miércoles, 9 de mayo de 2012

Yo soy la eutanasia


Yo soy la eutanasia
Por Carlos Castro. 

Nota: Este es un artículo valiente del sociólogo, artista y escritor Carlos Castro. Podremos estar de acuerdo o no con sus planteamientos; pero si queremos contradecirlo debemos hacerlo elaborando conceptos con la seriedad e inteligencia que lo ha hecho Castro. Creo que esta reflexión es muy importante. Es un tema aún tabú en nuestra sociedad. Agradecemos a Carlos Castro por atreverse a plantear estos asuntos.
Hay un momento de la vida donde la “conciencia” existencial nos coloca entre la espada y la pared: la vejez. La vejez, la muerte y el sexo, temas tabúes, se evaden usando como máscara el chiste. La cultura ha impregnado mucho miedo respecto a estos temas. A profundidad, estos temas están vedados en el debate público. Son temas tabúes. La orientación educativa no trasciende los límites judeo-cristianos.
La vejez no se acepta como un ciclo del cuerpo y la mente que llegó a su ocaso. Al contrario, hay un culto para prolongar la lozanía del cuerpo. Una industria que fabrica y vende juventud.
Desde que la humanidad entró en esa velocidad que llamamos modernización, el viejo es un estorbo, no sirve ni como referente, se quedó detrás. Son tiempos remotos aquellos donde el anciano era visto como el sabio de la comunidad. Hay un look de ser joven aunque la piel no resista más arrugas. Hay una industria que rara vez integra al viejo como parte de una realidad. Hasta lo que se publicita para ancianos se cobija y se vende en una atmósfera juvenil. El repudio es tan grande que ni el mismo viejo quiere ver sus propios síntomas en lo que se publicita para él.
 
Por una degradación físico-psíquica, en la vejez se disminuyen los encantos de la personalidad juvenil y se amplifican los defectos. Porque en el día a día hay más queja que placer o bienestar…

La muerte, lo único “real”. El único vestido que en algún momento de la vida modelará la inexistencia. Sin embargo su escenario casi siempre es trágico. No existe un contacto relajado, honesto, tranquilo y profundo respecto al tema.
El escenario de la sexualidad es más truculento, desde que encuentra fundamento en ese pacto que se denomina matrimonio, su función se limita a la procreación o el control, se establece de manera implícita una patología de la posesión. La esencia de los feminicidios y el maltrato femenino guarda relación con esos ritos donde el hombre y la mujer desde que se vinculan como pareja algo se pierde de la libertad individual.
Ahora tiremos una mirada a los ciclos. En la plenitud de la infancia, la vida es vida sin intensión alguna. El infante se siente tan unido a ese otro que provee, “percibe” su existencia como un sistema natural, inherente a la maternidad.
En la infancia, la conciencia de existir es alienada porque es dependiente. No hay ni debe haber eso que llamamos conflicto existencial, no existe la conciencia social de individuo. No hay contacto con la soledad y con el cansancio existencial como fundamento del ser.
La conciencia existencial a la que me refiero, es el individuo único tocando la puerta de su propia morada con muy poca posibilidad de que lo dejen entrar. Es el eterno dilema del vecino peleando con ese otro imaginario, que en esencia es uno mismo. Es esa dualidad que somos todos tratando de ser una sola cosa integrada a la totalidad.
En la juventud, el estado de conciencia que llamamos existencia, es aún más complejo, es un paraíso diabólico abundante en hormonas. Es un lugar ambiguo y dependiente, también autónomo. El tiempo no es medida de algo que termina, no es cansancio que se siente en la existencia sino energía que adquiere vitalidad en la consumación. El tiempo es la única fortuna, es la lozanía del cuerpo. Joven es gastar tiempo sin la más mínima conciencia de que el tiempo algún día te gastará a ti.
En ese periodo de la vida, la conciencia de existir es muy cercana al placer por el placer. Se es, dejando de ser en las hormonas. Ser existencial en la juventud es un estado químico real.
En la vejez, el cuerpo falla en su producción química real, se pierde vitalidad y el sentido de estar vivo. Es un asunto natural, orgánico. En la naturaleza, los animales cuando llegan a ese estado se retiran para morir solos.
En la base natural del individuo, la carencia de producción química, en esencia es dolor. En la vejez, esa carencia de sustancia se suple en la farmacia o con creencias: religiosas, ideológicas, búsqueda espiritual.
Esta vida es imposible soportarla sin el mito “del creer” o “del hacer” que en esencia es la mente buscando bienestar. Es como si todo esto solamente se pudiese soportar drogando la existencia con químicos o basura ideológica.
En la vejez, la vida nos deja pocas opciones de refugios, el cuerpo y la mente van perdiendo sus funciones vitales. Terminamos siendo una cosa donde la vida nos pasa por delante a la velocidad de la luz. Todo se siente rápido y grande. Esa alteración de percepción nos va alejando de la realidad social. Nos quedamos sin acceso, como espectadores pasivos de un espectáculo que no comprendemos porque desconocemos sus códigos. El mundo que es joven en su velocidad, nos aleja y nosotros nos alejamos de él. Seguimos en él sin ningún propósito, a no ser el tabú de prolongar la existencia como si la vida de un ser humano tuviese sentido tirado en una cama todo el día. Es como si el haber vivido una vida plena tiene como precio el sacrificio de estar crucificado eternamente en una cama o postrado en una silla.
En la vejez no hay refugio. No hay proveedor eterno ni tiempo químico que gastar ni disfrutar. Tú eres frente a un espejo imposible de evadir con trucos o con juguetes.
En la vejez se busca placer con la única intensión de aliviar el dolor del cuerpo, precario en sus funciones, quejoso en su existencia.
Como un boxeador que no deja de pegarte en la cara, la vejez te confronta de manera brutal a la existencia. La única salida decorosa es la muerte.
Así como la humanidad ha dado un salto tecnológico, es hora de un salto de su ser. Un hacer que produzca cambio en la cultura humana. A estas alturas estar vivo no puede ni debe ser un estado de dolor deshonroso para ti y la familia. Una inversión de tiempo y de dinero apostando a una vida sin regreso, que ya cumplió su ciclo.
Aceptar la eutanasia o muerte asistida sería un gran logro para la humanidad, cambiaría la actitud respecto al tabú de la muerte y el negocio de la medicina que prolonga la vida de una momia a través de tubos.
La medicina sería más útil si ayudara al anciano a morir sin dolor, viajando en una nota de opio para salir de este mundo como entró en él, sin darse cuenta…

cC
El autor es un decepcionado consciente.

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