Asociaciones
libres sobre un evento (Quíntuples) que es, porque se repite
Por Mónica Volonteri
Esto
de escribir por tercera vez sobre Quíntuples
no es nada, considerando las quichicientas funciones que hicieron
Carlota y Giovanny y las tres mil veces que la vio mi amigo Henry. El
asunto no es escribir, el asunto es decir algo que valga la pena o,
al menos, que para mí valga la pena haberlo escrito. Pienso que la
pieza en sí tiene una especie de destino manifiesto. Es como una
metralleta a repetición de creatividad. En cierta forma, eso es la
pieza: una explosión perpetua de lucidez, ingenio, originalidad y
múltiples lecturas. Y asumo que un poco les pasa eso a Carlota y a
Giovanny, que no pueden dejar de montarla, que no pueden parar porque
la pieza está infectada de una especie de virus que genera una
compulsión neurótica que, como el vicio de Bianca, no se detiene ni
a los golpes. En fin, un poco eso es el arte, una compulsión
neurótica que se transforma en un vicio que cura el vicio mayor, que
es vivir.
Vivir
la ficción es animarse a poner el cuerpo, el alma y la voz al
servicio de un artificio hecho de palabras y convertirlo en otro
artificio que es el teatro, que a su vez también está tan vivo o
tan muerto como el texto. Sin duda, ellos dos se multiplican por
cinco más uno y la Carlota de Carlota cada vez está más embarazada
y el Mandraque de Giovanny está cada vez más comprometido con el
diablo. Y qué decir de papá Morrison, más sinvergüenza que
nunca, y a Baby Morrison la vergüenza ya casi no lo deja salir a
escena. Dafne —sin duda— superó su condición de aspirante a
mito y es un mito. Bianca en cualquier momento admite que es
lesbiana, aunque no creo que deje de fumar.
Quíntuples
está viva en sus palabras, pero el montaje dominicano, cada vez que
lo vemos, le ha ido dando espesor, presencia, tiene autonomía
propia. Sabemos que no se le ha cambiado ni una coma y que al
vestuario apenas se le retocó el ruedo y se le pegó un botón que
se cayó. Sin embargo, sentimos ese fluir, ese devenir heraclíteo
que, aunque el río es el mismo, las aguas están en constante
movimiento. Ver Quíntuples
de nuevo, no es verlo una vez más. Ha crecido, se mueve con el
tiempo y con nosotros. Dicen que eso son los clásicos. Es
importante que quede claro, me refiero al montaje de Carlota y
Giovanny, no al texto. Aunque sin duda el texto también es un
clásico.
Según
la Wikipedia,
el enlace químico quíntuple es altamente extraño y recién se
descubrió en el 2005. También el parto de cinco bebés de una vez
también es altamente extraño, que una isla del Caribe sea todavía
una colonia donde se venden sus hijos a los anuncios de compotas o al
circo debería ser altamente extraño, que en otra isla del Caribe
que goza de soberanía (pero a la que no le quitan el guante todos
aquellos que quieren decirnos cómo debemos hablar, cómo nos debemos
organizar o de qué forma no nos debemos desrizar); también es
altamente extraño que siga resistiendo con una calidad teatral del
carajo. Y me excusan el carajo.
Quíntuples,
el texto, el montaje, su contexto actual, la realidad que la gesto,
el público que repite, los críticos y los escribientes que
insistimos en seguir diciendo hacen que ciertas cosas sean porque se
repiten y cada repetición no sólo refuerza la memoria, sino que
refuerza la categoría ontológica de existencia. ¿Acaso los griegos
no repetían sus poemas épicos, primero para pertenecer, luego par
ser y finalmente para persistir? No toda repetición tiene ese valor,
pero algunas que pertenecen al raro enlace químico multíparo de
Quíntuples gestada en las huracanadas aguas del Caribre que a su vez
funciona como frontera imperial y otras playas con todo incluido,
creo que sí. Creo que es uno de esos poemas épicos que nos
constituyen y se renueva el mito fundante en cada rito. Claro está,
estos oficiantes son los que hacen posible que el mito adquiera
categoría ontológica de existencia.
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