Delaciones “premiadas”
de un actor pequeño burgués
de un actor pequeño burgués
Magistrados, les confieso que mis delaciones
tratarán de ser absolutas. Diferentes a las del Marcelo ese que corrompió a montones
en Hispanoamérica. Y no procuraré ninguna atenuación por las posibles culpas.
A raíz de anunciarse mi participación como actor en la obra “El vestidor”,
de Ronald Harwood, no pocos
han manifestado asombro porque yo esté en un escenario en un rol diferente al del director
teatral. Olvidan que he sido dirigido por experimentados directores. Delataré a algunos:
Salvador Pérez Martínez, Iván García, Niní Germán, Danilo Ávalos, Haffe Serrulle, Germana Quintana, JM Vilches, Onix Báez, Alberto Ruiz, Ramón Pareja, Danilo Taveras, Bienvenido Miranda y muchas veces por un tal Nivangio Zurc. De este, delato que voltea las letras de sus nombres para parecer exótico.
También he sido dirigido por colegas jóvenes (en el momento que
lo hicieron). Sobresalen:
María Castillo (terminaba sus estudios en la URSS), Juan Núñez, Juan Carlos Mañón y no ha mucho Carlos Espinal.
A tres “directores” no incluyo en estas delaciones. No es encubrimiento.
Es que fueron tan deficientes que jamás lo reconocería como tales.
Una pregunta recurrente han estado formulando:
—¿Se dejará Giovanny dirigir de Mario Lebrón?
Alguien más cizañero ha preguntado:
—¿Se atreverá Lebrón dirigir a Cruz?
Mi estructura teatral interna me obliga a aceptar la dirección de
otros. Sin embargo, creo que debo hacer algunas precisiones.
Durante años he sostenido que la única entidad imprescindible en Teatro, su célula madre, es el actor. Amplío esta delación: la figura del director teatral es relativamente joven. Aunque hubo
algunos antecedentes, procurando ser sincero en mis delaciones, les informo que
el primer director profesional en el mundo fue el duque alemán de Saxe-Meiningen. El 1 de mayo de 1874 él llevó a Berlín su
desconocida, hasta entonces, condición de director teatral. Mostró ensayos
intensivos, actuación integrada, disciplinada y escenografía.
Debo, con miedo a lucir no un
delator sino un chivato, declarar que las pistas señalan que Shakespeare
(entre 1592 y 1607) podría haber sido un real director teatral. Hay indicios. Uno de ellos nos llega con el personaje de Hamlet. Cuando este
organiza una representación teatral para soberanos y nobles, da a sus artistas precisas indicaciones de cómo realizar el trabajo. Por supuesto que era el propio Shakespeare mostrándonos la manera que llevaba sus obras a escena.
En Teatro puede no existir un
director y hay Teatro. Puede no haber un texto escrito, iluminación profesional,
vestuarista, escenógráfo, utilero... y haber Teatro. Suficiente es que aparezca un actor intepretando un personaje y
contando una historia.
Quienes concurren en una
producción teatral, están ahí para asistir al actor en su quehacer escénico. Él
es el verdadero creador. El artista.
Lo directores (cuando estoy en
ese rol) conducimos. Dirigimos los ensayos y estudios de mesa (algo que los
malos directores no saben hacer), trazamos lo que se llama Plan Maestro,
convocamos a los otros directores técnicos y a los creativos publicitarios para
que, con sus diferentes aportes, suplan a los actores en sus necesidades artísticas.
Los actores, en base al Plan
Maestro y los estudios de personajes realizados, tendrán
la responsabilidad de mostrar al director sus propuestas. Este, como
representante en los ensayos del público, debe cerciorarse que las
propuestas actorales del elenco estén ajustadas a los parámetros pre establecidos.
Por supuesto que dejo que
otros me dirijan. Lo delato públicamente. Sin embargo, lo reitero siempre, el
director no realiza los personajes en el escenario. Es muy peligroso, incluso, que al
actor le “marquen” caracterizaciones, acciones y tonos vocales. Entre los riegos está que termine pareciéndose
al actor que quizás habite dentro del director.
Hay actores que suelen hacer
una pregunta (me la han hecho muchas veces) que el director debe tener cuidado
e inteligencia para responder:
—¿Por qué?
¡Tamaña vaina! Un actor no está
obligado a hacer algo de lo que no esté del todo convencido. Así las cosas,
los directores tenemos que explicar al actor, cuando lo requiera, la razón de nuestros
planteamientos. En ese sentido, los consabidos “Me gusta” o “No me
gusta” son contraproducentes. Lo “gustativo” no es una categoría estética y
no se origina, necesariamente, en los linderos de la Razón.
No se les ocurra pensar, Honesta Iudices, que en mi extendida carrera no me han puesto en apuros con la angustiante
pregunta del “¿Por qué?”. He sido más director teatral, cuando aprendí a responderla
con sapiencia y humildad.
Pero, efectivamente, estoy "permitiendo" complacido que Mario Lebrón cumpla su papel en los ensayos de “El vestidor”.
Desde luego. Él ha estado, en su estilo, manejando correctamente a los actores.
Empero, no es sólo el director que es exigido por este veterano actor. También el resto de la trupe (Exmin Carvajal, Yanela Hernández, Luvil González y Karoline Becker) debe mantener las actitudes correctas. Entre ellas, respeto al texto y al director teatral. Igual digo de la producción. Si no hubiese sido así, habría durado ensayando menos que una blattodea en un gallinero.
Empero, no es sólo el director que es exigido por este veterano actor. También el resto de la trupe (Exmin Carvajal, Yanela Hernández, Luvil González y Karoline Becker) debe mantener las actitudes correctas. Entre ellas, respeto al texto y al director teatral. Igual digo de la producción. Si no hubiese sido así, habría durado ensayando menos que una blattodea en un gallinero.
Honesta iudices, cuando
hace veintenas de años acudía a confesarme, solía terminar... “Perdóneme, padre,
por los pecados que he olvidado.” Lo mismo pido a ustedes, magistrados. Desde que recuerde
otras, lo juro, vendré a repostular más delaciones. Ahora tengo que irme a rechazar una Reforma.
Además, ustedes no, pero un
hombre de teatro nota enseguida, es el caso, cuando están a punto de tirar
el...
¡Telón!
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