viernes, 28 de octubre de 2011

Sobre un comentario de Máximo Jiménez


Mi amigo y periodista Máximo Jiménez ha publicado en El Caribe una crítica, muy bien elaborada por cierto, sobre una puesta en escena que no he visto; y que por ética profesional no debo valorar. 

No obstante, unos atinados juicios, cuestionamientos e inquietudes de Jiménez llamaron mi atención. Reproduciré dos de los inquietantes párrafos del artículo del acucioso periodista y posteriormente los comentaré

Cierto que diálogos a veces regionalistas, términos localistas, experiencias muy particulares propios de donde se originan esas historias deben ser adaptados al dominicanismo nuestro, pero qué tan saludable artísticamente puede resultar lo que es una tendencia en el teatro de aquí, aunque desde el punto comercial la razón pesa más que el criterio apegado a la fidelidad de lo original.
Y son precisamente esos coloquialismos linguísticos nuestros y conductas típicas del machismo dominicano que laceran este montaje, no tanto por el tema en sí, sino por lo trillado de las situaciones, y el planteamiento de algunas de sus aristas, como ha sido la referencia de la lucha del 4% por ciento para la educación, con eso de la camiseta amarilla, eso de que seguimos en pie de lucha (aunque perdimos), entran en el juego de las libertades argumentales a que hacemos referencia. Un recurso válido, pero hasta dónde.

Máximo afirma que ese es un tema que muchos periodistas han tratado con varios directores teatrales. Ciertamente ese un tema de primer orden en cualquier buena conversación teatral.

Con las adaptaciones, hasta aquellas que son válidas y legales, hay que tener mucho cuidado.

Son válidas cuando están absolutamente justificadas. Y esa justificación no puede estar condicionada a las supuestamente inmutables reglas del marketing.

Son legales cuando los adaptadores cuentan con las autorizaciones que sólo pueden otorgar los autores de las piezas teatrales que se están llevando a escena.

El suscrito fue becado por la OEA para realizar un curso en Guatemala sobre “Derecho de autor para autores”. En dicho curso-taller pudimos establecer que mínimas violaciones a las leyes de derecho de autor conllevan penas de compensaciones económicas y hasta dos años de cárcel.

Sin importar si se han pagado o no los derechos de representación, estos no constituyen patente de corso para cambiar el título de las piezas teatrales ni sus parlamentos; a menos que esas alteraciones cuenten con la aprobación de los autores de dichas piezas, que no prescriben hasta que estos tengan cincuenta años de muerto. Aunque los derechos morales son eternos. Si usted  no escribió una obra de teatro ¿a santo de qué se atreve a variar su contenido?

Sepa el lector que la mayoría de las veces, para sumar más penas al delito, los cambios de títulos aquí se efectúan intentando hacer que las puestas en escena pasen desapercibidas para los escritores que las originaron. Algo que cada día se hace más difícil dada la aldea global en que vivimos luego de la masificación electrónica de la comunicación.

Pero todavía es peor el abuso en contra de dramaturgos que hoy tratamos. Generalmente esas adaptaciones no las realizan escritores especializados en esos asuntos. No. Las hacen actores,  productores y directores sin la debida capacidad para llevarlas a cabo. Más que adaptadores estos individuos son costureros que sólo saben cortar obras y groseramente regionalizarlas.

Aquí he visto obras de corte internacionales que hasta los nombres de los personajes han sido cambiados. He presenciado obras clásicas, con temas universales, que hablan de una situación en Jarabacoa. He estado como espectador en realizaciones escénicas en las cuales han colocado el suceso en Baní; pero me hablan de que deben encender una chimenea. He visto obras donde los personajes se visten como los griegos de la época preclásica y hablan de personajes de nuestra televisión local. He visto realizaciones teatrales que han suprimido en las adaptaciones los conflictos que plantean esas obras. ¡Auténticos abusos!

Las adaptaciones deben tener los mismos rigor y requerimiento que las traducciones literarias. Usted puede hablar perfectamente un idioma, ser el mejor traductor legal del mundo; pero eso no le otorga una licencia para ejercer la traducción literaria. En la mayoría de los países del mundo los traductores y adaptadores son escritores también.

Pablo Neruda hablaba inglés. Quizás no era en ese idioma el mejor del mundo. Empero, realizó en su época la mejor traducción que se ha hecho de “Romeo y Julieta”. Por supuesto. Era un poeta traduciendo a otro poeta.

Vienen a mi mente varios adefesios en este sentido. En la “Guerra y la pazTolstoy describe un amanecer en casi cincuenta páginas. Y a un traductor estúpido se le ocurrió resumirlo en un simple “Amanece”. En una deficiente traducción de “Romeo y Julieta”, la joven y hermosa Julieta se lleva a la boca una copa en la que espera haya veneno y dice brindar hacia la muerte por su amado Romeo. Pero el asunto es que ya Romeo no tiene salud porque está muerto. ¡Sacrilegio literario!

Estando en Colombia participando en un taller de "Animación Cultural", hice contacto con el grupo de la Candelaria. Habían traducido y presentado un texto teatral inglés. Me gustó mucho la puesta en escena. Pedí que me prestaran un libreto para hacer una buena crítica  con la finalidad de publicarla aquí. Me dijeron que siendo yo dominicano no podían facilitarme el libreto. Esto porque se nos considera un paraíso para violadores del Derecho de Autor. ¡Qué vergüenza!

El día que aquí comiencen a condenar a adaptadores y traductores ilegales deberán construir grandes ampliaciones a las cárceles del país.

Mientras eso llega ¿alquien podría prestarme una Uzi? Necesito usarla con urgencia.


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