einstein escribió en la carta de su puño y letra del 3 de enero de 1954, a su amigo y filósofo Eric Gutkind: "La palabra Dios no es más que la expresión y el fruto de la debilidad humana, y la Biblia, una colección de honorables leyendas primitivas, las cuales, no obstante, son bastante pueriles."

Aclaro que mis textos, notas y artículos no son pseudoepígrafos o apócrifos. ¡Los míos no! ¡No, señor! Yo existo y soy el responsable de ellos. Sin embargo, no puedo dar en estos momentos pruebas irrefutables, porque llegó el momento de tirar el siempre inevitable (maldición)… ¡Telón!



martes, 30 de mayo de 2017

Un niño abandonado por Dios

Un niño abandonado por Dios
Por Giovanny Cruz Durán



No pocos se han afanado tratando de demostrar que Albert Camus nunca fue exactamente un negador de Dios, que sólo era... un ateo gracias a Dios. El filósofo de filósofos Charles Moeler ha desarrollado una apasionante tesis tratando de convencernos de que el ateísmo del, primero actor y luego escritor, argelino Camus, no era más que una respuesta, un resabio, una inquina contra un dios que había abandonado al niño Camus y a los suyos. Por supuesto que André Gide y su silencio de Dios “envenenaron” al siempre honesto Camus son las semillas de las dudas y la inconformidad: “Porque la esperanza, contrario a lo que se cree, equivale a la resignación. Vivir no es resignarse.

La famosa Crisis de Calígula de Albert Camus, constituyó, probablemente, la coronación de su ateísmo. Aquel joven intelectual, nacido justamente en el sol, no podía entender una tuberculosis prematura que lo obligó a abrigarse justo en el corazón del frío y le hizo ver de cerca la cara de la muerte. Su “Calígula” entonces, nace de una angustia vivencial que obliga a Camus a tratar desesperadamente de encontrar la verdadera razón de lo Imposible. Su “Calígula” no es, pues, la anécdota trivial de un emperador cruel. Por supuesto que no. Su “Calígula”, y el mismo personaje del emperador, es una búsqueda interior en la que se trata de encontrar explicación a lo absurdo de la existencia humana. Y el más absurdo todavía tránsito de la vida hacia la muerte. Calígula tratará, aunque finalmente pague el precio, de encontrar explicación a lo Imposible: “Esta muerte no es nada, te lo juro; no es más que el signo de una verdad que me hace necesario la luna. Es una verdad muy sencilla y muy clara, un poco tonta quizás; pero difícil de descubrir y pesada de llevar… Los hombres mueren y no son dichosos.”

Es probable que Camus fue para mí, en momentos transcendentales, lo que Gide fue para él.

Mi padre, Modesto Cruz, fue un contratista y constructor de carreteras, que para tales fines recorrió casi todo el territorio nacional. La familia (mi madre, mis dos hermanos y yo) teníamos que seguirlo en todas sus andanzas. Para mi padre no era siquiera admisible alejarnos de su lado por demasiado tiempo. Sobre todo a mi que, como he dicho en anteriores ocasiones, era un niño muy enfermizo. Tanto, que mis padres nunca pensaron sobreviviría siempre a mis constantes enfermedades.

Para estar conmigo el mayor tiempo que su dios les permitiría, mis padres me criaron prácticamente entre sus brazos. Como ya he dicho: era el foco de infección de cada lugar en el cual vivíamos. El paciente “O” de todas las enfermedades virales. A los cinco año padecí de tricocéfalos en los pulmones. A los seis, una pequeña llaga en una pierna casi me cubre el cuerpo entero de gusanos. La viruela, la varicela, la neumonía, la bronconeumonía, la gripe iniciaban conmigo en el pueblo en el cual me encontraba.

Para mi hermano mayor, Andrés, resulté un carga demasiado pesada. Obligado a cuidarme, eran muy escasos sus amigos y menos sus pasatiempos. Pero al menos tenía algunos. Mi hermano menor, Rafael Modesto, tuvo pocas atenciones de mi madre, que debía esforzarse al máximo para protegerme. Pero ellos, mis hermanos, podían jugar de vez en cuando. Yo nunca. Las pocas veces que me dejaban hacerlo, terminaba siempre débil, con una herida o afectado hasta por… “un mal aire”.

Mi madre siempre ha sido dada a la lectura. Sobre todo a la lectura de los buenos poetas. Se jactaba al decir que su abuelo había sido un poeta de bastante calidad en su tiempo. Entre mis habitaciones con alcanfor (porque sufría de pecho apretado, por supuesto), los baños de orine para bajar la fiebre, el cebo de Flandes, el mentol, las velas derretidas, las tisanas, las pencas de sábila, los mil frasquitos de medicinas… veía a mi madre leyendo al lado mío. Los libros se me hicieron familiares. Y me acerqué a ellos. El excesivo plomo de las tintas de los libros de entonces no era recomendable para mi salud; pero creo que mi familia, aceptando finalmente el hecho de que moriría en cualquier momento, me dejaron ese placer final. 

Leí. Leí con avidez. Leí con fruición. El universo exterior que me fue negado, de repente comenzó a penetrar en mi aposento. Dormía solo. Nadie podría dormir conmigo sin infectarme.
Notaron que amanecía leyendo. Imagino que dirían: Dejémoslo hacer… total

Leí libros que a mi edad jamás me lo hubiesen permitido si no hubiera sido un muerto en vida. Jan Valtin, Gide, Vargas Vila, Camus, Tolstoi, Darío; entre otros,  se convirtieron en mis dioses necesarios. El otro, el de Israel, me había cruelmente abandonado. En venganza, lo abandoné yo a él. Ana Karenina no se sentó a esperar la muerte frente al tren. ¡No! Ella corrió a encontrarla. En su gesto entendí el desafío. Eso hice yo a Dios. Su crueldad conmigo iba a tener consecuencias. Y a los diez años, antes de morir definitivamente, lo estaba negando argumental y absolutamente.

Mi madre siempre ha sido una fervorosa creyente. No obstante, para sorpresa de todo el mundo, aceptó mi ateísmo. Ya saben la razón… “Giovy morirá cualquier día de estos...” Pero nunca lo hice, que yo sepa.

Viviendo en Nagua, mi padre se convierte en uno de los líderes fundadores del PRD y amigo de Juan Bosch. Mi madre era del 14 de Junio y amiga de Manolo Tavares Justo. Cuando derrocan a Bosch, mi padre, que era Capataz General de Obras Públicas, cae en desgracia. Por un giro del destino que todavía no comprendo, mis padres pasan a ser fundadores del Partido Reformista. Yo, con unos 12 años, me declaro… Comunista.

¡Ateo y comunista! A pesar de mis enfermedades eso era demasiado para que me fuese tolerado. Dos chancletazos y una reclusión en la habitación pretendían disuadirme. No ocurrió. Dios y yo éramos enemigos irreconciliables. Ser ateo y comunista era como expulsarlo dos veces de mi vida.

Aunque parezca extraño, mis padres me tenían estudiando en el colegio de las monjas del Perpetuo Socorro. Las clases de religión las impartía la misma directora del colegio, sor Janin Brison. Las discusiones teóricas entre ella y yo eran apoteósicas. Desde luego que una adoctrinada más que convencida sor Janin, no podía discutir con un hijo de Gide, Camus y Vargas Vila. Un día la monja no pudo más. Recurrieron a un sacerdote de la capital que luego adquiriría fama como milagrero: Emiliano Tardiff. Él tenía cultura. Podíamos hablar casi entre iguales. Pero una tarde me dio definitivamente por perdido y se cansó de intentar hacerme formar parte del rebaño. “Padre, Dios no es razonable. Soy un Ser racional. Es imposible que acepte a un despiadado Creador que nunca ha logrado entrar en el universo de la Razón”. Tardiff me miró alarmado, luego con pena y nunca más volví a ver su cara frente a mi.

Han pasado muchos años. Mi rencor con Dios ha bajado de intensidad. Pero aún no hemos logrado reconciliarnos del todo. Lo más que he podido llegar respecto a él, es a aceptar un orden matemático en la creación del universo, que sería muy difícil explicarlo sin alguien escribiendo números detrás de esto.

Si embargo, no creo que este “matemático” tenga la perfección que le han indilgado. No. Ha estado perennemente en evolución. Nosotros somos partículas de su propia sustancia. Entonces, somos parte de sus afanes para lograr una anhelada perfección. Eso explicaría hasta su ira infinita. La sufrí en carne viva. Pero eso sí… caminé hacia ella como Ana Karenina y no morí, quizás sólo para fastidiarlo.

Por lo menos ahora me inclino a admitir que Dios y yo podríamos haber estado viajando entre universos paralelos. Nada más eso.

¿Estará Dios arrepentido por todo lo que me hizo…?

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¡Telón!