Ahora Pedro, luego Collado
Pedro Vergés Ayer mismo publiqué los artículos cursados, en direfentes medios de comunicación, entre mis amigos Carlos Francisco Elías y Tony Raful. Las reacciones, todas positivas, ocurrieron inmediatamente. Por lo que ya está ocurriendo podemos vislumbrar que los actores culturales involucrados en los frentes de campaña de Hipólito y Danilo darán un agradable espectáculo de decencia, tolerancia e inteligencia. En ese sentido adelanto que los principales responsables de esos equipos culturales se reunirán un día de estos para fraternizar e intercambiar experiencias y futuros proyectos. ¡Bravo! ¡Bravo! Bravo!Los políticos de profesión están obligados, luego de esto, a aprender un poco de la sustancia y la rara sangre que transita dentro de los espacios interiores de los "culturólogos" nacionales.Pero en lo que llegan esos encuentros en La Pasión Cultural estamos comprometidos a publicar dos colaboraciones que nos llegan del sector de la Alianza Cultural con Danilo. Una de estas nos fue enviada por el independiente Onorio Montás y la firma el sólido intelectual y gran amigo Pedro Bergés (o ¿Vergés?). Se trata de una respuesta a la también amiga Margarita Cordero. La otra nos fue remitida por el brillante intelectual y pedagogo Miguel Collado. Esta última, la cual publicaremos mañana, explica perfectamente la intención real de su autor al unirse al equipo cultural de Danilo Medina.Se nos dirá que estamos tocando asuntos políticos en La Pasión Cultural. Y es preocupantemente cierto. Pero no nos hemos apartado ni una pulgada de la Cultura. Lo hacemos porque nos sentimos muy contentos con el buen espectáculo que estamos ofreciendo los hacedores de Cultura, circustancialmente "enganchados" a políticos. Además, insisto en decir, nos estamos jugando el futuro cultural del país. Pero luce que ese futuro está en manos buenas y seguras.
No tan de Prisa, Señora
Pedro Vergés
Desde el
infierno tan temido a que, de súbito, se me envía por mi “desfasamiento” y mi
“desinformación” en asuntos de los que algo debo de saber después de tantos
años de insistir en lo mismo, me veo en la necesidad de referirme a un artículo
en que la periodista Margarita Cordero comenta la reseña de una, más que
entrevista, conversación sostenida un día del mes de julio con mis buenos
amigos Onorio Montás, Frank Núñez y
la joven Susie Craballo en el programa radial “Dejando Huellas”.
Aquella
tarde Onorio inició el diálogo preguntándome acerca de los bajos niveles
educativos de la población dominicana y yo le contesté que el problema me
resultaba torturante. Es decir, que no usé este adjetivo, aunque podía haberlo
hecho, para referirme, como se desprende de la reseña, a la despersonalización
de lo nacional, una frase que a la señora Cordero no le gusta, pero que a mí
sí, porque de alguna manera me ayuda a comprender el complejo proceso por el
que atraviesa en estos momentos la llamada identidad dominicana, aun cuando
también admito que el asunto reclama más atención que la que puede dársele en
un fugaz espacio radiofónico.
De ahí el
diálogo derivó hacia otras áreas y, siempre partiendo de la comparación
implícita en la pregunta de Onorio (sorprendido, como todo el que tenga dos
dedos de frente, por la enorme diferencia existente entre la sociedad
dominicana actual y la que conocimos en nuestra juventud y hasta en el inicio de
nuestra adultez), y señalé algunas características de ese cambio. Cité entre
ellas, en efecto, la aparente facilidad con que, de ser una sociedad apegada
casi atávicamente a su nacionalidad, la nuestra ha ido convirtiendo en
algo natural la adquisición de otra, o de otras, y dije, y digo, que, a mi modo
ver, esa actitud refleja una relativización de lo nacional.
A mí no se
me escapa que la identidad es un fenómeno dinámico. No tengo que acordarme de
Heráclito para eso. Pero también sé que cuando, por hache o erre, una sociedad
sufre en un corto período de tiempo sacudimientos intensos (como el de la
emigración abrupta y masiva de nuestra población y la irrupción de cientos de
miles de haitianos y demás extranjeros en el territorio nacional, entre otros)
se producen alteraciones que influyen, a su vez, en la percepción de lo propio,
del ser en sí, si se quiere, e inician un proceso de reconsideración de lo
esencial muy parecido al que estamos viviendo en estos momentos.
Eso nada
tiene que ver con el hecho de adquirir, por conveniencia, interés o necesidad,
una nueva nacionalidad ni me lleva a mí a condenarlo. Antes, por el contrario.
Como embajador de mi país conozco el problema a fondo. Sé de sus implicaciones
legales y personales y no he dudado nunca, precisamente por fidelidad a nuestra
constitución, en recomendarles a los dominicanos que me han hecho el favor de
pedirme consejo, que se adapten a lo que es, al fin y al cabo, una realidad del
mundo de hoy, adoptando, por su propio bien, la nacionalidad del país que los
acoge. Dudar de que un embajador dominicano, cualquiera que sea, esté
debidamente informado al respecto, como lo hace la señora Cordero, es una finta
esquinera de campaña política que puede tener gracia para los acólitos ahítos
de fanatismo, pero que carece de solvencia intelectual.
Lo que pasa
es que, al margen de lo estrictamente administrativo, la adquisición de una
segunda o tercera nacionalidad implica un innegable desdoblamiento emocional
que afecta y pone en jaque lo que sólo décadas antes se consideraba un
absoluto. Ese es el punto y yo lo señalaba, y lo señalo, como una “marca” del
proceso en que estamos inmersos porque me parece que lo es. Yo no tengo que
preguntarle a ningún indigente, como me sugiere la señora Cordero, qué es para
él ser dominicano. Probablemente, condicionado por la precariedad de su
existencia, me conteste con un exabrupto. Pero no solo los indigentes lo
harían. Basta abrir las páginas de nuestros periódicos y oír hablar a la gente
(especialmente cuando están en la oposición) para caer en cuenta de que
el concepto que tenemos de nosotros mismos, que es otra de las afirmaciones que
hago y sostengo, resulta realmente lamentable. Mejorar esa visión desoladora es
una tarea a la que un buen programa de política cultural podría y debería
contribuir de forma decidida. Así lo creo, así lo digo. Yo también, como
Savater y como, por él, la señora Cordero (qué cosa) siento que en lugar de
raíces tengo pies. Pero eso somos Savater, la señora Cordero y yo. El fenómeno,
lamentablemente, trasciende esos regocijos o epifanías personales.
En cuanto a
si Danilo Medina considera una aberración cultural que los dominicanos se
nacionalicen como estadounidenses, me atrevo a responderle que no. Pero ocurre
que yo tampoco. Deducir de la reseña de una conversación que duró casi una hora
o, lo que es lo mismo, de un par de frases, que alguien, en este caso yo, “es
incapaz de entender el fenómeno sociocultural de la diáspora y su influencia en
la realidad cultural dominicana y, en sentido inverso, el efecto de la
inserción del país en la economía del mundo”, nada menos, me parece de una
soberbia intelectual indigna de una confesa seguidora de Savater. Ha de saber
la señora Cordero que, al margen de un modesto conocimiento, tengo, como dicen
los filósofos, la vivencia del asunto, pues no por nada casi todos mis
familiares residen en Estados Unidos desde hace décadas y son, en su gran
mayoría, ciudadanos de aquel país. Qué me va, pues, a contar al respecto la
señora Cordero.
A la señora
Cordero le preocupa, por último, que alguien como yo (“alguien así”, dice ella,
con soberano desprecio, puede que hasta con odio) llegue a regir la cultura del
país. Pero que no tema. Aunque ella no me crea, como no me lo creen otros, no
ando detrás del puesto. Mi apoyo a Danilo Medina no viene de ahí y Danilo lo
sabe. Otros con más merecimientos y más talante político pueden desempeñarlo
con mucha más habilidad y desenvoltura que yo. Una cosa sí le digo a la señora
Cordero. Si a ella le da “pavor” tal posibilidad, como también afirma, mucho
más me lo da a mí imaginar que nuestro Ministerio de Cultura pueda caer en
manos de alguien que divide de antemano el complejo universo cultural
dominicano entre los desfasados, como yo, y los poseedores de la verdad, como
ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario