jueves, 3 de noviembre de 2011

¡Que tipo más suertudo!


¡Que tipo más suertudo!

Hace unos meses publiqué una entrega que sólo contenía un poema, con categoría de testamento emocional, en el que declaraba —¿o admitía?— ser adicto... a la alegría (http://lapasioncultural.blogspot.com/2010/11/soy-adicto.html). Luego escribí un artículo en el cual hablaba sobre nuevas alegrías que estaban llegando hasta a mi (http://lapasioncultural.blogspot.com/2011/06/son-muchas-mis-alegrias.html).
Generalmente la mayoría de los seres humanos llama a sus allegados para contarle el inicio de una tristura, sus proyecciones y consecuencias. Cuando la angustia padecida concluye casi nadie llama para anunciar las buenas nuevas. No.
Leí ha ya muchos años, si no recuerdo mal en una pieza teatral de Iván García, que las penas compartidas tocan a trozos pequeños. Quizás sea esa la razón por la cual tenemos esas urgencias de hacer participar de ellas a nuestro singular conglomerado. ¿Será entonces un determinado egoísmo el que nos impulsa a no querer repartir, al contarlas, nuestras alegrías?
En mi particular caso, como confeso escorpión, intento siempre manejar en las soledades mis tristezas, angustias y ansiedades. Por supuesto que las tengo, a pesar de que mis allegados piensen lo contrario. Tengo esas, como alguna vez me dijo el actor Félix Germán, que nos obligan a descubrir las miles de formas que se agazapan en el techo blanco de nuestros dormitorios. No obstante, en mí la alegría es un estadio permanente. Lo que son pasajeras, en mi caso, son las tristuras. Sobrados motivos tengo para que así sea: hago Arte, hago Literatura, soy un gestor cultural, he amado mucho y he sido amado también.
Conozco montones de profesionales y técnicos que manifiestan haber querido dedicar su vida a alguna rama del Arte. Sin embargo, no sé de un artista verdadero que se haya arrepentido o lamentado de serlo.
Con orgullo desbordado proclamo ser sobre todo un artista, de “esa gente que nunca han hecho daño a la humanidad”, como escribió Albert Camus. Y por el simple hecho de serlo, de saber transformar lo prosaico, lo cotidiano y lo vulgar en una razón estética; tengo que iniciar todos mis días celebrando y celebrándome como imagino hacía perennemente Whitman.
Aunque esa satisfacción lograda ha sido una constante durante muchos años, éste que amenaza concluir un día del próximo diciembre, juzgo que ha sido muy especial: repuse una de mis mejores piezas teatrales (“Obsesión en el 507”), obtuve el Premio Nacional de Dramaturgia con “Duendes y locos de las dunas”, actué y compartí escenario con artistas verdaderos en “Master Class”, repuse exitosamente la excepcional “Quíntuples”, interpreto uno de los personajes estelares en la película “Del color de la noche”, interpreto un muy buen personaje en la película “El rey de Najayo”, actuaré en diciembre en rol estelar en una película europea de la cual aún no estoy autorizado a decir su nombre, en la segunda semana de diciembre estrenaré (con la Compañía Nacional de Teatro) “Duendes y locos de las dunas”, llevaremos otra vez “Quíntuples” a Bávaro y acabo de terminar de escribir una gran novela cuyo nombre omito por razones atendibles. ¿Ven que es cierto que este ha sido un año muy especial?
Empero, probablemente la mayor satisfacción ocurra el lunes 14 de noviembre (dos días después de mi cumpleaños), cuando Alfaguara y Santillana pongan en circulación mi libro de relatos “Los cuentos del Otro”, que era un viejo proyecto acariciado desde hace muchos años, aunque empecé a concretarlo en Argentina mientras presentaba la eterna “”Quíntuples”, hace unos cinco años. 
Tony Raful, José Rafael Lantigua y Fiora Cruz Carretero
La satisfacción de presentar en sociedad esta especial hija literaria se agiganta al saber que mis dilectos y admirados amigos e intelectuales brillantes Tony Raful y José Rafael Lantigua, dirán las ponderaciones de estilo. También celebro por haber logrado que el artista plástico Leo Rodríguez aceptara realizar las ilustraciones de los 16 cuentos del libro. Mi hija y actriz Fiora Cruz leerá uno de los cuentos. ¡Qué emoción tan grande! Todavía, creo, podría haber dos o tres nuevas alegrías, como sorpresa, dentro del evento que describo.
Sin embargo, quizás la mayor de todas sería verlos a ustedes sentados frente a mi desde las 7 hasta las 8 de la noche, en la Sala de Cultura del Teatro Nacional, el 14 en cuestión. Y si no tienen mucha prisa desearía que al final me acompañen a brindar por la vida, el Arte y la Literatura con una transparente copa llena de un buen vino tinto, pausando solamente para intercambiar unas anécdotas y saborear tres bocadillos.
Aunque el corazón está a punto de salírceme del pecho, tengo que deciros; ¡qué tipo más suertudo soy!


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