¡Que tipo más suertudo!
Hace unos meses publiqué una entrega
que sólo contenía un poema, con categoría de testamento emocional,
en el que declaraba —¿o admitía?— ser adicto... a la alegría (http://lapasioncultural.blogspot.com/2010/11/soy-adicto.html). Luego escribí un artículo en el cual
hablaba sobre nuevas alegrías que estaban llegando hasta a mi (http://lapasioncultural.blogspot.com/2011/06/son-muchas-mis-alegrias.html).
Generalmente la mayoría de los seres
humanos llama a sus allegados para contarle el inicio de una
tristura, sus proyecciones y consecuencias. Cuando la angustia
padecida concluye casi nadie llama para anunciar las buenas
nuevas. No.
En mi particular caso, como confeso
escorpión, intento siempre manejar en las soledades mis tristezas,
angustias y ansiedades. Por supuesto que las tengo, a pesar de que
mis allegados piensen lo contrario. Tengo esas, como alguna vez me
dijo el actor Félix Germán, que nos obligan a descubrir las miles de
formas que se agazapan en el techo blanco de nuestros dormitorios. No
obstante, en mí la alegría es un estadio permanente. Lo que son
pasajeras, en mi caso, son las tristuras. Sobrados motivos tengo para que así
sea: hago Arte, hago Literatura, soy un gestor cultural, he amado mucho y he sido amado también.
Conozco montones de profesionales y
técnicos que manifiestan haber querido dedicar su
vida a alguna rama del Arte. Sin embargo, no sé de un artista
verdadero que se haya arrepentido o lamentado de serlo.
Con orgullo desbordado proclamo ser
sobre todo un artista, de “esa gente que nunca han hecho daño a la humanidad”, como escribió Albert Camus. Y por el simple
hecho de serlo, de saber transformar lo prosaico, lo cotidiano y lo
vulgar en una razón estética; tengo que iniciar todos mis días
celebrando y celebrándome como imagino hacía perennemente
Whitman.
Aunque esa satisfacción lograda ha
sido una constante durante muchos años, éste que amenaza concluir un
día del próximo diciembre, juzgo que ha sido muy especial: repuse
una de mis mejores piezas teatrales (“Obsesión en el 507”),
obtuve el Premio Nacional de Dramaturgia con “Duendes y locos de
las dunas”, actué y compartí escenario con artistas verdaderos en
“Master Class”, repuse exitosamente la excepcional “Quíntuples”,
interpreto uno de los personajes estelares en la película “Del
color de la noche”, interpreto un muy buen personaje en la película
“El rey de Najayo”, actuaré en diciembre en rol estelar en una
película europea de la cual aún no estoy autorizado a decir su
nombre, en la segunda semana de diciembre estrenaré (con la Compañía
Nacional de Teatro) “Duendes y locos de las dunas”, llevaremos
otra vez “Quíntuples” a Bávaro y acabo de terminar de escribir
una gran novela cuyo nombre omito por razones atendibles. ¿Ven que es cierto que este ha sido un
año muy especial?
Empero, probablemente la mayor
satisfacción ocurra el lunes 14 de noviembre (dos días después de
mi cumpleaños), cuando Alfaguara y Santillana pongan en circulación
mi libro de relatos “Los cuentos del Otro”, que era un viejo
proyecto acariciado desde hace muchos años, aunque empecé a
concretarlo en Argentina mientras presentaba la eterna
“”Quíntuples”, hace unos cinco años.
Tony Raful, José Rafael Lantigua y Fiora Cruz Carretero |
La satisfacción de presentar en
sociedad esta especial hija literaria se agiganta al saber que mis
dilectos y admirados amigos e intelectuales brillantes Tony Raful y
José Rafael Lantigua, dirán las ponderaciones de estilo. También
celebro por haber logrado que el artista plástico Leo Rodríguez
aceptara realizar las ilustraciones de los 16 cuentos del libro. Mi
hija y actriz Fiora Cruz leerá uno de los cuentos. ¡Qué emoción
tan grande! Todavía, creo, podría haber dos o tres nuevas alegrías,
como sorpresa, dentro del evento que describo.
Sin embargo, quizás la mayor de todas
sería verlos a ustedes sentados frente a mi desde las 7 hasta las 8
de la noche, en la Sala de Cultura del Teatro Nacional, el 14 en
cuestión. Y si no tienen mucha prisa desearía que al final me
acompañen a brindar por la vida, el Arte y la Literatura con una transparente copa llena de
un buen vino tinto, pausando solamente para intercambiar unas
anécdotas y saborear tres bocadillos.
Aunque el corazón está a
punto de salírceme del pecho, tengo que deciros; ¡qué tipo más suertudo soy!
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