Hace unos meses fui invitado a un no muy común evento. Se trataba de una convocatoria al Palacio Nacional para ser testigo, y quizás hasta cómplice, de una de las campañas publicitarias más positivas de las realizadas en el país. Algo que es de importancia capital en estos momentos en los cuales muchos ciudadanos y ciudadanas de aquí parecen haber perdido el Norte y algunas esperanzas.
La invitación provenía de la Primera Dama.
Quienes me conocen saben que no suelo asistir a actos del tipo señalado; pero una invitación de la Primera Ciudadana de la Nación es, sencillamente, irreusable.
Cuando en la puerta presenté mi invitación noté que mi presencia allí había creado ciertas expectativas (ojalá que no me engañe el ego) porque el trato recibido era en extremo y quizás injustificadamente considerado. Talvez hasta privilegiado.
Nota: Al rastrear la expresión Primera Dama, encontramos referencias a que ésta se utilizó por vez primera, en un sentido similar al actual, en 1877, por Mary Clemmer Ames, quien al relatar lo ocurrido en los actos de posesión del presidente de los Estados Unidos de America, Rutherford B. Hayes, acuñó la expresión The first lady of de land para referirse a Lucy Webb Hayes, su esposa . También encontramos que con frecuencia se remite el origen de la expresión a 1911, año en el cual se estrenó la obra de teatro de Charles Frederic Nirdlinger acerca de Dolley Dandridge Payen Todd Madison, esposa de James Madison, presidente de los Estados Unidos en 1809; la obra, anunciada y comentada en los periódicos, se llamó The First Lady of the Land.Empero, la Primer Dama que se existió de hecho fue Livia, la segunda esposo del emperador romano Augusto (44 años antes de Cristo). Ella, que murió de ocheta y dos años, se involucró bastante en los asuntos del Imperio. Tanto que el quinto emperador romano, Claudio, escribió: "Augusto gobernaba al mundo y Livia gobernaba a Augusto".
Pero volviendo a nuestros tiempos y ya dentro del siempre impresionante Salón de las Cariátides, me encontré con figuras a quienes quiero entrañablemente. Luego de conversar y pasar revista a viejos temas con algunos de los convocados, por cariño, similitudes artísticas y compinchería me senté, lo más atrás que pude, al lado del eterno duende y gran caballero César Olmos. Con César, como comprenderán, siempre tengo muchos temas que tratar. Luego de cumplir con el ritual de rigor me preparé para aburrirme continentalmente en el acto. Empero, no fue así. Se trataba de un evento nada pomposo, bien llevado y aún mejor intencionado.
Era la campaña aludida más arriba en la que se resaltaban los aspectos positivos de los dominicanos concluyendo con la frase ancla: ¡Bien por ti!
Dado que la campaña ha salido al aire exitosamente no abundaré mucho sobre ella. Sus propósitos y resultados son de dominio de todos los dominicanos.
A César Olmos le comenté la impresión recibida de la Primera Dama convocante, doña Margarita Cedeño de Fernández; a quien, confieso, no había dado hasta ese día especial seguimiento.
Luego, como es costumbre en estos casos, concluí la noche en el Boga-Boga procurando una copa de vino que brilló por su ausencia en el Palacio Presidencial.
En el Boga me encontré con un amigo a quien aprecio mucho a pesar de que su informalidad me exaspera algunas veces. A ese amigo le comenté mis impresiones sobre la Primera Mujer del país y le expresé mis intenciones de ponderarlas públicamente. Desde luego que mi amigo, a su vez amigo de la señora Cedeño de Fernández, estaba fascinado con la idea.
Cuando llegué a mi casa comencé a vaciar en la La gata (mi Mac portátil) las primeras palabras. Realmente debo decir “la primera palabra”. Cortázar nos enseño que escribir es sacar de paseo una palabra.
Luego de las primeras líneas me detuve. Sentí miedo. No estaba seguro de que entendieran bien mis loables intenciones. En nuestro país decir lo que pretendía entonces es casi desacreditarse. Las críticas aquí suelen expresarse bien por ellas mismas; pero las alabanzas parecen contener ocultas intenciones o ciertas pretensiones. Sobre todo en estos tiempos en los cuales se propagan con fácilidad los lisonjeros profesionales.
Por todo esto aclaro que no deseo nada del gobierno. No tengo intenciones de salir a hacer campaña política por la Primera Dama si ésta optase por algún cargo electivo. No tengo ninguna deuda de gratitud que pagarle. No quiero exoneración de vehículos. No tengo cuentas pendientes con la justicia y no debo, que yo sepa, nada a Impuestos Internos.
Aclarado ésto espero estar libre de sospechas. ¡Jum!
Fuera de la trascendental campaña de marras quien me impactó fue precisamente la Primera Dama. Cuando inició su status como tal muchos, por lo bajo, imputábamos aspectos formales de ella. Me parece que en esos inicios había todavía algunos titubeos sociales que con el tiempo se han afinado y superado.
Ahora la Primera Dama muestra toda su inteligencia, preparación y cultura. Con César Olmos coligué aquella noche la belleza y certeza de su discurso. Y no me refiero al pronunciado nada más allí. Sino al discurso general que le acompaña.
Esta señora aúpa y sostiene, dentro de cientos de acciones caritativas, una biblioteca infantil y juvenil que es admirable. Dentro de ese proyecto se instruye gratuitamente a cientos de jóvenes en aspectos prácticos y culturales. Música, cine, teatro, cultura general, artes plásticas y manualidades son impartidas por voluntad de la señora Cedeño de Fernández. Y, quizás partiendo de unos formidables versos de Borges (“Por el misterio de la rosa que prodiga el color y no lo ve") no hacen desde el despacho de la Primera Dama muchos aspavientos con esa labor encomiable.
¡Qué buen discurso! ¿Verdad?
A mi, más allá de las diferencias ideológicas, culturales y sociales; me interesa mucho verme bien representado por los dominicanos que trascienden.
Por eso cuando un deportista, un intelectual, un científico y un artista dominicano sobresale por su trabajo y su moral me identifico con él incondicionalmente. Lo mismo me ocurre con las figuras políticas, no importando ya aquellos aspectos de la Idea que nos distancian.
Las Primeras Damas de nuestra vida Republicana han sido realmente de encomio. Doña Carmen Quidiello de Bosch llegó a las funciones siendo una intelectual de prestigio. Doña Asela Mera de Jorge era una destacada profesional y discreta mujer que siempre se mantuvo trabajando en los asuntos de Estado. Doña René Klang de Guzmán era una mujer sumamente sensible que desarrolló una impactante labor por la niñez dominicana y los desposeído en el país. Doña Rosa Gómez de Mejía, sin mucha publicidad, hizo como nadie por los niños de nuestro país y aún después de salir del gobierno me consta que continúa con sus mismas preocupaciones y muchas de sus labores.
Desde luego que, no debo ser miserable en reconocerlo, la actual Primera Dama corona la labor de sus antecesoras.
¡Qué bien que nuestras Primeras Damas se han negado a ser Damas de Cocteles!
Estoy convencido de que si Balaguer hubiese tenido una esposa ésta habría actuado como muro de contención a todo lo dañino que hubo en sus gobiernos.
Acostumbro a decir que la Historia se escribe con Hechos. Pues bien, uno es que en los gobiernos nuestros que ha habido Primera Dama, al menos no ocurren crímenes de Estado ni notables abuso de Poder.
Junto a Olmos escuché el discurso del momento y comenté, la noche en cuestión, que la doctora Cedeño de Fernández manejaba muy bien la pronunciación, la dicción, la modulación y las intenciones.
Para el firmante estos son aspectos formales muy importantes.
Recuerden que Bertolt Brecht acostumbraba a decir que “la forma es la expresión más acabada del contenido”.
No es suficiente que lo pretendido sea correcto. Si éste no llega montado en buen vehículo emocional e intelectual será cuestionado y poco efectivo.
Pues ese es un aspecto que la actual Primera Dama no ha descuidado. Si hay gente que trabaja con ella en ese sentido aún es más resaltante el hecho, porque demuestra una aplaudible intencionalidad.
Con ella me siento muy bien representado, aunque quizás nunca me ponga una gorra del color que ella prefiere para subirme en la patada política.
Con los años me ido tornando esteticista. Busco entre los dominicanos a aquellos que al expresarse bien, al manifestar buenas intenciones, al evitar exabruptos resaltan mis valores, mis principios y mis mejores sentimientos. ¡Bien por ti!
Muchos funcionarios y funcionarias de este gobierno deberían mirarse en ese espejo. Si lo hicieran no lucirían tan prepotentes, altaneros y engreídos. ¡Mal por ti!
En nuestro país necesitamos creer que somos mucho mejores de lo que nos dicen que somos. ¡Bien por ti!
En los medios de comunicación acostumbramos a ver a los malsanos convertidos en noticias. ¡Mal por ti!
No obstante hay un gran grupo de dominicanos y dominicanas que lucha por una país educado y cultural. ¡Bien por ti!
Nuestra Primera Dama decidió salir a proyectar a ese grupo. ¡Bien por ti!
¿Al reconocer esto alguien escribirá, sin ojerizas, diciéndo: -Giovanny, ¡Bien por ti!-?
¡Jum!
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