domingo, 6 de noviembre de 2011

Ver o no ver ¿Esa es la cuestión?

Ver o no ver... ¿esa es la cuestión?



Hace poco leí en Facebook un vocablo nuevo, muy internetiano, que me agradó: Photochopiado. Hice, como cabía esperar, un comentario sencillo sobre las aplicaciones e implicaciones del término, que agradó a muchos lectores digitales.

Ocurre que ahora para nada son confiables fotografías, y hasta vídeos, que nos llegan. Se logran asuntos tan espectaculares mediante procedimientos realizados con cualquier programa de procesamiento de imágenes que uno no podría estar seguro de si lo que vemos es real.

A varios amigos, imagino que igual les habría pasado a muchos de ustedes, los han engañado photochopiadamente. Quizás ustedes hasta han engañado a alguien mediante las alteraciones que motivan estas reflexiones.


Sé de alguien, muy activo en las actividades literarias, que hizo un cita muy prometedora con una persona a la que había conocido en las autopistas digitales. Me comentó, en la ocasión, sobre una joven maravillosa con la que chateaba todos los días. —¡Hermosa! —dijo mi amigo que era aquella mujer. —¡Alta, delgada y con un cutis maravillo! Recuerdo haberle comentado, cuando me dijo que se aprestaba a conocer a la agraciada fémina, que tuviese cuidado. Es que uno no sabe lo que podría aparecer en esas circunstancias. Me hizo caso y pidió antes del pautado encuentro una colección de fotografías de la persona en cuestión. Ella le envió catorce diferentes fotografías realmente espectaculares. Me las enseñó. Las analizamos y todo parecía indicar que eran auténticas. Mi amigo, también amigo de muchos de ustedes, acordó con la joven encontrarse en el Boga-Boga. Por supuesto que el lugar fue recomendado por este artista y escritor. 
Un martes, a las nueve de la noche, sería el encuentro. Desde luego que mi amigo y yo llegamos una hora antes. ¿Por qué yo? ¡No pensarían que siendo fabulador, enamorado y curioso (casi chismoso) me iba a perder de tamaño acontecimiento!
Cuando faltaban minutos para las nueve ocupé otra mesa junto a los amigos Sócrates Segarra, Carlos Espinal, Exmin Carvajal, Nasarquin Santana y Onorio Montás. Mi amigo se quedó solito y desamparado. Hasta tres rosas amarillas había llevado para impresionar a la moderna Dulcinea que vería en unos segundos. Ella escribió que iría vestida completamente de blanco. Algo que prometía resaltar sus grandes glúteos, previamente por ella anunciados y descritos.
Pasado las nueve de la noche entró una joven vestida de blanco, realmente nada fea y no exactamente gorda. Lo sorprendente resultó ser su estatura: apenas tres pies y unas pulgadas tenía la de blanco vestida. ¡Era una enana!
Mi amigo, estratégicamente aconsejado por mi, no llevaba puesto la camisa china azul que prometió vestir y se había rasurado la barba que en las fotos digitales lucía.
La joven enana preguntó por alguien (dijo el segundo nombre de mi amigo que nadie en el Boga conocía). Le dijeron no saber por quien ella inquiría. Esperó unos quince minutos.  Luego pagó una copa de ron con soda amarga que pidió y salió. Cuando se retiró del bar ya mi amigo estaba sentado en nuestra mesa y  las flores amarillas mágicamente habían desaparecido. Por supuesto que reímos la noche entera a mandíbulas batientes. Segarra más que nadie. Entendimos la razón del goce desmedido de Sócrates cuando un mes después confesó que la enana había sido contratada por él, quien también había procesado las fotos de la historia. ¡Qué vaina!

¿Debemos, entonces sólo confiar en los que vemos de carne y hueso? Así debería ser. Pero con la socorrida tendencia que tenemos ahora de alterarnos todo —¡Todo!— en visitas frecuentes al cirujano, uno ya no sabría con quién se relaciona.

En una ocasión, un amigo actor, estuvo a punto de casarse con una megadiva de actorales pretensiones. La conoció al compartir escenario con ese monumento de mujer en una insulsa comedia española. Emprendedora, negociante; pero no exactamente una consumada pensadora y mucho menos aceptable lectora. La conocí. Y les aseguro que si una dominicana se acerca a la perfección corporal era aquella mujer. Confiamos en ella porque Segarra no era cirujano. Hasta el mismo Sócrates quedó fascinado cuando conoció a la no exactamente jovenzuela mujer. Santiaguera, como cabría esperarse. ¡El monumento creando otro monumento!
En la realización escénica en que mi amigo trabajó con la megamami éste la abrazaba y le acariciaba sus nalgas. Algo que hizo, envidiado por nosotros, durante poco más de un mes. Una noche nos comentó que sentía que las nalgas de la mujer “X” eran muy duras. Sospechosamente duras y puntiagudas. Nuestras alarmas se activaron y decidimos investigar. Sabíamos que años atrás la megadepredadora social había sido novia de un conocido empresario local. Lo contactamos y nos dijo que ella se había hecho varias intervenciones en sus tetas, las cuales frecuentemente se les salían de lugar. Sus nalgas era también  siliconadas. Había intentado inútilmente aumentarse las piernas con un cirujano de Gascue. Algo que logró hacer fuera del país, todo pagado por su amante y empresario. Dientes y encías habían sido también perfeccionados por otros cirujanos especializados. Y el canal vaginal había sido delicadamente reducido por un bisturí. ¡Tamaña cosa! Resultó que la muchacha era una especie de Frankenstein caribeño, aunque más bonito.

Pero no solamente las féminas se alteran de esta forma. ¡No! Los hombres se hacen todo tipo de procedimiento quirúrgico hoy en día. Hasta el pene se lo agrandan. Y casi nadie de más de cincuenta años que se respete va a un encuentro sexual sin el Viagra y o la Cialis de rigor. Vivimos un tiempo donde la apariencia ha sustituido el contenido.

Quizás alguno de ustedes se pregunte si son ciertas las historias que he contado. Por supuesto que son ciertas. ¡Lo juro por el creíble chupacabra! Advierto, eso sí, que tengo un amigo dramaturgo que suele decir que hay historias que si no son ciertas, por lo interesantes que resultan, merecen serlo. Además, el excelente escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez escribió: “El cuento no es el cuento... el cuento es quien lo cuenta.

No olviden que lunes 14 de este mes, a las 7 de la noche y en la Sala de la Cultura del Teatro Nacional, la editora Alfaguara pone en circulación mi libro de realatos "Los cuentos del Otro".


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