Por: Augusto Feria
Rafael Gil Castro
En el verano de 1963, talvez en el mes de junio, Rafael Gil Castro, Director del Teatro de Bellas Artes con la anuencia y el apoyo del Director de Bellas Artes, Máximo Avilés Blonda, decidieron realizar el Primer Festival de Teatro Dominicano. Para agosto, se representaron una detrás de la otra: “La Otra Estrella en el Cielo”, de Avilés Blonda; “Más Allá de la Búsqueda”, de Iván García; “Sueño de Gente Común”, de Rafael Vásquez; “Una Gaveta para Muchos Sueños”, de Rafael Áñez Bergés; “Creonte”, de Marcio Veloz Maggiolo y “Filoctetes”, de Héctor Incháustegui Cabral. Resultando esta última como la más impresionante de todas, gracias a la excelente actuación de Freddy Nanita.
A la inauguración asistió el Presidente Bosch, acompañado de su señora esposa, quienes con su sola presencia daban a la actividad importancia de Estado; además como valor agregado, bajaron a los camerinos a saludar a los actores, acción que los teatreros agradecen y jamás olvidan. En la historia del teatro dominicano, desde 1844 a la fecha, ésta ha sido la primera y única vez que ha sucedido algo igual. Gil Castro se destacó ante la buena nueva con un entusiasmo aleccionador. Eran nuevos tiempos aquellos, donde se experimentaba por primera vez la democracia, alejándose el recuerdo reciente de hablar de política en susurros.
Gil, a secas, como le llamaban sus compañeros, y a quien apenas conocí, era un hombre difícil de tratar, al decir de algunos colegas, hablaba con acento muy castizo, según recuerdo. Como director de teatro, poseía una increíble memoria, que le permitía repetir aquí, los montajes de espectáculos vistos en otros países, sólo desde el punto de vista externo – no así del interno para el cual empleaba otras argucias – formado con la estética de la vieja escuela española de actuación, que daba pie al cliché y al engolamiento. Sin embargo, como actor, tenía una excelente personalidad teatral, manejando con destreza tanto el drama como la comedia.
Avilés tenía conciencia de que la idea del festival, entraba en los planes de educación y cultura del nuevo gobierno, Bosch entendía muy claro que su mandato debía "restaurar los valores culturales perdidos, porque los efectos destructores del trujillismo habían disuelto la cultura popular…" Además se accedía a la visión de "una educación de carácter dominicanista". Cada miércoles, el Presidente desayunaba en Palacio con diferentes sectores, por lo que resultaría fácil reunirse con él. El primer planteamiento como es de suponer sería el costo del festival, de modo que le solicitaron una entrevista, concediéndola en su residencia privada.
Mientras todo esto sucedía, el fantasma del golpe de estado se movía de manera febril, sotto voce; la embajada, la iglesia católica, los cívicos, los sectores más intransigentes de la oligarquía, batían los polvos que luego traerían los lodos de la insurrección de abril. No se daban cuenta del error histórico que cometían, que acabaría con la vida pública de muchos de ellos de una vez y para siempre.
Gil era un cívico militante y rabioso. Aquel día de junio siguiente al de la reunión, estaba parado en una de las ventanas del segundo piso del lado noroeste, del Palacio de Bellas Artes, mirando el lado sur del edificio de Educación, donde estuvieron por muchos años las oficinas del Teatro de Bellas Artes. Recostado al ventanal, con su codo izquierdo apoyado al marco, pasaba la mano ligeramente por su frente, allí rumiaba su queja, mezclada con su abierta crítica al gobierno: "Dizque Presidente, lo que hizo fue sentarnos en unas mecedoras en el patio y brindarnos café… ¡paparruchas!", momentos después, llegó un mensajero de Palacio con un cheque; era irónicamente el dinero completo solicitado el día anterior al Presidente, para la celebración del festival.
Talvez motivado por las consecuencias desastrosas, de esa aventura fatal del golpe de estado, Gil Castro se retiró de su enfermizo fanatismo cívico, sin abandonar su posición conservadora. Años después, falleció en un absurdo y lamentable accidente.
27 de marzo del 2009
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